sábado, 9 de febrero de 2013

Publicación Nº 2.000... De Alguna Manera...


Publicación Nº 2.000…


Han pasado ya algunos años desde el mes de Septiembre desde el sábado 8 Septiembre del año 2007 cuando el Blog De Alguna Manera fue creado.

Se  vuelcan en él todas lecturas que tengan que ver con el interés general, no necesariamente en coincidencia con lo escrito o con quien lo escribe de parte de quien suscribe, en este caso Luis A. Capomasi aquí presente.

¡¡Feliz Publicación 2.000!!! Nosotros no vamos por todo, ni por más... Vamos día a día...

© Escrito por De Alguna Manera o si queres por Luis A. Capomasi  el sábado 9 de Febrero de 2013.


 
 

La economía del miedo… De Alguna Manera...


La economía del miedo…


El discurso económico convencional captura la atención en las sociedades modernas emitiendo mensajes que advierten acerca de que algo malo puede suceder. Los divulgadores de esos avisos siempre presentan un peligro potencial de consecuencias desastrosas para la economía y por lo tanto para el bienestar de la población. El motivo de esa eventual desgracia varía según el momento. No importa si predicen desastres donde no los hay y luego no se verifican, puesto que no son interpelados por la catástrofe que no fue. No pierden tiempo en revisar fallidos y reemplazan un miedo por otro. Intervienen en un escenario global donde se despliega la precariedad de la existencia, en general asistida por las religiones o la filosofía, abonando la economía del miedo. Alimentan la angustia de gran parte de la población por el riesgo a perder el trabajo, los ahorros o advierten que la perspectiva de la economía personal puede ser amenazada por el desborde inflacionario o una brusca alteración de la paridad cambiaria.

El objetivo de diseminar temores es disciplinar a una sociedad para que acepte situaciones que serían rechazadas si fueran ofrecidas en un marco normal. El miedo es el vehículo para condicionar el comportamiento colectivo. En una era de incertidumbre global, la meta es imponer de ese modo políticas impopulares. En los noventa se convocaba el recuerdo traumático de la hiperinflación para aplicar reformas devastadoras de derechos sociolaborales y de liquidación de activos públicos. Después se alertaba sobre el riesgo de salir de la convertibilidad para justificar fuertes ajustes fiscales con recortes del gasto público y de salarios y jubilaciones.

Las dudas sobre lo que está sucediendo y el temor sobre lo que vendrá provocan intranquilidad. Gran parte de la sociedad se encuentra así en condiciones vulnerables para absorber teorías conspirativas, escenarios apocalípticos y análisis de caos inminentes. El crecimiento espectacular de Internet con el flujo de información al instante y la comunicación vía mail y redes sociales ha derivado en un canal impresionante de rápida difusión de todo tipo de análisis y especulaciones. Los mercaderes de la ansiedad ocupan el centro de la escena y se requiere de una firme voluntad política para desenmascarar sus intenciones y neutralizarlos.

La persistente mención del riesgo a la debacle va consolidando la sociedad del miedo, donde existen antecedentes traumáticos que abonan el terreno del temor. En este delicado cuadro, el manejo de las expectativas juega un rol fundamental para construir consensos sobre cómo se desarrolla la economía, y para evitar que el círculo vicioso de las exageraciones pueda concluir en profecías autocumplidas. El español Joaquín Estefanía escribió el libro La economía del miedo, donde remarca que “el miedo ha sido siempre fiel aliado del poder. Nos han inoculado el miedo a la inseguridad económica, al paro, al otro, al que viene a disputar los pocos empleos que se crean...”. Cuando Estefanía habla del poder se refiere al económico. Rescata una viñeta del dibujante “El Roto” que resume ese concepto: “Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados”, dice un hombre de traje y corbata desde un balcón.

El recorrido desde la recuperación de la democracia en 1983 reúne varios capítulos de la economía del miedo. Para su construcción ha intervenido una variable financiera principal subordinando el resto. La administración alfonsinista padeció la evolución del dólar. El vaivén del billete verde era presentado como el termómetro más firme sobre la marcha de la economía. Cotización que acompañaba diariamente la información del estado del tiempo. El alza de la paridad cambiaria fue limitando así la gestión de la política económica, acorralada por la carga de los pagos de la deuda, hasta generar las condiciones para el golpe de mercado que hundió el gobierno, obligando el adelantamiento de la fecha de las elecciones y de la posterior entrega del poder.

Durante el menemismo, pese a la alianza del gobierno con los grupos económicos locales y trasnacionales y la banca acreedora, las contradicciones al interior del poder económico tenían como registro principal de esas tensiones el movimiento de los activos bursátiles. El tipo de cambio estaba congelado y la deuda se cancelaba con la venta de empresas públicas y emisión de nuevos bonos. La evolución de las acciones líderes era entonces el indicador para abonar el miedo económico. En esos años, las pujas por la permanencia del ministro de Economía, las agudas internas políticas en el gobierno o los intereses de grupos económicos y de la banca acreedora tenían como caja de resonancia el sube y baja de las acciones y bonos.

