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miércoles, 31 de agosto de 2022

El endeudamiento durante la presidencia de Mauricio Macri… dealgunamaneraok...

El endeudamiento durante la presidencia de Mauricio Macri…

 


Caracteriza el proceso de endeudamiento por parte de Cambiemos no solo en términos macroeconómicos y financieros sino también legales, desnudando el desapego institucional que el gobierno tuvo desde sus inicios.

© Escrito por Sebastián Soler (*) el lunes 10/01/2019 y publicado por Voces del Fénix de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.  

Enumerar las cifras que exponen la magnitud y el costo de la deuda pública incurrida durante la presidencia de Mauricio Macri es un ejercicio masoquista pero ineludible para comprender el formidable lastre financiero que su gobierno legará a quien lo suceda en diciembre. Describir algunas de las estratagemas legales de las que se valió el oficialismo para contraerla puede servir para revelar el desapego institucional que caracterizó a su gestión desde el inicio. Ambas cuestiones se abordan a continuación.

La magnitud de la deuda

La información más reciente sobre la deuda del gobierno nacional publicada en la página oficial del Ministerio de Hacienda incluye los datos al cierre del segundo trimestre de 2019 y, por lo tanto, no refleja aún los efectos de la recaída devaluatoria padecida en agosto, especialmente el deterioro inevitable de los índices que miden distintos aspectos de la deuda en relación al producto interno bruto (PIB).1

Al 30 de junio de este año, la deuda pública total del gobierno nacional sumaba U$S337.267 millones, 115.000 millones de dólares más que los U$S222.703 millones de deuda que Macri heredó del gobierno anterior (sin incluir en el punto de partida los reclamos de los fondos buitre por U$S17.962 millones cuyo pago Macri decidió saldar tan pronto asumió).

Esa deuda equivalía al 80,7% del PIB al final del primer semestre y es probable que cuando termine 2019 el gobierno nacional les deba a sus acreedores más dinero que el que los argentinos producimos en un año. Recordemos que cuando Macri inició su mandato, en diciembre de 2015, la deuda pública de la administración central representaba solo 52,6% del PIB (y menos del 50% si se excluye el reclamo de los fondos buitre).

El costo financiero de la deuda

Pagar los intereses de la deuda pública nos costará este año casi el doble de lo que nos costó durante el último año de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. En 2015 los servicios de interés equivalieron al 2% del PIB y al 7,9% de los recursos tributarios; este año se estima que insumirán no menos del 3,7% del PIB y el 16,1% de la recaudación impositiva.

Tampoco es una ganga el costo que debe pagar el país por los U$S44.100 millones que el Fondo Monetario Internacional ya le prestó al gobierno de Macri. Cuando Nicolás Dujovne anunció la firma del acuerdo stand-by, en junio de 2018, el entonces ministro de Hacienda argumentó que “el FMI es el financiamiento más barato que tenemos disponible”. Dujovne tenía razón, pero la palabra clave de su frase es “disponible”, no “barato”. Sumando cargos y comisiones, el FMI cobra aproximadamente 4% anual por cada dólar que nos presta.

Es una tasa más económica que el 9% o 10% que el mercado le hubiera exigido al gobierno en aquel momento, cuando el riesgo país, que mide la diferencia entre el rendimiento de un bono soberano argentino y uno del gobierno de los Estados Unidos de duración similar, oscilaba entre los 500 y 600 puntos básicos (y ni hablar ahora que esa brecha supera los 2.200 puntos). Pero ese cálculo es mera especulación teórica porque en la práctica el mercado internacional de deuda ya estaba clausurado para la Argentina desde febrero de 2018. La comparación relevante debería ser con el interés que pagan para financiarse los demás países.

Por ejemplo, en nuestra región, Chile, Perú y Uruguay pueden conseguir financiamiento en dólares del sector privado a un costo igual o menor al que nos cobra el FMI y a plazos más largos. En una época de tasas de interés tan bajas, cuando no insignificantes, o incluso negativas, el costo de financiarse con el Fondo no es precisamente barato.

La composición de la deuda

El volumen y el costo de la deuda son solo una parte del problema. También debe preocuparnos en qué moneda nos hemos obligado a repagarla y a quiénes se la debemos, porque esos datos influyen sobre la dificultad para refinanciarla.

Al 30 de junio de este año, el 76,8% de la deuda pública estaba denominado en moneda extranjera (comparado con el 69,3% en 2015), y el peso de esa deuda, medida en relación con las exportaciones, no ha cesado de engordar año tras año desde que nos gobierna Macri: 212% en 2015, 252% en 2016, 296% en 2017 y 328% en 2018.

En diciembre de 2015, la deuda del gobierno nacional considerada “externa” porque sus acreedores residen en el extranjero representaba el 28,5% del total (y equivalía apenas al 13,9% del PIB); al 30 de junio de este año, la deuda externa ya ronda el 50% del total (y equivale al 40,1% del PIB).

Según cálculos del Observatorio de la Deuda Externa de la Universidad Metropolitana de la Educación y el Trabajo (UMET), al final de la presidencia de Fernández de Kirchner los acreedores de casi dos tercios de la deuda del gobierno nacional eran entidades del sector público (64,0% sector público, 23,8% sector privado y 12,2% organismos multilaterales y bilaterales). Esa relación se invirtió durante la presidencia de Macri: al 30 de junio de 2019, la deuda del gobierno nacional estaba en manos de acreedores privados en un 42,8%, de organismos multilaterales y bilaterales en un 20,2% y del sector público en un 37 por ciento.

