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domingo, 10 de abril de 2016

La Tristeza… @dealgunamanera...

La Tristeza…


-No se preocupe no es nada importante, solo un poco de tristeza. Pasará dijo el Dr. González.-

-No existen las simples tristezas y menos en mi caso, dije. Mi tristeza tiene sólidos fundamentos. Es la quiebra vital, el sueño de juventud frustrado, hundido hasta lo más profundo del negro pozo.

No, las tristezas como la mía no son simples. Son complejas, abrumadoras, letales, irremediables, fatales.

No se vuelve de esta tristeza. No tiene remedio. Nada las resuelve, la modifica o la transforma.

Es entrañable, profunda, intensa. No abandona nunca, todos los instantes la encuentran vigente. Por la mañana, al almorzar, al tiempo del rezar y cerrar los ojos pidiendo una pizca de paz en el sueño y al despertar.

Es silencio ensordecedor. Sin llamadas ni recuerdos. Nadie te piensa, no sabes si los demás murieron o si el que murió fuiste vos.

En tardes de domingo llega a doler. Aquí. Justo en el pecho y buscas la cama que nuca aparece blanda ni tibia. Siempre la frialdad de las morgues, de los hospitales, de la ausencia.

¡Ay Dr. González! Qué suerte que tiene Usted. Nada sabe de abandonos, de perdidas absolutas, de desamor para toda la vida, de la marginación afectiva.

Yo podría escribir un tratado sobre la materia. La amargura y el agobio son sólo secuelas de la tristeza. Por eso, Dr. González, mi tristeza no es una simple tristeza. Es la tristeza. Es mi tristeza. Con hijos pero sin hijos, con familia pero sin ella, con amigos muertos, con traiciones que solo se creen porque vi los nombres de los infieles escritos en un expediente, con reveses de un instante luego de treinta años de trabajo consecuente.

No Dr. González. Mi Tristeza no es una simple tristeza. Es la noche más oscura, sin estrellas, sin luces ni fuego, ni el lucero que me oriente.

Es la encrucijada sin caminos., es la selva sin senderos, es el bosque denso y frío, desorientado, perdido, sin referencias.

Por eso Dr. González porque cada día su presencia nubla las más bellas jornadas, por eso pelearé con fuerzas cada instante del resto de mi vida para que no termine vencedora, para que acabe indudablemente derrotada y para ello seguiré predicando la importancia de los valores, del amor, del trabajo honesto, de que el otro sepa que tiene mi mano, que intentaré irme de este mundo dejando una huella que demuestre que mi acción no ha sido en vano, que logré dejar algo bueno, que lo he mejorado, aunque sea un poquito.

Por eso Dr. González la tristeza aunque no sea simple, aunque no pase, es un detalle, que en última instancia se transforma en desafío, en el gran contrincante a abatir. Así cuando finalmente lo consiga, cuando la sonrisa vuelva a mi cara, cuando mi gesto adusto se relaje sabré que habré triunfado, que los días dejaran de ser grises para lucirse celestes y plenos de sol, que los verdes ojos de María volverán a brillar y sus labios suaves visitarán los míos, mis manos recorrerán su piel, mientras los leños del hogar entibiaran el ambiente, mi alma sentirá la satisfacción de haber ganado la contienda.

- Y si Ud. vence, ¿Qué sucederá con la tristeza?, Sr. Pérez.

- La tristeza, Dr. González, como dicen los que saben, encontrará refugio en la letra de un tango, pleno de farol y empedrado. Así, alguna noche la encontrará, densa y nostálgica, en el decir de un romántico poeta.



jueves, 13 de agosto de 2015

La máquina de hacer poemas… @dealgunamanera...

La máquina de hacer poemas…


Hans Magnus Enzensberger, uno de los escritores alemanes más agudos y polifacéticos del siglo XX, presentó en el festival Lírica en el Río Lech, en julio de 2000, una invención que creía destinada a revolucionar el mundo de la poesía.

El aporte podía incluso llegar a cambiar lo que Enzensberger suponía –y probablemente siga suponiendo– que es la función (entendida como un estado espiritual o un fenómeno psicológico) de la poesía; eso que en palabras de Macedonio Fernández sería más o menos el reflejo de lo que pasa en el alma del poeta cuando percibe sentimentalmente la realidad y acepta dolorosamente la contingencia.

Lo que Enzensberger inventó fue una máquina capaz de crear poemas en cantidades industriales sin repetirse nunca. Un sueño que comenzó a alimentar en los años 70 y que vio la luz gracias –signo de los tiempos– a un programa informático. El sueño del poeta costó 200 mil marcos de entonces, unos 100 mil dólares de ahora.

El invento se llamaba, algo previsiblemente, Poesie-Automat, tenía la apariencia de esos paneles de arribos y partidas que hay en cualquier aeropuerto y funcionaba sencillamente oprimiendo una tecla. El poema resultante siempre tenía seis versos.


La Poesie-Automat producía un poema cada treinta segundos, y como esa capacidad de producción era inagotable, se calculaba que en poco tiempo habría fabricado un número de poemas superior a toda la producción hasta entonces creada por la humanidad. (De hecho, la máquina existe aún y sigue funcionando en el Museo Literario de la ciudad de Marbach.)

Como casi toda la obra de Enzensberger, el invento era lo suficientemente inquietante como para abrir ciertos interrogantes.

 Algunos de ellos se pudieron oír en la conferencia de prensa donde presentó su invento.

Por ejemplo: ¿quién sería el autor: el inventor o el que hacía uso del programa? ¿O la máquina? ¿La entrada en actividad de esta máquina señalaría el fin de una de las actividades más viejas y prolíficas del arte?

Enzensberger no se atrevió entonces a responder ninguna de estas preguntas. Lo que sí dijo fue que todo lo que  pretendía era que su invento oficiara de patrón: “Quien no es capaz de escribir una poesía mejor que una máquina tiene que dedicarse a otra cosa”, dijo.


De todas formas, el resultado no salió como estaba previsto.

© Escrito por Guillermo Piro el domingo 09/08/2015 y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.




sábado, 24 de mayo de 2014

Embriáguense… De Alguna Manera...


Embriáguense…


Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:

“¡Es hora de embriagarse!"

Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.

Charles Baudelaire.