sábado, 22 de mayo de 2021

¿Cómo surgió el terrorismo de Estado? @dealgunamaneraok...

 ¿Cómo surgió el terrorismo de Estado? 

La dictadura de 1976 está signada, entre otras cosas, por el terrorismo de Estado. Ese dispositivo de represión clandestina fue el corolario de un largo proceso de intervención política de los militares y una serie de prerrogativas habilitadas por el gobierno de Isabel Martínez de Perón.

© Escrito por Esteban Pontoriero el martes 23/03/2021 y publicado por el La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos. 



Cuando esto ocurre [la suspensión total del orden jurídico vigente], es evidente que mientras el Estado subsiste, el derecho pasa a segundo término. Como quiera que el estado excepcional es siempre cosa distinta de la anarquía y del caos, en sentido jurídico siempre subsiste un orden, aunque este orden no sea jurídico. La existencia del Estado deja en este punto acreditada su superioridad sobre la validez de la norma jurídica. La “decisión” se libera de todas las trabas normativas y se torna absoluta, en sentido propio. Ante un caso excepcional, el Estado suspende el Derecho por virtud del derecho a la propia conservación.[1]

 

El 16 de febrero de 1975 en la plaza de armas del Regimiento Patricios de Mendoza se llevó a cabo el velatorio del capitán Héctor Cáceres, muerto unos días antes en el monte tucumano durante un enfrentamiento con miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El hecho se produjo en un contexto particular: desde los inicios de ese mes el Ejército argentino se encontraba realizando una acción represiva y de exterminio en gran escala para eliminar el “foco rural” que esa organización político-militar había establecido en la provincia de Tucumán. En el funeral del oficial muerto, el general Leandro Anaya, Comandante en Jefe del Ejército, expresó: “El 29 de mayo próximo, al conmemorarse el aniversario de la fuerza [el día del Ejército], manifestaré: “el país ha definido claramente la forma de vida dentro de la cual desea desenvolverse. El gobierno, respaldado por los sectores más representativos del quehacer nacional, ha adoptado la firme determinación de hacer efectivo dicho mandato” […]. Dije en una oportunidad: “el Ejército está preparado para caer sobre la subversión, cuando el pueblo así lo reclame a través de sus legítimos representantes”. El pueblo lo ha reclamado. El Ejército cumplió”.[2]

 

La lectura de este párrafo nos conduce a formular algunas preguntas: ¿Cómo y por qué el arma terrestre llegó a ocuparse de la realización de tareas represivas? ¿Cuál fue el papel que cumplieron las autoridades políticas en ese proceso? ¿Por medio de qué marco legal se habilitó el uso del Ejército en el orden interno? ¿A quién o a quiénes habían definido como el enemigo los hombres de armas y el gobierno? ¿En qué tipo de conflicto interno creían estar involucrados los actores políticos y militares? 

Hacia fines de 1975 ya estaban disponibles dos factores centrales de la represión clandestina que ejecutarían las Fuerzas Armadas con el Ejército a la cabeza: un abordaje para la guerra interna y un marco legal que habilitaba un estado de excepción.


Hacia fines de 1975 ya estaban disponibles dos factores centrales de la represión clandestina que ejecutarían las Fuerzas Armadas con el Ejército a la cabeza: un abordaje para la guerra interna y un marco legal que habilitaba un estado de excepción. Se contaba con una teoría y una práctica para la contrainsurgencia desde los años finales de la década del cincuenta. A su vez, el gobierno peronista de María Estela Martínez de Perón (1974-1976) dictó un conjunto de decretos que edificaron una creciente excepcionalidad jurídica. Este proceso poseía importantes antecedentes en las dictaduras militares de la “Revolución Libertadora” (1955-1958) y de la “Revolución Argentina” (1966-1973) y en las presidencias constitucionales de Arturo Frondizi (1958-1962) y de Arturo Illia (1963-1966). Durante el mandato de Martínez de Perón se dictaron el estado de sitio en noviembre de 1974 y los decretos “de aniquilamiento de la subversión” al año siguiente.

