sábado, 14 de diciembre de 2013

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo... De Alguna Manera...


La última clase…

“Un solo corazón…” Hebe y Milani

A las Madres de Plaza de Mayo
A la rectora de la UPMPM, Inés Vázquez
A nuestros alumnos y ex alumnos
A todos los compañeros

Ha ocurrido algo que, para nosotros, docentes de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, marca un límite: la bienvenida a un general imputado como genocida  -César Milani- a un ámbito que debió permanecer intocado: el de las Madres, el de los desaparecidos, el de una universidad que nació como “de lucha y resistencia”.

Aún nos parece increíble que algo así haya pasado. Durante 14 años, desde nuestra cátedra “Modernidad y Genocidio”, hemos sido parte de un proyecto que nació, más que como una institución de enseñanza, como una usina de pensamiento crítico y de acción militante, como un espacio de formación de cuadros revolucionarios, un lugar único desde el mismo emblema que lo sostenía: “Amor al saber y ganas de transformar el mundo”.

Muchos compañeros realmente valiosos, insustituibles, pasaron por las aulas de la UPMPM. 

Nunca se pudo reponer lo que ellos aportaban. El momento de inflexión empezó con la llegada del gobierno kirchnerista. Al principio de esa deriva, quisimos creer que aunque las Madres lo apoyaran, la Universidad podría seguir conservando su independencia. Pensamos, sin imaginar hasta qué punto nos estábamos equivocando, que si no se tocaba un programa como el de nuestra materia –“Modernidad y genocidio”- elaborado desde una perspectiva marxista, quizá podríamos mantener un núcleo de resistencia, desde el cual ir recomponiendo la vieja Universidad, tal como era, tal como la soñamos con quienes ya no estaban, pero que habían hecho posible que esa Universidad existiera.

No fue así. Año tras año, la Universidad fue perdiendo su antigua substancia, aquello que la sostenía y le otorgaba sentido. Debemos reconocer, nobleza obliga, que jamás fuimos censurados por las Madres ni por ninguna autoridad de la institución. Todo lo contrario.

Esa libertad de pensamiento, de cátedra, de contenidos, que en ningún otro lugar hubieran sido aceptados, fomentaba nuestra esperanza, un poco ingenua, de recuperar lo perdido, aquello que surgió, entre la medianía, como un viento libertario, como un espacio abierto a todos: a los piqueteros, a los movimientos sociales, a los luchadores sindicales y barriales, a todos aquellos para quienes el saber “académico” está habitualmente negado.

La quimera terminó. O los restos que quedaban, para decirlo mejor. La cara del Che, aunque siga en las fotos que cuelgan de las paredes, ya no ilumina. Ha sido reemplazada por el rostro oscuro de un represor,  cuya actuación criminal durante la dictadura fue denunciada por las propias víctimas, mientras que el CELS y otros organismos de derechos humanos, acumulan prueba sobre prueba. Hay todavía más: en la entrevista de diez páginas que le concede la revista de las Madres, “Ni un paso atrás”, el general acusado de torturador anuncia  que se propone “hacer algo con la Universidad de las Madres. Algún seminario o algún curso”. ¿Quiénes serán sus alumnos?, habría que preguntar. Es difícil imaginarlo.

Casi como una premonición de lo que se venía, nuestra última clase de este año fue dedicada –no como homenaje, sino como un abrazo profundo- a los luchadores de los años 70, a esos miles de compañeros secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura militar, de la cual este general ,hoy “blanqueado”, formó parte.

Hasta acá llegamos. Nosotros no podemos seguir. Por respeto a la lucha heroica y solitaria de las Madres en los años más sombríos de la historia. Pero, sobre todo, por solidaridad con quienes no volvieron, nuestros compañeros, en cuyo nombre hoy hablan aquellos que están en pugna con su propio pasado. Los desaparecidos no están para defenderse. 

Cualquiera puede, entonces, manipularlos a su antojo,  adjudicándoles proyectos a la medida de las miserias del presente. O de sus propias miserias.

Nadie entrega su vida para que persevere la desgracia de un sistema despiadado. No era eso lo que querían los militantes de los 70, no esta Argentina que se va convirtiendo en una gigantesca villa miseria, donde centenares de miles revuelven la basura y, si se animan a protestar, ya hay una ley Antiterrorista preparada para ellos. Lo vimos en 2012, cuando  decenas de  trabajadores que cortaron una ruta por reclamos salariales,  fueron llevados, con sus mujeres y sus hijos, a Campo de Mayo, uno de los mayores campos de concentración y exterminio que funcionó en la dictadura. Un escarmiento siniestro en un país donde hubo un genocidio. Pero también una señal de advertencia destinada a frenar futuras rebeliones. El operativo fue ordenado por un cuadro del Ejército, designado por el actual gobierno para  “cuidar”  la seguridad interior. ¿Cuidarla de qué?

