domingo, 25 de mayo de 2014

Hipocresía vaticana... De Alguna Manera...


Hipocresía vaticana...

Guillermo Karcher sostiene el micrófono papal. Foto: Cedoc

Si no fuera porque parecería un presuntuoso juego de enredo lingüístico, el título de esta columna sobre la “carta robada al Papa” debería haber sido: “Inconmensurabilidad interparadigmática”. Las abuelas lo llamarían “vivir en dos mundos diferentes”, pero para los epistemólogos relativistas, la insuficiencia de la razón a la hora de razonar es resultado de la inconmensurabilidad interparadigmática.

Es racional que los pensamientos sean determinados por las evidencias. Y que quien fundamenta sus creencias en las evidencias sea una persona racional. Pero los relativistas creen que hay múltiples formas de ser racional y que, cambiando simplemente lo que se considera evidencia, es posible llegar a creencias justificadas contrapuestas. Por ejemplo, para Galileo lo que se percibía al mirar por el telescopio era evidencia de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Mientras que el prominente cardenal Belarmino rechazaba la invitación de Galileo a mirar por el telescopio porque él tenía una fuente mucho mejor de evidencia, que era la palabra de Dios expresada en las escrituras sagradas de la Biblia. Ninguno de los dos estaba siendo ilógico: Galileo y Belarmino operaban con sistemas epistémicos fundamentalmente diferentes.

Quizás no sea casual que nuevamente un representante del Vaticano, siempre en contacto con verdades sagradas no expuestas a pruebas de la realidaden este caso el ‘ceremoniero’ pontificio, Guillermo Karcher–, no haya dudado un instante en calificar la carta del Papa como apócrifa.

Para él, la palabra del santo padre debe ser palabra santa (como la Biblia para Belarmino), y al preguntarle a Bergoglio si había escrito alguna carta de salutación a Cristina Kirchner y éste haberle respondido que no, nunca pudo imaginar que el Papa podía estar distraído al darle la respuesta, que se podía haber olvidado o que podía no saber que se había enviado esa carta en su nombre, y arremetió como un cruzado suponiendo que esa carta era “trucha” y un “collage” hecho con “muy mala leche”. El tema no son el lenguaje y las formas de Karcher, quien si hubiera creído que alguien estaba haciéndose pasar por el Papa podría haberse ofuscado (con “buena leche”), sino cómo cada uno cree lo que cree.

Que tal cosa sea evidencia de otra depende del paradigma en el que se esté, porque cualquier conocimiento debe su estatus a la aprobación que le conceden nuestros valores sociales contingentes.

Lo mismo nos sucedió a los medios que, entre los dichos del Vaticano (representado por Karcher) y el gobierno argentino, no dudamos en creer que quien había cometido un error era el Gobierno. Pocas veces como con la –primero apócrifa y luego real– carta del Papa a Cristina Kirchner quedó en evidencia cómo podemos ser nosotros y no la realidad los responsables de lo que conocemos y que no hay muchas normas de racionalidad libres de contexto o supraculturales. Los miembros de un grupo, al compartir valores sociales y políticos, perdemos conciencia de cómo éstos pueden influenciar la forma en que ellos conducen nuestro trabajo, qué observaciones realizamos y cuán bien evaluamos la evidencia con que contamos. No es inhabitual estar inclinados por los valores a creer cosas para las que hay evidencia insuficiente.

También tú.

Después vino la hipocresía vaticana, que no pidió claramente disculpas por el error de calificar de falsa una carta verdadera del Papa. ¿Creerán su infalibilidad? No reconocer el error para no darle más trascendencia puede ser una estrategia de comunicación, pero éticamente es reprochable en una institución que hace de la moral su razón de ser. En el diálogo aclaratorio de Guillermo Karcher con Nelson Castro por radio Continental al día siguiente, el representante del Vaticano habló con una soberbia y un tono cortante que hacían recordar más a un dictador militar que a un ‘ecumenista’. Salvando obviamente las siderales distancias, vale recordar que a Galileo recién le pidió disculpas Juan Pablo II, 400 años después.