Es decir, tras tres años y medio de gobierno de Macri, no solo debemos más dinero que antes, sino que se lo debemos sobre todo a acreedores privados extranjeros y en moneda extranjera.

La carga adicional de la deuda de las provincias

Entre marzo de 2016 y diciembre de 2017, trece provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires emularon al gobierno nacional y emitieron títulos de deuda denominados en moneda extranjera por un total de U$S11.581 millones, principalmente para financiar gasto corriente en pesos. Incluso la provincia de Buenos Aires primereó a la Nación vendiendo U$S1.250 millones de bonos en dólares a una tasa de 9,13% en marzo de 2016. Debe haber contribuido al éxito de la operación que las autoridades bonaerenses no reprodujeron en el prospecto que les entregaron a los inversores la queja de su gobernadora por haber recibido “una provincia quebrada”.

Las provincias deberán devolver los dólares obtenidos mediante esas emisiones con los pesos cada vez más devaluados provenientes de su recaudación tributaria o de las regalías hidrocarburíferas, en los casos de aquellas provincias productoras de hidrocarburos que las cedieron en garantía, lo cual generará una presión adicional sobre el mercado de cambios cada vez que tengan que pagar los servicios de interés y capital.

Vencimientos de deuda durante el próximo mandato presidencial

Según los cálculos del Ministerio de Hacienda basados en las cifras y el tipo de cambio al 30 de junio de 2019, el próximo presidente deberá afrontar durante sus cuatro años de mandato vencimientos de capital e intereses de la deuda pública del gobierno nacional por un total de U$S202.077 millones: U$S44.232 millones de capital y U$S16.606 millones de intereses en 2020, U$S34.848 millones de capital y U$S12.119 millones de intereses en 2021, U$S39.997 millones de capital y U$S10.363 millones de intereses en 2022, y U$S35.686 millones de capital y U$S8.223 millones de intereses en 2023. El 75% de esa deuda está denominada y debe pagarse en moneda extranjera.

Debido a la fecha de corte del 30 de junio, esas cifras no incluyen los U$S5.400 millones del último tramo del préstamo stand-by que el FMI le transfirió al gobierno en julio pasado ni, claro está, los U$S5.400 millones del tramo siguiente cuyo desembolso fue suspendido por el organismo. Tampoco reflejan los pagos de capital por un monto equivalente a U$S7.000 millones de las letras del tesoro de corto plazo en dólares y pesos, cuyos vencimientos fueron diferidos para el año próximo por decisión unilateral del gobierno.

Cien años y cincuenta y siete mil millones de deuda a sola firma

El gobierno desafió la legalidad para concretar las dos operaciones de deuda más emblemáticas de su gestión: el bono centenario y el préstamo del FMI que nos endeudaron, respectivamente, por el período más prolongado y por el monto más grande de nuestra historia como nación independiente.

En junio de 2017, la República Argentina resolvió endeudarse en dólares por U$S2.750 millones, comprometiéndose a pagar un interés anual de 7,125% durante los cien años siguientes. Por “República Argentina” debe entenderse “Luis Andrés Caputo”, el nombre del único funcionario público que firmó la Resolución 97-E/2017 del Ministerio de Finanzas mediante la cual nuestro país emitió los bonos con vencimiento en el año 2117 que instrumentaron esa obligación secular.

La emisión del bono centenario es apenas un ejemplo, pero tal vez el más elocuente, de una táctica legal que el gobierno de Macri perfeccionó para conseguir sus objetivos financieros ahorrándose las molestias del debate parlamentario y el escrutinio público. Consistió en circunscribir al máximo y diluir en ambigüedades las disposiciones generales incluidas en la ley formal y reservar para la reglamentación posterior, mediante decreto del presidente o mera resolución de alguno de sus subordinados, la facultad decisiva de precisar los detalles verdaderamente relevantes de la legislación.

La secuencia legislativa utilizada para aprobar y disponer la emisión del bono centenario ilustra el método: El artículo 60 de la ley 24.156 de Administración Financiera y de los Sistemas de Control del Sector Público Nacional establece que las operaciones de crédito público del gobierno nacional deben ser autorizadas por la ley de presupuesto o por una ley específica que debe indicar, “como mínimo”, ciertas características de las operaciones, entre las que se incluye “el plazo mínimo de amortización”, pero no dice nada sobre el plazo máximo.

Acatando formalmente ese requisito, el artículo 34 de la ley 27.341 del Presupuesto 2017 y su planilla anexa, sancionados a instancias del Poder Ejecutivo, habilitaron al gobierno nacional a realizar operaciones de crédito público con plazos mínimos de entre noventa días y cuatro años, pero obviaron señalar sus plazos máximos. El decreto 29/2017 del presidente Macri implementó dicha autorización facultando al Ministerio de Finanzas a emitir títulos públicos por hasta U$S20.000 millones y determinar las “épocas, plazos, métodos y procedimientos” de su emisión. Fue en ejercicio de dicha facultad que el entonces ministro Caputo dictó la Resolución 97-E/2017 y dispuso la emisión del bono de cien años de duración.

Una lectura superficialmente literal de ese encadenamiento de normas justificaría la decisión de Caputo con el argumento de que la Ley de Administración Financiera no requería que la Ley de Presupuesto señalara un plazo máximo, los legisladores omitieron indicar uno y el presidente le delegó al ministro la potestad de fijarlo. Sin embargo, esa interpretación soslaya los requisitos de proporcionalidad y razonabilidad que deben satisfacer los actos administrativos, en especial cuando se ejecutan en ejercicio de facultades discrecionales.

