El club de la pelea…
Nuevas caras viejas, Federico Sturzenegger. Dibujo:
Pablo Temes..
El
pensamiento único, típico del kirchnerismo, es ejercido hoy por el presidente
Javier Milei.
© Escrito por Nelson Castro el sábado 17/02/2024 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
La dirigencia política de la Argentina atraviesa un particular momento
en donde todo es pelea.
El gran impulsor de este presente en el que reina la agresividad entre
quienes expresan pensamientos distintos es Javier Milei, para quien todo aquel que piensa distinto es
lisa y llanamente un enemigo. Esto representa un verdadero problema porque
socava el mismísimo concepto de democracia. La idea del pensamiento único
representa la antítesis. Este concepto, que fue instalado por el kirchnerismo
cuando llegó al poder, ha echado raíces en el Presidente. Y es notable ver cómo
los enemigos se realimentan entre sí. Esto es tan viejo como tan vieja es la
historia de la humanidad.
En el Instituto Patria, Cristina Fernández de Kirchner cree que el actual
gobierno la revive. Y en el Gobierno celebran las apariciones de la
expresidenta y ex vicepresidenta, porque perciben que eso los favorece
fuertemente. Veamos.
La carta de 33 hojas de CFK demuestra varias cosas. La
primera es que le sobra el tiempo libre. La segunda es que su necesidad de centralidad
es afanosa. La tercera, que su voluntad de hacer daño permanece intacta. La
cuarta, que su falta de autocrítica también permanece intacta. La quinta, la
presencia –que no pasa desapercibida– de sus habituales confusiones y errores
conceptuales. La sexta, sus contradicciones permanentes. A todas estas hay que
agregar una séptima que sorprendió: su falta de timing. Haber publicado la
epístola el mismo día en que se difundió el índice de inflación fue un error.
“¡Qué favor nos hizo!”, señalaba una voz del oficialismo con euforia.
La carta de CFK demuestra que
le sobra el tiempo libre y que necesita centralidad
Claro que los problemas que enfrenta el Gobierno son muchísimo más
complejos que la carta de CFK. La persistencia del Presidente en querer romper
cualquier puente de negociación, con casi todo el espectro político demuestra
que no ha terminado de comprender que ya no está en el medio del fragor de la
campaña electoral. Hoy el Gobierno no tiene la posibilidad de hacer aprobar por
parte del Congreso ningún proyecto de ley. Ni aunque se aliara finalmente con
Macri tendría los números para alcanzar las mayorías que se necesitan para
sancionar leyes. Sobrevuela en el círculo áulico de La Libertad Avanza el
siguiente razonamiento: “enviaremos al Parlamento proyectos de ley más cortos y
cuando la oposición los rechace, nos encargaremos de dejarlos expuestos ante la
sociedad”. Creen que haciendo esto –tal como hicieron con los diputados que no
votaron el proyecto de ley “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los
Argentinos” será suficiente para quedar exonerados de cualquier responsabilidad
por los eventuales fracasos de la presidencia de Milei. Se equivoca el
Presidente si cree que con esto solo se puede gobernar. También se equivoca si
cree que los integrantes de “la casta” se van a rasgar las vestiduras ante
supuestas revelaciones que ya son conocidas por todos. ¿Qué le hace una mancha
más al tigre?
El papa Francisco le dejó a Milei dos enseñanzas muy claras:
la importancia del perdón y el valor de escuchar al otro. El afecto que el Sumo
Pontífice le dispensó a Milei fue un mensaje muy potente que representó un
mensaje no sólo para el Presidente sino para la sociedad argentina. No hubo
reproches, no hubo malas caras, no hubo tensiones sino sonrisas, bromas y
abrazos que Francisco promovió y aceptó. “Gracias por venir”, le dijo a quién
lo había tratado de representante del “Maligno” en la tierra.
En la reunión del lunes –de duración inusual–, el Papa, que tiene una
visión económica distinta a la del Presidente, lo escuchó con máxima atención.
Por lo que se vio después, Milei no parece haber aprendido la enseñanza que
dejaron los gestos de Francisco. Encerrarse en el pensamiento propio es como
refugiarse en una caja de cristal. No sólo por su fragilidad, sino por la
posibilidad de quedar a la intemperie a la vista de todo el mundo. Al
expresidente Mauricio Macri le ocurrió algo similar en distintos tramos de su
mandato. Se dejó acaparar –en su atención y hasta en su voluntad– por Marcos
Peña y se alejó de quienes querían ayudarlo a ejercer el cargo con una visión
más acertada de la realidad. El expresidente debería advertirle a Javier Milei
que esa actitud no conduce a buen puerto.
Con una oposición tan fragmentada es
difícil para el Gobierno encontrar aliados
Sin embargo, la actualidad política rica en discusiones estériles de una
oposición dialoguista y no dialoguista totalmente fragmentadas hacen difícil la
tarea de encontrar verdaderos aliados. Juntos por el Cambio ya no existe más.
En el PRO las cosas ya no son como solían ser y la búsqueda de nuevos líderes
agita las peleas internas. En el radicalismo no hay nada que sorprenda. Un
partido con dirigentes que añoran poder enquistados en una estructura que no se
renueva y que arrastra todos los vicios de la vieja política. Su límite es la
institucionalidad. En eso se diferencian claramente de una gran parte del
peronismo que hace y hará cualquier cosa para recuperar el poder. Dentro de
Unión por la Patria las cosas no están mucho mejor. La expresidenta se sigue mirando
el ombligo y se cuida las espaldas, temerosa de las causas judiciales que la
acechan. Su hijo Máximo ha vuelto a ser una caricatura huérfana de poder, sin
horizonte ni capacidad de conducción. Axel Kicillof, soporta a duras penas la realidad de la
provincia de Buenos Aires.
No le está resultando fácil gobernar el distrito más complejo del país.
Quienes veían en él una posibilidad de reagrupamiento serio, lo están pensando
dos veces. En este caldo de cultivo para disputas y conspiraciones Sergio Massa
espera su momento como un espectador de lujo. Por eso es tan importante que al
Gobierno le vaya bien. La Argentina no puede permitirse retornar a lo viejo
conocido. Un pasado que atormenta y del cual sería muy difícil volver a salir.