La Iglesia demuestra con estos hechos –no podría ser de otra forma– su condición humana tan llena de fragilidades compartidas con todas las religiones, más allá de su utilidad social. Para ellas, muchas veces los hechos terminan siendo descripción-dependientes. Y el esquema que adopten para describir el mundo dependerá de sus necesidades e intereses. Así, el mundo “es” en relación con la teoría que tengan acerca de él.

Y luego aparece la hipocresía del propio Gobierno que, una vez aclarado el episodio y a través de su embajador en la Santa Sede, en su texto oficial exculpa totalmente de responsabilidad al Vaticano por el papelón al que lo expuso durante un día y se queja de “los que sembraron dudas de la autenticidad de la carta”; en lugar de criticar al ‘ceremoniero’ pontificio, menciona el fastidio del Papa “con algunos medios que quisieron sacar agua de la tierra árida para generar conflicto sin tener el rigor de informar con la verdad a la sociedad”. 

Pero con el Papa no se metieron, haciendo lo opuesto de lo que antes hacían cuando era arzobispo de Buenos Aires.

Es cierto que los medios tratan de “sacar agua de tierra árida”. Y es un gran mérito cuando lo logran de verdad. Desgraciadamente, aquellos que hicieron columnas de opinión explicando por qué la carta del Papa era apócrifa quedaron desnudos revelando cuántas veces hablamos como si supiéramos de cosas que ignoramos (problema inmanente de todos los periodistas). 

Y en el caso del biógrafo “oficial” de Bergoglio, el periodista Sergio Rubin, esa desnudez fue aun más patética porque se lo presuponía un verdadero especialista, pero desde el Vaticano explicó que “cualquier persona conocedora de la Iglesia se hubiera percatado –como dijo Karcher– de que una carta del Papa no podía llevar el membrete de la Nunciatura, sino del Vaticano, salvo que la embajada papal transmitiera un mensaje del Pontífice. Pero el de marras llevaba la firma del Papa. Esto, más allá del tuteo a la Presidenta y los errores ortográficos”.

Pobre Rubin. Para él también la palabra del Vaticano debe ser palabra santa, y cayó en la misma trampa epistémica de considerar evidencia (irrefutable) lo que decía el ‘ceremoniero’ pontificio.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el Domingo 25/05/2’14 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 24 de mayo de 2014

Embriáguense… De Alguna Manera...


Embriáguense…


Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:

“¡Es hora de embriagarse!"

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.

Charles Baudelaire.


La aventura de Amadito se acerca a su fin… De Alguna Manera...


La aventura de Amadito se acerca a su fin…

El vicepresidente se convirtió en la cara de la corrupción K en el fin del ciclo. Cada vez la tiene más complicada.

Máximo y su tropa de La Cámpora le bajaron el pulgar y el vice vivió otra semana negra.

Pobre Amado Boudou. Cristina lo hizo vicepresidente porque, para extrañeza de sus incondicionales, le parecía simpático. Por razones no muy claras, creía que el roquero que, como un ángel del infierno yanqui vestido de cuero negro lustroso, quemaba kilómetros a bordo de una Harley Davidson atronadora, sería el hombre indicado para enfervorizar a adolescentes hartos de los personajes grises que pululaban a su alrededor.

Boudou, que con toda seguridad tomo la decisión presidencial por evidencia de que aprobaba su conducta, no pensó en modificarla. En vez de conformarse con lo ya conseguido, fue por más.

Al elegir a Boudou para guardar sus espaldas y fingir ser presidente durante sus ausencias esporádicas, Cristina cometió un error que no puede sino lamentar. Pronto se enteraría de que ni siquiera la legión de jóvenes reclutados para garantizarle la eternidad quería al neoliberal metamorfoseado en kirchnerista exuberante. Máximo y su tropa de La Cámpora le bajaron el pulgar.