La memoria está más fresca con el índice de riesgo país que mantuvo en jaque la presidencia de Fernando de la Rúa enredada en la falsa ilusión de complacer al poder financiero como política de supervivencia. Ese indicador golpeaba día a día difundiendo con títulos catástrofes cada una de sus variaciones, afectando las expectativas de los agentes económicos. En esos años el riesgo país actuaba como termómetro de la economía dominada por la lógica financiera. Ese índice es la diferencia entre la tasa de interés del bono del Tesoro de Estados Unidos a diez años con la de uno similar argentino. Esa brecha era sinónimo de una mayor o menor confianza de los acreedores para prestar dinero comprando nuevos bonos en la refinanciación de vencimientos de deuda. El riesgo país actuaba como un factor de disciplinamiento del poder político para que aplique medidas de austeridad que, en búsqueda del respaldo de los mercados, aseguraran el pago de la deuda.

Cada una de esas experiencias con sus respectivas variables (dólar-Alfonsín; Bolsa-Menem; riesgo país-De la Rúa) tuvo al Fondo Monetario Internacional como el protagonista principal para (des)ordenar la economía con las condicionalidades de ajuste adheridas a los planes de auxilio financiero, facilitados por el despliegue de esos indicadores de la city alimentando la economía del miedo.

Este círculo vicioso se pudo romper con la cesación de pagos y la renegociación de la deuda con quita, disminución de la tasa de interés y extensión de los plazos de pago, como también con la cancelación total de la deuda con el FMI. Además, con la acumulación de abultadas reservas en las arcas del Banco Central para pulsear con éxito cada una de las corridas contra el peso. El riesgo país sigue ubicado en niveles muy elevados sin influencia relevante en el funcionamiento diario de la economía doméstica, revelando así que sólo es un índice de utilización política del mundo financiero, puesto que los indicadores de deuda argentinos son muy sólidos en relación con el PBI, reservas internacionales, sector externo y horizonte de vencimiento. La deuda dejó de ser un problema principal y el mercado de cambio oficial es manejado sin dificultad por el Banco Central.

La economía del miedo se quedó de ese modo sin indicadores de las finanzas globales para atemorizar sobre lo inevitable de una crisis. Ni el dólar, ni la Bolsa, ni el riesgo país. En el ciclo político del kirchnerismo irrumpieron entonces nuevos fantasmas con pronósticos sobre la inminencia de un default, recesión, desborde inflacionario o fuerte devaluación. Si bien tuvieron su impacto negativo en la formación de expectativas no han podido afectar en gran medida la evolución de la economía. El elemento diferenciador con los mencionados períodos anteriores fue que la gestión de la política económica no quedó subordinada a los dictados de indicadores financieros, sino que comenzó a disputar en pie de igualdad el control del escenario económico.

A partir del régimen de administración y control de acceso a la moneda extranjera, alquimistas de la economía del miedo encontraron la variable necesaria para recuperar aliento y fortalecer posiciones con predicciones de próximos descalabros: la cotización del dólar comercializado por fuera del circuito formal.

La trampa de la economía del miedo ahora es de color “blue”.

© Escrito por Alfredo Zaiat el sábado 09/02/2013 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Publicidad y la matrix… De Alguna Manera...


Publicidad y la matrix…
Paradoja: mientras en Argentina Moreno prohibía a los supermercados y casas de venta de electrodomésticos que hicieran publicidad en diarios, en China el gobierno prohibió la publicidad en televisión de artículos de lujo porque el crecimiento de la economía de consumo en ese país viene generando un abismo social cada vez mayor y la publicidad de carteras y ropa de alta gama, o relojes, joyas y otros artículos premium, “incentiva la ostentación y altera los valores de la sociedad”. Al igual que la de Moreno, la medida fue una respuesta a la coyuntura. En el caso argentino, por el recalentamiento de la inflación entre diciembre y enero. En el de China, por el boom de consumo que se registra por las fiestas de Año Nuevo, que en ese país se celebra este domingo 10 de febrero.

Es que la publicidad dice mucho sobre la economía de un país, su entramado social y la matrix política y cultural que le da sustento. No debería sorprender que la ex pobre China se preocupara por el exceso de consumo de parte de sus ciudadanos, mientras que la ex rica Argentina, por el empobrecimiento de los suyos, corroídos por la inflación. La forma en la que cada uno trata de resolver sus problemas es otra cosa. En eso Argentina y China se emparentan, porque prohibir la publicidad se asemeja más a matar al mensajero para que no se vean los problemas que a solucionar las causas que los producen. La publicidad es uno de los espejos donde la sociedad se refleja. No es casual que en todos los países de economía planificada, como la ex Unión Soviética y la China de Mao, la publicidad estuviera directamente prohibida. Y, al revés, que en las sociedades económicamente más desarrolladas la publicidad sea exuberante.

