A 36 AÑOS DEL GOLPE EN CHILE
A fines de los sesenta el cono sur de América empezó a constituir un dolor de cabeza para los norteamericanos.
En octubre de 1968 el general Juan Velasco Alvarado derrocó en el Perú a Fernando Belaúnde Terry, nacionalizando la banca, las industrias petrolera, pesquera y cuprífera, y llevando adelante la primera reforma agraria en la historia de su país.
En septiembre de 1969 el general Alfredo Ovando Candia depuso al presidente boliviano Luis Adolfo Siles Salinas y, de inmediato, derogó el Código del Petróleo [o Código Davenport, nombre proveniente de la firma de abogados estadounidenses que lo había redactado] y también lo nacionalizó respaldado por un revolucionario Mandato de las Fuerzas Armadas, estableció la primera Estrategia de Desarrollo Nacional, basada principalmente en los esfuerzos propios de la república, y aceleró la instalación de los hornos de fundición de estaño.
En septiembre de 1970, el socialista Salvador Allende ganó las elecciones chilenas, lo que le permitió nacionalizar la industria del cobre y la banca, acelerar la dotación de tierras a campesinos pobres y dar un vaso de leche diario a cada niño chileno.
Si cada uno de estos procesos preocupaba por separado a Washington, el tener que enfrentarlos conjuntamente resultaba intolerable. Los EE.UU. desplegaron rápidos esfuerzos para terminar con estos gobiernos andinos.
Sin embargo, en Bolivia, después de desestabilizar a Ovando, no pudieron evitar que otro general patriota, Juan José Torres, siguiera la huella de su predecesor a partir de agosto de 1971.
Más tarde se sumaría otro hecho decisivo: el retorno victorioso del general Juan Perón y el triunfo peronista en la Argentina. Allende asumió el gobierno con sus frentes interno y externo muy convulsionados.
Las Memorias del secretario de Estado norteamericano de la época, Henry Kissinger, demuestran sin lugar a dudas la abierta ingerencia de la CIA y de las trasnacionales como la ITT en el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, que encabezó el general Augusto Pinochet.
El golpe fue antecedido de agudas confrontaciones sociales, en las que los empresarios –principalmente los dueños de camiones que paralizaron el comercio- y la clase media urbana movilizaron sus huestes para boicotear al gobierno de la Unidad Popular (UP).
Por otra parte, los cinco partidos políticos que co-gobernaban con Allende no lograron actuar de manera unitaria y coherente. Salvador Allende nació el 26 de junio de 1908 en Valparaíso.
Tras el servicio militar ingresó a la universidad, donde pronto se transformó en líder estudiantil de Medicina y de la FECH. Participó en la fundación y terminó conduciendo el Partido Socialista chileno.
En 1929, adoptando la tradición familiar, ingresó a la masonería.
El 4 de septiembre de 1970 se llevaron a cabo las elecciones presidenciales más disputadas de la historia chilena, bajo un clima tenso y febril.
Después de varios intentos fallidos a lo largo de una década, finalmente Salvador Allende, el Chicho, a la cabeza de una alianza de partidos de izquierda, logra la victoria.
Luego, por espacio de mil días, se desarrollaría la experiencia de la Unidad Popular.
El balance de ese agitado período es hoy patrimonio exclusivo de la historia.
Lo cierto es que una vasta conspiración, en la que tomaron parte activa el capital nacional y transnacional, el imperialismo, las fuerzas políticas del centro –la democracia cristiana- y la derecha, y los gremios empresariales y profesionales de la pequeña burguesía, creó las condiciones que condujeron a las Fuerzas Armadas a interrumpir a sangre y a fuego el 11 de septiembre de 1973 la democracia chilena, poniendo fin al gobierno popular y desatando una ola de persecución y muerte que tiñó de sangre las calles del país andino.
Salvador Allende pagó con su vida su profunda vocación democrática y su inquebrantable lealtad con su pueblo.
Previo al instante supremo con el que será recordado para la posteridad, denunció las dimensiones de la traición y vaticinó con clarividencia el período gris que se abatiría sobre Chile.
En su conmovedora alocución final antes de que lo mataran firme en su puesto en el Palacio de la Moneda, hizo lugar a la esperanza.
Sus últimas palabras propagadas por radio Magallanes fueron:
“Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse; sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
Tres poetas americanos lo recuerdan así:
Para matar al hombre de la paz, para golpear su frente limpia de pesadillas tuvieron que convertirse en pesadilla; para vencer al hombre de la paz tuvieron que congregar todos los odios y además los aviones y los tanques; para batir al hombre de la paz tuvieron que bombardearlo, hacerlo llama, porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz tuvieron que desatar la guerra turbia; para vencer al hombre de la paz y acallar su voz modesta y taladrante tuvieron que empujar el terror hasta el abismo y matar más para seguir matando; para batir al hombre de la paz tuvieron que asesinarlo muchas veces, porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz tuvieron que imaginar que era una tropa, una armada, una hueste, una brigada, tuvieron que creer que era otro ejército; pero el hombre de la paz era tan solo un pueblo ,y tenía en sus manos un fusil y un mandato ,y eran necesarios más tanques, más rencores, más bombas, más aviones, más oprobios, porque el hombre de la paz era una fortaleza.
Para matar al hombre de la paz ,para golpear su frente limpia de pesadillas tuvieron que convertirse en pesadilla, para vencer al hombre de la paz tuvieron que afiliarse siempre a la muerte ,matar y matar más para seguir matando y condenarse a la blindada soledad; para matar al hombre que era un pueblo tuvieron que quedarse sin el pueblo.
Mario Benedetti (Uruguay)
Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada ,y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes.
Yo vendré del desierto calcinante y saldré de los bosques y los lagos y evocaré en un cerro de Santiago a mis hermanos que murieron antes.
Yo unido al que hizo mucho y poco al que quiere la patria liberada dispararé de las primeras balas más temprano que tarde sin reposo; retornarán los libros, las canciones que quemaron las manos asesinas, renacerá mi pueblo de su ruina y pagarán su culpa los traidores.
Un niño jugará en una alameda y cantará con sus amigos nuevos ,y ese canto será el canto del suelo a una vida segada en La Moneda.
Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes.
Pablo Milanés (Cuba)
Recuerdo, ya de niño, me hablaban de un países triado hacia el Pacífico, me decían que Chile era un perfil de cara a la esperanza, que su gente andaba sin apuro forcejeándole al sol cada mañana.
Luego, cuando los años se nos vinieron del oeste, supe que Chile era un hermano nuevo, original y hermoso, que Chile era un silencio y un murmullo, una costa infinita de este lado del mundo, y un motivo de lucha de este lado del triunfo.
Y había un hombre (que era decir un pueblo), con su traje de calle y sus ojos de abuelo, un hombre salvador, un Che de saco y de chaleco, un revolucionario con bolas y pellejo que supo ir a la muerte como quien descubre un sueño y se llenó de Chile, ese país que es nuestro. Yo sé que estás peleando, Che Salvador, eterno.
Eduardo Mazo (Argentina)
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