 

En los primeros días de febrero de 1975, el Poder Ejecutivo convocó al Ejército para darle la mayor responsabilidad en materia represiva: lograr la derrota y el exterminio del “foco guerrillero” que el ERP había instalado en una zona rural de la provincia de Tucumán desde algunos meses atrás. Luego del ataque de la organización político-militar peronista Montoneros al Regimiento de Infantería de Monte 29 en la provincia de Formosa en octubre, aquella misión tomó un carácter nacional mediante el decreto 2772. Las autoridades políticas y militares consideraban que, en la coyuntura de 1975, la defensa y el resguardo de la República justificaban la suspensión de partes sustanciales del orden jurídico para garantizar su supervivencia ante una amenaza caracterizada por ambos actores como “subversiva”.


 

Escribir sobre el terrorismo de Estado es también escribir sobre la guerra. Los militares (al igual que la mayoría de la dirigencia política, diversos sectores de la sociedad civil y las organizaciones armadas) partían de la premisa de estar librando una contienda bélica. En base a ello diagramaban su doctrina, estrategia, hipótesis de conflicto, métodos de combate e intervención en el orden interno. Además, no se trataban de cualquier enfrentamiento armado sino de una “guerra contra la subversión”. Esto implicaba, por ejemplo, incorporar el crimen a la operatoria castrense.

 

¿Por qué el Ejército recurrió a prácticas represivas clandestinas que no figuraban o estaban prohibidas en los reglamentos elaborados por la propia institución desde la incorporación de las nociones contrainsurgentes? La respuesta a esa pregunta debería tomar en cuenta una serie de factores: la influencia ejercida por el pensamiento contrainsurgente y las prácticas criminales que éste avalaba; la amnistía generalizada de los presos políticos capturados y juzgados durante la “Revolución Argentina” ocurrida durante la presidencia de Héctor Cámpora (mayo a julio de 1973); la situación ventajosa que le daría a los militares desde el punto de vista operativo, asegurando la efectividad y la impunidad por las tareas ilegales que éstos realizaran y la probada eficacia del terror entendido como un arma de guerra contra los opositores políticos. Además, la masacre debía esconderse para el resto del mundo y especialmente frente a los eventuales reclamos que pudiera realizar la Iglesia Católica, como ya había ocurrido con las ejecuciones que tuvieron lugar en la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile (1973-1990). 

Se había delineado una estrategia represiva y de aniquilamiento que se basaba en la conducción centralizada y la ejecución descentralizada: esto brindaba ciertos niveles de autonomía a las jerarquías inferiores. Estos principios fueron la culminación de un recorrido formativo y de elaboración doctrinaria iniciado en 1955.


El Ejército condensó una serie de principios para guiar su accionar contra los opositores políticos o aquellos individuos o colectivos percibidos como tales. Se había definido un enemigo, la “subversión”, caracterizado por estar oculto entre la población, su extremismo ideológico y de métodos, operar en varios frentes y buscar la toma del poder para transformar de raíz los supuestos fundamentos políticos, culturales, religiosos y económicos de la Argentina. Se había delineado una estrategia represiva y de aniquilamiento que se basaba en la conducción centralizada y la ejecución descentralizada: esto brindaba ciertos niveles de autonomía a las jerarquías inferiores. Estos principios fueron la culminación de un recorrido formativo y de elaboración doctrinaria iniciado en 1955.

 

Las máximas autoridades de la fuerza habían decidido el exterminio del enemigo. Desde el “Operativo Independencia”, el concepto de “aniquilamiento” se convirtió en el ordenador de las prácticas represivas. No obstante, los militares en soledad no hubiesen podido imponer sus ideas y encarar la “lucha antisubversiva” si no hubieran contado con el aval político que solamente les podían otorgar las máximas autoridades del gobierno. Los secuestros, las torturas, los centros clandestinos, los asesinatos masivos, las desapariciones, las variadas formas de destruir o esconder los cuerpos, se convirtieron en la marca registrada del terrorismo de Estado en nuestro país, junto con una serie de prácticas legales o legalizadas por la dictadura tales como la prisión política o el exilio.