Hay cuestiones económicas y cuestiones políticas. Las económicas se expresan en la estadística que mide la inversión en publicidad sobre el total del producto bruto de un país. En los países pobres –de Africa, de Asia Central y los menos desarrollados de Latinoamérica– la inversión total en publicidad representa medio por ciento del producto bruto total del país. En los países medianos como el nuestro oscila en alrededor del uno por ciento del total del producto bruto. Ese porcentaje va creciendo cuanto más ricos son sus ciudadanos, hasta llegar al cuatro por ciento del producto bruto total en países como Japón, Alemania y Estados Unidos.

En esos países no sólo la publicidad es mayor porque la economía es más grande sino que además es cuatro u ocho veces mayor proporcionalmente. Para dar un ejemplo cercano: Brasil tiene una economía alrededor de seis veces más grande que la Argentina, pero la inversión en publicidad en ese país es veinte veces mayor que la de Argentina. En el caso de Estados Unidos, las diferencias son directamente siderales: su economía es treinta y tres veces mayor que la nuestra porque tiene ocho veces más habitantes con un producto bruto per cápita cuatro veces mayor, y la publicidad en EE.UU. termina siendo cien veces mayor que en Argentina.

Esto explica por qué los diarios argentinos tienen a los supermercados y casas de venta de electrodomésticos como principales anunciantes, mientras que el diario The New York Times no tiene esos avisos sino que sus principales anunciantes son artículos de lujo (casualmente los que el gobierno chino trata de prohibir en la TV). Los supermercados y casas de venta de electrodomésticos en Nueva York orientan su publicidad a diarios cuya tarifa es menos costosa, como el New York Post o el Daily News, porque no pueden pagar la alta tarifa de The New York Times.

Esto tiene la misma explicación que hace lógico que los países pobres inviertan medio por ciento de su producto bruto en publicidad y los ricos, cuatro por ciento. Los productos que integran la canasta más básica y son esenciales para sobrevivir, como los alimentos, tienen precios competitivos y parejos donde el espacio para la publicidad es muy pequeño (generalmente una papa no tiene marca). Mientras que en los objetos suntuarios la mayor parte de su costo se destina a publicidad (en un Armani o Louis Vuitton, el 70% de su precio puede ser publicidad).

Por eso se puede tener una rápida radiografía de la economía de un país observando si en sus publicidades se destacan principalmente los productos básicos o los suntuarios. Pero lo más interesante no son las explicaciones económicas sino las políticas y culturales. Y cómo ese sistema económico se retroalimenta con el sistema político y da lugar a un sistema de medios particular.

A una economía capitalista muy desarrollada le corresponde un sistema de gobierno con división de poderes, las llamadas a veces con desprecio “democracias burguesas”, y a la combinación de estos dos sistemas le corresponde un sistema de medios muy fuerte, casi blindado frente a cualquier presión que un gobierno desee aplicar sobre él porque la enorme cantidad de publicidad privada lo independiza de cualquier intento de regulación estatal.

Al revés, a una economía poco desarrollada y escasa de recursos le corresponde un sistema político con algún grado de hegemonía o partido único (formal o prácticamente), y a la combinación de ambos sistemas le corresponden medios precarios, frágiles, altamente vulnerables a cualquier presión o regulación gubernamental.

No es casual que el sistema de medios kirchnerista apueste al Estado como mayor anunciante y regulador de todo el mercado de publicidad, tanto de la oficial como de la de las empresas estatizadas y de las que continúan privadas, vía regulaciones. Ese sistema conceptualmente fue macerado en Santa Cruz, una provincia con 400.000 habitantes, menos que la mayoría de los partidos del Conurbano, donde por una cuestión de escala no podrían desarrollarse empresas de cierto tamaño y que resultaran grandes anunciantes.

Y fue posible replicar ese sistema primitivo a nivel nacional porque la magnitud de la crisis de 2002 hizo que Argentina descendiera algunos escalones en su sistema económico, lo que no podía sino hacer descender también los mismos escalones al sistema político y finalmente al sistema de medios, que no produce aislado del resto. La economía mejoró desde 2002, pero no siempre un organismo puede recuperarse del todo tras un traumatismo.

Argentina no precisaría, como China, tener que prohibir la publicidad de las marcas de lujo porque ya se fueron casi todas del país. Quedaban los supermercados y las casas de venta de electrodomésticos. Es lo que hay. Iban a ir por ellos.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 09/02/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires