Confesión de la
debilidad…
Sirve comenzar por un contraste impresionante: la magnitud del ruidazo en
Plaza de Mayo, el viernes a la noche, y la ignorancia de la mayoría mediática.
Sirve porque hablaremos de debilidades, y esa ignorancia lo es.
© Escrito por Eduardo
Aliverti el lunes 04/03/2019 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
De manera causal, el discurso de
Macri empalmó con una de las peores semanas noticiosas de su gobierno.
La paralización de la planta de
Peugeot, durante todo marzo para empezar, es un ejemplo reforzado de que
prácticamente no va quedando nada en pie aunque la afirmación pueda parecer
exagerada. Por algún motivo, la situación similar en Honda no tuvo el mismo
rebote mediático y, por una parte, en lo cuantitativo son sólo ejemplos
agregados. Pero marcas de ese tipo son simbólicamente muy fuertes respecto del
tamaño de la crisis, como en la semana anterior lo fue la embotelladora de Coca
Cola. Se suman ahora los tarifazos recargados en la vuelta de las vacaciones,
con la canasta escolar a bote para unas clases que tampoco empiezan. A decenas
de pymes cerradas por día en todo el país y con cerca de 200 mil empleos
formales perdidos desde que llegó la revolución de la alegría, el Presidente
divagó sobre una realidad paralela, de una dimensión desconocida.
A esta altura, si lo hizo porque le
habla a su nosotros, que son ellos, o porque vive en una burbuja
indescriptible, es una discusión ociosa.
Por si faltaba ratificarlo, y esto
no corre “riesgo” de considerarse como una evaluación subjetiva, Macri habló
rodeado de una soledad callejera estremecedora. No había nadie afuera del
Congreso en su apoyo. Nadie. Y fueron muy pocos, por no decir ninguno, quienes
en la escena de papel, audiovisual, o digital, salieron a defender sus
desvaríos.
Apenas, en el círculo rojo
mediático, hubo una columna extravagante de Joaquín Morales Solá.
El colega, digamos, habló de un
cierre del discurso macrista emparentable con la “épica” de las apelaciones
públicas de Raúl Alfonsín.
Increíble. Comparar siquiera en
ápices la labia de Macri con la del ex líder radical, uno de los más grandes
oradores de nuestra historia política, es de un volumen resistente a adjetivos.
Esa genuflexión integra el tronco de mostrar debilidad.
El Presidente sabe –cabría suponer-
que el desierto de manifestaciones en su respaldo no puede ser contrapuesto a
través de los micros choriplaneros de la gestión previa, como acusan trolls y
globertos en la cloaca de las redes y en la de los medios adictos. Sabe que la
pasión infantiloide que intentó transmitir no mueve un pelo, ni apenas entre
fogosos que no tiene excepto por el fanatismo del odio gorila. Ese
aborrecimiento es hereditario, mucho antes que de barra propia. Y de eso se
habló quizá sin la remarcación merecida: ni en sus mejores momentos –cuando la
arremetida rumbo al balotaje de 2015, en sus primeros meses de gobierno e
incluso al ganar las elecciones de 2017- Macri fue capaz de enamorar a sus más
fieles.
Desde el viernes hay alguna
polémica, en los circuitos del análisis de discurso, sobre si esta vez el coaching duranbarbista fue adecuado.
Se dice que sí porque no se trataba
de intervención parlamentaria sino del lanzamiento de campaña, para mostrar a
un verdadero jefe de Estado que se ratifica en sus convicciones.
Se dice que no (en la interpretación
de quien firma es así) porque no se puede couchear la autenticidad con alguien
completamente carente de carisma.
Se dice que habrá que ver, porque
falta observar en la cancha la tozudez de un Macri “cristinizado”, agresivo,
con gestos infrecuentes dispuestos al golpe por golpe.
Se dice que lo entrenaron bien para
eso, pero sin prevenir que las burlas de la bancada opositora lo sacarían de
quicio más de la cuenta.
Para reiterar lo ya publicado
personalmente en este diario, al cabo de ese disparate discursivo frente a la
Asamblea Legislativa, no hay fonoaudióloga ni entrenamiento -visto ya cómo
gobierna, de sobra- que pueda transformar en convincente a quien asegura que
estamos viviendo en Disneylandia.
Sin embargo, esas apreciaciones,
todas, son secundarias frente a un hecho determinante: cualquier fuere la
opinión de cada quien sobre el efecto eficaz u horrible de un Macri
sobreactuado, lo principal es que la única carta que parecería quedarle es
técnica. Publicitaria, pero ya con tres años y pico de gestión encima.
Lo constatable es que el Gobierno no
tiene más nada que ofrecer desde datos estadísticos y/o perceptibles como
síntoma de mejora colectiva. Que el debate-núcleo pase a ser, como ocurre en
estas horas, si Macri enojado es una táctica apta, inútil o más o menos,
refleja una notable ausencia de cartuchos cambiemitas. Por ahora.
Simultáneamente, contra las
obviedades del quejismo descriptivo, el vacío y la irrespetuosidad del discurso
de Macri insisten con devolver la pelota a campo contrario. Cuál relato se le
opone, superador de sufrir y denunciar.
Más aún, es válido re-admitir que la
indignación despertada desde el viernes a la mañana pasa por los politizados
del palo. Los intelectualmente inquietos. Afuera de eso hay un mundo de
indiferentes y desencantados que no escucharon el discurso ni durante ni
después, que a lo sumo miran y no ven los títulos periodísticos, que no se
conmueven sino por otras cosas de la penetración mediática hegemónica y de
salvaciones individualistas.
Esa noticia es mala o buena, según
sea que los displicentes ya no se conmueven por nada o que algo sea capaz de
renovarles algunas expectativas. Aun las más módicas son imprescindibles en
tiempos de semejante frustración, estupor, incertidumbre.
Macri abrió el juego de que no tiene
más cartas, excepto la de probar con desencajarse. Curiosamente, entre tantísimas
omisiones, no habló del campo ni de la cosecha. Sólo de confianza en y del
Fondo Monetario.
Es un signo de debilidad, que podrá
ser tremenda si la oposición sabe mover.