“El
Rodrigazo en cuotas ya está”…
Pronostica dos escenarios: una inflación
superior al 30%, con crecimiento del PBI de 1%, o una inflación más baja (23 o
24%) pero con crecimiento negativo. Foto: Grassi
Se da el lujo de aconsejar simultáneamente a Massa y a
Scioli. Fue el único peronista candidato a presidente por el radicalismo. Es el
último ministro de Economía exitoso del país, y la voz más autorizada sobre
crisis y lo que vendrá.
—¿Cómo se llega a 2015?
—Con una oportunidad vaciada de contenido desde 2007 en adelante. Esto le
plantea al peronismo, pero también a los partidos, un enorme desafío. Se van a
encontrar con un país con una serie de complicaciones, no sólo económicas y
sociales, sino también institucionales. Y también con una sociedad
profundamente desencantada, poco dispuesta a creer, con lo cual el desafío va a
ser muy grande si no queremos repetir una de esas elecciones que terminan en la
nada, sin discusión previa, sin contenido, y que nos lleve a una nueva
decepción. El desafío es muy grande para los candidatos, pero también para la
dirigencia empresarial, sindical, intelectual. No olviden que tuvimos una
crisis muy grande en 2001, cuyos efectos sociales todavía no se recuperaron.
Incluso, en los últimos dos o tres años, hay un empeoramiento de las
condiciones sociales, y eso ayuda al profundo descreimiento.
—Desde la crisis de 2001
que usted menciona, el peronismo ya no pudo ir con un único candidato
presidencial. ¿El peronismo se ha dividido para siempre?
—Los partidos han dejado de existir. Son maquinarias de tipo electoral. Y al
perderse la cohesión ideológica, y esto les pasa a los radicales, a la derecha,
lo que quedan son personas, y los personalismos tienden a generar facciones,
rupturas. En el peronismo, por ser el partido con más votos, sobre todo en la
provincia de Buenos Aires, esto salta muy a la vista. Pero se aplica
exactamente igual al conjunto de los partidos. Es la consecuencia de la
desaparición de los partidos con ideologías o ideas básicas que los cohesionan.
Acá, las cuestiones personales han pasado a primer plano por esa pérdida de
consistencia ideológica y por los medios de comunicación. Yo veía un sábado el
día de campaña de tres candidatos. Dos de ellos en actividades lúdicas, fútbol,
roller, y el tercero con una propuesta importante a los sectores de la
sociedad. Todas fueron tratadas a nivel fotográfico y de texto como si fueran
iguales. Da lo mismo jugar un partido de fútbol que tratar temas fundamentales
del futuro del país. A lo que ha ocurrido en los partidos se le agrega una
desvalorización de las discusiones de fondo.
—Las PASO trataron de
reunificar sectores en una interna, pero al quedar excluido el perdedor y no
poder ser el vice del ganador, no lograron aglutinar.
—Uno excluye al otro, efectivamente. Pero también hay el problema inverso: con
un cierto número de votos, quien sale segundo intercala en la lista de
candidatos, por ejemplo, a diputados, con un discurso exactamente opuesto al de
quien gana. Las mecánicas electorales pueden ayudar a que las cosas tiendan a
mejorar, pero hay algo previo: una reflexión sobre qué es la política, qué son
los partidos políticos y qué es lo que deben ser para poner sobre la mesa la
discusión de temas más de fondo. En las elecciones de Brasil, Uruguay, Chile
hay una cierta discusión de ideas, de alternativas. Y no es lo que se ve en
nuestro caso. No estoy hablando de la cosa teórica, rígida, estoy hablando más
que nada de compartir un núcleo de ideas y una visión de país. ¿Cómo se maneja
eso cuando no hay ni mínimamente una estructura, cuando no ha habido una
discusión previa?
—Duhalde, en las
elecciones de 2003, al habilitar una especie de ley de lemas hizo de la interna
del peronismo las elecciones generales, unas PASO anticipadas. Luego se agregó
la masificación de las colectoras, todos síntomas de la necesidad de producir
amalgamamiento.
—Pero el amalgamamiento no tiene que ser un mecanismo para que la política siga
siendo una especie de agencia de colocaciones. La sociedad debe aspirar no a
colocar gente en funciones de gobierno, que, además, después cuesta mucho que
se vayan porque son carreras, a veces, de treinta años, siempre viviendo del
Estado, sin contacto con la sociedad civil. La discusión Balbín-Frondizi es un ejemplo
muy válido: iban más allá de lo personal. Había visiones de país distintas. Eso
es lo que ha desaparecido completamente.
—¿Qué es hoy ser
peronista?
—La sensibilidad social, la igualdad de oportunidades como una cuestión
absolutamente central, en una sociedad que quiera ser realmente pacífica,
progresista. Después aparecen formas distintas de ejecutar eso, y no
precisamente exitosas: en los 90 deformaciones hacia la derecha; ahora,
deformaciones hacia la izquierda.
