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domingo, 9 de julio de 2023

Un Massa para cada gusto… @dealgunamaneraok...

 Un Massa para cada gusto…


Ser o no ser, esa es la cuestión. Sergio Massa. Dibujo: Pablo Temes

La “kirchnerización” del ministro de Economía es una alerta para los empresarios que ven con buenos ojos su postulación.

© Escrito por Nelson Castro el sábado 08/07/2023 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

Fue una puesta en escena como las que le gustan armar a Sergio Massa. Él ocupando la cabecera de la mesa, flanqueado a ambos lados por el ministro de Transporte, Alexis Guerrera, la ministra de Trabajo, Kelly Olmos, un grupo de empresarios, que dócilmente aceptan ser tratados de extorsionadores, y sindicalistas del sector.

El que toma la palabra es el ministro de Economía –con breves intervenciones de los otros dos–, que desgrana una larga perorata con cara de circunstancia –es decir, enojo–, transmitida por cámaras propias instaladas en el despacho en donde se celebró esa reunión. Esa puesta en escena en la que aprovechó para, de paso, tirarle un palo al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se completó con algunos títulos publicados en algunos medios en los que se decía que era Massa quien había levantado el paro. Nadie explicó por qué esa decisión del candidato presidencial del oficialismo de intervenir en el conflicto buscando una solución no se produjo en la tarde-noche del jueves, lo cual les hubiera evitado a cientos de miles de personas las penurias que tuvieron que padecer para poder llegar a sus trabajos, objetivo que muchos no alcanzaron.

Esta sobreactuación oportunista del exintendente de Tigre es una de las razones por las que muchos integrantes de la cúpula de La Cámpora, así como también militantes hacen escuchar su disgusto. Esa muchedumbre que navega por la orfandad que crea la ausencia de dirigentes con volumen político es un verdadero eufemismo, para denominar a la falta de liderazgo que existe en ese universo de la anacronía en el cual todo remite al pasado. La épica de lo que fue bueno, no puede faltar.

Camino largo y tedioso

Allí Massa genera desconfianza. Es la misma desconfianza que le tiene Cristina Fernández de Kirchner que, por las dudas, intentó blindarse y se aseguró el dominio de las listas a diputados y senadores en la provincia de Buenos Aires. Sergio Massa es una claudicación de CFK impuesta por la imposibilidad de sostener su candidatura, no por causa de la inexistente “proscripción” sino por la cruda realidad de saber que, si hubiese competido por la Presidencia, le habría aguardado como resultado una inexorable derrota. La jefa aún no puede digerirlo. La “kirchnerización” de Massa debería ser una alerta para aquellos sectores empresariales que pretenden ver con buenos ojos su postulación. No deberían olvidar que, en esencia, es un mentiroso, lo cual encaja perfectamente en la tipología K. Sin embargo, existe un Massa para cada paladar. Hay un modelo progresista que quiere, pero no logra coquetear con La Cámpora y el kirchnerismo duro. Hasta accedió a incluir como asesor al exvicepresidente condenado Amado Boudou, como una muestra de su “flexibilidad”.

Hay también un Massa más políticamente correcto que busca seducir a los empresarios y al círculo rojo y hay un Massa que quiere impregnarse de peronismo clásico, para tentar a los gobernadores. Cada uno puede identificarse con el que más le convenga, pero la pregunta que sobrevuela tanta puesta en escena es lógica: ¿cuál de todos los modelos será el real si llegara a quedarse con el sillón de Rivadavia? Probablemente uno para cada ocasión, como nos tiene acostumbrados a lo largo de su sinuosa trayectoria política.

Mientras tanto, la preocupación principal en el oficialismo pasa por llegar al proceso electoral de la forma más ordenada posible y sin grandes sobresaltos. Tarea difícil o, más bien, imposible. De ahí que haya surgido la posibilidad de generar vía FMI un acuerdo de transición con desembolso de dinero incluido para apaciguar cualquier frente de tormenta. Un detalle no menor: el ministro de Economía que es –además– el candidato del oficialismo, es el principal interlocutor con el Fondo Monetario y, como se cae de maduro, será uno de los beneficiarios directos de las políticas que puedan diseñarse. La ética y la incompatibilidad de funciones es algo que nunca le preocupó al Frente de Todos contra Todos, hoy rebautizado Unión por la Patria. El kirchnerismo sigue siendo experto en escribir relatos teñidos de camuflaje.

Un tembladeral

En la oposición la guerra de guerrillas sigue a la orden del día. Hay en el fondo un problema de base que comparten los postulantes de ambos lados de la grieta. Ninguno de los modelos que se disputan el poder supo canalizar su continuidad política generando uno o más herederos, para suplir a los ya desgastados dinosaurios que custodian la polarización. No hay figuras nuevas que hayan decantado naturalmente como cuadros políticos que aseguren el futuro. Lo de Massa fue un parto por cesárea –más traumático que consensuado– y la brutal pelea a cielo abierto entre la exministra de Seguridad Patricia Bullrich y el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta es una muestra de que No tan Juntos por el Cambio tampoco supo preparar un sucesor. Tanto Mauricio Macri como Cristina Fernández tienen su enorme cuota de responsabilidad por no haber sabido soltar a tiempo.

El extremo que describe esta parte de la realidad es el caso de los candidatos que saltan de la Provincia a la Ciudad para ocupar cargos ejecutivos haciendo interpretaciones bastante remanidas de la Constitución. Con un abanico de opciones representativo, esto no hubiera sido necesario.