Acertaban: para desconcierto de los fieles y, hay que suponerlo, de la mismísima Cristina, Boudou, el vicepresidente más votado de la historia del país, se las arregló para desplazar a Ricardo Jaime de su lugar como el emblemático número uno del elenco gubernamental. Tal y como están las cosas, al vice le espera un porvenir muy pero muy ingrato.

Amado está en apuros desde que la gente comenzó a preguntarse si la Presidenta estaba por “soltarle la mano”, pero su protectora es reacia a hacerlo por varios motivos. Uno es que no le gustaría confesar que cometió un error apenas comprensible al elegirlo para ser su compañero de fórmula sin prestar atención a las advertencias de miembros de su pequeño entorno familiar.

Otro es que le gustaría aún menos entregar la cabeza del ex favorito a los talibanes opositores que, luego de felicitarse por el triunfo, vendrían por la suya. Así y todo, por si acaso Cristina está preparándose anímicamente para tal eventualidad, de ahí la decisión de remplazar a la tucumana Beatriz Rojkés de Alperovich por el ex gobernador santiagueño Gerardo Zamora, un radical de ADN kirchnerista, como segundo en la línea de sucesión presidencial. Desde su punto de vista, es mejor que un radical encabece la cola de lo que sería tener que preocuparse por la proximidad al trono de un senador peronista.

Además de la hostilidad de muchos kirchneristas que ven en él un aventurero oportunista que, con malas artes, se las ingenió para engatusar a Cristina, una señora que, según parece, toma en cuenta los méritos estéticos de sus colaboradores principales, Amado tiene en contra el clima político. Como siempre sucede al acercarse a la puerta de salida el “gobierno más corrupto de la historia” de turno, se ha iniciado la temporada de caza.

Opositores de todos los pelajes, abogados, jueces y otros sienten que ha llegado la hora de tomar en serio asuntos que hasta hace poco les parecían anecdóticos. La anticuada maquinaría judicial está funcionando con mayor rapidez que antes. Causas, entre ellas las que involucran a Amado, que en otro momento se hubieran tramitado con lentitud exasperante, avanzan a una velocidad inacostumbrada. Si tienen suerte, algunos juristas se erigirán en héroes cívicos.

Al negarse la Corte de Casación porteña a sobreseerlo en el caso de la imprenta Ciccone, Amado quedó a un paso de ser llamado a indagatoria por el juez federal Ariel Lijo. ¿Bastaría como para ahorrarle tamaña humillación su condición de vicepresidente? Parecería que no, aunque, como siempre ocurre cuando de un tema legal se trata, las opiniones de los constitucionalistas están divididas.

Asimismo, si bien es factible que la Corte Suprema opte por ayudarlo por razones institucionales, dando a entender sus integrantes que a su juicio no le convendría en absoluto al país que el vicepresidente marchara preso, los especialistas en la materia no creen que estaría dispuesta a arriesgarse defendiendo a un personaje tan polémico.

Mientras tanto, distintos líderes opositores están esforzándose por convencer a los demás, comenzando con aquellos kirchneristas que están alejándose subrepticiamente de un proyecto sin un futuro claro, de que por ser insostenible la posición en que Boudou se encuentra le corresponde pedir licencia.

Según los más caritativos, sería de su interés abandonar por un rato su trabajo vicepresidencial para concentrarse en eliminar todos aquellos malentendidos maliciosos –entre ellos, el ocasionado por la huida de un testigo que dice temer por su vida–, de los que es víctima y, una vez terminada la tarea así supuesta, volver al Gobierno con su honra a salvo.

¿Es lo que realmente piensan? Es probable que no; como Boudou, sabrán muy bien que si se dejara conmover por quienes insinúan que sería astuto de su parte pedir licencia, sus compañeros no le permitirían regresar. Para ellos, su mera presencia en el Gobierno es fruto de uno de los caprichos menos explicables de Cristina; lo que quieren es que se borre, que se vaya para siempre.

