El anarcocapitalismo...
Lo mejor que se puede hacer en este momento en el país es un diálogo sin exclusiones, en el que la mayoría se ponga de acuerdo en las grandes líneas de desarrollo, que permitan que Argentina recupere el sitio que tuvo hace un siglo. Ese diálogo es posible en Uruguay y Chile, con líderes con discrepancias ideológicas mayores que las que existen aquí y pueden conducirse de manera civilizada. Si un “loco” puede conducir el país a un grado semejante de cordura, estaríamos empezando a escribir una nueva historia.
© Escrito por Jaime Durán Barba (*) el sábado 02-03-2024 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Uno de los valores que ayudó al éxito de Javier
Milei es la autenticidad. Gustavo González decía en su
columna de la semana pasada, que Milei se hace cargo de lo que hace,
no echa la culpa a otros. “No creo, que este hombre haya estafado a sus
votantes, yo creo que debe ser el candidato que más fielmente lleva a la
práctica, todo lo que prometió en campaña”.
Quienes apoyan a Milei lo han seguido justamente,
porque él y su entorno no se parecen a los políticos de siempre. Sus
adversarios se equivocan cuando lo atacan calificándolo de “loco”, diciendo que
cree en cosas extravagantes, y no se comporta como un estadista. La gente sabe
que todos tenemos creencias irracionales, visitamos a los Reyes Magos en
Colonia, evitamos el piso trece en un hotel. Sin embargo, la gente de la época
de la red busca líderes distintos.
Algunos creyeron que Milei actuaba
así porque eso le servía para la campaña, que una vez en el Gobierno se
volvería “normal”, podía aceptar el rol de personaje decorativo, traicionando a
su entorno, entregando el manejo a los que “saben gobernar”.
Pero Milei no tiene temperamento de títere. Está en
el otro extremo. Supone que tiene una misión histórica que debe cumplir, confía
plenamente en quienes colaboraron en su corta y meteórica carrera política,
nunca los cambiaría por personas que tienen otra ideología y otra forma de ver
la vida.
La polémica política se reduce
hoy, a acusaciones
personales y morales.
En América Latina, sobre todo desde que acabó la
Guerra Fría, existen peregrinos de la democracia, que van de tienda en tienda
buscando un cargo. Pueden pronunciar un discurso de izquierda, de derecha o de
extrema cualquier cosa, con tal de que les concedan un espacio. No es el
caso de Milei y su entorno. No quieren el poder por el poder, pretenden poner
en práctica sus ideas, dijeron siempre que eran anarco- capitalistas, no
mantienen las formas ni la mentalidad conservadora del antiguo establecimiento.
En el discurso de Milei, hubo siempre una unidad
entre lo místico, lo sobrenatural, lo religioso y lo político. En un país en el
que casi la totalidad de los islámicos reza cinco veces por día y el 90% de los
católicos no va a misa los domingos, el tema religioso pesa en el entorno del presidente.
En Argentina parte de la burocracia de la Iglesia
Católica se ha comportado como un partido populista de izquierda, con la
pobreza como el tema que articula sus intereses. El Papa actual, Jorge Bergoglio,
es argentino y representa a esa forma de entender la religión. Milei en cambio,
hace gala de su vínculo con el judaísmo, manda mensajes en hebreo, una de sus
prioridades fue visitar Israel y rezar en el Muro de los Lamentos. La
vicepresidenta Victoria Villarruel, pertenece a la Fraternidad Sacerdotal San
Pío X, congregación de católicos tradicionalistas liberada por Marcel Lefebvre,
que mantiene una relación conflictiva con el Vaticano, porque no aceptan las
reformas introducidas por el Concilio Vaticano II. El secretario de Culto es
evangélico. Todo esto es parte de la libertad de cultos que honra a la
Argentina, pero llama la atención cuando se produce en el país del que es
oriundo el Papa.
Milei y su entorno dijeron siempre que son anarcocapitalistas.
Algunos políticos y analistas no los escucharon y creyeron que todo el que
quiere el “cambio” es lo mismo, que se podía fusionar el liberalismo de Juntos
por el Cambio, con el anarco- capitalismo.
Elisa Carrió dijo en una entrevista que si se leía
lo que significa el anarcocapitalismo era fácil no equivocarse. La inmensa
mayoría del PRO, los miembros de la CCC y del radicalismo son republicanos,
pretenden construir instituciones.
En cambio, el anarcocapitalismo es una filosofía
política y una teoría económica antiestatista. No es republicano. Quiere abolir
al Estado, al que considera una asociación ilícita. Lo dijo Javier Milei como
candidato, y lo repitió como presidente. En Davos trató de “socialistas” a
todas las corrientes políticas de la actualidad, “ya sea que se declaren
abiertamente comunistas, socialistas, socialdemócratas, demócratas cristianos,
neokeynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o globalistas”.
Salvo el ataque innecesario
contra Morales, fue el
discurso de un estadista.
El anarcocapitalismo rechaza la igualdad económica
y la justicia social. Promueve un sistema en el que cada persona es plenamente
propietaria de sí misma, del fruto de su trabajo y de todo lo que haya obtenido
mediante cooperación voluntaria con otros, mediante intercambio o por donación
o herencia.
Toda forma de organización coercitiva es
considerada ilegítima. Esto incluye al Estado que, como los sindicatos o
cualquier otra organización, sólo tiene legitimidad ante aquellos que
voluntariamente lo acepten.