Es a la luz de esos principios que debe interpretarse la expresión “como mínimo” que precede la lista de características de las operaciones de crédito público que, conforme el artículo 60 de la Ley de Administración Financiera, debía precisar la Ley de Presupuesto del ejercicio 2017. Tal vez hubiera sido razonable y proporcional que el ministro Caputo aprovechara la laguna normativa de la Ley de Administración Financiera y la omisión de un plazo máximo en la Ley de Presupuesto para resolver la emisión de un bono con treinta años de plazo, un período equivalente al de otros títulos públicos que ya estaban en circulación.

Pero la misma lógica no se aplica a la emisión de un bono centenario inédito, cuyas características extraordinarias no fueron anticipadas en el mensaje del Poder Ejecutivo que prologó el proyecto de ley de presupuesto enviado al Congreso, contempladas por las Cámaras en el debate que precedió a su sanción, o mencionadas por el Presidente en los considerandos del decreto que le delegó a Caputo la facultad de endeudar a sus compatriotas por un siglo.

Un año más tarde, el gobierno volvió a utilizar el método de endeudamiento “a sola firma” cuando en junio de 2018 le pidió al FMI una línea de crédito stand-by de U$S50.000 millones (incrementada a U$S57.000 millones en septiembre), de la cual ya retiró U$S44.679 millones y pugna por obtener otros U$S5.400 millones antes del final del mandato de Macri.

No hay ley del Congreso, decreto del Presidente o resolución ministerial que haya dispuesto específicamente endeudarnos de esa manera y por semejante monto con el FMI. La única evidencia de la voluntad del Estado argentino son las firmas de Nicolás Dujovne y Federico Sturzenegger, que por entonces ocupaban los cargos de ministro de Hacienda y presidente del Banco Central, al pie de la carta de intención, de fecha 12 de junio de 2018, enviada a la directora gerente del Fondo Christine Lagarde, “solicitando formalmente un acuerdo stand-by del FMI”.

El gobierno volvió a recurrir a una interpretación literal del texto del artículo 60 de la Ley de Administración Financiera para justificar que fueran suficientes las firmas de Dujovne y Sturzenegger para pedirle miles de millones de dólares prestados al FMI como antes adujo que le alcanzaba con la de Caputo para endeudarnos por cien años.

En el caso del stand-by se aferra al último párrafo del artículo, que “exceptúa” del requisito de autorizar las operaciones de crédito público mediante la ley de presupuesto o una ley específica si se trata de “operaciones de crédito público que formalice el Poder Ejecutivo nacional con los organismos financieros internacionales de los que la Nación forma parte”. Sería un argumento atendible si se tratara de uno de los préstamos considerados “normales” por los reglamentos del FMI, cuyos desembolsos anuales no pueden superar el 145% de la cuota del país miembro en cada uno de los tres años de duración del acuerdo.

Pero el préstamo stand-by solicitado por Dujovne y Sturzenegger es un acuerdo de “acceso excepcional” cuyo monto equivale aproximadamente al 1.270% de la cuota que paga nuestra nación para “formar parte” del FMI y representa el crédito más grande en toda la historia del organismo.

¿Cuál sería el límite de la duración de un bono o de la magnitud de un crédito del FMI implementados sin autorización legal si prevaleciera esta interpretación literal de las disposiciones del artículo 60 de la Ley de Administración Financiera? Los antecedentes mencionados sugieren que no los habría. Según esa lógica, quien pidió cincuenta mil millones, podría pedir cien mil millones, y quien nos endeudó hasta el año 2117, también podría colocar un bono “perpetuo”, como los que antaño emitieron el Reino Unido y los Estados Unidos.

El Congreso sancionó la Ley de Administración Financiera en 1992 y el texto de las dos disposiciones mencionadas de su artículo 60 –la omisión del plazo máximo en la lista de características del endeudamiento que deben ser autorizadas por ley y la excepción para los créditos de los organismos internacionales– permanece inalterado desde entonces.

Tal vez haya llegado el momento de enmendarlo para, por ejemplo, exigir autorización específica mediante ley para cualquier operación de crédito público cuyo plazo supere los diez años y para cualquier financiación de un organismo internacional que exceda determinado monto o no consista en la renovación de un acuerdo vigente en condiciones más favorables.


1Salvo cuando se indica lo contrario, los datos sobre la deuda pública del gobierno nacional provienen de la información oficial difundida en la página de la Secretaría de Finanzas del Ministerio de Hacienda, que se puede consultar en: 

https://www.argentina.gob.ar/hacienda/finanzas/deudapublica/informes-trimestrales-de-la-deuda
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* Abogado de la Universidad Nacional de Rosario y Máster en Derecho de la Universidad de Harvard. Miembro del Consejo Administrativo de FIDE.



   

domingo, 9 de junio de 2019

La salud de Alberto… @dealgunamanera...