A juzgar por las encuestas de opinión, para la mayoría Boudou resume en su persona una proporción notable de los vicios que son considerados típicos de las zonas menos salubres del submundo político nacional. Adelantándose a la Justicia, muchos dan por descontado que es un mentiroso serial, un traficante de influencias resuelto a enriquecerse en tiempo récord con la ayuda de testaferros de trayectoria dudosa.

Puede que exageren, que de no haber sido por su forma desfachatada, menemista, de actuar en público, a pocos les hubieran molestado sus presuntas actividades ilícitas; al fin y al cabo, la forma heterodoxa en la que Néstor Kirchner agregó más dólares a su patrimonio ya abultado no lo perjudicó a ojos de quienes siguen creyéndolo un auténtico prócer. Parecería que ser un peronista nato aún acarrea privilegios con los que compañeros de ruta de procedencia liberal, como María Julia Alsogaray y Boudou, solo pueden soñar.

A aquellos kirchneristas progres que imaginan que Cristina encabeza una especie de revolución popular, la saga protagonizada por el vice plantea un problema que en buena lógica debería atormentarlos. ¿Cómo incorporar las peripecias novelescas de un hombre tan distinto de los demás compañeros al “relato” épico? No les es del todo sencillo.

Para los demás, lo que ha sucedido es más preocupante de lo que supondrán los que, a pesar de todos los reveses, se aferran a la convicción de que el matrimonio patagónico procuraba hacer algo positivo para el país. Tendrán que preguntarse: ¿cómo fue posible que Boudou lograra trepar hasta la cima del poder, a un latido nada más de la presidencia de la Nación, con la aquiescencia complaciente del movimiento mayoritario y del 54 por ciento del electorado? La respuesta dista de ser reconfortante: porque así lo quiso una sola persona, Cristina, la dueña absoluta del destino nacional.

Criticar a la Presidenta por una decisión que resultó ser cómicamente arbitraria sería fácil si el sistema político fuera monárquico porque en tal caso todo dependería de la voluntad del jefe supremo, pero en teoría la Argentina es una república en la que el poder del mandatario es limitado por la Constitución. En realidad, claro está, las instituciones no funcionan porque, mientras se da la sensación de que la economía anda bien, a la mayoría no le interesan los detalles. Es solo cuando los problemas comienzan a multiplicarse que la opinión pública cambia de manera drástica.

De repente, millones de personas se manifiestan horrorizadas por la corrupción que durante años habían consentido. Y, por enésima vez, se difunde la esperanza, entre quienes se preocupan por tales cosas, de que el país esté en vísperas de un renacimiento moral, que nunca más habrá presidentes que actúen como autócratas. Tales etapas suelen ser agradables, pero para que brinden resultados concretos sería necesario que más políticos, muchos más, recuperaran el amor propio. Si la “década ganada” nos ha enseñado algo, esto es que una democracia no puede funcionar con una clase política dominada por obsecuentes serviles.

Un día, la Presidenta tendrá que rendir cuentas ante la Justicia a menos que la facción más poderosa de la clase política decida amnistiarla. Podría argüirse, pues, que Boudou y Cristina son víctimas de las circunstancias. Por ser la Argentina un país de cultura caudillista, de instituciones débiles y un sistema judicial maleable, los políticos pasajeramente exitosos se ven rodeados de tentaciones que para muchos son irresistibles.

Suelen creerse impunes, blindados contra cualquier adversidad concebible por sus fueros y por la complicidad de otros que, de tener la oportunidad, no vacilarían en emularlos. Corren riesgos que, de reflexionar un poquito, les parecerían excesivos, pero daría la impresión que son congénitamente incapaces de aprender de la experiencia triste de sus antecesores que, por lo común, atribuyen a sus presuntos errores ideológicos.