Argentina, finales de 2013. El desierto crece. La obscenidad está avanzando. Los sueños han sido triturados, los cuerpos rotos y arrojados al mar. Ellos, nuestros hermanos asesinados, no tuvieron el derecho de morir su propia muerte. Irnos de un lugar donde ya no tienen lugar es una forma de no dejarlos solos. A ellos, que querían cambiar la vida, el mundo, la relación con los otros. A esos muertos, tan entrañables, que no terminan de morir y a quienes no terminan de matar.

© Escrito por Raquel Angel y Alberto Guilis el lunes 09/12/2013 y publicado por plazademayo.com

País Cristóbal... De Alguna Manera...


País Cristóbal...

La espalda. Tinelli, metáfora de una Argentina excesiva. Foto: Cedoc

El goce busca su límite. Si no lo encuentra, se transforma en perverso y autodestructivo. Al revés de lo que sucede en muchos países, en la Argentina los excesos no son rechazados  sino aceptados y hasta valorados. Eso indica nuestro estadío evolutivo.

Las costumbres cambian con las generaciones. Mientras que para los mayores tatuarse es señal de autoflagelación, para los menores de 35 años es algo normal. No hay nada grave en ello. Pero una cosa son algunos tatuajes y otra es tatuarse todo el cuerpo.

Es la falta de medida lo que transforma el goce en perversión, o a la virtud en defecto. Y los argentinos tenemos una marcada tendencia a transformar en siniestro lo sublime. Pero lo que es monstruoso para algunos puede ser bello para otros y lo importante –nuevamente– son las proporciones de los colectivos sociales, porque si lo excesivo es atractivo para un grupo proporcionalmente muy numeroso, las formas de hacer la política y la economía también serán excesivas.

Se podría enhebrar en un arbitrario hilo conductor la espalda de Tinelli, las miles de máquinas tragamonedas que Cristóbal López tiene en el Hipódromo ubicado en la zona más acaudalada de Buenos Aires, con la osadía de Néstor Kirchner, el solipsismo de Maradona, los ciudadanos normales transformados en una horda primitiva que van a saquear a sus propios vecinos y los policías convertidos en extorsionadores. Todos, dentro de sus posibilidades e intereses, practican alguna forma de goce del no límite.

Aclarando que Tinelli tiene todo el derecho de hacer con su cuerpo lo que quiera y ninguna responsabilidad con los otros hechos enumerados, hice esa asociación libre porque estando de viaje en el exterior recién vi la foto de su espalda tatuada al regresar, el lunes pasado, el mismo día en que el Gobierno de la Nación y el de la Ciudad de Buenos Aires le condonaban a Cristóbal López una deuda tributaria por sus casinos y que a la noche comenzaba en Tucumán el más grave de los saqueos por falta de policías (dicen los tucumanos que fueron peor que los de 2001/2002).

Me resultó obsceno que justo a quien gana dinero sin riesgos con casinos –lo que le permite comprar los medios de Hadad y de Tinelli– se lo exima del pago de impuestos reclamado. Me resultó una metáfora de país excesivo, de país transgresor (no es casual que sea el único del mundo donde Cuevana inventó un Netflix gratis), un “País Cristóbal”. Este empresario de crecimiento sideralmente llamativo no es el único que aspiró a la alquimia de transformar plomo en oro, porque con una trayectoria distinta los Eskenazi “compraron” YPF sin dinero.

Pero Cristóbal es el más exitoso de esta época excesiva, tanto que hasta se arriesga a adquirir medios de comunicación y subir su exposición pública sin detenerse a considerar los riesgos de estar pidiéndo demasiado a la tolerancia cívica. La que un día, cansada, pueda terminar reclamando la estatización de los casinos y que su nombre se convierta en sinónimo de aspiración de impunidad, como acabó siendo el de Yabrán.