En los últimos días la campaña ha mostrado la peor cara de la política. El ataque directo a las personas, la descalificación y discriminación por orientación sexual, condición física, color de piel y una larga lista de etcéteras, se ha intentado naturalizar y ocultar bajo pretextos pueriles y faltos de empatía. Esto pone de manifiesto la poca calidad personal y profesional de algunos dirigentes que aspiran a ocupar cargos en el país.

No podemos bajar la vara y justificar lo injustificable. Un buen dirigente político debe ser, ante todo, una buena persona.

Sin la más mínima calidez humana y sin nociones básicas de respeto, ningún país tiene destino. La Argentina no es la excepción.



   

domingo, 8 de mayo de 2022

CFK en Acción... @dealgunamaneraok...

¿Quién se quiere llevar el Gobierno a la mesita de luz?


"El" Cámpora. Dibujo: Pablo Temes.

Se acabó la discusión, si es que alguna vez hubo dudas sobre el tema: manda la vicepresidenta.

© Escrito por Nelson Castro el sábado 07/04/2022 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

La pregunta –que parece infantil– en verdad demuestra que la interna dentro del Frente de Todos Contra Todos está al rojo vivo. El Cuervo Andrés Larroque, referente de La Cámpora y uno de los alfiles de la vicepresidenta en funciones fue el encargado de escalar la discusión: “El Gobierno es nuestro (...) Alberto no se va a llevar el Gobierno a la mesita de luz”. Esa fue la frase que marcó una de las semanas más duras de la coalición bifronte.

“Alberto no va a delegar en nadie la toma de decisiones, ni lo sueñen. En un equipo normal las cosas se discuten y se buscan consensos. Este dejó de ser un equipo normal porque ellos lo rompieron y quieren todo el poder para hacer lo que se les antoje” –dijo un hombre cercano a la Rosada, 24 horas después de la reunión de Gabinete.

Los emisarios van y vienen, pero todavía no hay fumata blanca para las negociaciones de las que participan al menos, dos ministros y el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa. El operativo interno de “desgaste” de la figura presidencial sigue en marcha. “Está claro que el problema dejó de ser el ministro de Economía Martín Guzmán, van por Alberto y el control absoluto del Gobierno, de eso no tenemos dudas” –espetó un diputado de JXC para sumar dramatismo a la situación.

La parálisis reinante no afecta solo a los funcionarios de primera y segunda línea de ambos bandos del FdT. El desgobierno ya puso en alerta a diferentes sectores de la política, la producción y el trabajo. “Hoy no es posible poner en marcha ninguna iniciativa que salga del cortísimo plazo. No hay interlocutores válidos en casi ningún sector del Gobierno. No podemos avanzar o negociar tranquilos con nadie, porque no sabemos si cuando se da vuelta le van a mover el piso del otro lado” –resumió con preocupación un hombre de negocios del sector Pyme.

La vicepresidenta viajó a Resistencia para recibir un título de Doctora Honoris Causa. Está claro que este tipo de distinciones que provienen de acólitos y militantes, están flojas de papeles. Un doctorado Honoris Causa se le entrega a una persona a la cual se la distingue por sus logros. Cada universidad tiene sus propios procedimientos para elegir a los candidatos al doctorado Honoris Causa. Dicho esto, lo habitual es que una vez que se presenta una candidatura, sea por decisión de una mayoría o por parte del rector –ella se adjunta con documentación sobre las razones y lo méritos que avalan la nominación– y ante el Comisionado de Doctorado, que se aboca entonces a analizar los fundamentos de tal reconocimiento.

¿Se habrá analizado también el cúmulo de causas judiciales por hechos de corrupción por los que la vicepresidenta está siendo juzgada?  

La larga perorata de CFK, que hizo acordar a sus Aló Presidente con los que semanalmente fatigó la Cadena Nacional de Radio y Televisión a lo largo de sus dos mandatos presidenciales, abundó en imprecisiones, definiciones falaces, contradicciones, narcisismo y falta de autocrítica. Pero, desde el punto de vista de lo que sucede hoy en día, el objetivo más importante fue uno: despreciar a Alberto Fernández, minimizar su figura política y personal y despegarse de un gobierno que no siente propio. Primero volvió a recordar por enésima vez que ella lo eligió para que sea Presidente; en el mismo pasaje del discurso aseguró que era una persona que “no representaba a ninguna fuerza política” y terminó de definir el conflicto interno de manera brutal diciendo que solo podría tener “una disputa de poder” con Sergio Massa, quien lidera el Frente Renovador; Héctor Daer, de la CGT; o Emilio Pérsico, del Movimiento Evita. Léase: el poder lo tengo yo; es mío; Alberto es un don nadie que me debe todo y encima no me hace caso.

A partir de este discurso se acabó la discusión, si es que alguna vez hubo dudas: quien manda es la vicepresidenta. Ella es la dadora de poder. Y, está claro, que está dispuesto a ejercerlo. Por eso, por medio de Sergio Massa, le hizo llegar al Presidente su propuesta –de tono imperativo– de cómo pretende que se organice el Gobierno de ahora en más. Esa propuesta habla de una comisión integrada por ella, su hijo Máximo, Massa, Axel Kicillof y AF que se haga cargo de la gestión gubernamental. Es decir, dicho sin disimulo, una intervención de facto del Poder Ejecutivo que, dejaría de ser unipersonal –como lo dispone la Constitución Nacional– para quedar a cargo de esta comisión de cinco miembros. La iniciativa – un verdadero disparate– fue rechazada por el Presidente y generó incomodidad en Kicillof, cuya relación con el hijo de CFK no pasa por un buen momento. Massa, cuya sintonía con el diputado Kirchner es cada vez mayor, se siente como ganador en medio de todas estas disputas. Su sueño presidencial está siempre ahí.