Para Cristina y sus incondicionales, el pecado más ignominioso de los menemistas no fue robar sino apostar al “neoliberalismo”. Puesto que a diferencia de quienes ganaron la década de los noventa del siglo pasado, ellos eran nacionales y populares, suponían que no tendrían por qué preocuparse.

© Escrito por Jaime Neilson el Viernes 23/05/2014 y publicado en la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Néstor Vicente... De Alguna Manera...


Néstor Vicente...


Néstor Vicente cuenta con una dilatada trayectoria como militante político. En sus inicios fue candidato a consejero estudiantil universitario y ocupó la vicepresidencia de la Acción Católica porteña. En 1961 se sumó a la Democracia Cristiana y en 1973, como parte del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), resultó electo concejal de la ciudad de Buenos Aires. 

El golpe militar del 24 de marzo de 1976 lo encontró en ejercicio de ese mandato y como secretario general del Partido Popular Cristiano. Meses después se incorporó a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Junto con Augusto Conte, Enrique de Vedia y Carlos Auyero fue uno de 105 fundadores de la corriente Humanismo y Liberación de la Democracia Cristiana, que hizo punta en la lucha a favor de los derechos humanos y en el enfrentamiento a la dictadura militar.

Durante la reinstauración democrática de 1983 pugnó junto con Cante por que los derechos humanos llegaran al Parlamento. Viajaron juntos a Cuba y Nicaragua en 1984, invitados por el régimen sandinista. A pocos meses del regreso de esa importante experiencia dejó las filas de la Democracia Cristiana para incorporarse al Partido Intransigente.

Luego de fundar con Eduardo Luis Duhalde y el coronel Luis César Perlinger la Izquierda Democrática Popular (IDEPO), integró la alianza Izquierda Unida, de la que fue candidato a presidente de la Nación en 1989, luego de haber protagonizado la primera interna abierta que tuvo lugar en el país.

El 1º de mayo de 1990 fue junto con Luis Zamora orador principal en la denominada Plaza del No, en abierta oposición al proyecto menemista que comenzaba a desarrollarse.

Compartió con Oscar Alende, José María Rosa y Conrado Storani la autoría del libro El ocaso del Proceso, publicado en diciembre de 1981. Los reportajes que le hicieron Mona Moncalvillo (1985) y Juan José Salinas (1989) fueron publicados como libros.

Fue diputado de la Ciudad en 1999, y nunca dejó de expresar su predilección por el tango y su afición a la poesía. La pasión que puso en la actividad política también fue un signo singular de su quehacer como dirigente deportivo. Fue presidente de Huracán y escribió dos libros sobre la historia del club y otro sobre política deportiva, Puntapié inicial (2000), publicado por la editorial Galerna.

© Escrito por Augusto Conte, Padre de La Plaza, el Miércoles 14/04/2006 y publicado por http://www.rodolfowalsh.org

 

jueves, 22 de mayo de 2014

El secuestro de la verdad... De Alguna Manera...

El secuestro de la verdad...



Con el traspaso de la ESMA y otros centros clandestinos a la órbita nacional, el Gobierno se asegura ser la única voz autorizada sobre los años 70 y construir desde allí una versión oficial que deje afuera recuerdos incómodos

¿Se puede decir ex ESMA? Así se insiste en nombrar al edificio que fue campo de detención clandestina y que ahora ha sido convertido en moneda de intercambio entre el gobierno nacional y el de la Ciudad, que desistió de su responsabilidad sobre lo que les pertenece a los porteños por geografía y tragedia.

