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jueves, 24 de abril de 2025

Adiós al papa Francisco… @dealgunamanera...

Adiós al papa Francisco. Referente religioso, político y cultural…

Francisco instaló desde el Vaticano una agenda destinada a exponer los problemas del mundo, entre ellos, las migraciones, el cambio climático, las guerras y la deuda externa. El legado del papa argentino y los interrogantes sobre su sucesión en la nota de la semana de Revista Acción. 

© Escrito el miércoles 23/04/2025 por Washington Uranga y publicado por la Revista Acción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

Murió el papa Francisco. Difícil habría sido imaginar el 13 de marzo de 2013, cuando Jorge Bergoglio fue proclamado como máxima autoridad de la Iglesia católica, que este porteño nacido en el barrio de Flores y que siempre se siguió reivindicando como «cuervo» por su identificación futbolística con San Lorenzo, se convertiría en poco tiempo en uno de los máximos referentes del universo político, religioso y cultural a nivel mundial. Podrá decirse que esto sucedió –sin duda– en un escenario en el que la crisis de referentes es evidente, y el avance de las ideas conservadoras es notoria en buena parte de los países, mientras el poder económico se concentra en el capitalismo de plataformas y la sobreexplotación de los recursos naturales no se detiene ante la voracidad de la acumulación de riquezas.

Pero habrá que reconocer también que el papa argentino instaló desde el Vaticano una agenda destinada a exponer los problemas y las atrocidades del mundo presente. Por eso su primera salida de Roma fue a Lampedusa, para encontrarse allí con los inmigrantes ilegales que llegan hasta Europa buscando una tabla de salvación. Fue el primer gesto de Bergoglio para con «los descartados» del sistema, como él los ha denominado en varias oportunidades.

La posición de Francisco –que se podría considerar, de alguna manera, su «plan de gobierno» al frente de la Iglesia católica– quedó expresada en sus discursos y alocuciones públicas, también en sus gestos, pero estuvo condensada y sistematizada en dos de sus encíclicas: Laudato si, sobre el cuidado de «la casa común» y Fratelli tutti, sobre la sociedad y la convivencia humanas.

En medio de conflictos. 

En la primera, Bergoglio planteó la corresponsabilidad de todas y todos en el cuidado del mundo en que vivimos. Denunció las consecuencias del cambio climático ocasionado por el modelo económico dominante, al que criticó con dureza basado en fundamentos y precisión técnica. En la segunda se centró en la necesidad de la fraternidad entre las personas, la advertencia sobre las migraciones masivas, los pobres y descartados del mundo, condenando las guerras y su infinita capacidad destructora. 

En todos los casos el papa propuso «la cultura del encuentro», que definió como diálogo en la diferencia y entre diferentes, como manera de crear y definir alternativas al costado de los modelos económicos y políticos dominantes.


A lo largo de su pontificado, Francisco repitió estas mismas ideas en centenares de encuentros con dirigentes, autoridades y jefes de Estado de todo el mundo. También lo hizo con los líderes de las religiones monoteístas a partir del convencimiento de que estas tradiciones religiosas tienen que contribuir a la construcción de alternativas de paz en un escenario en el que –según sus propias palabras– asistimos a una guerra mundial montada en pequeños o medianos conflictos armados de orden regional por motivos territoriales, étnicos, raciales o económicos. 

En esta búsqueda, Bergoglio decidió involucrar a la estructura institucional de la Iglesia católica. Para hacerlo tuvo que cambiar reglas de juego y también personas en el Vaticano. La Santa Sede desempeñó un papel más activo en los foros internacionales y en los organismos multilaterales donde se debatió sobre el cambio climático, pero también sobre migraciones o sobre la deuda externa. El propio Vaticano, a través de la Academia Pontificia de Ciencias, se ofreció como escenario para estos intercambios. La Iglesia se comprometió –no siempre con éxito– en mediaciones frente a conflictos tales como el de Rusia y Ucrania e Israel y Palestina, para mencionar tan solo dos. Y fue el propio Francisco el que intervino para acercar posiciones entre Estados Unidos y Cuba buscando disminuir el impacto de la agresión que implica el bloqueo al país caribeño.

En Bolivia. Francisco en su visita de julio de 2015, donde ofreció un recordado mensaje en favor de la justicia social. Fotografía: Getty Images


Las tres T.