Todo esto tendrá consecuencias muy concretas y malas sobre la administración gubernamental. Hasta la semana pasada, el objetivo principal de toda la andanada de críticas y acciones de desgaste iban dirigidas al ministro de Economía, Martín Guzmán. Desde ahora en más el sujeto de todo este aquelarre es otro: Alberto Fernández.

Esto y buscar que el Presidente se vaya es exactamente lo mismo. Por muchísimo menos que esto, el kirchnerismo se la pasó calificando de destituyente a Julio Cobos y de traidor a Daniel Scioli durante el primer año del gobierno de Néstor Kirchner. Hasta le llegaron a prohibir la entrada a la Casa de Gobierno por haber sugerido una actualización de las tarifas de los servicios públicos. Escribió Nicolás Maquiavelo: “Si quien gobierna no reconoce los males hasta que los tiene encima, no es realmente sabio”. Alberto Fernández debería haber leído esta frase hace tiempo. Ahora es tarde: CFK va por él.




domingo, 13 de marzo de 2022

Acuerdo con el FMI. Divide y no soluciona nada... @dealgunamaneraok...

Acuerdo con el FMI. Divide y no soluciona nada...

Presidiendo la cámara, Sergio Massa. Dibujo: Pablo Temes.

Panorama desolador: tarifazos, aumento de impuestos, inflación desmedida y falta de empatía de la clase dirigente.

© Escrito por Nelson Castro el sábado 12/03/2021 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Parece un loop que la historia se empecina en repetir. Argentina siempre puede estar peor. Precisamente eso es lo que el acuerdo para la refinanciación de la deuda con el FMI refrendado por la Cámara de Diputados evitará en el corto y mediano plazo. El default hubiera significado para nuestro país la caída al abismo.

Más allá de lo que pueda ocurrir en la siempre impredecible Cámara alta, el consenso alcanzado en Diputados dejó más heridos de lo esperado y expuso de manera brutal las ya evidentes divisiones dentro del Frente de Todos contra Todos y de No Tan Juntos por el Cambio. Vamos por partes.

Argentina está en carne viva. La gente no soporta más vivir con una inflación galopante, abrumada por impuestos y por la falta de trabajo. Nada de esto mejorará luego del acuerdo para el que el Gobierno tuvo que ceder como nunca antes lo había hecho al quitar del proyecto de ley los dos anexos que le reclamaba la oposición: el Memorando de Políticas Económicas y Financieras y el Memorando Técnico. El primero era una suerte de plan económico de emergencia que contenía un fuerte ajuste que, como siempre, debería afrontar la gente sin ningún esfuerzo por parte del sector público. 

La oposición no estaba dispuesta a pagar el costo político del ajuste avalando con su voto las medidas que allí se detallaban; menos aún cuando ya se sabía que la mitad del oficialismo no votaría el proyecto de su propio partido. En rigor de verdad, Máximo Kirchner, su madre y La Cámpora nunca vieron a Alberto Fernández y sus funcionarios como propios. El Presidente fue para ellos solo un trago amargo que debían tragar para recuperar el poder y mantener los fueros que le permitirían mantenerse a resguardo del avance de la Justicia. AF y su ministro de Economía Martín Guzmán fueron los grandes perdedores de la semana. El joven ministro se expuso más de la cuenta en la Comisión de Presupuesto y Hacienda al defender con vehemencia la necesidad de incluir su plan económico como contraparte del acuerdo. 

La política es ingrata y, como los votos escaseaban, nadie dudó en pulverizar los esfuerzos de Guzmán y borrar de un plumazo su trabajo, su esfuerzo y su reputación –ya bastante vapuleada–. Es justo decir que, en la situación que se encuentra la Argentina, una nueva línea rectora ordenadora de la economía doméstica es más que necesaria. El planteo de Guzmán tenía cierta lógica, pero carecía por completo de timing político. Eso le recriminaron varios diputados opositores en el patio externo de la sala de comisión del ala “C” del anexo del Congreso: “Estamos para aprobar la refinanciación de la deuda, no un plan económico de emergencia. El ministro tuvo dos años de gobierno para ordenar las cuentas, intentar bajar el gasto público y armar una hoja de ruta consistente y no lo hizo o no lo dejaron.

La bronca con Gerardo Morales volvió a estar a la orden del día. Muchos le achacan haberse cortado solo.

Justo ahora quiere presentar todo de golpe por exigencia del Fondo aplastando a la mayoría de la gente” –exclamó un diputado que formó parte de las negociaciones para pulir el proyecto. Guzmán sabe que quedó muy debilitado. Su viaje a Houston no fue casualidad. Sergio Massa tomó las riendas de la negociación y el ministro no estuvo en la puntada final del acuerdo que él mismo diseñó.

Lo que ocurrió dentro y fuera del recinto ya es historia conocida, pero dejó mucha tela para cortar. El jefe de La Cámpora no bajó para dar quórum y ningún diputado de la agrupación se anotó en la lista de oradores tal vez, para evitar un mal mayor. Entrada la madrugada y a último minuto el hijo de la vice en funciones ingresó al recinto. Su voto fue no positivo, pero la ley fue aprobada por amplia mayoría. Los legisladores del FdT que permanecieron en sus bancas masticaban bronca y le advertían a la oposición que “no se les ocurra probarse el traje de héroes porque ellos no habían salvado al país del default, sino que eran los responsables primarios de la situación”.

Chicanas y chiquitaje de quienes –por cola de paja– se sentían parias de su propio espacio político que no los acompañó. Una vergüenza cuya única explicación es la fractura absoluta como sello final de un gobierno bifronte. En No Tan Juntos por el Cambio, las cosas no salieron mucho mejor. A pesar de la victoria política que significó imponer los cambios al proyecto original, corrió mucha agua debajo del puente.