En efecto, cuando días atrás la Legislatura aprobó el traspaso al gobierno nacional de edificios porteños en los que funcionaron centros clandestinos de detención, incluido el de la ex ESMA, en el que desarrolla sus actividades el Instituto de Espacio para la Memoria (IEM) ahora disuelto, fuimos muchos los que vimos detrás de esa jugada el intento del Gobierno de “apropiarse” de la memoria para “resignificar” esos legados y ponerlos al servicio de la “causa nacional y popular”. Esto es: glorificar como heroísmo la militancia de los años setenta para eludir el gran debate sobre la responsabilidad de la dirigencia montonera en la violencia política que antecedió al golpe de 1976 y que tiene en la ESMA su expresión más perversa, la que “unió a los réprobos con sus demonios, al mártir con el que encendió la pira”, tal como escribió Jorge Luis Borges en una crónica memorable sobre una de las audiencias del Juicio a las juntas militares.

Aquel día de julio de 1985, escuchamos el testimonio de Víctor Basterra, un operario gráfico detenido al que obligaban a falsificar documentos, desde escrituras a partidas de defunción, y que fue liberado en 1984 bajo una amenaza que hoy se llena de sentido: “Te vas, pero no te hagas el tonto que la comunidad informativa siempre queda”. Víctor Basterra integraba el ahora desaparecido IEM, un organismo plural del que también formó parte el premio Nobel de la Paz Pérez Esquivel y organismos de derechos humanos no alineados con el kirchnerismo. 

Aun en contra de una sentencia judicial para no modificar el edificio de la ESMA, el Gobierno construirá un museo guionado por los relatores oficiales.

Los senadores kirchneristas que en abril pasado dictaminaron en el Congreso sobre el traslado de la ESMA se negaron a escuchar las objeciones de los integrantes del IEM. Entre ellos, los sobrevivientes Víctor Basterra y Carlos Lordkipanidse, quien narró: “Por el horror que ahí existía, Víctor solía exhalar: ¡Ay, Dios mío!’ Un compañero que tenía a su lado, en la capucha, le decía: En este lugar, capaz hay Dios, pero muy poquito’. De lo que sí estoy seguro es de que nunca vimos ahí adentro asados, murgas, recitales, payasos, ni mucho menos Sergio Berni”.

No hay dudas de que el Gobierno busca apropiarse de esos edificios simbólicos para erigirse en única voz autorizada sobre aquella tragedia nacional; busca construir desde allí una memoria oficial que deje afuera cualquier información incómoda sobre los años 70. Es sabido que en la ESMA se ensayó el más tenebroso experimento de perversión entre Massera y la dirigencia de Montoneros. Me llevó cuarenta años conocer el destino final de mis hermanos, Néstor y Cristina, presos desparecidos en ese centro clandestino. 

Por respeto a las víctimas, me he cuidado de no cometer la injusticia de juzgar las conductas personales bajo el terror, pero no se puede negar la complicidad que existió entre la dirigencia montonera y el comandante de la marina. Incluso el ya fallecido Juan Gelman, que fue parte de la conducción de Montoneros, escribió en Página 12 a principios de 2001: “En 1978 Firmenich y Cía. pactaron con Massera, el carnicero de la ESMA, un acuerdo preparatorio. Cada socio perseguía un objetivo propio: Massera, el de trabajar su camino hacia la presidencia del país; Montoneros, el de aparecer en los diarios para que no nos olviden’, ilustraba Roberto Cirilo Perdía”.

Se entiende por qué la memoria de la ESMA puede ser incómoda y por qué se hacen tantos esfuerzos por amordazar cualquier intento de trabajar por una memoria de los años 70 que no puede ser complaciente para nadie.

Tanto se busca silenciar las disidencias que hasta una víctima de los peores abusos de la represión ilegal puede volverse un testigo incómodo. “Soy una sobreviviente no apta para el gobierno actual, por lo tanto nunca fui convocada a ninguno de los megashows de la ESMA”, declaró María Luján Bertella, quien estuvo secuestrada en la ESMA a los 21 años y el 19 de marzo pasado dio su testimonio ante el Tribunal Oral y Federal N° 5. 