—La sensibilidad social
junto a la defensa prioritaria de la igualdad de oportunidades ¿no han sido, a
través de los años, incorporadas por la mayoría de los partidos?
—Sí, por eso alguien dijo, creo que fue el mismo Perón: “Todos somos
peronistas”. Esa evolución sí es positiva. Ahora hay que discutir un poco más
cómo se logra. Muchas de las actuales autoridades fueron partícipes del
proyecto neoliberal de los 90, y resulta que ahora juegan un papel de izquierda
progresista.
—¿El menemismo de los 90
y el kirchnerismo del siglo XXI son dos anomalías del peronismo?
—Sí.
—¿El peronismo murió con
Perón?
—Lo que está conspirando en este caso, contra lo que yo creo que debería ser,
es el defecto mayor del peronismo: la extrema verticalidad respecto de quien
ejerce el poder. Algunos creen que esto es una virtud; yo creo que no. La
discusión interna, el espíritu crítico, la capacidad de disentir aun dentro del
partido es fundamental. Si el que está arriba va hacia la derecha, ahí van
todos… todos no, una gran mayoría, se dice, en un intento de socorrer al
ganador. Y de pertenecer y permanecer en la estructura del Estado. Hay que
recomponer la política en el país, hay que discutir no sólo adónde uno quiere
llegar, sino también cuáles son los caminos. Si esa discusión se da,
probablemente, los extremos queden como minorías, sin posibilidad de gobernar
en nombre del peronismo.
—¿Ubica al peronismo y
al radicalismo en el centro?
—Sí. Los dos grandes partidos nacionales, con todas estas aclaraciones que
acabamos de hacer, son el radicalismo y el peronismo.
—Cuando se refiere a la
derecha, ¿habla del PRO?
—No se trata de poner demasiadas etiquetas. No hace mucho tiempo estuve
conversando con el PRO con la idea de formar un centro grande para lo que era
estratégico y central en ese momento: evitar la posibilidad de una reforma
constitucional y una perpetuidad en el poder del actual gobierno. Todo lo
demás, lo económico, lo institucional, terminaba derivando de eso. Si eso no se
resolvía, las cosas iban a ir mal. En ese centro grande, en ese contexto y con
ese objetivo, desde el socialismo hasta el PRO estaban dentro. ¿Qué pasa
después de que ese objetivo fundamental se logró? Hay quienes empiezan casi a
autoexcluirse. La dirigencia del PRO viene siendo muy agresiva con el
justicialismo y con el radicalismo. Entonces uno se dice: “Es evidente que han
decidido retomar su papel de derecha y no formar parte de un centro más
grande”.
—¿Realmente había riesgo
en las elecciones de octubre de que el kirchnerismo obtuviese una mayoría tan
aplastante como para que pudiera reformar la Constitución?
—Absolutamente. En Mendoza se preveía el triunfo radical; en Córdoba, el de un
sector del justicialismo y de De la Sota, opuesto a la reelección; el
socialismo con su coalición, en Santa Fe; el PRO, en Capital. Pero todo ese
armado no alcanzaba sin la provincia de Buenos Aires porque es el 40% del
electorado, y si el Gobierno triunfaba allí, hoy estábamos discutiendo los
pasos previos a la reforma constitucional.
—¿Cuántos diputados
tendrían que haber obtenido para que eso fuera posible?
—Eso se obtiene. Hubo gente importante de algunos partidos que sostuvo que eso
no iba a ocurrir, y usaban el argumento del número. ¿Pero se olvidan de que el
ex presidente Menem tampoco tenía mayoría para la reforma?
—Con un clima social
creado, ¿consiguen la mayoría a posteriori?
—Exactamente. Y una voluntad de ejercicio del poder muy fuerte, que termina
conduciendo a eso. Cuando usted ve el no reconocimiento del resultado electoral
por el Gobierno, dice: “Si después de esa derrota todavía ejercen el poder sin
cambios, ¿qué hubiera sido con un triunfo en la provincia de Buenos Aires?”.
Uno de los defectos del peronismo es el exceso de verticalismo. Pero también
hay virtudes, como la de cuando la situación del país llega a situaciones
extremas, ayuda a corregirlas, como en 1989, en 2001, donde el justicialismo se
pone al hombro la solución de los problemas.
—¿Por qué en todas las
provincias importantes y en la Ciudad de Buenos Aires partidos diferentes al
peronismo pueden ganar, mientras que en la provincia de Buenos Aires nadie que
no sea peronista puede?