“Sabés lo que pasa, al final del día y con el paso de los años, la historia va a señalar que votamos a favor del acuerdo, nadie va a recordar las negociaciones de último momento para evitar un proyecto que era un desastre para la gente. La épica que hoy festejamos, quedará en el olvido” –dijo con razón un referente opositor. La bronca con Gerardo Morales volvió a estar a la orden del día. Muchos le achacan haberse cortado solo y cultivar su cercanía con Sergio Massa, uno de los pocos que salvó la ropa. Para colmo de males el jujeño se despachó con un tuit donde felicitaba especialmente a todos los miembros de la coalición, menos a sus compañeros del PRO. Una estudiantina innecesaria. Habrá que esperar qué ocurre durante el comienzo de la semana y cómo se asienta el nuevo escenario.

En el medio está la gente abrumada por un horizonte poco alentador: tarifazos, aumento de impuestos, inflación desmedida y la falta de empatía de una clase dirigente que prefiere cortarse las venas, antes de achicar de una vez por todas el gasto público. 

(Esta columna fue escrita en viaje hacia Ucrania. Nuestro próximo encuentro del domingo seguirá las alternativas del conflicto bélico desatado por la invasión rusa a su vecino país).




domingo, 24 de octubre de 2021

Desencanto. Tomar nota del hartazgo… @dealgunamaneraok...

Desencanto. Tomar nota del hartazgo…

 

¡A las urnas! Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes 

Esa debería ser la prioridad de la clase política argentina en general como respuesta al humor social. 

Escrito por Nelson Castro el sábado 23/10/2021 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina. 


El Gobierno transita consuetudinariamente el camino de la sinrazón. Es un ámbito en el que demuestra sentirse cómodo. Todos los días genera hechos que dejan al desnudo la lógica de la ilógica, algo tan propio del kirchnerismo. La muestra de esta semana ha sido todo lo sucedido alrededor del dramático conflicto de violencia que se viene desarrollando desde hace largo tiempo en la Patagonia. Al respecto, una aclaración necesaria: no se trata de toda la Patagonia ya que hay una provincia que no se ve afectada por esta minúscula horda de delincuentes violentos. Por si algún lector no lo advirtió, esa provincia es Santa Cruz. ¿Qué pasaría si algunos de los así llamados líderes espirituales del RAM dijese que el terreno donde están emplazados algunos de los hoteles de la familia Kirchner son lugares sagrados y los usurparan?

 

La carta del Presidente a la gobernadora de Río Negro, Arabela Carreras, es de una inconsistencia supina. Y la presentación a favor de Facundo Jones que hizo el embajador argentino ante el gobierno de Chile, Rafael Bielsa, parece sacada de El Reino del Revés, donde un “ladrón es vigilante y otro es juez y que dos y dos son tres”, tal como lo describiera con proverbial maestría la inolvidable María Elena Walsh.  

    

En el Gobierno hay una gran preocupación porque el tiempo les juega en contra. De aquí al 14 de noviembre se tachan los días en el almanaque y todos coinciden en que es prácticamente imposible hacer que se noten los beneficios de las medidas económicas mayoritariamente cortoplacistas impuestas por la Rosada, como el aumento del salario mínimo, la reconversión de planes sociales en trabajo genuino y todo el aparato clientelista puesto al servicio del “plan Platita”. Los números con los que cuenta el oficialismo no son suficientes para revertir el resultado de las PASO, al menos a tres semanas de la contienda definitiva.

 

No obstante –desde el punto de vista matemático– lo sucedido en las PASO en la provincia de Buenos Aires puede ser revertido. Por eso, en lo alto del poder se decidió jugar una carta que no tuvo peso en las primarias. Para el Gobierno, sería el as en la manga para mejorar los resultados finales: el protagonismo de los intendentes. “Sabemos que no jugaron a fondo. En parte es entendible, dieron su mensaje. No toleran a Kicillof, pero tampoco se van a inmolar en las generales. Además, el escenario cambió. Ahora hay varios jefes comunales en los lugares donde se toman las decisiones”. Esa es la lectura que hacen desde la Casa Rosada en un baño de realismo. La intervención de Martín Insaurralde en el Gabinete de la provincia de Buenos Aires –aunque algunos eufemísticamente la califican de “virtual”, en los hechos es absolutamente “fáctica”– generó “un terremoto en el entorno del gobernador” –aseguran–.

 

En el gabinete nacional y en las segundas líneas ocurre algo similar. Insaurralde, Juan Pablo de Jesús, Gabriel Katopodis y Juan  Zabaleta no solo ocupan puestos de poder sino que actúan de manera directa sobre las políticas públicas que pueden tener un efecto directo sobre el Conurbano. En definitiva es poder para los intendentes. “Pueden recomponer fibras que antes estaban cortadas. Aceitar vínculos y agilizar la ayuda –reconoce un peronista que sabe lo que es el terreno.


Hartos de ver a los políticos enfrascados en sus peleas personales


La lectura más directa es que ahora van a jugar con todo. Por eso no llama la atención el almuerzo que mantuvo el Presidente el viernes con parte de su gabinete y más de 15 jefes comunales. Les pidió que salgan a la calle e hizo especial hincapié en el control de precios. Todos los inspectores de las intendencias deben salir a controlar que no haya nuevos aumentos. La orden fue “escuchar a la gente y caminar por el territorio”.

 

Los jefes comunales saben que si el resultado es adverso, al menos tendrán garantizada la asistencia del Gobierno en los próximos dos años del mandato. La mayoría apuesta a salvar la ropa. El clima entre ellos es ahora mucho más distendido.

