El
secuestro de la verdad...
Con
el traspaso de la ESMA y otros centros clandestinos a la órbita nacional, el
Gobierno se asegura ser la única voz autorizada sobre los años 70 y construir
desde allí una versión oficial que deje afuera recuerdos incómodos
¿Se
puede decir ex ESMA? Así se insiste en nombrar al edificio que fue campo de
detención clandestina y que ahora ha sido convertido en moneda de intercambio
entre el gobierno nacional y el de la Ciudad, que desistió de su
responsabilidad sobre lo que les pertenece a los porteños por geografía y
tragedia.
En
efecto, cuando días atrás la Legislatura aprobó el traspaso al gobierno
nacional de edificios porteños en los que funcionaron centros clandestinos de
detención, incluido el de la ex ESMA, en el que desarrolla sus actividades el
Instituto de Espacio para la Memoria (IEM) ahora disuelto, fuimos muchos los que
vimos detrás de esa jugada el intento del Gobierno de “apropiarse” de la
memoria para “resignificar” esos legados y ponerlos al servicio de la “causa
nacional y popular”. Esto es: glorificar como heroísmo la militancia de los
años setenta para eludir el gran debate sobre la responsabilidad de la
dirigencia montonera en la violencia política que antecedió al golpe de 1976 y
que tiene en la ESMA su expresión más perversa, la que “unió a los réprobos con
sus demonios, al mártir con el que encendió la pira”, tal como escribió Jorge
Luis Borges en una crónica memorable sobre una de las audiencias del Juicio a
las juntas militares.
Aquel
día de julio de 1985, escuchamos el testimonio de Víctor Basterra, un operario
gráfico detenido al que obligaban a falsificar documentos, desde escrituras a
partidas de defunción, y que fue liberado en 1984 bajo una amenaza que hoy se
llena de sentido: “Te vas, pero no te hagas el tonto que la comunidad
informativa siempre queda”. Víctor Basterra integraba el ahora desaparecido IEM,
un organismo plural del que también formó parte el premio Nobel de la Paz Pérez
Esquivel y organismos de derechos humanos no alineados con el kirchnerismo.
Aun
en contra de una sentencia judicial para no modificar el edificio de la ESMA,
el Gobierno construirá un museo guionado por los relatores oficiales.
Los
senadores kirchneristas que en abril pasado dictaminaron en el Congreso sobre
el traslado de la ESMA se negaron a escuchar las objeciones de los integrantes
del IEM. Entre ellos, los sobrevivientes Víctor Basterra y Carlos
Lordkipanidse, quien narró: “Por el horror que ahí existía, Víctor solía
exhalar: ¡Ay, Dios mío!’ Un compañero que tenía a su lado, en la capucha, le
decía: En este lugar, capaz hay Dios, pero muy poquito’. De lo que sí estoy seguro
es de que nunca vimos ahí adentro asados, murgas, recitales, payasos, ni mucho
menos Sergio Berni”.
No
hay dudas de que el Gobierno busca apropiarse de esos edificios simbólicos para
erigirse en única voz autorizada sobre aquella tragedia nacional; busca
construir desde allí una memoria oficial que deje afuera cualquier información
incómoda sobre los años 70. Es sabido que en la ESMA se ensayó el más tenebroso
experimento de perversión entre Massera y la dirigencia de Montoneros. Me llevó
cuarenta años conocer el destino final de mis hermanos, Néstor y Cristina,
presos desparecidos en ese centro clandestino.
Por respeto a las víctimas, me
he cuidado de no cometer la injusticia de juzgar las conductas personales bajo
el terror, pero no se puede negar la complicidad que existió entre la
dirigencia montonera y el comandante de la marina. Incluso el ya fallecido Juan
Gelman, que fue parte de la conducción de Montoneros, escribió en Página 12 a
principios de 2001: “En 1978 Firmenich y Cía. pactaron con Massera, el
carnicero de la ESMA, un acuerdo preparatorio. Cada socio perseguía un objetivo
propio: Massera, el de trabajar su camino hacia la presidencia del país;
Montoneros, el de aparecer en los diarios para que no nos olviden’, ilustraba
Roberto Cirilo Perdía”.
Se
entiende por qué la memoria de la ESMA puede ser incómoda y por qué se hacen
tantos esfuerzos por amordazar cualquier intento de trabajar por una memoria de
los años 70 que no puede ser complaciente para nadie.