En los prolegómenos del golpe de Estado de marzo de 1976, un conjunto de elementos diacrónicos confluyó con otros de tipo sincrónico. Una serie de procesos de largo plazo (desarrollos doctrinarios, jurídicos, de imaginarios, de estructuras organizativas y de prácticas) se imbricaron con otros de corta duración (un diagnóstico de coyuntura, usos, apropiaciones, prácticas represivas, una convocatoria presidencial a la “lucha antisubversiva” y un contexto de crisis política, económica e intra gubernamental) dando lugar al surgimiento de un determinado fenómeno histórico: la represión clandestina y su cara más brutal, el exterminio secreto.

 

La seguridad interna se hallaba completamente integrada a la esfera de la defensa nacional, más que en ninguna de las otras coyunturas previas. La lógica del estado de excepción, existente en diferentes momentos entre 1955 y 1976, creó una situación compleja respecto del marco constitucional. La incorporación de las FF.AA. a la esfera de la seguridad interna para ejecutar tareas represivas se realizó mediante una legislación de defensa atravesada por el imaginario de la “guerra contrainsurgente” que permitía suspender una parte de las garantías constitucionales y que avalaba la implementación de un conjunto de prácticas represivas sostenidas en ese marco legal de emergencia. Desde la lógica castrense no existía una ruptura entre el orden legal y la acción clandestina: la introducción de un estado de excepción les daba a los militares la primacía en la represión y exterminio de la “subversión”. Una serie de decretos confirmaba la percepción del Ejército de estar inmerso en una guerra que –es importante remarcarlo– implicaba la realización de acciones criminales.

Desde la lógica castrense no existía una ruptura entre el orden legal y la acción clandestina: la introducción de un estado de excepción les daba a los militares la primacía en la represión y exterminio de la “subversión”. 

Los pares dicotómicos estatalidad/paraestatalidad y acción pública/acción clandestina en un marco de excepción pierden su operatividad para el análisis histórico: deben abordarse considerando sus cruces y porosidades. Las medidas propias de un estado de excepción imponen una situación en la que la división polar “legal/ilegal” deja de funcionar como clave de comprensión de las acciones ejecutadas por el Estado. En el caso argentino, por ejemplo, muchas de las medidas represivas que implementaron los militares estaban fuera del orden jurídico. Sin embargo, la legislación de defensa que se sancionó en los sesenta y entre 1974 y 1975 permitió que aquellas prácticas ilegales se volvieran legales. Por lo tanto, como señala Marina Franco “el problema no es entonces la ‘legalidad o la ‘ilegalidad’ de las acciones, sino el carácter excepcional y ascendente de esas medidas ‘legales’ fundadas en el estado de necesidad que llevó a la suspensión progresiva del Estado de derecho en nombre de su preservación. Fue ese proceso, efectivamente, el que condujo a la militarización del Estado y alimentó, una vez más, la autonomización de las Fuerzas Armadas”.[3] 

Para finalizar, a partir de 1975 la acción represiva y de exterminio se movieron en una “tierra de nadie” creada por la combinación de la excepcionalidad jurídica con la contrainsurgencia. Este proceso tuvo como condición de posibilidad los desarrollos doctrinarios y gubernamentales previos. 

[1] Carl Schmitt. Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía. Buenos Aires, Struhart & Cía., 2005, p. 30. 

[2] Clarín, 17 de febrero de 1975, p. 5. 

[3] Marina Franco. Un enemigo para la nación…Op. Cit.,p. 181. 

Esteban Pontoriero. Doctor en Historia por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), Investigador Asistente en CONICET.



domingo, 16 de mayo de 2021

El teorema de Zannini, la vacuna de Macri y la muerte de Lifschitz. @dealgunamaneraok...

El teorema de Zannini, la vacuna de Macri y la muerte de Lifschitz

 


El procurador del tesoro dijo, sin esconder nada, que en este país y para este gobierno, hay un tipo de sujeto que tiene la calidad de ‘personalidades protegidas’, mientras todos los demás no. Los sujetos, según su teorema, aquellos que integran o coinciden con las ideas del gobierno, y en el ejemplo citado- el de Horacio Verbitsky- quienes se encargan de propagandizar las mismas, lo son. Los demás, no.

© Escrito por Coni Cherep el domingo 16/05/2021 y publicado por CONICHEREP.COM, de la Ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe de la Vera Cruz.

 

Zannini es ejemplar. Tiene el descaro que sólo da la impunidad y la convicción de sentirse diferente. No voy a entrar en su formación ideológica, porque no hay ninguna ideología vigente que ampare al inmoral. Ningún libro que pretenda imponer ideas, contempla la idea de que un grupo de ciudadanos tiene derecho a lo urgente, y otros no, por la mera pertenencia a un sector, partido o cosa por el estilo.

 

Mauricio Macri es un ejemplo también. No se concibe como un dirigente político, no se asimila con el resto de los mortales. Se va a Miami y se vacuna. No viola ninguna ley, claro. No se anticipa a nadie en las colas públicas de la lenta e interminable vacunación nacional. Pero se va a otro país, asumiendo que es diferente a los hombres comunes. Que él es rico y puede, sin preocuparse por lo que les ocurre a los demás. Si Macri hubiera sido el capitán del Titanic, se subía primero a los botes. Lo compraba, quizás. Porque al fin y al cabo se desnuda: tiene una formación clasista y un mirada ultra liberal. Si podés, te vacunás, sino lo siento. Las cartas se barajan así, se trata de la suerte que tuvimos al nacer o sino, de la viveza de haber hecho negocios sucios con el Estado durante décadas, sin importar con quienes.


A Macri, no le caben las generales de los ricos que agotaron los vuelos a Miami. No, él es un dirigente que aspira, de nuevo, a conducir los destinos de un pueblo y un Estado. Su ética es contraria al principio elemental de la igualdad frente a la ley y su conducta lo delata.

 

Entre Zannini y Mauricio Macri no hay muchas diferencias. Uno cree formar parte de una casta iluminada que tiene más derechos que el resto de los normales. Se enorgullece de pasar por encima a los jubilados de Pami en la cola de las vacunas. Se jacta de pertenecer. Macri no, pero a la hora de valorarse frente a los demás, se concibe a sí mismo como un hombre con más derecho que los otros, porque tiene dinero.

 

Los hombres y las mujeres que no ocupan cargos públicos, pueden hacer lo que quieran. Los hombres públicos, los que tienen o pretenden tener responsabilidades sobre nuestro destino, no.

 

Simultáneamente a las dos confesiones, en la ciudad de Rosario, luchaba contra el Covid el ex gobernador de la Provincia de Santa Fe, Miguel Lifschitz. El ingeniero pudo hacer ambas cosas: su economía le permitía costearse un viaje a Miami y vacunarse con anticipación como lo hicieron los que podían y querían. Tampoco eligió el privilegio- que le fue ofrecido- de adelantar su turno en la vacunación pública.

 

El lunes pasado, mientras Zanini se jactaba de haberse vacunado y Macri confirmaba su vacunación en Miami, los santafesinos despedían a su ex gobernador. Lifschitz murió como consecuencia del Covid.

 

El contraste es tan fuerte y tan poderoso, que prácticamente no admite análisis. En esa batalla imaginaria por la vida, un populista y un neoliberal siguen vivos, porque obtuvieron beneficios. De los tres, el que respetó la ley y se condujo bajo la ética del deber, murió. Y esa parece ser la lógica que gobierna al país.

 

Es abrumador que el único de los tres que cumplió con sus obligaciones y respondió a los valores que demanda una sociedad sana, se haya muerto. Es indignante que quienes no lo hicieron, celebren no hacerlo.

 

Si los argentinos no emprendemos una urgente revolución ética, estaremos condenados a sobrevivir por debajo de quienes tienen privilegios. Queda claro que si no formamos parte de una grupa de autodenominados «personalidades protegidas» o no tenemos dinero, seremos un asunto de undécima prioridad para ellos.

 

Es increíble, también. Que las dos opciones mayoritarias de la política argentina, sigan siendo representadas por sujetos como estos.