 

“Aunque a Kicillof y a La Cámpora no les guste, tuvieron que salir a pedir auxilio a los que mandan en el territorio. Nunca se debe su-bestimar a la política clásica” –dijeron en el entorno de un intendente peronista.

 

Hay una realidad que la dirigencia política –toda– debería tener en cuenta a partir de lo que vienen experimentado quienes vienen caminando la calle, tanto en el oficialismo como en la oposición: una parte creciente de la población está harta de las conductas de la dirigencia política en general.

 

Harta de verla enfrascada en peleas personales.

Harta de verla atada al poder para vivir de él.

Harta de muchas de sus conductas.

Harta de ver sus mezquindades.

Harta de ver que, con sus políticas, han hecho de la Argentina una fábrica de pobres.

Harta de ver su falta de eficacia para solucionar los problemas, que hacen de la vida diaria una penuria.

Harta de ver que sus hijos se quedan sin futuro.

Harta de ver pulular al delito, sin que nadie haga algo serio para prevenirlo y combatirlo.

 

“Harto ya de estar harto, ya me cansé de preguntarle al mundo por qué y por qué”, canta Joan Manuel Serrat en Vagabundear. Es lo que les está pasando cada vez a más argentinos. La dirigencia política vernácula debería anoticiarse cuanto antes de ello.





sábado, 17 de abril de 2021

Vamos viendo... @dealgunamaneraok...

 Vamos viendo… 

Casos. Boudou expone ante la UBA. De Vido, y una fructífera vida dedicada al ahorro. Fotografía: CEDOC

Vamos viendo lo que se ve. Cómo mienten. Prometieron millones de vacunas que nunca llegaron. Vamos viendo lo que se sabe. Que se quedaron con vacunas para parientes, amigos, militantes. Vamos viendo que no hay imputados. Vamos viendo que, al parecer, nadie va a pagar por el crimen. Por los muertos que dejan afuera. Vamos viendo que Massa, el que iba a meter presos a los ñoquis de La Cámpora, el que firmó, juró, que nunca volvería al kirchnerismo, ni siquiera contesta cuando le preguntan si hizo vacunar a toda su familia. Vamos viendo que también roban vacunos. Alperovich, acusado por su sobrina de abuso sexual, los tiene en su campo.

Vamos viendo lo que cualquiera puede leer. Todos los mensajes escritos por Alberto Fernández  publicados en redes sociales donde acusaba a Cristina Kirchner de delitos gravísimos. Vamos viendo que ahora dice que es inocente de todos los cargos por los que fue procesada. Vamos viendo que la Universidad de Buenos Aires invita a exponer al condenado Boudou. Vamos viendo que todos los presos con preventiva por corruptos que estaban adentro, salen. Se van a vivir a casas en countries, o barrios caros. Vamos viendo cómo ahorró el empleado público De Vido para tener ahora una chacra que da al río. 


Vamos viendo que a Victoria Donda no le da vergüenza lo que hizo. Que aún no renuncia. Vamos viendo que comen con la boca llena. Lo que hay. Lo que había. Lo que quedó de anoche. Los restos. Las sobras. Las migas.

Mastican una y otra vez las mismas palabras. “Pobreza”, “trabajadores”, “pueblo”, “vulnerables”. Hacen pasta base de relato.

Vamos viendo qué bien les va a los capos sindicales. Cómo han progresado desde los años 90. Tienen casas, pisos, campos, flota de coches, armas, testaferros, matones, barras, gordos, patovicas, servicios, alcahuetes, lameculos. Vamos viendo cómo extorsionan, amedrentan, amenazan, rascan pedazos, porciones, sobreprecios, peajes, coimas.

Vamos viendo cómo nacen pibes sin futuro. Hijos de padres que querían. Nietos de abuelos que creyeron. Hijos a su vez de padres que sufrieron. Nietos a su vez de abuelos inmigrantes que construyeron. El oleaje de la vida por vivir es incesante. Cuando se retira, la marea deja cuerpos en la playa. Recién llegados. Recién deseados. Vamos viendo cómo crecen. Tienen proyectos que serían razonables en un país posible. Vamos viendo cómo les mentimos que sí, que claro, por supuesto, que cuando pase, que este año no, que el otro tal vez. Vamos viendo cómo nos miran, cómo quedan en pausa, en lista de espera.

Mastican una y otra vez las mismas palabras. “Pobreza”, “trabajadores”, “pueblo”, “vulnerables”. Hacen pasta base de relato.

Vamos viendo cómo generaciones de jóvenes entusiastas, esperanzados, enérgicos, van cayendo unos sobre otros en el mismo pozo de desánimo. Vamos viendo cómo se hacinan. En conurbanos. En villas. En asentamientos. En el barro. Con el balde. Junto a la canilla. Alrededor de las ollas. De los comedores. De las salitas. De las manos que reparten las bolsas, las cajas, el subsidio, la tarjeta, las monedas, las limosnas. Vamos viendo cómo la desesperación los amasija. Cómo les cuesta asomar la cabeza. Respirar. Hacerse un lugar donde tirar un colchón para dormir.

Vamos viendo desde la ventana el tiempo que hace. En un café. Un bondi casi vacío. En el tren. Asomados al balcón. En la plaza. En el salón del geriátrico. En los umbrales. Vamos viendo al que tira del carro con los perros detrás. Su mujer, sus pibes. Pasan cada vez más seguido. En los contenedores ya no hay basura suficiente para todos. Vamos viendo. De madrugada. De día. Cada tarde. Después de pedir. De dar. En el subte. De regreso. En la casilla. Enrejados en casa. En la puerta. El pasillo. La esquina. Con un mate. Un faso. Un tetrabrik. Una cerveza. Vamos viendo qué decir, qué hacer con esta bruma continua, constante, esta impotencia que se acumula, se carga, pesa.