Nadie compra la radio número uno del país para echar  al conductor del programa más exitoso del horario que concentraba la mayor facturación publicitaria –como hizo Cristóbal López con Longobardi– si su actividad empresaria en los medios de comunicación fuera genuina. Es tan obsceno como la condonación de los impuestos que reclamaba el Gobierno de la Ciudad. Y es evidente que ambos hechos están concatenados porque debido al alto poder de lobby (cuando se los usa pacíficamente) o de extorsión (cuando se los usa violentamente) los medios de comunicación no deberían pertenecer a quienes tengan alguna clase de negocios regulados por el Estado, para que su influencia no sea utilizada en contra del patrimonio común de toda la sociedad.

Una grave omisión de la Ley de Medios, que expresamente prohíbe que sean sus propietarios personas con determinados negocios con el Estado, es el haber dejado fuera de esa prohibición a los casinos, el más rentable de todos ellos.

Pero no solo a los dueños de casinos: salvo los prestadores de servicios públicos (telefonía de línea, gas, luz, agua y recolección de residuos) erróneamente no están limitados a ser titulares de medios de comunicación tampoco los contratistas del Estado (Electroingeniería con Radio del Plata y Canal 360, por ejemplo), y los titulares de una concesión petrolera (Manzano con Grupo Uno, por caso) o concesión de peajes en rutas (como el propio Cristóbal López, además de los casinos).

Si apropiándose de los medios de comunicación los poderosos consiguen cobertura para sacar más del Estado y de lo público, de alguna forma saquean el patrimonio de todos y se baja el umbral moral de toda la sociedad. Así, el saqueo de un electrodoméstico, aunque falaz y arbitrariamente, se autojustifica en “quien roba a un ladrón (por todos los que tienen) tiene cien años de perdón”.

Tanto la mafia como el Ejército de Salvación y todos los grupos tienen cosas que están bien y cosas que están mal. Siempre hay una moral, por más discutible que esta sea, aún en forma de códigos. Y siempre es construida por el ejemplo de las prácticas de los más visibles de cada estamento. Si los amigos de los gobiernos utilizan su poder de lobby y extorsión, ¿por qué los policías no usarían entonces su poder extorsivo para mejorar sus beneficios? Si todo es cuestión de poder, la fuerza es un gran poder. Y hasta podría ser el mayor poder.

Cristóbal López, probablemente el hombre que más se enriqueció en la era kirchnerista, viendo los saqueos y la extorsión policial de estos días, debería reflexionar sobre la conveniencia de ganar todas las apuestas en el casino de su propia vida. La falta de límite puede llevar al más vivo a la autodestrucción.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 14/12/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Ya nada será igual... De Alguna Manera...


Ya nada será igual…

Abuso del pañuelo, Cristina Fernández de Kirchner. Dibujo: Pablo Temes.

Cristina, Bonafini y Carlotto se ven como luchadoras de los derechos humanos, pero obviaron las muertes por los saqueos.

No es gratis bailar con Moria Casán mientras parte del país está en llamas y en pánico y muchos argentinos pagaron semejante salvajismo con sus vidas. Las señales demagógicas que se envían desde el poder han contribuído a construir un sujeto anárquico que tomó al pie de la letra el vamos por todo, porque lo convencieron de que la democracia solo consiste en ejercer derechos a cambio de ninguna obligación.

Algo muy profundo se quebró. Ya nada será igual en este país en ebullición. A 30 años de la refundación de las instituciones republicanas, es necesario renovar varios contratos que se rompieron con muchos dirigentes políticos y ciertos organismos de derechos humanos.

En varios aspectos hay que empezar de nuevo. Una docena de compatriotas murieron en las calles –en medio de una implosión social producto de la ausencia del Estado– y la Presidenta de la Nación, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo no tuvieron ni siquiera una palabra de pésame por los familiares de las víctimas. Tres mujeres que se ven a sí mismas como la encarnación de la defensa de los derechos humanos cayeron en un pragmatismo inquietante al solo efecto de cuidar sus respectivas quintitas.

Cristina calló. Tapó la boca de sus convicciones con la venda de las conveniencias. Hebe dijo que los años democráticos solo fueron los últimos diez. Y Estela levantó sospechas sobre la identidad de las víctimas. Luis D’Elía se atrevió a llamar las cosas por su nombre y a expresar lo que sus compañeras K intentaron disfrazar: “Los muertos del 19 y 20 luchaban contra el neoliberalismo y los de estos días fueron a robar con la policía”.

Clarísimo: hay muertos buenos y malos y los que murieron bajo el gobierno de Cristina, “por algo será”. Conceptualmente dictatorial. Muchos artistas que en su momento defendieron las libertades y lucharon contra la impunidad, esta vez también miraron para otro lado.

