Paradojas. La Biblia y el calefón…
Por gracia
recibida, Federico Sturzenegger. Dibujo: Pablo
Temes
Finalmente hubo Pacto de Mayo. El acto fue una demostración de lo extravagante
del momento que se vive en el ámbito de la política. En plena noche, con algún
gobernador dormido y otros luchando para no caer en las garras de Morfeo, todos
pasmados de frío y sometidos a una solemnidad que les quedaba lejana y los
incomodaba visiblemente. Ni que hablar del disgusto de Mauricio Macri, cuyo protagonismo ausente se hizo notorio.
El expresidente no pudo disimular su enojo por considerar que debió
haber recibido algún tipo de trato diferencial. Yendo a la substancia de lo que
se firmó esa medianoche ávida de historia, a nadie escapa que el decálogo de
buenas intenciones que se plasmó en el documento adolece de originalidad. Cada
uno de sus puntos ya está enunciado en la Constitución Nacional. Dicho esto, es
menester señalar que los gobernadores que no asistieron –Axel Kicillof, Ricardo
Quintela, Gildo Insfrán, Sergio Ziliotto y Gustavo Melella– exhibieron la
nociva miopía política que los aqueja desde siempre. La firma del Pacto de Mayo
en nada afectaba sus convicciones ideológicas, a las que antepusieron a sus
responsabilidades institucionales. La errónea concepción que tienen del
ejercicio del poder les impide darse cuenta de que cada uno de ellos no está al
frente de una facción partidaria sino de una provincia –en la que viven
ciudadanos de diferentes pensamientos políticos– a la que deben representar y
cuyos intereses deben defender. Parece mentira tener que recordarles a estos
gobernadores esta verdad de Perogrullo.
El ministro Caputo
tuvo que repetir esta semana que no está pensando en una devaluación.
Ya con el Pacto de Mayo firmado y la Ley Bases y Puntos de Partida para
la Libertad de los Argentinos sancionada, el Presidente y su gabinete deben a
partir de ahora enfocarse decididamente en la tarea de gobernar. Por si Milei no lo advirtió aún, la ausencia de gestión es uno
de los principales problemas de su administración junto con la catarata de
renuncias –y, sobre todo, despidos–en un contexto en el que nombres propios es
lo que falta. El Gobierno festejó el índice de inflación del mes de junio que,
a pesar de haber sido levemente superior al de mayo, permaneció bajo el
guarismo de 5%. El 4,6% es producto fundamentalmente de la recesión económica
reinante más allá de algún leve repunte que se evidencia en unos pocos rubros.
El bolsillo está lejos de percibir algún alivio significativo y el aumento de
las tarifas de los servicios públicos fue un azote. Es cierto que se ven caídas
de precios, pero aún esos nuevos valores son altos para el menguado poder
adquisitivo de la mayoría de los ciudadanos. La canasta básica está en 873.169
pesos. Por si alguien no cayó aún en la cuenta: una inflación del 4,6% mensual
es alta. La pregunta que queda sin responder es si será posible perforar ese
piso de entre el 4 y el 5%. La Argentina sigue siendo un país muy fuera de
norma.
Es claro que el Gobierno enfrenta ahora un problema crucial: la falta de
dólares. Esto lo aleja de levantar el cepo, medida esencial para la concreción
de sus objetivos. Hasta que ello no ocurra, las ansiadas inversiones no
vendrán. Sin levantamiento del cepo también se restringirán las liquidaciones
de los productores agropecuarios, única manera que tiene el país de acumular
dólares. Lo dijo con todas las letras Fernando Villela, el ahora exsecretario
de Bioeconomía, cesanteado de un plumazo a comienzo de semana. Esta es la
realidad. Por eso el Presidente produjo una sorpresa negativa cuando salió a
acusar al banco Macro de estar boicoteando el plan económico. El fantasma de
Sergio Massa allegado a Brito volvió a sobrevolar la escena. Esa acusación no
solo sorprendió, sino que hizo ruido y generó incertidumbre. Le respondió el
mercado con otra suba del blue. El intento de Luis Caputo de minimizar los dichos de Milei fue vano.
Como hombre de la economía, el primer mandatario debería saber que los mercados
reaccionan –ante todo– basados en la confianza o, mejor dicho, ante la falta de
ella.
Por otro lado, cuando durante los veinte minutos de chats abiertos al
público que Milei tuvo el martes 9 a la mañana, Lucas Morando le preguntó sobre
una posible fecha para la eliminación del cepo, la respuesta del Presidente fue
interpretada de forma negativa por los mercados y los inversores. “El cepo no
se levanta más”, fue la lectura que muchos hicieron. Como dijo Carlos
Melconian: “No hay fideos ni hay tuco”. Al menos por ahora. La realidad
demuestra que, por primera vez de manera insoslayable, a Caputo le hacen sombra
los nubarrones. Esta semana tuvo que repetir que no está pensando en una
devaluación. El Gobierno deberá pensar de manera urgente cómo reactivar la
economía aun en un entorno desfavorable y con un Banco Central flaco en sus
bolsillos. Las reservas de libre disponibilidad se acercan a cero.
Federico Sturzenegger acelera el comienzo de su gestión con fotos
impostadas con el ministro de Economía. Habrá que ver hasta dónde llegan los
tentáculos del nuevo hombre fuerte del Gobierno.
Mientras tanto, la Argentina sigue siendo un país pendular que se mueve
a velocidad crucero entre los extremos: es el país que no logra despegar en
materia económica, pero que tiene un presidente del que habla todo el mundo; es
el país que no puede encontrar a un niño que desapareció de su hogar hace casi
un mes; es el país del fútbol que, por los buenos resultados, le perdona todo a
un presidente de la AFA muy flojo de papeles, es el país donde seis de cada
diez niños son pobres, es el país que vive aferrado al pasado y con un futuro
incierto... Argentina es el país de la Biblia y el calefón.