Sin más que saber que hoy fue ayer, que ayer fue antes de ayer, que antes de ayer fue hace mucho, que cuánto pasó desde entonces, vamos viendo que en una de esas, que quién sabe, que dice la radio, que escuché en la tele, que el año que viene, que por ahí, que ya veremos, que mientras tanto vamos viendo. A golpes de bastón blanco contra la pared de este puto abismo, vamos viendo.

© Escrito por Carlos Ares, Periodista, el  sábado 17 de Abril de 2021 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

 

Producción: Silvina Márquez.




 

viernes, 1 de mayo de 2020

Buen salvaje... @dealgunamanera...

Buen salvaje... 


La certeza de la incertidumbre, la decisión como necesidad. El autoritarismo como amenaza, como temor latente inscripto en el poder y la política. ¿Autoritario es el que manda? ¿Autoritarios somos todos?

© Escrito por Julián Melo (*) el jueves 30/04/2020 y publicado por La Vanguardia Digital de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Terra monótona. Días iguales. El tiempo que pasa sin pasar y no pide permiso. La mirada clavada en un horizonte que nadie sabe dónde está. La radio, la tele, el celular, todas estalactitas frágiles que rodean, todas lianas que permiten ir a ver qué está pasando sin ponerse el barbijo y caminar a distancia. Todos escapes que son, más tarde o más temprano, encierros. Son enojos y a veces mimos, son destratos y a veces cariños. Son todo lo que se puede en tiempos donde nada se sabe y entonces se sobre actúa claridad. Es un tiempo donde está muy fácil enojarse con muchos o con alguien, donde ya casi no faltan excusas válidas para tal cosa, pues el confinamiento achata no sólo curvas, achata quizás un poco la capacidad de cada uno para reaccionar. No es que éramos una sociedad bella y un virus nos envileció; es simplemente que éramos lo que somos pero sin tanta premura como para demostrarlo.

Entre la maleza de esa Terra monótona y el fragor de las lianas que nos llevan y nos traen desde múltiples estados de ánimo hay variables sencillamente inmanejables, hay un reflujo constante de afirmaciones y contra afirmaciones que, a veces, dejan mal parado hasta al más avispado. Algo en todo ello es profundamente increíble: ¿por qué cuando el agobio cotidiano del trabajo, la presión diaria por cumplir con obligaciones que ya se demostraron inútiles, por qué cuando más tiempo tenemos para pensar es que reaccionamos igual o peor que siempre? No hay excusa de apuros y obligaciones, la única obligación es quedarse en casa. Los lugares comunes son comprensibles cuando estamos corriendo de un lado para el otro todo el día: ¿por qué no tomar un rato del tiempo que hoy sobra para mirar antes de vociferar? ¿Por qué no aprovechar la monotonía del tiempo pandémico para revisar esos espacios sobre los que siempre nos posamos con comodidad y autosuficiencia?

La información, el circo de datos y opiniones están a una velocidad inaudita. Una velocidad que atrapa y expulsa a la vez, una velocidad que obliga a mirar y, en algún momento, a creer. Lo único que acolcha el desmadre mental que produce la lluvia de meteoritos informativos es construir una creencia. Sensación de muerte, de fragilidad constante, de cuidarse, de desinfectar hasta los atados de cigarrillos que empiezan a escasear. Una especie de tempestad de persecución y de necesidad de sentir que no nos va a pasar nada. Algún acolchado, algún freno hay que encontrar. Para mí, ese freno tiene casi siempre la forma de una creencia, de una certeza que no requiere demasiada explicación en orden a parar la expoliación que produce la marea endemoniada de sensaciones cruzadas. Hay que buscar un ancla y no mucho más.

No es que éramos una sociedad bella y un virus nos envileció; es simplemente que éramos lo que somos pero sin tanta premura como para demostrarlo.

Entonces fluye el juego de sensibilidades en medio de mundiales de vedettes argentinas y de canciones del Indio Solari, encuestas de millones de cosas, recomendaciones de series y películas para ver, canciones y discos para escuchar, miles y miles de fotos de gatos y de comidas caseras preparadas con fruición. Video-llamadas, clases online, Zoom para todos. Y en el costado del juego casi todo se sigue moviendo, hay política, hay decisiones, hay otros más buscando la forma de aguantar el desmadre. Ese lugar de la decisión, ese lugar tan preciado para muchos, tan lejano para otros, ese lugar de la decisión que es normalmente el objetivo más atacado desde tiempos inmemoriales; ese lugar tan hablado y redefinido por siglos, parece ser el lugar más común de nuestras reacciones, parece ser el lugar que no podemos revisar aun teniendo todo el día a disposición.

Nuestras anclas significantes allende la política, allende la decisión, son las de siempre pero para una situación que no es la de siempre, para una situación que, para muchos, hace que siempre sea ya algo que dejó de ser.

En el revuelo por momentos inclasificable de albedríos confinados aparecen, paradójicamente, patrones de argumentación. La denuncia, a veces algo vaga, a veces algo enérgica, de la violación de los derechos individuales, la potencial amenaza a la propiedad privada. Para los más intelectualmente holgazanes siempre está el ancla de Venezuela, Cuba, comunismo, zurditos y otras defecciones que ya todos conocemos. Lo cual configura, a mi gusto, algo que, a más de pintoresco, es un patamar inevitable de todo el debate público al menos y no sólo en Argentina: la relación entre derechos y excepción.

