Biblia
negra…
Macri pidió a los argentinos que se
enamoren de la presidenta del FMI y el Indec dice que con este gobierno de
millonarios incompetentes hay menos pobres que antes. Es como decir que negro
es blanco, pero es la Biblia para muchos, una especie de Biblia negra, la
contracara de esta realidad donde los pobres se han multiplicado por la
aplicación de las políticas del FMI, del cual hay que enamorarse. El macrismo
sigue construyendo sentido común hegemónico con la ayuda de un Indec trucho, de
las corporaciones mediáticas, sectores del poder judicial y la credulidad o la
mezquindad del ser humano. Y genera estas criaturas simbólicas grotescas.
© Escrito por Luis Bruschtein el sábado 239/09/2018 y publicado por el Diario
Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En medio de la hiperdevaluación y la
remarcación serial, la causa por las fotocopias de cuadernos o el encantamiento
del presidente con Christine Lagarde o la infamia del Indec macrista, tienden a
pasar desapercibidos. Un público de mediano y alto poder adquisitivo quiere que
la sociedad crea que el gobierno que votaron haya bajado la pobreza. Y ya están
enamorados de Lagarde. Pero la mayoría de la sociedad tiene que preocuparse por
las facturas de los servicios y el salario que, en la mayoría de los casos, ya
está por debajo de la verdadera línea de pobreza. Sin embargo, cuando pasa la
primera ola de impacto de la crisis, comienzan a reverberar estos engendros que
han sido concebidos con una fuerte carga ideológica y difundidos por las
corporaciones de medios oficialistas como se esparce el virus de la peste
bubónica.
Las encuestadoras coinciden en que
más del 70 por ciento del país critica el acuerdo con el Fondo. En ese país del
70 por ciento, el Presidente habla de enamorarse de Lagarde. Y en el marco de
una dura negociación, Lagarde se da el lujo de hacer desplazar a Luis Caputo
del Banco Central. Caputo no era su enemigo y, en cambio, era amigo personal de
Mauricio Macri. Su cabeza fue entregada a Lagarde, como actuación del amor de
Macri en un gesto simbólico de subordinación a un poder superior.
El FMI no quiere que el nuevo
préstamo que otorga a la Argentina sea usado por el Central para frenar al
dólar y subsidiar la fuga de capitales. Pero esa decisión se podría haber
tomado con un Caputo que no se hubiera resistido. El desplazamiento del titular
del Banco Central justo cuando el presidente Mauricio Macri negociaba el nuevo
acuerdo con el FMI, no pudo ser una decisión personal de Caputo como dice el
comunicado, y aparece claramente como un sacrificio en el altar del organismo
financiero internacional. Fue la declaración del nuevo Virreynato del Río de la
Plata.
Si el 70 por ciento rechaza el
acuerdo con el FMI, se podría pensar que estas actuaciones de Macri acelerarían
su suicidio político. Pero en realidad, forman parte de una estrategia donde
este esfuerzo por enraizar un sentido común a favor del endeudamiento fenomenal
y la consecuente pérdida de decisión soberana ante un poder extraño, se apoya
en una contraparte. Puede decir y naturalizar estas barbaridades, porque al
mismo tiempo se respalda en la actividad permanente que genera la causa de las
fotocopias que seguirá produciendo titulares y comentarios periodísticos
durante todo el próximo año electoral.
La estrategia de fondo busca
instalar un sentido común que naturaliza la deuda externa y la pobreza y trata
de destruir el sentido común que se le opone. Esa es la razón del caso de las
fotocopias de los cuadernos del chófer y el romance descarado con el Fondo al
mismo tiempo. No van por separado. Las dos cosas van juntas. Seguramente hubo
hechos de corrupción como en todos los gobiernos durante el kirchnerismo. Pero
al sistema no le interesa combatir la corrupción. Le interesa instalar que el
populismo es corrupto, dígase peronismo o kirchnerismo. Le interesa naturalizar
que la soberanía política no es importante y que los que piensan que sí, son
corruptos. La discusión no es la corrupción sino la soberanía.
El tema de la dependencia, de unidos
o dominados, se complementa con el de la pobreza. Porque son temas que van de
la mano, la subordinación a otros intereses genera pobreza. Y en general, las
estrategias de defensa de la soberanía implican distribución de la riqueza. La
derecha se preocupó desde los primeros días del gobierno de Néstor Kirchner por
insistir en que el discurso distributivo era una mentira, un “relato” del
kirchnerismo.
Durante el gobierno neoliberal
menemista ya habían incursionado en el tema buscando naturalizar la idea de que
“siempre habrá pobres”. Durante el kirchnerismo, esa cortina de humo de la
derecha fue más a fondo con diferentes estrategias: se midió la pobreza con
canastas diferentes, se exageraron cifras y se mostraron situaciones de pobreza
fuera de contexto. Por supuesto que existían esas situaciones, pero el sentido
de las medidas de gobierno —creación de millones de puestos de trabajo,
paritarias y programas sociales, índice de aumento y moratorias de las
jubilaciones y otras— generaban como tendencia el descenso de la pobreza y de
la indigencia.