—En particular, el reflejo del fracaso de la política argentina de los últimos
treinta, cuarenta años. En 1974, el nivel de pobreza de la Argentina era cuatro
de cada cien. Ahora es 26 de cada cien, y subiendo. Esa gran concentración de
pobreza está en el Conurbano. Entonces, está el tema de cuál es el partido que
se identifica más, en teoría, al menos, con la igualdad de oportunidades, con
la sensibilidad social. Es el peronismo. Y ése es un gran valor. Más el
ejercicio continuado del poder, que ayuda a desarrollar mecanismos de
acercamiento, de conocimiento, y hasta de control del votante. Ese sector
visualiza al justicialismo como el canal por el cual transitar para resolver
esa situación.
—¿Una diferencia entre
percepción de los votantes y realidad de los partidos?
—La dirigencia ha logrado, muchas veces como reacción a los gobiernos
militares, una cierta confluencia en torno a temas básicos. Pero hay una parte
importante del electorado, la que ha sido más afectada en los últimos años en
el país, que no visualiza las cosas así, que no tendría ninguna duda en
diferenciar justicialismo de radicalismo.
—Cuando van al Congreso,
el panradicalismo y el justicialismo votan la estatización de Aerolíneas, la de
YPF. Lo aprovechó el PRO para decir que las diferencias entre el panradicalismo
y el peronismo son sólo estéticas, porque en esencia tienen una mirada similar
del país.
—¿Usted diría, siguiendo ese razonamiento, que el PRO y el kirchnerismo son la
misma cosa, porque los dos hacen acuerdos en torno al juego? Me quedo con la
otra igualdad y no con ésta, que tiene motivaciones menos santas.
—Usted tiene mucho
contacto con los dos principales candidatos para presidente que tiene el
justicialismo y habrá escuchado de su preocupación por un eventual acuerdo
entre el kirchnerismo y el PRO para que no sea el justicialismo quien gane las
próximas elecciones, como fue en su momento el deseo de Menem de que no ganase
el justicialismo en 1999.
—Como decía, por razones menos santas.
—Usted mencionó un
desfase en los votantes de menores ingresos respecto de la percepción de
sensibilidad social del peronismo y los otros partidos. Pareciera haber también
un desfase en los votantes de mayores ingresos respecto de la estética del
peronismo y los otros partidos, con mucha gente que no quiere ser peronista, a
pesar de votar planteos económicos similares con los radicales. ¿Parte del
problema de la política es que hay dos sectores de la sociedad que perciben la
diferencia entre ser peronista o panradical, pero los diputados y los senadores
peronistas y radicales no tienen esa diferencia?
—Hay un sector que tiene diferencias estéticas y de contenido, pero es un
sector minoritario. Es la expresión de la derecha, que termina rechazando a los
dos partidos populares importantes de la Argentina. Pero el voto similar sobre
cuestiones como YPF, Aerolíneas responde también a la posición mayoritaria de
la sociedad. Cuando se estatiza, a mi juicio, erróneamente, Aerolíneas, las
encuestas daban que el 80% estaba a favor: había gente de otros partidos,
además del justicialismo. Hoy, en la última encuesta, después de saber que
cuesta dos millones de dólares diarios en subsidios y demás, todavía el 50%
estaba a favor. Fíjese que el corrimiento a la derecha que hace el peronismo en
los años 90 fue muy festejado por sectores que no tenían nada que ver con el
justicialismo y que encontraron que ahí estaba la solución.
—Usted es el mejor
ejemplo de esa comunidad de ideas peronista-radical, al ser candidato a
presidente por el radicalismo y principal referente del peronismo.
—Si usted me pregunta si están las bases potenciales para coaliciones, eso
está. No significa que, necesariamente, haya que ocupar lugares en los
ministerios, pueden ser en el Congreso, un acuerdo a la mexicana, como el
planteo de Peña Nieto, donde sin que el partido de oposición, el PAN, participe
en el ministerio, han firmado un pacto por México, y a partir de ahí trabajar
juntos en el Congreso. Absolutamente, eso está. Pero va a tener resultado si
tiene contenido. Si se llega a ese tipo de cosas sin una discusión sobre el
para qué, no sirve nada porque, rápidamente, se produce el conflicto y la
disgregación.
—¿El peronismo volcado a
la derecha con Menem y el volcado a la izquierda con Kirchner quizá no
representen a la mayoría del peronismo, y sí la mayoría del peronismo es la que
tiene sintonía con el radicalismo?
—Sí.
—El radicalismo combatió
al justicialismo por izquierda, en la época de Menem, y, si se quiere, por
derecha en la época de Kirchner. Tras la muerte de Perón el legado de aquel
abrazo de Perón y Balbín sólo tuvo su continuidad con Duhalde y Alfonsín.
—En este caso, con dos ministros importantes radicales, como era Justicia y
Defensa, y con una presencia muy activa del radicalismo en la aprobación de las
leyes fundamentales que hicieron falta en ese momento. Esto tiene que ver con
la actitud de Duhalde, reconociendo la magnitud de la crisis y su particular
situación de haber sido designado por la Asamblea Legislativa. Y también la
actitud del equipo económico, que era económico, social e internacional porque
la crisis hacía que tuviéramos que manejar todos esos temas. Hemos pasado horas
en el Ministerio de Economía o en el Congreso, reunidos con el peronismo, con el
radicalismo y algunos partidos provinciales explicando, argumentando, tratando
de lograr consensos. Estas son las cosas que uno aspiraría a que vuelvan a
ocurrir.