La salud de Alberto…

SuperAlberto. Dibujo: Pablo Temes

Un antecedente de hace una década llevó a versiones equivocadas. Dolor, pulmones y el poder que enferma.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 09/06/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Alberto Fernández se venía sintiendo mal desde hacía algunos días. Lo aquejaban una persistente tos seca y un fuerte dolor de espalda. Según reconoció, fue un dolor que nunca en su vida había sentido. Ante eso tomó la decisión de consultar a su médico, Federico Saavedra. El doctor –un destacado médico clínico conocido en las redes sociales por su definido antikirchnerismo– ordenó los análisis de rutina más los estudios por imágenes del tórax que le permitieron arribar al diagnóstico que se conoció horas después: una inflamación pleural. Ante esto –y con muy buen criterio por los antecedentes del paciente– le indicó su internación para realizar un chequeo más complejo.

La pleura es una membrana que recubre los pulmones, el mediastino, la cara superior del diafragma y la cara interna del tórax, que consta de dos capas: una externa o parietal, que está en contacto con la cara interna del tórax, el mediastino y la cara superior del diafragma, y una interna o visceral, que está en contacto con los pulmones. El espacio entre la pleura parietal y la pleura visceral se llama cavidad pleural. Esta cavidad contiene normalmente unos 15 mililitros de líquido que actúa como lubricante entre ambas superficies de la pleura, lo que es clave para que cumpla su función de permitir que durante los movimientos respiratorios los pulmones se puedan desplazar dentro de la cavidad torácica.

Cuando la pleura se inflama se produce lo que se denomina pleuresía o pleuritis, como consecuencia de lo cual las dos capas de la pleura se frotan entre sí como si fueran papel de lija, situación que origina un dolor intenso cada vez que el paciente inhala y exhala.

Síntomas. La pleuresía se manifiesta con dolor en el pecho y en la espalda, que se acentúa al respirar, toser o estornudar. A causa de ese dolor, el paciente busca minimizar los movimientos respiratorios, lo que lo lleva a padecer una dificultad respiratoria que le produce falta de aire. A veces el cuadro se acompaña de tos intensa y, dependiendo de la causa, fiebre.


Como Alberto Fernández narró en una entrevista que le realicé por Radio Continental en la mañana del miércoles pasado, la única sintomatología que presentó fue tos seca e intensa y el fuerte dolor de espalda. No tuvo fiebre y, tras los estudios, el diagnóstico surgió en forma certera. Sin embargo, la versión de un posible tromboembolismo pulmonar estuvo circulando durante varias horas, así como otra versión que hablaba sobre un supuesto estado de gravedad del precandidato presidencial. Ninguna de las dos informaciones fueron ciertas: no estuvo en ningún momento en estado de gravedad. De haberlo estado, y de haber sido la causa de esa eventual situación un tromboembolismo pulmonar, habría sido internado de inmediato en la Unidad de Cuidados Intensivos del Otamendi y su permanencia en el sanatorio habría sido más prolongada.

En realidad, lo que el precandidato presidencial del kirchnerismo sí tiene es un antecedente de un episodio de tromboembolismo pulmonar en 2008, que sucedió luego de renunciar al cargo de jefe de Gabinete del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner tras el conflicto con el campo por la Resolución 125.

El tromboembolismo pulmonar es una afección potencialmente mortal producida por la migración de un coágulo –que se denomina trombo– al desprenderse de alguna parte del sistema venoso. Cuando ello ocurre, el coágulo –ahora llamado émbolo– migra y se enclava en las arterias pulmonares, a las que ocluye. En la mayoría de los casos, el trombo se origina en las venas profundas de los miembros inferiores. Entre las distintas patologías que pueden causar un tromboembolismo pulmonar están las enfermedades que alteran la coagulación de la sangre. Una de ellas es la trombofilia. En verdad, la trombofilia no es considerada una enfermedad sino una condición o predisposición a formar coágulos. La trombofilia puede ser hereditaria o adquirida.

En el caso de Fernández, hay dos antecedentes de importancia: su madre –ya fallecida– padeció trombofilia, condición que también padece su hermana.

El episodio de tromboembolismo pulmonar que sufrió el actual precandidato del kirchnerismo –que le dejó una cicatriz en uno de los pulmones– obligó a tratarlo con anticoagulantes. Según reconoció, en los días previos a su internación olvidó tomar el medicamento que tiene prescripto con fines profilácticos para evitar una repetición del cuadro que presentó en 2008.


La respuesta al tratamiento del paciente a base de antiinflamatorios fue buena y, completadas las 48 horas para el chequeo médico –que incluyó el estudio de las arterias carótidas y de la función cardíaca, que no arrojaron resultados patológicos–, se le dio el alta.

El caso de Alberto Fernández volvió a plantear el siempre espinoso tema de la salud de los presidentes y de los candidatos a serlo. A diferencia de lo que ocurrió tanto en el caso de Néstor Kirchner como de CFK, además de la mencionada entrevista en la que habló en detalle sobre su salud, el precandidato presidencial realizó otra el jueves con Luis Novaresio por Radio La Red y, al ser dado de alta, habló en la puerta del Otamendi con los movileros de radio y televisión. Eso fue clave para terminar con los rumores que hablaban sobre un cuadro clínico de gravedad, que claramente no tuvo. Sin embargo, tal como se lo señalé al precandidato en la entrevista radial, faltó una comunicación médica orgánica y sistematizadaA esos efectos, hubiera sido importante que hablara su médico, el doctor Saavedra, en conferencia de prensa no solo para explicar en detalle el padecimiento del paciente, sino también para contestar las preguntas que inevitablemente surgen en casos como este.