No contento con lo anterior, Francisco se convirtió en un líder en defensa de los derechos humanos y vocero de los pobres y descartados. Para ello buscó una alianza con los movimientos sociales de todo el mundo, empoderándolos en sus reclamos. Un hecho sumamente significativo, en lo simbólico y en lo político, ocurrió con ocasión de su visita a Cochabamba (Bolivia), el 9 de julio de 2015. Allí el papa se presentó ante un auditorio plural de los movimientos sociales y los animó a ser protagonistas del cambio social sobre la base de su consigna de «las tres T: tierra, techo y trabajo». De allí en más, sin distinción de tipo religioso, los movimientos sociales fueron asiduos invitados a los debates y las iniciativas en favor de la justicia social promovidas por el sumo pontífice.

Fue su permanente defensa de la justicia social lo que llevó a Bergoglio a los mayores enfrentamientos discursivos con el presidente Javier Milei, quien rechaza ese concepto como categoría y como práctica, por considerarlo una aberración y un robo para quienes tendrían que ceder parte de las riquezas acumuladas para garantizar la sobrevivencia de los más pobres.


También puso en práctica cambios en la institución católica, cuya credibilidad estaba seriamente afectada por los casos de abusos, de pedofilia y de corrupción financiera. Francisco reformó el funcionamiento de la curia y estableció sanciones. Ydio el debate definiendo una «iglesia de puertas abiertas», incorporando a las mujeres a los puestos de mando y acogiendo también a los homosexuales y a las diversidades de género. En este frente interno encontró resistencias de todo tipo: de los ultraconservadores en lo doctrinario, pero también de quienes delinquieron amparados en el poder eclesiástico. 

Una pregunta que resuena en el aire y que se hace mucha gente, católicos o no, es si la renovación y la perspectiva humanista basada en derechos de la que ha sido abanderado Francisco tendrá continuidad en la Iglesia católica tras la elección de un nuevo pontífice. Es un interrogante que hoy no tiene respuesta, porque a pesar de las previsiones tomadas por Bergoglio para asegurar en el cónclave elector a un grupo de cardenales afines a su perspectiva, esto no resulta hoy asegurado. Habrá que esperar entonces que las ideas y las propuestas sembradas por Francisco florezcan no solo en la Iglesia, sino más allá de sus límites, en otros espacios de la sociedad y para bien de la humanidad.



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domingo, 25 de mayo de 2014

Hipocresía vaticana... De Alguna Manera...


Hipocresía vaticana...

Guillermo Karcher sostiene el micrófono papal. Foto: Cedoc

Si no fuera porque parecería un presuntuoso juego de enredo lingüístico, el título de esta columna sobre la “carta robada al Papa” debería haber sido: “Inconmensurabilidad interparadigmática”. Las abuelas lo llamarían “vivir en dos mundos diferentes”, pero para los epistemólogos relativistas, la insuficiencia de la razón a la hora de razonar es resultado de la inconmensurabilidad interparadigmática.

Es racional que los pensamientos sean determinados por las evidencias. Y que quien fundamenta sus creencias en las evidencias sea una persona racional. Pero los relativistas creen que hay múltiples formas de ser racional y que, cambiando simplemente lo que se considera evidencia, es posible llegar a creencias justificadas contrapuestas. Por ejemplo, para Galileo lo que se percibía al mirar por el telescopio era evidencia de que la Tierra giraba alrededor del Sol. Mientras que el prominente cardenal Belarmino rechazaba la invitación de Galileo a mirar por el telescopio porque él tenía una fuente mucho mejor de evidencia, que era la palabra de Dios expresada en las escrituras sagradas de la Biblia. Ninguno de los dos estaba siendo ilógico: Galileo y Belarmino operaban con sistemas epistémicos fundamentalmente diferentes.

Quizás no sea casual que nuevamente un representante del Vaticano, siempre en contacto con verdades sagradas no expuestas a pruebas de la realidaden este caso el ‘ceremoniero’ pontificio, Guillermo Karcher–, no haya dudado un instante en calificar la carta del Papa como apócrifa.