—¿Volverán a ocurrir?
—Debería ser así sin ponerse a inventar cosas raras, sin este juego mediocre de
algunos que dicen “somos la nueva política”. Eso es una cáscara vacía sin
ningún contenido. Pero para eso hay que trabajar, hay que discutir los temas.
El grupo de los ex secretarios de Energía, que en su mayoría son del
justicialismo y del radicalismo, también ha sido, en medio de esta crisis
energética, capaz de formular alternativas, que el Gobierno no toma. Pero eso
es otro cantar.
—Esa visión de
amalgamamiento de los dos grandes partidos ¿la tiene más Scioli que Massa?
—No le podría contestar porque no sé.
—¿Qué tienen en común
Massa y Scioli?
—Por empezar, tienen una realidad de hacer política en el distrito más complejo
y más importante del país, y ambos en nombre del justicialismo.
—¿Y qué los diferencia?
—Puede ser un análisis distinto sobre la situación del país, y cuando digo la
situación del país no pienso solamente en economía y en cuestiones sociales.
Pienso en el papel internacional de la Argentina, en cuestiones
institucionales. Tengo la impresión de que Scioli, que es un amigo con quien
hay un diálogo abierto, tiene una percepción más benigna de la situación de la
que yo tengo. No voy a decir de la que tiene…
—¿Massa?
—Otros. De la que yo tengo, lo cual lo condujo a sostener en la provincia de
Buenos Aires la candidatura que hubiera contribuido a generar una reforma
constitucional. Ese es un punto de diferencia absolutamente fundamental. Si en
este tema había diferencias, uno no puede estar en el mismo espacio.
Obviamente, tiene que mantener abiertos todos los canales de diálogo, pero llegado
el momento uno tiene que decidir de qué lado está. La magnitud de las cosas que
hay que hacer de acá hacia delante para que el país sea realmente lo que puede
ser es mucho más que cambios pequeños.
—¿Scioli está tratando
de quedarse con los aliados que tenía el kirchnerismo y aprovechar su fuerza
residual, pero eso lo ata al pasado?
—Puede ser.
—Usted mencionaba el
acuerdo de Macri con el casino de la Ciudad de Buenos Aires. Ahora, la
provincia de Buenos Aires ha firmado también un acuerdo con Cristóbal López
para que pueda acceder al control del de Tigre.
—Por eso digo, ahí hay una divisoria de aguas de la cual ni el justicialismo,
tipo Frente Renovador, ni el radicalismo participan.
—También Scioli ahora
absorbió a Garfunkel, socio de Szpolski, al que suma a Cristóbal López.
—No voy a profundizar en un caso en particular. El país tuvo una fenomenal
oportunidad por varias razones. La sociedad puso un gran esfuerzo a partir de
2002; el Gobierno hizo su trabajo, primero con Duhalde, y en los primeros años
con Kirchner; junto con la recuperación económica, 10 millones de personas que
estaban debajo de la línea de pobreza salieron de ella, y todo eso se hizo
junto con una macroeconomía muy sólida. Superávit fiscal, superávit en la caja
en dólares, hubo una tasa de inversión muy alta, inflación baja. En el período
de 2006 hasta 2007 había una solidez macroeconómica excepcional, a lo cual se
agrega, a partir de enero de 2007…
—La soja.
—Una espectacular suba de los precios de la soja. Y, en consecuencia, cantidad,
porque los productores reaccionaron produciendo 20 millones de toneladas de
más, lo cual le creó a la Argentina una situación que, según algunos, no tenía
desde la segunda posguerra mundial. De ninguna manera, porque en la segunda
posguerra mundial, si bien la Argentina le había vendido a Inglaterra y tenía
créditos, esos créditos habían sido defaulteados por Gran Bretaña: lo que
vendimos no lo podíamos cobrar. Y segundo, teníamos un conflicto por el
posicionamiento en la década del 40 con el gobierno de Estados Unidos, que
bloqueaba la posibilidad de que el país comprara maquinarias y equipos que eran
necesarios para reindustrializarse. Ahora, lo que da la soja, y el aceite, y
todo lo que viene, es de libre disponibilidad y nadie nos impide comprar nada
en ningún lugar del mundo, salvo nuestra propia incapacidad. Entonces, ni
siquiera se puede decir que se parece a la situación de la posguerra: es
marcadamente superior. Habría que ir a principios del siglo XX para encontrar
una situación tan excepcional. Hoy la macroeconomía presenta desequilibrios,
déficit, inflación, baja inversión, etcétera, etcétera. Y lo que viene de la
soja ni siquiera alcanza para cubrir los errores en materia, por ejemplo, de
energía, donde hay que importar 13 mil millones de dólares por año. Entonces,
han vaciado de contenido una oportunidad excepcional. Y esto se nota claramente
en el nivel de crecimiento. Yo terminé en diciembre de 2005… No es el día que
yo me fui, porque la economía tiene sus inercias, y hasta fines de 2006 se va a
encontrar con una tasa de crecimiento anual acumulativa de 8,9%, sólo
comparable a las de hace un siglo. Desde 2007 hasta 2011, esa tasa baja al 4%,
menos de la mitad ya en ese momento. La sociedad argentina, por la publicidad
política del Gobierno, por el manejo de la inflación que oculta cosas, no se
dio cuenta. Y desde 2011 hasta 2013, con el pronóstico también de 2014, es de
1,4%. Lo que hoy estamos viviendo no empezó hoy. Empezó hace siete años.