Es el final lamentable de un sectarismo que en varios casos fue cooptado por el Estado con ideología o dinero. Fue muy explícito cuando se obligaron al silencio cómplice ante el siniestro ferroviario de Once; ahora lo confirman entrevistando y elogiando al muy cuestionado general César Milani y despreciando a los muertos de este diciembre caótico e inquietante. Es contradictorio con aquella verdad de que la memoria debe funcionar siempre. Por los desaparecidos de hace 30 años y por los muertos de hace 30 minutos. Solo le pido a Dios que la muerte no me sea indiferente, debe ser una verdad bajo cualquier gobierno. 

Hay que decirlo con todas las letras. Hebe de Bonafini y Estela Carlotto ya no defienden los derechos humanos de todos y todas. Defienden al gobierno de Cristina. Están en todo su derecho. El mismo que le asiste al resto de los argentinos que no se sienten representados por esa camiseta y deben parir nuevas entidades humanitarias  y ecuménicas, que traten a todas las víctimas por igual y que condenen todo tipo de atropellos, incluso los producidos por el gobierno de Cristina.

Moria moviendo sus caderas con CFK se convirtió involuntariamente en un síntoma bizarro de la degradación de ciertos valores. La vedette supo defender incluso en democracia a los militares con la misma liviandad con que respaldó a Alfonsín, Menem, Cristina y la mano dura. Educó a su hija en el territorio mediático, ofrecieron en forma conjunta sus cuerpos desnudos, exhibieron su amor por el porro y luego la madre le reprochó a la hija que no tuviera responsabilidades a la hora de ganarse la vida con su trabajo o de educar a su propia hija.

Podría decirse que la fase “Moria Casán” es la etapa superior del kirchnerismo. Donde todo vale. Donde todo es lo mismo. Y donde la frivolidad que factura millones es reinterpretada como transgresión revolucionaria.

Hay que tener mucho cuidado con esos mensajes nefastos que se envían al trabajador esforzado. Muchos disvalores permean y se vuelven en contra de los mismos que los industrializan alegremente. Un gobernador como José Alperovich, que ganó con amplitud en las elecciones, tuvo una gran cintura para proteger los automóviles de las concesionarias de su emporio familiar, pero se tuvo que comer una concentración cacerolera de 15 mil personas que protestaron contra su gobierno y su maldita policía. Ahí también hay contratos que renovar. No alcanza con la legalidad que dan las urnas. Hay que completarla con una legitimidad de gestión. Son representaciones que deben revalidarse día a día.

Esa multitud que espontáneamente se concentró en Tucuman fue similar en términos numéricos a la que concurrió a Plaza de Mayo para el festival de músicos que parecían tocar en la cubierta del Titanic. ¿Cómo es posible que pierdan la sensibilidad y no se den cuenta que luego es difícil volver de determinados fanatismos y negaciones? Cristina movía su esqueleto, tocaba el tambor y no comprendía que había también un mensaje en el módico poder de convocatoria que exhibieron los chicos de La Cámpora. Exagerando, se podría decir que había mas micros que gente. Y eso que los números musicales eran muy atractivos: León Gieco y La Renga, por ejemplo. Dijo bien Adolfo Pérez Esquivel: “No estaba de ánimo para festejos”. Muchos dirigentes pidieron postergar la fiesta. Rodolfo Terragno fue irónico en su comunicado: “Cae un edificio en Rosario por escape de gas: dos días de duelo nacional. Muere gente en todo el país por crisis policial-social: fiesta”.

Cuando se pierde el sentido común no hay relato que alcance. Cuando se fomenta la demagogia de que una democracia solo tiene premios y ningún castigo, aparecen los problemas soterrados: canas que le ponen una pistola en la cabeza a la democracia, lumpenajes varios de la birra y el robo de electrodomésticos, barras bravas del fútbol corrupto, bandas de narcos cada vez mas activas y patoteros del piquete fácil y la capucha.

Cuando se fomenta el odio, la venganza, el incumplimiento de las leyes y las normas, se envía corruptos a representar al país en los funerales de Mandela y se intenta destituir a los fiscales honestos que investigan la complicidad de Lázaro y Cristina, algo muy grave se está instalando. La mente brillante de Santiago Kovadloff pudo sintetizarlo como una verdad revelada: “El saqueo de abajo es un reflejo del saqueo de la Republica”. 

© Escrito por Alfredo Leuco el sábado 14/12/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.