Me parece un elemento profundamente básico en la discusión que hoy profesamos aun hasta cuando recomendamos música. Y, a mi entender, es un elemento básico pues tiene una historia de conquista detrás, que no merece el destrato de la contestación chicanera y supuestamente contundente. Cada uno busca sus anclas personales en tiempos de confinamiento, el tema es que hacen falta anclas colectivas: el ancla colectiva central en Argentina, y en otros lados también, es la defensa de los derechos civiles básicos.

Es obvio que ya hasta esa mínima afirmación es polémica pero no porque lo que afirma es demasiado creativo o porque se me ocurrió algo totalmente nuevo: es polémico pues porque aun sobre lo que nos anuda como un “algo” social todos tenemos opiniones diferentes. El tema es que, justamente, esa diversidad es el bien más preciado dentro de aquello que podría ser el ancla común. Y aun así, seguimos siempre buscando un alguien extraño, exterior, a quién vanagloriar o denostar: las dos actitudes son lógicamente iguales.

Hay un temor, al menos, que es proclamado desde múltiples foros: el temor al autoritarismo. Se blanden banderas de libertad, algunas desteñidas por cierto, contra las posibles consecuencias autoritarias de un contexto pandémico. Se reclama con vehemencia la plena vigencia y el normal funcionamiento del Congreso de la Nación, y de todas las instancias de control. Se ensambla, con diverso poderío teórico argumental por supuesto, la posibilidad de una deriva política autoritaria en la maleza del COVID 19. Con resuelta sagacidad se contesta, desde las antípodas, ¿y cuánto sesionó el Congreso en 2019? ¿Y cuántos decretos de Macri se revisaron sin pandemia? Y la deuda, y el cierre de pymes, y el desempleo y el hambre.

Ad infinitum el juego chicanero asume su lugar en el debate público, entretiene y deja ir. El problema, para mí, es que eso deja justamente demasiado lugar para ir a la exageración, la sobre actuación y, fundamentalmente, la ausencia de preguntas. Nadie se pregunta por lo que lo que pregunta pero, mucho peor, nadie se pregunta por lo que afirma pues sólo necesitamos anclas, acolchados. Es increíble que lo que tranquilice sea la afirmación y no la interrogación.


La pregunta sería o, mejor dicho, una posible pregunta sería: ¿estamos hoy ante el riesgo de un desvío autoritario del poder político? A lo cual, obviamente, cabría contra interrogar: ¿alguna vez no estamos frente a esa posibilidad? Asumamos que no necesitamos entrar en esa polémica pero atendamos al temor. Temor infundido por un líder que toma la palabra propia como “la de todos”, como alguien que habla por “nosotros”. Pensemos autoritarismo quizás como una forma de Estado que monopoliza la posibilidad del uso de la violencia física para satisfacer los deseos del Único, del dueño de la palabra de todos, del Líder.

Concibamos autoritarismo como una forma de avasallamiento de toda forma de control de las decisiones de política pública, como la eliminación de toda mediación en la construcción de esas decisiones. Avancemos todavía más, y definamos al autoritarismo como la presentación de Uno que demuele Múltiples, de Uno que sabe todo, de Uno que se presenta como salvaguardia de lo que somos como comunidad. Uno que clausura cualquier vía posible de discusión porque-ya-sabe lo que hay que hacer, que no consulta y agrede si lo consultan, Uno que se presenta por encima de cualquier interés particular porque se cree en sí mismo el interés general.

El temor al Uno es muchas veces genuino y compartido. La pregunta es: ¿estamos hoy en Argentina, en medio del horror mundial, ante ese riesgo?

Fluyen las estalactitas revoleadas por el aire. Asombra el griterío de los confinados. “Sí, Alberto se cree que me va a decir lo que puedo o no hacer”, “El Congreso está cerrado”, “Gobiernan por DNU”, “atrás de todo esto está la Cámpora y está Cristina”, “Albertítere” y demases. “Noooo, Alberto es crack, es docente”, “Alberto es el hombre, imagináte esto con Macri”, “estos caraduras lloran autoritarismo y nos pedían DNI sin flagrancia”. En el medio de ese quilombo de cruces cancelatorios alguien tiene que definir y decidir, alguien tiene que mandar.

En la Quilombificación, como supo teorizar un amigo maravilloso, alguien tiene que agarrar el timón. El punto, para no dar más vueltas: lo que confunden las sobreactuaciones es Mando con Autoritarismo. Y, tras de eso, confunden el Lugar dónde preguntar.

Cada uno busca sus anclas personales en tiempos de confinamiento, el tema es que hacen falta anclas colectivas: el ancla colectiva central en Argentina, y en otros lados también, es la defensa de los derechos civiles básicos.

Hay alguien que manda. Sí. Hay mando porque hay lazo. Hay juegos de obediencia porque hay política, hay hegemonía ensayada desde todos lados; hay política porque hay lazo, un entrecejo que funde a Distintos en algo más o menos igual. Hay política porque no importa quién manda ni quién obedece pues ambos son polos de un lazo que se construye entre múltiples. Hay política porque la pregunta central no tiene que ver con el titular del Poder sino con el proceso sociocultural (y político) que se pone en juego frente a algo que “nadie ve”. La palabra es lazo y lo que nunca se ve, ni se toca ni se ocupa es el Poder.

Hay un estigma representacional que ninguno de los que avalan o de los que despotrican puede evitar: la imagen no existe. Siempre existe el riesgo autoritario, siempre existe el riesgo de la sobreactuación. Pero alguien manda, y el mando no es ni puede ser un reflejo puro. No hay espejos en la política, hay solamente riesgos, hay lazos. Que haya mando no supone sí o sí que haya autoritarismo. Ese oscuro pasado denunciado, ese horizonte siempre negro y detestable de años de plomo, debe ser quizás reservado para momentos en los que efectivamente la Voz de Uno solo nos amenace como Ser Comunitario. Y digo ser comunitario aun a riesgo de otras críticas sobreactuadas: ser comunitario nunca es homogéneo y total, es simplemente mayoritario, siempre está en discusión. Rousseau no es uno solo, ninguno de nosotros lo es.