Las cifras insultantes que dio a
conocer el Indec dicen que en el primer semestre, la pobreza subió algo más que
un punto, pero que igual se ubica muy por debajo de cómo estaba en el 2015.
Esas cifras buscan generar la ilusión de que con políticas que producen una
colosal transferencia de riqueza hacia los sectores más concentrados de la
economía, la pobreza puede bajar. Para el Indec macrista de Jorge Todesca, los
servicios suben grotescamente y puede
bajar la pobreza. Suben astronómicamente los precios de los alimentos y la
pobreza baja. Hay cientos de miles de despedidos y bajan la pobreza y la
indigencia. El salario promedio ha perdido casi el 13 por ciento de poder
adquisitivo en estos años, pero baja la pobreza.
El informe del Indec es tan sesgado
que plantea que en el segundo semestre del 2016 el macrismo había logrado bajar
la pobreza del 32,2 al 25,7 por
ciento. Son cifras que se suman a la
frase de Macri de que el kirchnerismo dejó a “la tercera parte de los
argentinos por debajo de la línea de pobreza”. Es el discurso macrista y de
alguna parte de la izquierda que no puede diferenciar las políticas
distributivas de las políticas neoliberales.
Porque no es la pobreza lo que está
en discusión para el discurso del neoliberalismo, sino la necesidad de
demostrar que el populismo la genera y el libre mercado la disminuye. Necesita
demostrar que la Asignación Universal por Hijo y el índice de movilidad
jubilatorio son parte de políticas de pobreza. Y que por el contrario, las
políticas que favorecen a los ricos bajan la pobreza.
Ni la pobreza, ni la corrupción le
interesan al neoliberalismo o al macrismo. Estas cifras, junto con la causa de
las fotocopias de los cuadernos y el endiosamiento del FMI están explicadas en
una cita que tiene unos cuantos años: “La hegemonía del neoliberalismo no se
funda sólo en la coerción, sino en la creación de un sentido común frente a las
formas de comportamiento. El neoliberalismo es, por encima de todo, un gobierno
sobre la organización de los afectos y los deseos. Interviene sobre la
cotidianeidad de las personas, sobre el modo en que se alimentan, se divierten,
educan a sus hijos, llevan su vida sexual, desarrollan sus intereses espirituales.
No hay gobierno sin la creación de un
habitus”.
Parece un texto de Durán Barba
bajando línea al periodismo oficialista. No lo es, pero seguramente el
publicista de la derecha sacó de allí mucho contenido. La cita es del curso
“Nacimiento de la biopolítica”, de 1979, de Foucault.
El debate central, el que la derecha
esconde y rehúye, no es una discusión técnica sobre la medición de la pobreza
ni sobre las formas legales para perseguir a la corrupción. Es claro que eso no
es lo que está en discusión. La polémica se da entre dos proyectos políticos o
por lo menos entre dos campos, uno amplio y diverso que representa al campo
popular y nacional con sus diferentes corrientes y modelos de país más o menos
compatibles, frente al modelo de país que encarna Cambiemos como expresión
política del capital concentrado y las transnacionales.
La economía que peor funcionó en
América Latina fue la de la Argentina macrista. La economía que mejor funcionó
fue en la Bolivia de Evo Morales. En su discurso en el Consejo de Seguridad, y
a pocos metros de Donald Trump, el presidente boliviano desnudó la política de
doble rasero: “Estados Unidos invade países, lanza misiles o financia cambio de
regímenes y lo hace acompañado de una campaña de propaganda que reitera que es
a nombre de la justicia, la libertad, la democracia, los derechos humanos, o
por razones humanitarias”. “Quiero decirles —agregó— a Estados Unidos no le
interesa la democracia. Si no, no habría financiado golpes de Estado y apoyado
dictaduras, no amenazaría con intervenir militarmente a gobiernos
democráticamente electos, como lo hace con Venezuela. No le interesan los
derechos humanos ni la Justicia. Si así fuera firmaría los convenios
internacionales de protección a los derechos humanos (...) no promovería el uso
de la tortura, no abandonaría el Consejo de Derechos Humanos y no separaría a
niños migrantes de sus familias ni los pondría en jaulas”.
Como demostró Morales, a Estados
Unidos no le interesan demasiado la democracia ni los derechos humanos con que
llenan sus discursos. Lo mismo sucede en la Argentina con Cambiemos: no le
interesan la pobreza ni la corrupción con que llenan de titulares los medios
del oficialismo. Y cuando hablan de esos dos temas, lo que están imponiendo de
manera velada y embustera es un modelo de país para pocos.
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