 



A Zannini ni le pidieron la renuncia, ni pidió disculpas. Tampoco produjo una ola de repudio generalizado. Porque al final, por impotencia o resignación, nos fuimos acostumbrando a los inmorales como un factor inevitable para ejercer el poder. Los argentinos estamos convencidos de que la corrupción es un asunto menor, y al final, tanto lo asumimos que terminamos escuchando justificaciones que la admiten como una especie de mal necesario.

 

Pero no es así, no debe ser así, y no deberíamos asumir que deba seguir siendo así. ¿Cómo se soluciona? Eligiendo gobiernos que no tengan en sus filas a personas que tengan procesamientos en las espaldas, ni condenas por delitos que anticipen su flojedad de valores. Eludiendo a los responsables de corrupciones anteriores, ya sea en funciones protagónicas o como actores secundarios.

 

Cada peso que se escapa por la vía de la corrupción, perjudica a otro. Cada vacuna que se inyectó en aquellos a los que no les correspondía, dejó a otro sin vacunar. Y probablemente lo haya expuesto a la enfermedad y por qué no, claro, como en caso de Lifschitz y miles más, a la muerte.

 

Necesitamos con urgencia una Revolución ética, parece un reclamo desatinado. La sociedad debe demandar una dirigencia más parecida a los Lifschitz que a los Macri o los Zanninis. Esa es una responsabilidad absoluta de quienes formamos parte de la vida pública, ya sea en la acción pública o en la comunicación. Seguir relativizando la centralidad de la ética, está demostrado, relativiza los derechos y relativiza el valor de la vida humana.

 

Pero no hay país posible con estos contrastes, no hay cambio posible si no ponemos a la decencia por encima de otros valores que hoy conducen la escena nacional.

 

De más está decir, que entre ambos bandos- uno gobernando 4 años y los otros 14- han puesto a más del 50 % de la población por debajo de la línea de pobreza. Que cada día tenemos a sectores más hundidos en la miseria y en la ignorancia.

 

Eso los fortalece. Mientras la ética se muere.

 




Doble comando… La quinta columna de Alberto... @dealgunamaneraok...

La quinta columna de Alberto...


Gira Europea 2021. Alberto Fernández. Dibujo: Pablo Temes..

El problema más importante que enfrenta el Presidente tiene nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner.


© Escrito por Nelson Castro el sábado 15/05/2021 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

No hay antecedentes en la historia reciente de algo como lo que sucedió dentro del Gobierno durante la semana que terminó. Fue de pasmo observar cómo desde el kirchnerismo se encargaron permanentemente de esmerilar la figura del Presidente en su transcurrir por Portugal, España, Francia e Italia con el Vaticano incluido. El periplo que, más allá de promesas de apoyos tuvo pocos logros concretos –el único ciertamente mencionable es la casi segura postergación del vencimiento del pago al Club de París del próximo 31 de mayo–, se vio boicoteado por el accionar sostenido que, desde el núcleo duro de las usinas K, se desplegó a lo largo de la semana. Parece que estuvieran celosos de Alberto, colegía un hombre de las cercanías del Presidente la tarde del viernes.  

Existe en el Gobierno un doble comando tóxico. Hubo doble comando en el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner mientras vivió su esposo. Néstor Kirchner era el ex presidente en funciones que era consultado antes de la toma de decisiones. Sin embargo, la situación era diferente ya que la sintonía política del matrimonio existía, más allá de las discusiones que tenían –algunas volcánicas– y nada se hacía públicamente. Nunca se lo escuchó a Néstor Kirchner hablar públicamente de funcionarios que no funcionan.  

Ya se sabe que CFK no lo quiere a Martín Guzmán. Si alguna duda había, la despejó esta semana Carlos Zannini en el reportaje que concedió a C5N. Entre sus provocadoras respuestas –en las que defendió su indefendible vacunación y  la de su esposa figurando ambos como personal de salud– no solo defendió al subsecretario de Energía, Federico Basualdo, en desmedro del ministro de Economía, sino también le marcó la cancha a AF.  