A todo esto, entonces, ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se presenta públicamente para explicar las bases de sus decisiones se teme autoritarismo? ¿Por qué se reduce eso a un simple cálculo electoral cuando siquiera se sabe cuántos de nosotros vamos a morir, o sea, cuántos vamos a votar? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación, que hace política y para eso se le paga, dice que descentraliza decisiones en gobiernos locales olemos autoritarismo? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se ubica en comunicación cuasi total con todo tipo de organizaciones, industriales, “del campo”, más grandes, más pequeñas, y todo eso lo consumimos en los medios todos los días auguramos autoritarismo? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se presenta diciendo que consultó una decisión con cincuenta actores distintos nos corre el frío ardor del autoritarismo por la espalda? No interesa vanagloriar la chicana tonta de que este Presidente no manda a tomar lavandina o inocularse Lysoform, mucho menos que dice que somos una raza fuerte y que el virus no nos va a hacer nada. 


Interesa, para mí, ¿por qué no aceptamos que colectivamente hay un límite que un tipo, en este caso un Presidente, sabe aceptar? De última, ¿por qué nos enojamos con un tipo que flexibiliza una cuarentena y le reclamamos “Mando” cuando ese “Mando” sí o sí nos va a parecer autoritario? Alabamos a una señora que viola el aislamiento y toma sol pero después reclamamos medidas estrictas. Y pedimos que la policía no se zarpe. Y no queremos milicos en la calle. No queremos uniformes verdes a la vista. Reclamamos mando pero cuando alguien Manda denunciamos autoridad. Reclamamos orden y cuando alguien ordena presentamos recursos de amparo. ¿De qué nos amparamos? Éticamente, es muy discutible que todo aquello que no nos gusta deba ser sí o sí tildado de autoritario. Hay miles de otras descalificaciones posibles. Ese juego retórico, por más que parezca inútil, es básico para cualquier modus convidendi.

Mezclar decisión y mando con autoritarismo de buenas a primeras es un problema más viejo que el agua. Siempre reclamamos que no nos griten, que no nos digan lo que tenemos que hacer, que no nos digan qué ropa usar según el clima. Somos erizos ante la presentación de cualquier posible sojuzgamiento. Pero reclamamos autoridad ante la angustia y le tememos a esa autoridad. Mucho más aún, cuando esa autoridad se presenta de alguna manera amistosa, se presenta decidiendo pero compartiendo esa decisión, encendemos las alarmas de la violencia. 


Corremos despavoridos a cubrirnos en el refugio de la historia para denunciar con vehemencia vanguardista los peligros del Uno Malo que decide. Eso anuda a enormes conglomerados ideológicos, los hermana. Nadie escapa al lugar común. Nadie jamás escapa a denunciar con superioridad moral cualquier forma de poder político cuando, al mismo tiempo, le reclama a ese Poder que haga “lo que yo digo”. 

Nadie jamás escapa del autoritarismo.


Nadie escapa al lugar común. Nadie jamás escapa a denunciar con superioridad moral cualquier forma de poder político cuando, al mismo tiempo, le reclama a ese Poder que haga “lo que yo digo”. Nadie jamás escapa del autoritarismo.

El problema, al final, es que siempre reclamamos que nadie nos diga violentamente qué hacer y cuando alguien hace una propuesta no violenta, y afirma que depende no de él sino de nosotros, la respuesta es lapidariamente negativa. Siempre pedimos que el Mandatario no hable por nosotros pero cuando el Mandatario dice que la responsabilidad es nuestra lo vilipendiamos. Nunca quisimos que un líder nos robe la voz pero cuando dice que su propia voz es construida por nosotros, nos enojamos. Mucho más, cuando dice que la “voz definitiva” es la “nuestra”, arrecian los vilipendios. En esa contradicción se aloja una monstruosidad bien obvia: queremos ser nosotros, siempre y cuando ese nosotros seamos cada uno. Y, si el líder no se roba ninguna voz, los argumentos tradicionalmente preparados por nuestra sana centro-izquierda y nuestra derecha de buenos modales (que son, ahí sí, lo mismo) se quedan perplejas: sólo les queda la chance de encontrar un error, cualquier error, y decir que tenían razón.


De allí, para finalizar, hay una posibilidad más que latente respecto a que mi letra sea una defensa oculta, o quizás no tanto, de la actuación del Presidente argentino. Lo cual quizás podrá albergar elogios de una parte, rechazo de otra, quizás indiferencia de la gran mayoría. Yo tengo mi opinión como cualquier otro ciudadano. Miro como cualquiera. “Yo miro vivir”. Y no necesito, como cualquiera de nosotros, permiso para defender o atacar a nadie. Miro que hay un drama fundamental que nos acosa, o quizás solo me acosa a mí y estoy exagerando: no aceptamos que algo nos puede salir bien entre muchos (si sale mal, los responsables son obvios). 


No aceptamos que quizás hay un camino común en la divergencia absoluta. No queremos liderazgo acaparador y jetón pero pedimos medidas estrictas. No aceptamos medidas estrictas y denunciamos autoritarismo. El drama, en el fondo, es que no aceptamos un nosotros, la pregunta nunca es por nosotros; el drama es que no aceptamos lo que siempre pedimos: ser parte de la decisión, ser parte de la apuesta, tener voz. No aceptamos un mesías pero pedimos salvación.

(*) Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Investigador Adjunto del CONICET (IDAES-UNSAM) y Docente en la UNSAM