Destiempo. El parte médico que se difundió tardíamente el miércoles por la noche fue escueto y obligó a los medios a consultar a diferentes médicos para explicar lo que es una “inflamación pleural que podría corresponder a una obstrucción arterial subsegmentaria”. A los efectos de aclarar este último punto –el de la posible obstrucción arterial subsegmentaria–, hay que decir que finalmente esa patología no se comprobó.

Dato final, de los presidentes argentinos desde 1983 hasta aquí. Carlos Menem sufrió la suboclusión de la arteria carótida derecha; Fernando de la Rúa padeció un neumotórax antes de asumir y debió someterse a una angioplastia coronaria ya en el cargo; Néstor Kirchner presentó una úlcera duodenal erosiva, y falleció el 27 de octubre de 2010 a causa de un infarto agudo de miocardio cuando había hecho saber que sería candidato presidencial; Cristina Fernández de Kirchner sufrió un hematoma subdural, numerosos episodios de laringofaringitis, lipotimias, un cuadro de diverticulitis aguda y fue operada de un cáncer de tiroides que nunca tuvo; y Mauricio Macri presentó un cuadro de arritmia cardíaca y fue operado por un nódulo en las cuerdas vocales y por lesiones en una de las rodillas. El poder enferma.




jueves, 14 de febrero de 2019

La “Gran” Pregunta… @dealgunamanera...

¿Podrá Mauricio Macri cumplir con la promesa de bajar la inflación?

Mauricio Macri aseguró que la inflación "está bajando". Fotografía: Flickr prensa presidencia.

Según el FMI, Argentina está entre los cinco países de mayor inflación del mundo. Economistas analizan las cifras inflacionarias de los tres años de Cambiemos.

© Escrito por Julián D'Imperio el miércoles 13/02/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

"¡No! ¡¿Cómo va a ser difícil?! La inflación es la demostración de tu incapacidad para gobernar. En mi presidencia la inflación no va a ser un tema, no va a ser un desafío". Esas fueron las palabras de Mauricio Macri en 2015, durante la campaña electoral. Casi cuatro años después, las "turbulencias" cambiarias, el contexto internacional y las decisiones político-económicas durante su mandato demostraron que los resultados fueron adversos en dicho aspecto hasta el momento.

Es que finalizado su primer año de gestión, en 2016, la inflación cerró con un alto índice del 40,3%. A partir de allí, a mediados de 2017, recién el presidente pudo referirse de manera positiva con los índices de inflación: “Nos está yendo bien, está bajando la inflación”, dijo en Tecnópolis. Y cumplió, porque si bien cerró con una cifra alta en comparación con otros países latinoamericanos, fue una baja sustancial en esas mediciones (24,8%).

Por eso, en marzo de 2018, volvió a enfatizar sobre que "la inflación está bajando" y pidió "ver el vaso medio lleno". Meses atrás de esas declaraciones, su gabinete económico junto al Banco Central prometió cifras inflacionarias de entre el 12 y el 17 por ciento para el 2018. Sin embargo, en el año que pasó la cifra fue récord: 47,8%, la más alta desde 1991.

Este miércoles, Macri dijo a FM Radio Pasión de San Luis que "ya está empezando a bajar la inflación, lentamente va a mejorar la actividad económica y esperamos que eso nos lleve al crecimiento más sólido". ¿Se cumplirá esta vez el objetivo? 


Actualmente, según las cifras del propio FMI que acordó un préstamo por 56.700 millones de dólares a la Argentina el año pasado, la inflación del país está entre las cinco más altas del mundo, sólo por debajo de las de Venezuela, Sudán e Irán.


Para el economista Fausto Spotorno, la razón por la cual la inflación no bajó nunca, fue porque "quisieron bajar la fiebre sin curar la enfermedad".  Y explicó: "La inflación es un problema monetario pero viene de un desbalance monetario que no se estaba haciendo apropósito, era un desbalance fiscal que nunca se resolvió, recién ahora está siendo más consistente con ese desbalance fiscal, lo que podría hacer que mejore el problema de la inflación si se mejora el desbalance monetario después".

"El gobierno no paraba de financiarse con deuda externa, y no pudo controlar la emisión que genera inflación. El acuerdo con el FMI es de mediano plazo y tiene un plan más consistente que lo que tenías antes: ataca la emisión monetaria y al mismo tiempo la emisión fiscal, por eso puedo atacar con políticas monetarias. Se está atacando la enfermedad que genera la fiebre. Pero es de corto plazo, de reducir la vulnerabilidad de Argentina", agregó.

Para el director de la consultora Macro View de Carlos MelconianPablo Goldin, las políticas monetarias y fiscales del gobierno de Macri fueron "similares a las del gobierno de Cristina Fernández" y es por eso que "hasta en los años en donde no hubo crisis cambiaria o suba de tasas su piso inflacionario fue siempre del 25%". No obstante, destacó que la nueva política monetaria que aplicó el Banco Central de Guido Sandleris, sujeta al acuerdo con el FMI, cambió el plan monetario y fiscal y podría reflejar mejoras en la inflación, aunque no siendo producto de una economía sana sino "como resultado del frenazo monetario del BCRA y una recesión muy fuerte que bajó el consumo y la actividad económica".

J.D. / D.S.




(Fuente: www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra propiedad intelectual. Robar nuestro contenido es un delito, para compartir nuestras notas por favor utilizar los botones de "share" o directamente comparta la URL. Por cualquier duda por favor escribir a: perfilcom@perfil.com

domingo, 30 de septiembre de 2018

Fuera de registro… @dealgunamanera...