—Usted dice que no
quiere personalizar, pero su frase “capitalismo de amigos” hace ocho años
anunció la creciente problemática de la corrupción. Y los casinos y las salas
de juego parecen ser negocios especialmente proclives: en Brasil, Lula prohibió
todos los bingos hace diez años porque la mayoría de las denuncias de
corrupción venían por los bingos, que eran la fuente continua de la caja negra
de la política.
—Así es. Aplauso para Lula.
—Imagine un país con 11
millones de kilómetros cuadrados, cincuenta estados provinciales, había decenas
de miles de empleados de bingos, muchos de los cuales fueron a manifestar a
Brasilia a pedir por su fuente de trabajo. Lula fue inflexible y ganó en el
Congreso la votación para cerrar todas las casas de juego. Hace un par de años,
con Dilma presidenta, diputados y legisladores que no eran del PT volvieron a
pedir que se reabrieran las casas de juego, y en la votación ganó por dos
tercios contra uno que se mantuvieran cerradas. Acá, en 1999 no había una sola
máquina tragamonedas en la provincia de Buenos Aires; hoy hay 10 mil.
—Así es. Hay un contrato firmado pocos días antes de que terminara el gobierno
del presidente anterior (Néstor Kirchner), por el cual se prorrogan durante un
número muy importante de años las concesiones con la exigencia…
—De aumentar el 50%.
—¿Se da cuenta? Los sistemas políticos brasileño, uruguayo, chileno son
distintos que el nuestro, y más eficaces. ¿Por qué el sistema político
argentino produce lo que produce?
—¿Son las salas de juego
un ejemplo ampliado del problema de la corrupción en la política argentina?
—Sin duda. Hay casos muy paradigmáticos, pero hay otras cosas más generalizadas
y que no son alcanzadas por la palabra…
—Corrupción.
—Corrupción. Que es lo que yo le decía antes: entender la política como una
agencia de colocaciones laboral. Lo que uno ve es la desesperación por mantener
algún cargo en el Estado, por seguir cobrando del Estado. Todo les viene dado,
y no es solamente el salario. Es hasta los teléfonos: uno se sienta a hablar
con un funcionario de nivel intermedio, y sobre la mesa tiene cuatro teléfonos.
A eso no lo alcanza el término corrupción, pero es una cultura que se ha
instalado.
—¿No puede el Estado
administrar los casinos? ¿Por qué tendrían que ser privados?
—Me quedo con la duda. Son actividades que tienen derivaciones que, en teoría,
no tendrían por qué tenerlas, pero terminan siempre con derivaciones centrales.
Me quedo con lo que hizo Lula.
—¿Los niveles de
corrupción argentinos son mayores que los de países con los que ha estado en
contacto?
—La situación de anormalidades de diverso tipo en la Argentina es más fuerte
que en buena parte del mundo desarrollado. Basta ver cómo fijaban la tasa Libor
para ver que no son santos, pero, en promedio, las situaciones son distintas, y
en algún momento hay castigo, como será el caso de Brasil. Existe corrupción en
la política en Brasil, pero un grupo de importantes ministros acaba de ser
condenado con prisión a cumplirse, de manera tal que hay algún mecanismo de
defensa donde la sociedad y los gobiernos, en algún punto, sacan de su interior
a sectores corruptos.
—¿El peronismo es más
poroso a la corrupción que el radicalismo?
—Yo le diría que es, simplemente, cuestión de tiempos en el ejercicio del
poder.
—¿Cuando usted era
ministro de Néstor Kirchner la corrupción era menor que la actual? ¿Usted cree
que se ha ido incrementando?
(N.d.R.: pide responder sólo off the record y brinda informaciones que serán
utilizadas para futuras investigaciones de Perfil).
—La repetición de los
mismos nombres que usted englobó en la frase “capitalismo de amigos” en la
mayoría de las licencias, concesiones u otorgamiento de obra pública a lo largo
de todo el país en provincias que no son administradas por el kirchnerismo,
¿qué indica?