Bertella confesó que por influencia de su pareja, un dirigente montonero, había omitido en su declaración ante el CELS en 1984/85 la autocrítica que ella hace sobre su militancia de entonces (se cuestiona, por ejemplo, haber justificado con un ligero “Es la Guerra” el atentado contra la casa de Guillermo Walter Klein, donde había cuatro niños de entre cuatro y doce años). Amplía además el concepto de vítctima: “Las situaciones de víctima son muchas. 

En definitiva yo fui víctima en primer lugar, a los 15 años, de Montoneros, a los 21 años fui víctima de la ESMA y en el exilio, una vez que recuperé la libertad, fui víctima de muchos integrantes de organismos de derechos humanos que me hicieron vivir la dificultad de presentarme como sobreviviente de la ESMA”.

El testimonio de María Luján fue subido a YouTube por un abogado defensor en esa causa y fue visto por miles de usuarios en pocos días. Hoy ya nadie podrá verlo porque fue retirado de la Web y ya no está disponible en YouTube, se lo hizo “desaparecer”. Es una memoria incómoda.

Desde que trato de encontrar respuestas a la tragedia que nos atravesó, me pregunto por qué no hubo desaparecidos en Brasil, en Chile o en Uruguay, como sucedió en la Argentina, donde existió un plan sistemático desde el Estado para hacer desaparecer los cuerpos y así negar los crímenes. Hoy intuyo que entre nosotros siempre se hizo desaparecer desde el poder lo que molesta para construir la versión del relato oficial. La Revolución del 55 negó el nombre de Perón, los símbolos del peronismo y hasta secuestró el cuerpo de Eva Perón. Como si fuera posible eludir la opinión de alguien, la verdad de otro, con sólo negarla o dejar de nombrarla.

Perturba constatar que aquellos que fueron desaparecidos políticos de la dictadura hoy estén dispuestos a hacer desaparecer voces que los contradicen. Ésa fue la lógica que imperó a lo largo de nuestra autoritaria historia y que hoy se replica en nuestra cultura política. Como sucede con libros silenciados como el de Graciela Fernández Meijide, No eran héroes, o con El testamento, de Hector Leis, un ex montonero que hoy cuestiona la lucha armada en la que participó. 

O como sucedió hace diez años con las respuestas lapidarias que recibieron las reflexiones del filósofo cordobés Oscar del Barco, uno de los intelectuales que más influyeron en el pensamiento de izquierda y que asumió públicamente su responsabilidad no en tomar las armas sino en haber influido ideológicamente en los jóvenes que terminaron usándolas. Con una gran honestidad personal y valentía intelectual todos ellos nos ofrecen la oportunidad del debate que nos debemos en relación con la violencia política.

Yo misma debí esperar más de diez años para que una editorial se animara a publicar lo que todas habían rechazado, el libro De la culpa al perdón, escrito mucho antes de que se simplificara la revisión del pasado con el cuadro que se descuelga para hacer desaparecer a Videla de la pared. “El coraje es de otro orden -escribí y sostengo ahora-. Es ser capaces de mirar de frente todo lo que nos sucede, sentir el dolor por todo lo que no pudimos evitar. Le llamemos culpa o responsabilidad.”

En esta última decada, muchos dirigentes de derechos humanos salieron de la oscuridad, abandonaron la plaza y cruzaron al Palacio para recibir los favores políticos del poder. Sólo así se entiende la urgencia para congelar la memoria de lo que realmente sucedió en la ESMA.

Confío en que, pese a los comisarios políticos, la verdad se impondrá. No en beneficio nuestro sino a favor de lo que nos trasciende, el porvenir democrático. La ESMA nunca dejará de ser el más tenebroso de los experimentos de muerte y perversión política de nuestro país. La única “resignificación” posible es que la política erradique el autoritarismo y la educación saque las lecciones morales del pasado para que finalmente aprendamos a vivir en libertad con responsabilidad.

© Escrito por Norma Morandini el Miércoles 21/05/2014 y publicado en diario La Nación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.