Fuera de registro…

Ni en el banco... Luis “Toto” Caputo. Dibujo: Pablo Temes. 

Macri recibió palmadas en la espalda, mientras se iba Caputo y había un paro.

© Escrito Nelson Castro el domingo 30/09/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Caputo es el Messi de Cambiemos”, había dicho hace unas semanas Mauricio Macri. Hoy, Caputo ya no está en el gobierno y su ruidosa salida de la presidencia del Banco Central demostró que no es Messi. Todo fue tormentoso durante su gestión. Paradójicamente, habiendo sido él quien le aconsejó al Presidente sobre la conveniencia de acudir al Fondo Monetario Internacional, su relación con su staff técnico fue decididamente mala. Tanto que últimamente, cada vez que alguno de ellos lo llamaba para reprocharle por el uso indiscriminado de los dólares del empréstito otorgado a la Argentina, ni siquiera los atendía. Varias veces fue uno de sus directores, Enrique Szewach, quien tuvo a cargo esa ingrata tarea.

El anecdotario muestra a Caputo acudiendo a la mesa de dinero del Banco Central para ordenar la venta de divisas hasta neutralizar las pulsiones del mercado que, finalmente, lo derrotó.

Ante la necesidad de acudir a un nuevo acuerdo con el FMI, la salida de Caputo era algo inevitable. Lo que nadie pudo imaginar fue la forma y la circunstancia en que se concretó. Hacerlo con Macri en Nueva York fue un desplante innecesario y pernicioso para su imagen en esas horas en las que buscaba ganar la confianza de empresarios por cuyas inversiones desespera. Ningún presidente sale fortalecido de una dimisión así presentada por uno de los funcionarios claves de su gestión. La novela rosa que hizo correr el Gobierno sobre este episodio fue irreal. Nadie se la creyó.

Qué ves cuando me ves.

Las conductas públicas del Presidente y algunas de sus expresiones durante esta semana lo han mostrado sin registro de las reacciones adversas que ellas generan en una parte creciente de la sociedad.

Fue desatinado anunciar su reelección en Nueva York. Sus respuestas ante las preguntas de los periodistas de Bloomberg demostraron su poca preparación para enfrentar ese tipo de interrogatorios, punzantes y abundantes en repreguntas. Su paso de baile en la entrega del premio al ciudadano –eran las horas previas al paro general decretado por la CGT– fue poco feliz e hizo acordar a otros infelices pasos de baile que en circunstancias también adversas supo dar durante sus presidencias Cristina Fernández de Kirchner.

Y hacer bajar el helicóptero en el colegio de su hija Antonia fue una muestra de abuso en un momento en el que todo es recorte y de lo que se habla es de la necesidad de la austeridad en el uso de los recursos del Estado.  

Con el alejamiento de Caputo se puso fin a la sorda disputa que existía entre él y Nicolás Dujovne quien, finalmente, ha quedado investido con el atributo de verdadero ministro de Economía. Lo ocurrido respecto del encumbramiento del ministro es novelesco.

Durante el fin de semana del 8 y 9 de septiembre que, con aires de cumbre borrascosa, se vivió en la quinta de Olivos, Dujovne estuvo renunciado varias horas. En todos lados se supo que el Presidente le ofreció el cargo a Carlos Melconian. Pero Melconian puso como una de las condiciones para aceptar el cargo designar a una persona de su confianza al frente del Banco Central. Macri rechazó esta demanda, por lo cual decidió la continuidad de Dujovne, de buena relación con Christine Lagarde. La depreciación del ministro fue difundida a los cuatro vientos desde el interior del Poder Ejecutivo.

Nadie pudo imaginar que tan solo tres semanas después haya sido él quien quedó al frente del Ministerio de Hacienda con más poder y con injerencia en el Banco Central a través de un hombre de su confianza, Guido Sandleris, flamante presidente de la entidad, algo que hasta aquí había constituido una herejía dentro de los postulados doctrinarios del oficialismo.

Desde el miércoles, el ministro comparte supremacía en el gabinete con Marcos Peña. Peña ha perdido poder. No confundir: perder poder no es lo mismo que quedarse sin poder. De hecho fue él quien estuvo al frente de la reunión del viernes que Cambiemos organizó en Parque Norte.

El viaje de Macri a Nueva York fue difícil. Eso fue lo que se percibió en cada una de sus reuniones con banqueros e inversores. Los banqueros siguen pensando que, a causa del bajo nivel de aprobación que hoy en día tiene el Gobierno y la posibilidad cada vez más cierta de no que gane las próximas elecciones, el porvenir político de nuestro país no es claro. Hay que tener en cuenta que los vencimientos de los bonos de Argentina son después del primer mandato y el Gobierno no puede mostrar una postura unificada con la oposición como para exhibir una continuidad política más allá del resultado de las elecciones.

Y como la posibilidad de que la oposición gane y acceda al gobierno, en términos de financiamiento y de ingreso de capitales el apoyo de los banqueros es más político y amistoso que real.

Lo que viene.

El acuerdo con el FMI fue de ardua gestión. Alemania, Francia y Holanda no dieron su apoyo a la renovación que todavía no está aprobada por el Board en su totalidad. La aprobación finalmente va a ocurrir, pero la resistencia a la renovación se originó en el hecho de que a los tres meses el país manifestó su incapacidad para cumplir el acuerdo previo.