Para él, la palabra del santo padre debe ser palabra santa (como la Biblia para Belarmino), y al preguntarle a Bergoglio si había escrito alguna carta de salutación a Cristina Kirchner y éste haberle respondido que no, nunca pudo imaginar que el Papa podía estar distraído al darle la respuesta, que se podía haber olvidado o que podía no saber que se había enviado esa carta en su nombre, y arremetió como un cruzado suponiendo que esa carta era “trucha” y un “collage” hecho con “muy mala leche”. El tema no son el lenguaje y las formas de Karcher, quien si hubiera creído que alguien estaba haciéndose pasar por el Papa podría haberse ofuscado (con “buena leche”), sino cómo cada uno cree lo que cree.

Que tal cosa sea evidencia de otra depende del paradigma en el que se esté, porque cualquier conocimiento debe su estatus a la aprobación que le conceden nuestros valores sociales contingentes.

Lo mismo nos sucedió a los medios que, entre los dichos del Vaticano (representado por Karcher) y el gobierno argentino, no dudamos en creer que quien había cometido un error era el Gobierno. Pocas veces como con la –primero apócrifa y luego real– carta del Papa a Cristina Kirchner quedó en evidencia cómo podemos ser nosotros y no la realidad los responsables de lo que conocemos y que no hay muchas normas de racionalidad libres de contexto o supraculturales. Los miembros de un grupo, al compartir valores sociales y políticos, perdemos conciencia de cómo éstos pueden influenciar la forma en que ellos conducen nuestro trabajo, qué observaciones realizamos y cuán bien evaluamos la evidencia con que contamos. No es inhabitual estar inclinados por los valores a creer cosas para las que hay evidencia insuficiente.

También tú.

Después vino la hipocresía vaticana, que no pidió claramente disculpas por el error de calificar de falsa una carta verdadera del Papa. ¿Creerán su infalibilidad? No reconocer el error para no darle más trascendencia puede ser una estrategia de comunicación, pero éticamente es reprochable en una institución que hace de la moral su razón de ser. En el diálogo aclaratorio de Guillermo Karcher con Nelson Castro por radio Continental al día siguiente, el representante del Vaticano habló con una soberbia y un tono cortante que hacían recordar más a un dictador militar que a un ‘ecumenista’. Salvando obviamente las siderales distancias, vale recordar que a Galileo recién le pidió disculpas Juan Pablo II, 400 años después.

La Iglesia demuestra con estos hechos –no podría ser de otra forma– su condición humana tan llena de fragilidades compartidas con todas las religiones, más allá de su utilidad social. Para ellas, muchas veces los hechos terminan siendo descripción-dependientes. Y el esquema que adopten para describir el mundo dependerá de sus necesidades e intereses. Así, el mundo “es” en relación con la teoría que tengan acerca de él.

Y luego aparece la hipocresía del propio Gobierno que, una vez aclarado el episodio y a través de su embajador en la Santa Sede, en su texto oficial exculpa totalmente de responsabilidad al Vaticano por el papelón al que lo expuso durante un día y se queja de “los que sembraron dudas de la autenticidad de la carta”; en lugar de criticar al ‘ceremoniero’ pontificio, menciona el fastidio del Papa “con algunos medios que quisieron sacar agua de la tierra árida para generar conflicto sin tener el rigor de informar con la verdad a la sociedad”. 

Pero con el Papa no se metieron, haciendo lo opuesto de lo que antes hacían cuando era arzobispo de Buenos Aires.

Es cierto que los medios tratan de “sacar agua de tierra árida”. Y es un gran mérito cuando lo logran de verdad. Desgraciadamente, aquellos que hicieron columnas de opinión explicando por qué la carta del Papa era apócrifa quedaron desnudos revelando cuántas veces hablamos como si supiéramos de cosas que ignoramos (problema inmanente de todos los periodistas). 

Y en el caso del biógrafo “oficial” de Bergoglio, el periodista Sergio Rubin, esa desnudez fue aun más patética porque se lo presuponía un verdadero especialista, pero desde el Vaticano explicó que “cualquier persona conocedora de la Iglesia se hubiera percatado –como dijo Karcher– de que una carta del Papa no podía llevar el membrete de la Nunciatura, sino del Vaticano, salvo que la embajada papal transmitiera un mensaje del Pontífice. Pero el de marras llevaba la firma del Papa. Esto, más allá del tuteo a la Presidenta y los errores ortográficos”.

Pobre Rubin. Para él también la palabra del Vaticano debe ser palabra santa, y cayó en la misma trampa epistémica de considerar evidencia (irrefutable) lo que decía el ‘ceremoniero’ pontificio.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el Domingo 25/05/2’14 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.