Siempre oficialistas...
Altri tempi. Álbum fotográfico. Kueider en ‘la mesa de los senadores
héroes’ del 11 de septiembre. Fotografía: Cedoc.
El caso del senador
Edgardo Kueider tiene aire de cosa repetida. La conclusión es simple: la
corrupción política en nuestro país sigue vivita y coleando. El
Congreso se ha convertido en una guarida para los corruptos. Casi un
aguantadero. Eso no es nuevo.
No obstante, es
menester no generalizar. Hay honestos. Sin embargo, lo que pervive no son sólo
los deshonestos sino también los circuitos de la corrupción. Cuando Javier
Milei llamó al Congreso “un nido de ratas” cometió el error de usar la
descalificación. Debió, en cambio, haber usado la descripción y hablar
concretamente de los nichos de corrupción que allí subsisten.
El impactante caso descubierto en la frontera, ha dado pie a una disputa entre Milei y Cristina Fernández de Kirchner por ver a quién se le debe cargar la responsabilidad de que Kueider sea senador. La respuesta es indubitable: esa responsabilidad es de la expresidenta. La boleta electoral con la foto suya y del senador es lapidaria. Dicho esto, lo que tampoco se puede negar, es que el senador había entrado en el grupo de los predilectos del Gobierno como consecuencia de haber votado positivamente la Ley Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos junto a su par Carlos “Camau” Espínola. Hay que recordar que el Presidente había tratado de “héroes” a los diputados que votaron a favor de la ley. Por carácter transitivo, Kueider estaba en esa categoría y estaba nominado a ser el presidente de la Comisión de Inteligencia del Senado, nada menos. Afortunadamente no ocurrió.
El senador viajó a
Paraguay los días 3 y 6 de marzo, 16 y 21 de junio y 13 de octubre. Su
secretaria, Lara Guinsel Costa lo acompañó en cuatro de esos viajes. Hizo uno
más –sola– el día 18 de junio. En total, los dos hicieron seis viajes.
En la investigación en
curso se sabrá seguramente cuáles fueron los motivos de esos desplazamientos
hacia el Paraguay compartidos con su subordinada. Algún día se sabrá qué pasó
esta vez para que el senador fuera sometido a la revisión que evidentemente,
nunca había ocurrido. ¿Alguien lo vendió? ¿Se trata, acaso, de un pase de
facturas?
“Esa plata no es mía”,
dijo el legislador. Fue lo mismo que dijo Guido Antonini Wilson cuando, el 4 de
agosto de 2007, fue sorprendido con 790.550 dólares que llevaba en una de sus
valijas por la entonces funcionaria de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA)
María del Luján Telpuk. Aquella plata se supo luego que era para la campaña
presidencial de CFK. La otra reminiscencia nos lleva a José López y los bolsos
con 5 millones de dólares en el monasterio de Nuestra Señora de Fátima en
General Rodríguez. “Ese dinero no es mío” expresó el exsecretario de Obras
Públicas de los tres primeros gobiernos kirchneristas hoy preso. Más tarde,
luego de prestar declaración, atinó a decir que era plata de la política.
El caso Kueider pone
otra vez en superficie el tema de la ficha limpia, algo de lo cual hay una
enorme necesidad. Sin embargo, lo que se ve hasta hoy en los hechos es la
escasa –o nula– voluntad del Presidente de enviar el nuevo proyecto prometido
para el cual, como se recordará, se convocó al destacado abogado Alejandro
Fargosi. No hay indicios de que este proyecto sea enviado para su tratamiento
en el período de sesiones extraordinarias del Congreso. Tampoco se ve una
acción decidida para acelerar el proceso de destitución del senador
entrerriano. Quien tiene sí una sorprendente voluntad para forzar el desafuero
del legislador, es CFK, quien no tuvo la misma actitud antes, considerando que
él ya venía siendo cuestionado por sospechas de corrupción al momento de
candidatearse.
Cabría preguntarse por
qué la exvicepresidenta ignoró esos antecedentes a la hora de postularse. Por
lo pronto, hay un dato clave para entender esta súbita preocupación por la
decencia de “la condenada” por activar los mecanismos de destitución del senador.
Es que, en caso de prosperar, su reemplazante sería Stefanía Cora, referente de
La Cámpora. Créase o no, a CFK volvió a preocuparle la política. En realidad,
lo que necesita es volver a contar con una masa crítica de votos –dentro y
fuera del Congreso– que le permitan postularse como cabeza de lista y blindarse
tras los fueros para gozar de impunidad.
Existe una cuestión de
fondo que es la piedra fundamental para alargar la vida de este tipo de
maniobras: los interminables tiempos de la Justicia. Sobran ejemplos a lo largo
de la historia política reciente y, por si esto fuera poco, vale la pena recordar
las palabras del juez de la Corte Suprema de Justicia, Juan Carlos Maqueda,
quien ya se había expresado sobre la ratificación de la condena a Cristina
Fernández de Kirchner en la Causa Vialidad y la posibilidad de que sea el
Máximo Tribunal el que defina la suerte de la expresidenta. “La Corte estudiará
el caso en los tiempos correctos. Seguramente habrá un pronunciamiento en un
tiempo prudencial”. ¿Cuál sería un tiempo prudencial? La respuesta es obvia.
Veamos otro caso paradigmático: el expresidente Carlos Menem murió con una
condena confirmada por la Cámara de Casación, pero sin que la Corte resolviera
su caso y, por ende, sin que la pena empezara a hacerse efectiva. Más claro
agua.
Se entiende, pues, el porqué de la necesidad de muchos expresidentes de nombrar jueces compulsivamente. Por este camino la calidad institucional no tiene oportunidad de mejorar y el caso de Javier Milei no es la excepción. La intención de nombrar al juez Ariel Lijo para ocupar un sillón en el Máximo Tribunal, es una muestra cabal de ello. El primer mandatario debería tener presente una de las mayores lecciones de la historia: un juez oficialista es oficialista siempre, más allá del color político. Lo que hoy se defiende con naturalidad, mañana sin dudas, cambiará.