La incertidumbre que genera eso es tanto externa como local. El ajuste que se convalida significa una reducción de gasto público del 3%. La pregunta es si eso es viable o no, ya que no se entiende por qué no se hizo antes, cuando había una oposición con menos poder y más apoyo. Por lo tanto, falta una decisión política que vaya más allá de 2019 que asegure la continuidad del objetivo de tener las cuentas equilibradas. El nuevo acuerdo sujeta los futuros desembolsos del FMI a un cumplimiento a rajatabla del presupuesto 2019 y, a decir verdad, la probabilidad de que esto suceda es baja.

Habrá revisiones trimestrales y el Gobierno no puede seguir planteando renovaciones de convenios y de acuerdos con el FMI cada tres o cuatro meses porque eso sería un papelón no solo para la Argentina sino también para el FMI.

Macri busca contrarrestar esos peros exhibiendo las muestras de apoyo político recibido de los líderes políticos del mundo. En ese universo, las cosas son más claras. La administración Trump necesita que a Macri le vaya bien para tener así un aliado fuerte que le sea funcional frente al caso de Venezuela, al casi seguro triunfo de Fernando Haddad –el candidato de Lula– en Brasil y la creciente influencia de China.

Sin embargo, por las primeras reacciones vistas el viernes por parte del mercado, ese apoyo parece no importar tanto. Lo que allí predomina es la duda. Como si hubieran leído la frase de San Agustín: “Dudo de todo, menos de mi propia duda”.

Producción periodística: Lucía Di Carlo.



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sábado, 29 de septiembre de 2018

Biblia negra… @dealgunamanera...

Biblia negra…


Macri pidió a los argentinos que se enamoren de la presidenta del FMI y el Indec dice que con este gobierno de millonarios incompetentes hay menos pobres que antes. Es como decir que negro es blanco, pero es la Biblia para muchos, una especie de Biblia negra, la contracara de esta realidad donde los pobres se han multiplicado por la aplicación de las políticas del FMI, del cual hay que enamorarse. El macrismo sigue construyendo sentido común hegemónico con la ayuda de un Indec trucho, de las corporaciones mediáticas, sectores del poder judicial y la credulidad o la mezquindad del ser humano. Y genera estas criaturas simbólicas grotescas.

© Escrito por Luis Bruschtein el sábado 239/09/2018 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

En medio de la hiperdevaluación y la remarcación serial, la causa por las fotocopias de cuadernos o el encantamiento del presidente con Christine Lagarde o la infamia del Indec macrista, tienden a pasar desapercibidos. Un público de mediano y alto poder adquisitivo quiere que la sociedad crea que el gobierno que votaron haya bajado la pobreza. Y ya están enamorados de Lagarde. Pero la mayoría de la sociedad tiene que preocuparse por las facturas de los servicios y el salario que, en la mayoría de los casos, ya está por debajo de la verdadera línea de pobreza. Sin embargo, cuando pasa la primera ola de impacto de la crisis, comienzan a reverberar estos engendros que han sido concebidos con una fuerte carga ideológica y difundidos por las corporaciones de medios oficialistas como se esparce el virus de la peste bubónica.

Las encuestadoras coinciden en que más del 70 por ciento del país critica el acuerdo con el Fondo. En ese país del 70 por ciento, el Presidente habla de enamorarse de Lagarde. Y en el marco de una dura negociación, Lagarde se da el lujo de hacer desplazar a Luis Caputo del Banco Central. Caputo no era su enemigo y, en cambio, era amigo personal de Mauricio Macri. Su cabeza fue entregada a Lagarde, como actuación del amor de Macri en un gesto simbólico de subordinación a un poder superior.

El FMI no quiere que el nuevo préstamo que otorga a la Argentina sea usado por el Central para frenar al dólar y subsidiar la fuga de capitales. Pero esa decisión se podría haber tomado con un Caputo que no se hubiera resistido. El desplazamiento del titular del Banco Central justo cuando el presidente Mauricio Macri negociaba el nuevo acuerdo con el FMI, no pudo ser una decisión personal de Caputo como dice el comunicado, y aparece claramente como un sacrificio en el altar del organismo financiero internacional. Fue la declaración del nuevo Virreynato del Río de la Plata.

Si el 70 por ciento rechaza el acuerdo con el FMI, se podría pensar que estas actuaciones de Macri acelerarían su suicidio político. Pero en realidad, forman parte de una estrategia donde este esfuerzo por enraizar un sentido común a favor del endeudamiento fenomenal y la consecuente pérdida de decisión soberana ante un poder extraño, se apoya en una contraparte. Puede decir y naturalizar estas barbaridades, porque al mismo tiempo se respalda en la actividad permanente que genera la causa de las fotocopias que seguirá produciendo titulares y comentarios periodísticos durante todo el próximo año electoral.

La estrategia de fondo busca instalar un sentido común que naturaliza la deuda externa y la pobreza y trata de destruir el sentido común que se le opone. Esa es la razón del caso de las fotocopias de los cuadernos del chófer y el romance descarado con el Fondo al mismo tiempo. No van por separado. Las dos cosas van juntas. Seguramente hubo hechos de corrupción como en todos los gobiernos durante el kirchnerismo. Pero al sistema no le interesa combatir la corrupción. Le interesa instalar que el populismo es corrupto, dígase peronismo o kirchnerismo. Le interesa naturalizar que la soberanía política no es importante y que los que piensan que sí, son corruptos. La discusión no es la corrupción sino la soberanía.