Tanto
se busca silenciar las disidencias que hasta una víctima de los peores abusos
de la represión ilegal puede volverse un testigo incómodo. “Soy una
sobreviviente no apta para el gobierno actual, por lo tanto nunca fui convocada
a ninguno de los megashows de la ESMA”, declaró María Luján Bertella, quien
estuvo secuestrada en la ESMA a los 21 años y el 19 de marzo pasado dio su
testimonio ante el Tribunal Oral y Federal N° 5.
Bertella confesó que por
influencia de su pareja, un dirigente montonero, había omitido en su
declaración ante el CELS en 1984/85 la autocrítica que ella hace sobre su
militancia de entonces (se cuestiona, por ejemplo, haber justificado con un
ligero “Es la Guerra” el atentado contra la casa de Guillermo Walter Klein,
donde había cuatro niños de entre cuatro y doce años). Amplía además el
concepto de vítctima: “Las situaciones de víctima son muchas.
En definitiva yo
fui víctima en primer lugar, a los 15 años, de Montoneros, a los 21 años fui
víctima de la ESMA y en el exilio, una vez que recuperé la libertad, fui víctima
de muchos integrantes de organismos de derechos humanos que me hicieron vivir
la dificultad de presentarme como sobreviviente de la ESMA”.
El
testimonio de María Luján fue subido a YouTube por un abogado defensor en esa
causa y fue visto por miles de usuarios en pocos días. Hoy ya nadie podrá verlo
porque fue retirado de la Web y ya no está disponible en YouTube, se lo hizo
“desaparecer”. Es una memoria incómoda.
Desde
que trato de encontrar respuestas a la tragedia que nos atravesó, me pregunto
por qué no hubo desaparecidos en Brasil, en Chile o en Uruguay, como sucedió en
la Argentina, donde existió un plan sistemático desde el Estado para hacer
desaparecer los cuerpos y así negar los crímenes. Hoy intuyo que entre nosotros
siempre se hizo desaparecer desde el poder lo que molesta para construir la
versión del relato oficial. La Revolución del 55 negó el nombre de Perón, los
símbolos del peronismo y hasta secuestró el cuerpo de Eva Perón. Como si fuera
posible eludir la opinión de alguien, la verdad de otro, con sólo negarla o
dejar de nombrarla.
Perturba
constatar que aquellos que fueron desaparecidos políticos de la dictadura hoy
estén dispuestos a hacer desaparecer voces que los contradicen. Ésa fue la
lógica que imperó a lo largo de nuestra autoritaria historia y que hoy se
replica en nuestra cultura política. Como sucede con libros silenciados como el
de Graciela Fernández Meijide, No eran héroes, o con El testamento, de Hector
Leis, un ex montonero que hoy cuestiona la lucha armada en la que participó.
O
como sucedió hace diez años con las respuestas lapidarias que recibieron las
reflexiones del filósofo cordobés Oscar del Barco, uno de los intelectuales que
más influyeron en el pensamiento de izquierda y que asumió públicamente su
responsabilidad no en tomar las armas sino en haber influido ideológicamente en
los jóvenes que terminaron usándolas. Con una gran honestidad personal y
valentía intelectual todos ellos nos ofrecen la oportunidad del debate que nos
debemos en relación con la violencia política.
Yo
misma debí esperar más de diez años para que una editorial se animara a
publicar lo que todas habían rechazado, el libro De la culpa al perdón, escrito
mucho antes de que se simplificara la revisión del pasado con el cuadro que se
descuelga para hacer desaparecer a Videla de la pared. “El coraje es de otro
orden -escribí y sostengo ahora-. Es ser capaces de mirar de frente todo lo que
nos sucede, sentir el dolor por todo lo que no pudimos evitar. Le llamemos
culpa o responsabilidad.”
En
esta última decada, muchos dirigentes de derechos humanos salieron de la
oscuridad, abandonaron la plaza y cruzaron al Palacio para recibir los favores
políticos del poder. Sólo así se entiende la urgencia para congelar la memoria
de lo que realmente sucedió en la ESMA.
Confío
en que, pese a los comisarios políticos, la verdad se impondrá. No en beneficio
nuestro sino a favor de lo que nos trasciende, el porvenir democrático. La ESMA
nunca dejará de ser el más tenebroso de los experimentos de muerte y perversión
política de nuestro país. La única “resignificación” posible es que la política
erradique el autoritarismo y la educación saque las lecciones morales del
pasado para que finalmente aprendamos a vivir en libertad con responsabilidad.
©
Escrito por Norma Morandini el Miércoles 21/05/2014 y publicado en diario La
Nación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.