—El tema son los precios, porque yo hablé de capitalismo de amigos, aun siendo
ministro, porque se había terminado un estudio, que después fue ratificado por
el Banco Mundial, donde determinados tipos de obras públicas tenían una
tendencia a repartirse: hoy ganás vos, mañana gano yo. Y eso llevaba a un cálculo
de sobre costos del 25%.
—¿Se siente, desde el
punto de vista político, más cerca de Massa que de Scioli?
—Mi posición fue muy clara. Cuando Massa, con un grupo muy interesante de 19
intendentes exitosos de la provincia de Buenos Aires, toma la decisión y el
compromiso de que quienes lo acompañarán en las listas iban a votar en contra
de cualquier intento de reforma constitucional, ahí estuvo mi apoyo. Espero que
el Frente Renovador se anime a llamarse algo así como Frente Renovador para la
Unión Nacional porque creo que el próximo gobierno debe ser, no necesariamente
de coparticipaciones ejecutivas, pero sí de consenso.
—El objetivo de impedir
la reelección ya se cumplió. ¿Y ahora? Le pregunto porque usted dijo que su
apoyo a Massa era para 2014, pero que en 2015 es otra historia.
—Sí, pero uno va construyendo en el camino. Le doy tres ejemplos en los cuales
estamos absolutamente de acuerdo. Primero, el haber sostenido, post elecciones,
la necesidad de subir los mínimos no imponibles y bajar el impuesto a los
trabajadores. El Gobierno se vio obligado a hacerlo. No hace mucho tiempo, una
ley que establece que las paritarias docentes deben hacerse en el mes de enero,
simplemente, para evitar lo que pasa todos los años: que en marzo no empiezan
las clases, y la consecuencia es que la Argentina, en América Latina, es uno de
los países con menos días de clases. Me pareció un proyecto importante. Hace
pocas horas acompañé a Massa en el planteo de rebaja, y en algún caso
anulación, de ciertas retenciones sobre el sector agropecuario. Uno va
construyendo con cosas concretas.
—Pero también aclaró que
habla con Scioli.
—Y les digo lo mismo. No tengo un discurso para uno y un discurso para el otro.
A ambos, por ejemplo, les he dicho que una de las maneras de enfocar el
endeudamiento provincial este año, un tema clave, es asumir que el país, porque
no ha llegado a crecer en 3,2, no va a tener que pagar el cupón del
crecimiento, y en el presupuesto hay alrededor de 4 mil millones de dólares,
alrededor de 24, 25 mil millones de pesos, que, en consecuencia, pueden ser hoy
reasignados en favor de las provincias. Es un tema que hemos hablado, pero
supongo que cada cual lo tendrá en estudio o lo hará encargar, no lo sé. Pero
el diálogo contiene un análisis de orden político, difuso, si usted quiere. Hoy
tenemos una situación con algunos rasgos de 1983, algunos de 1999 y algunos de
2001. De 1983 hay algunos sectores de clase media que sienten una cierta fatiga
del justicialismo y es importante que sea capaz de darse cuenta de eso y de
reaccionar. Hay rasgos de 1999: un gobierno que se está yendo y que va a tratar
de que quienes lo sucedan no sean del mismo partido político, tal como ocurrió.
Usted lo dijo. Y hay algo de 2001: una fatiga con todos. De vuelta el “que se
vayan todos”. Administrar este conjunto de sentimientos difusos en su frontera,
pero fuertes, es la tarea que hay.
—¿Su visión de 2015 es
un volcán que sólo podrá apagar una unión nacional?
—Espero que el Frente Renovador, que es hoy el sector del justicialismo que ha
tomado distancia del Gobierno, se amplíe, lo que viene ocurriendo, y se llame
“para, o por, la Unión Nacional”.
—¿La crisis que
visualiza será de tal magnitud?
—Cuando se dice “la crisis va a ser de tal magnitud” se piensa exclusivamente
en lo económico. Mi razonamiento es distinto: hay pocos países donde la brecha
entre el país potencial y el país real es más grande. Con un agravante: a
partir de 2007, la brecha, en lugar de ir cerrándose, empezó a ampliarse porque
las condiciones internacionales mejoraron extraordinariamente por una razón
geopolítica, China y su efecto sobre el precio de la soja. Y por una razón
tecnológica: Estados Unidos desarrolló las tecnologías para shale gas y oil,
que para la Argentina hoy tienen la misma importancia que tuvo el buque
frigorífico a fines del siglo XIX.
—¿Vaca Muerta va a ser
como otra soja?
—Sí. Pero éste es un cambio tecnológico que una vez adquirido nos autonomiza.
—Volvamos a su visión de
la crisis.