El tema de la dependencia, de unidos o dominados, se complementa con el de la pobreza. Porque son temas que van de la mano, la subordinación a otros intereses genera pobreza. Y en general, las estrategias de defensa de la soberanía implican distribución de la riqueza. La derecha se preocupó desde los primeros días del gobierno de Néstor Kirchner por insistir en que el discurso distributivo era una mentira, un “relato” del kirchnerismo.

Durante el gobierno neoliberal menemista ya habían incursionado en el tema buscando naturalizar la idea de que “siempre habrá pobres”. Durante el kirchnerismo, esa cortina de humo de la derecha fue más a fondo con diferentes estrategias: se midió la pobreza con canastas diferentes, se exageraron cifras y se mostraron situaciones de pobreza fuera de contexto. Por supuesto que existían esas situaciones, pero el sentido de las medidas de gobierno —creación de millones de puestos de trabajo, paritarias y programas sociales, índice de aumento y moratorias de las jubilaciones y otras— generaban como tendencia el descenso de la pobreza y de la indigencia.

Las cifras insultantes que dio a conocer el Indec dicen que en el primer semestre, la pobreza subió algo más que un punto, pero que igual se ubica muy por debajo de cómo estaba en el 2015. Esas cifras buscan generar la ilusión de que con políticas que producen una colosal transferencia de riqueza hacia los sectores más concentrados de la economía, la pobreza puede bajar. Para el Indec macrista de Jorge Todesca, los servicios suben  grotescamente y puede bajar la pobreza. Suben astronómicamente los precios de los alimentos y la pobreza baja. Hay cientos de miles de despedidos y bajan la pobreza y la indigencia. El salario promedio ha perdido casi el 13 por ciento de poder adquisitivo en estos años, pero baja la pobreza.

El informe del Indec es tan sesgado que plantea que en el segundo semestre del 2016 el macrismo había logrado bajar la pobreza del 32,2  al 25,7 por ciento.  Son cifras que se suman a la frase de Macri de que el kirchnerismo dejó a “la tercera parte de los argentinos por debajo de la línea de pobreza”. Es el discurso macrista y de alguna parte de la izquierda que no puede diferenciar las políticas distributivas de las políticas neoliberales. 

Porque no es la pobreza lo que está en discusión para el discurso del neoliberalismo, sino la necesidad de demostrar que el populismo la genera y el libre mercado la disminuye. Necesita demostrar que la Asignación Universal por Hijo y el índice de movilidad jubilatorio son parte de políticas de pobreza. Y que por el contrario, las políticas que favorecen a los ricos bajan la pobreza.

Ni la pobreza, ni la corrupción le interesan al neoliberalismo o al macrismo. Estas cifras, junto con la causa de las fotocopias de los cuadernos y el endiosamiento del FMI están explicadas en una cita que tiene unos cuantos años: “La hegemonía del neoliberalismo no se funda sólo en la coerción, sino en la creación de un sentido común frente a las formas de comportamiento. El neoliberalismo es, por encima de todo, un gobierno sobre la organización de los afectos y los deseos. Interviene sobre la cotidianeidad de las personas, sobre el modo en que se alimentan, se divierten, educan a sus hijos, llevan su vida sexual, desarrollan sus intereses espirituales. No hay gobierno sin la  creación de un habitus”.

Parece un texto de Durán Barba bajando línea al periodismo oficialista. No lo es, pero seguramente el publicista de la derecha sacó de allí mucho contenido. La cita es del curso “Nacimiento de la biopolítica”, de 1979, de Foucault.

El debate central, el que la derecha esconde y rehúye, no es una discusión técnica sobre la medición de la pobreza ni sobre las formas legales para perseguir a la corrupción. Es claro que eso no es lo que está en discusión. La polémica se da entre dos proyectos políticos o por lo menos entre dos campos, uno amplio y diverso que representa al campo popular y nacional con sus diferentes corrientes y modelos de país más o menos compatibles, frente al modelo de país que encarna Cambiemos como expresión política del capital concentrado y las transnacionales.

La economía que peor funcionó en América Latina fue la de la Argentina macrista. La economía que mejor funcionó fue en la Bolivia de Evo Morales. En su discurso en el Consejo de Seguridad, y a pocos metros de Donald Trump, el presidente boliviano desnudó la política de doble rasero: “Estados Unidos invade países, lanza misiles o financia cambio de regímenes y lo hace acompañado de una campaña de propaganda que reitera que es a nombre de la justicia, la libertad, la democracia, los derechos humanos, o por razones humanitarias”. “Quiero decirles —agregó— a Estados Unidos no le interesa la democracia. Si no, no habría financiado golpes de Estado y apoyado dictaduras, no amenazaría con intervenir militarmente a gobiernos democráticamente electos, como lo hace con Venezuela. No le interesan los derechos humanos ni la Justicia. Si así fuera firmaría los convenios internacionales de protección a los derechos humanos (...) no promovería el uso de la tortura, no abandonaría el Consejo de Derechos Humanos y no separaría a niños migrantes de sus familias ni los pondría en jaulas”.

Como demostró Morales, a Estados Unidos no le interesan demasiado la democracia ni los derechos humanos con que llenan sus discursos. Lo mismo sucede en la Argentina con Cambiemos: no le interesan la pobreza ni la corrupción con que llenan de titulares los medios del oficialismo. Y cuando hablan de esos dos temas, lo que están imponiendo de manera velada y embustera es un modelo de país para pocos.