La interna del Frente Contra Todos está a la vista de todo el mundo con operaciones cruzadas infantiles pero de consecuencias imprevisibles. CFK contra AF, Axel Kicillof contra Guzmán y desde el Instituto Patria se encargan de dispararle a todo el que no comulga con ellos. La idea de impedirle a Guzmán utilizar los fondos de los Derechos Especiales de Giro que reparte el FMI para pagar deuda salió de allí.  

La actividad económica sigue en terapia intensiva. Más allá de cierta recuperación que el Gobierno pretende mostrar, no hay sector que haya recuperado los niveles prepandemia. Si se hacen las cosas bien, las miradas más optimistas señalan al segundo semestre del año que viene para salir de este parate.   

La inflación de abril le dio un nuevo disgusto al Gobierno. La marca de 4,1% no era la esperada y volaron palos hacia Martín Guzmán, la secretaría de Comercio, Paula Español, y hasta el propio Marco Lavagna por no haber avisado o abierto el paraguas ante semejantes nubarrones. Lo que más preocupa son los aumentos de los alimentos. “El control de precios es una receta que no sirve porque condiciona la producción y la venta a tal punto que con los precios autorizados, en algunos casos muchas firmas ya no encuentran conveniente vender. Ni hablar de la inversión que se calcula siempre en base a un recupero por rentabilidad. 

Aun cuando el empresario pyme siempre es optimista y busca comprarse una máquina nueva, la realidad es que hoy no puede hacerlo. Mi familia era dueña de una de las empresas grandes y pujantes del país. En veinte años la Argentina nos convirtió en una pyme”. Quien trazó ese panorama es el presidente de una de las empresas más antiguas del país. En el Gobierno parecen querer tapar el sol con las manos. 

Ante estos datos de la realidad, el kirchnerismo reacciona con el enojo. Parece que es lo único que sabe hacer. Es casi una actitud de vida. El enojo y echarles la culpa de todos los males a los otros. “Se convalidó un nivel de emisión que se calcula en un 70% de la base total. Eso no es culpa de Guzmán, sino de una concepción ideológica de la economía donde no se pueden recortar subsidios, ni ejercer la coherencia para equilibrar el déficit”, narra un economista que conoce las internas del Palacio de Hacienda.  

El tema es más profundo porque la inflación también señala la falta de actividad. Si el país no produce, lo que tiene para ofrecer es poco. Un dato: cuando la inversión está por debajo del 20% anual, no se llega ni siquiera a renovar los bienes de capital, tal como lo describió el testimonio citado en las primeras líneas. Si algo sale de servicio, no se repone, si se puede, se repara y si no, se pierde. “Fallabella y Walmart, entre muchas otras firmas, no se fueron de la Argentina porque querían. Son gente que sabe hacer negocios. Se fueron porque no tienen horizonte de mediano ni largo plazo en un país donde el principal problema es la falta de unidad de comando tanto en la política como en la economía”, aseveró un hombre de negocios.  

El Gobierno dejó trascender que  instrumentará el Plan Otoño para frenar los precios. La idea de Axel Kicillof es congelar precios y salir a controlar todo por 180 días. Se trata básicamente de un parche electoral para no disgustar al votante justo antes de las elecciones. Hay dos cuestiones que no cierran en torno a esta nueva-vieja receta. Cuanto más grande sea el torniquete que se aplique antes del período electoral, más fuerte será el torrente inflacionario y recesivo a la hora de desandar ese camino. 

¿Hasta dónde está dispuesto el Gobierno a enterrar la Argentina para conservar el poder? El otro aspecto tiene que ver directamente con la calidad del trabajo que se viene haciendo para contener la avanzada de los precios de bienes de primera necesidad. “La secretaria de Comercio, Paula Español, no es Guillermo Moreno y con Cristina agazapada detrás del Presidente y acorralando a Martín Guzmán no hay ningún escenario previsible. 

No se sabe en qué cancha jugamos ni con qué reglas. A esta altura para una mala copia es preferible el original”, se lamentó un empresario en alusión a la injerencia cada vez más evidente de la ex presidenta en funciones. El problema más importante del gobierno de Alberto Fernández tiene nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner. 

Producción periodística: Santiago Serra.