—Alguien me dijo una frase muy buena: “Todos conocemos la frase de los chinos
de que toda crisis es una oportunidad. Ustedes son un país raro porque cada
oportunidad la convierten en una crisis”. Para 2015, la disconformidad y la
disgregación, y el conflicto que eso crea en una sociedad, va a ser mayor de lo
que es hoy, como hoy es mayor que en 2011, como en 2011 fue mayor que en 2007.
—¿Considera la
posibilidad de un acuerdo Massa-Scioli absolutamente imposible?
—Imposible, no. La posibilidad de un acuerdo existe. Pero tiene que ser una
posibilidad construida desde el pensamiento, desde para dónde queremos ir,
desde reconocer que no podemos bambolearnos entre la izquierda y la derecha.
Hay que ser capaz de que ese centro, en el cual está el grueso del
justicialismo, fije límites. No de personas, sino de políticas. Lo iremos
viendo en 2014, 2015. Es parte del camino, y a eso hay que ayudar.
—Usted vino mencionando
acá, y declarando en otros reportajes, que los problemas que hoy se están
viviendo se incuban desde el año 2007, y que los problemas energéticos son producto
de muchos años de errores fenomenales. En parte de esos años Sergio Massa fue
jefe de Gabinete.
—No hablo demasiado del pasado, pero me parece que usted tiene su corazoncito,
¿no?
—¿Dónde supone que lo
tengo?
—No se lo digo porque no lo quiero molestar.
—No me molesta.
—Tiene su corazoncito con Scioli. Lo cual no está mal tampoco.
—¿Le parece que venir
denunciando los acuerdos de Scioli con Cristóbal López, primero con la sala de
juegos que autorizó en Ezeiza y después con el casino de Tigre, es tener el
corazón con Scioli?
—Ah, bueno. Está bien.
—Le vuelvo a preguntar
entonces qué crítica realiza de la gestión de Massa como jefe de Gabinete de
Cristina Kirchner.
—Ambos (por Scioli) han estado, y en un caso está aún, en el Gobierno.
—El deterioro general de
la economía o el problema energético ¿no son responsabilidades del gobierno
nacional?
—Habría que estar adentro. Alguien no muy informado podría decir: “El
congelamiento de tarifas estaba cuando Lavagna era ministro”. Pero alguien más
informado sabe que ése es uno de los tres puntos de disidencia que tuve durante
todo mi mandato. Basta ir a los diarios. Y no dio lugar a que saliera porque
uno nunca puede estar ciento por ciento de acuerdo con todo. Cuando estaba en
juego continuar el proceso de crecimiento, cerrar el tema de la deuda, una
diferencia en torno a las tarifas no era un tema menor, pero no que justificara
mi salida. A lo mejor esto que se aplica al caso que yo le digo, se aplica
también a otros casos y a otras personas.
—Usted no tuvo la mejor
relación con Alberto Fernández cuando él precedió en el cargo a Massa como jefe
de Gabinete, y ahora se lo vuelve a encontrar como mano derecha del armado
político de Massa. ¿Tan poca gente sabe de política que necesariamente Massa
tiene que apelar a la misma persona, o es porque en el fondo son lo mismo?
—¿Será tan importante? En política, esta sabiduría uno la encuentra sólo en
alguna gente, por ejemplo en el presidente Mujica, o Perón, que decía que la
política se hace con barro y bosta.
—¿A usted le gustan los
aforismos? “Capitalismo de amigos”. “A los amigos todo, a los ciudadanos el
relato”.
—A veces me salen solos. El primero, y que dio origen a que yo saliera del
gobierno del presidente Alfonsín en 1987, fue el “festival de bonos”. A veces
las realidades son tan complejas, hay tantas cosas positivas y tantas
negativas, que uno tiene que elegir qué es lo que cree que va a ser el elemento
desencadenante, para bien o para mal, y tratar de resumir.
—¿Qué consejo le daría a
Massa? ¿En qué tiene que poner foco?
—Después, la gente de marketing sabrá qué hacer, pero la idea es Frente
Renovador para o por la Unión Nacional. Me parece que es un mensaje, un punto
central, que lo hemos charlado y he visto una…
—... predisposición.
—Una gran predisposición. Segundo, los equipos son fundamentales, y también hay
una predisposición. Porque él llega con un grupo de 19 intendentes exitosos,
que en la Argentina no es fácil. Y tercero, ponerle contenido. Le diría que
desde Arturo Frondizi no ha habido una visión integral del país. Ha habido
posiciones muy importantes y muy claras. La del presidente Alfonsín en materia
de derechos humanos, importantísima. La de Duhalde en cómo manejar esa crisis,
cómo retirarse y no intentar perpetuarse, otro mensaje para la sociedad. Aun
con Néstor Kirchner, al principio, el fortalecimiento de un Estado argentino
que a veces era demasiado flácido, y que ha vuelto a ser flácido, a punto tal
que le venden reestructuraciones desde afuera, u obras grandiosas que no se
llegan a hacer, como el tren bala. Pero ninguno de esos casos todavía llegó a
configurar una visión integral de adónde llevar a la Argentina, lo cual
implica, además, pensar el papel de la Argentina en la región y en el mundo,
cosa que usted sabe que Frondizi hizo, y en parte le costó su derrocamiento.