El término fue acuñado por Murray Rothbard, autor
de “The Libertarian Manifesto”, publicado en 1973, que habló primero de
“anarquismo de propiedad privada” y luego de “anarcocapitalismo”.
Rothbard se opuso al igualitarismo y al movimiento
por los derechos civiles, culpó del auge del Estado de Bienestar al activismo
de las mujeres Promovió el revisionismo histórico y fue amigo del negacionista
del Holocausto Harry Elmer Barnes. A diferencia de Milei que defiende la vida
desde la concepción, el anarcocapitalismo ha defendido el aborto, el suicidio
asistido, la eutanasia, la prostitución. Como consecuencia de la propiedad
privada de sí mismo, la persona es libre de vender su cuerpo, entero o por
partes, idea que hizo hablar a Milei de la venta de órganos durante la campaña.
Rothbard publicó, a los 36 años, su obra magna “El
hombre, la economía y el Estado” en la que se opuso a lo que consideraba sobre
especialización académica, tratando de crear una “ciencia de la libertad” que
fusionara la economía, la historia, la ética y las ciencias políticas. Según
él, la especialización es un tipo de ignorancia, porque las personas siempre se
especializan en aquella disciplina en la que son peores.
El anarcocapitalismo propone que las funciones del
Estado pasen a manos de empresas privadas. Todo debe ser privatizado. Hay que
empezar por suprimir los subsidios y las regulaciones, para vender después las
empresas y los servicios públicos y, finalmente, privatizar la educación, la
salud y la seguridad. Creen que toda actividad de la sociedad puede realizarse
por medio de transacciones entre privados. Para ellos, la distribución no
voluntaria de las riquezas es contraria a la naturaleza.
La versión argentina del anarcocapitalismo no es
exactamente igual a la norteamericana, surgió en un país en el que la izquierda
está vieja y en la que los partidos no supieron adaptarse a la sociedad
contemporánea. Como en el resto de América Latina, se pueden ganar las
elecciones usando comunicaciones modernas, en las que lo que importa son las
redes y las imágenes, que fueron el motor de la candidatura de Milei.
Sin embargo, esto ha llevado a que la mayoría de los
líderes políticos y sociales dejen de lado toda discusión teórica. Actualmente
la polémica política se reduce a acusaciones personales y morales. Todos los
políticos se acusan mutuamente de corruptos, se meten en la vida privada de los
demás, pocos discuten propuestas y puntos de vista de fondo acerca de la
sociedad.
En la sociedad superficial de los algoritmos no hay
lugar para la discusión de fondo. No ayuda a conseguir likes. El fanatismo ha
puesto de moda el rechazo al diálogo, y la desvalorización de la negociación,
columna vertebral de una democracia plural en la que deben existir distintos
grupos que puedan llegar a acuerdos para convivir de manera civilizada.
La pandemia, fue el caldo de cultivo en el que se
alimentó el anarcocapitalismo, sobre todo entre los jóvenes, con las medidas
de confinamiento tomadas por los políticos. Milei instaló un discurso que
promovía la libertad como reacción a las restricciones que impuso la crisis.
Cuando escribía este artículo, tratando de
comprender el anarcocapitalismo de Milei, interrumpí mi trabajo para escuchar
su discurso ante el Congreso de la Nación. Algo típico de la política en la
sociedad hiperconectada, es que constantemente sucede lo imprevisto. Ganan las
elecciones quienes parecían no tener ninguna posibilidad, los ciudadanos
cambian de preferencias a una velocidad sideral y muchos presidentes que viven
meses de aceptación entusiasta, son crucificados cuando aparece de pronto un
rechazo radical.
Milei es también en eso, una expresión de la
cultura de la red. Cuando visitó al Papa, después del intercambio de epítetos
que habían mantenido, muchos pensamos que Francisco le pondría una cara peor de
la que le puso a Macri en su visita al Vaticano. Para sorpresa de todos, el
encuentro pareció el de dos viejos amigos que se apoyaban fervorosamente.
En los días previos al discurso en el Congreso,
muchos anunciaron que Milei leería una lista de agravios y errores del anterior
gobierno, que fomentaría la mala imagen del país en el mundo. Casi todos daban
por descontado que sería un discurso violento, como sus reaccionas en contra de
los gobernadores y legisladores en las últimas semanas. Se suponía que haría
algún anuncio que incendiaría más las relaciones que mantiene la oposición.
Pero Milei sorprendió una vez más, pronunciando un
discurso que, salvo el detalle innecesariamente violento en contra de Gerardo
Morales, fue el de un estadista. En vez de terminar con una provocación que
incendie a las instituciones, hizo un llamado a un diálogo amplio, para llegar
al 25 de mayo con diez puntos en el que todos los partidos políticos se pongan
de acuerdo para señalar un rumbo de desarrollo para el país.
Desde nuestro punto de vista es lo mejor que se
puede hacer en este momento en el país. Un diálogo sin exclusiones, en el que
la mayoría se ponga de acuerdo en las grandes líneas de desarrollo que permitan
que Argentina recupere el sitio que tuvo hace un siglo.
El diálogo entre todas las fuerzas políticas es
posible en Uruguay y Chile, con líderes con discrepancias ideológicas mayores
que las que existen en Argentina y pueden conducirse de manera civilizada. Si
el “loco” puede conducir el país a un grado semejante de cordura, estaríamos
empezando a escribir una nueva historia.
(*) Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.