ECONOMIA
—Hace unos meses usted
dijo en el diario Perfil, en un reportaje de Magdalena, que se está viviendo un
Rodrigazo en cuotas. La pregunta es si en estos meses los plazos de las cuotas
se están acortando.
—Se acortan. Cuando lo dije, hubo un ofuscamiento generalizado, no sólo del
Gobierno, que era previsible porque era una crítica y una subliminal
identificación con otra presidenta que tuvo la Argentina. También en los
sectores de la oposición. El Rodrigazo ya está y es un intento de sectores que
se tornan conservadores y retrógrados por bajar el salario del grueso de la
población. Se hace, desde el punto de vista de la mecánica, de una sola vez,
como se intentó en aquel momento, cuando se subieron todos los datos de la
economía arriba del ciento por ciento, y se intentó que los salarios fueran el
60. Obviamente, los trabajadores perdían. Eso es un Rodrigazo y esto es lo que
está pasando. Hay un intento de lograr lo mismo, con niveles de inflación
totalmente distintos porque en el mundo hoy no existe la inflación; la
Argentina es uno de los pocos países que la tienen. Se han subido desde los
precios privados a los precios públicos –los impuestos, las valuaciones
impositivas–, todos arriba del ciento por ciento, incluso tarifas de consumo
más o menos masivo, como es el colectivo. Pero se sugiere que los salarios
podrían ser del 15 o del 18. Pero en lugar de hacerlo de una sola vez, y
vanagloriándose de hacerlo, como se hizo en el año ‘75, este Rodrigazo es con un
discurso progresista que distrae, y en cómodas cuotas. Y como usted bien dice,
las cuotas se acortan. Fíjese, simplemente, cada cuánto se ajusta el precio de
la nafta, y va a ver que los períodos se van acortando. Y no son empresas
extranjeras: es YPF.
—¿Sigue creyendo que
será posible o muy posible un desdoblamiento cambiario, como creía antes de las
elecciones?
—Ya se produjo. El dólar turista es un desdoblamiento cambiario.
—Kicillof lo criticó
porque usted ha pedido, o reclamado, la eliminación de los permisos de
exportación y reducción de retenciones. Dijo, textualmente: “Los reclamos de
Lavagna tienen intencionalidad política, pero no apoyatura económica”. Y
agregó: “Ahora que está posicionado políticamente, Lavagna, que fue quien
inventó las retenciones, sale a pedir mayores subsidios para mejorar o
reintegrar a los productores”.
—¡Mire usted! No me había enterado. Pero ya que usted me lo cuenta, podría
decir como aquel genial escritor: “Ladran, Sancho, señal que caminamos”.
—Echegaray dice que él
pudo convivir con varios ministros, desde usted hasta Kicillof. ¿Cómo lo
recuerda a Echegaray de funcionario?
—Francamente… no lo recuerdo.
—¿Usted actualizaría el
valor de las propiedades desde el punto de vista tributario?
—No. La pregunta no tiene una respuesta técnica específica sobre si es bueno o
no. Es de orden mucho más global. La Argentina vive hoy una asfixia impositiva
que está destruyendo la inversión, el empleo y, muy particularmente, a la
pequeña y mediana empresa. Lo que ha pasado acá es que el Gobierno concentró el
grueso de los recursos. Cuando las provincias no pudieron más, les dijo:
“Arréglense como puedan”. Y las provincias les dijeron a los municipios:
“Arréglense como puedan”. El resultado de ese desorden total, y el no asumir
responsabilidades, es una de las presiones tributarias más altas del mundo en
desarrollo, para un país sin servicios con esta escuela y salud pública o estas
rutas y puertos… De manera tal que hoy no hay posibilidad de subir un peso la
presión impositiva porque ya estamos al borde de la asfixia. Seguramente, en
algún momento, alguien se enojará cuando yo proponga, cosa que propongo
efectivamente, empezar a relajar impuestos ¡ya! si queremos preservar lo que
queda. ¿O qué se creen? ¿Que hemos pasado de 9, a 4, a 1.4 de crecimiento
porque tuvieron éxito e hicieron bien la política? Si en el término de siete
años estamos en un tobogán es porque se han equivocado fuertemente.
—Con una inflación como
la que tiene la Argentina, ¿no debería plantearse, y esto vale para los balances
en las empresas, un cierto grado de actualización monetaria, como había en
Brasil con la indexación?
—Claro. Cuando la tasa de inflación es baja, es posible no tener ajustes de
balance. Cuando la tasa de inflación ha alcanzado el nivel que hoy tiene, y
después de siete años, sí, por supuesto, forma parte de esa estrangulación
fiscal de la cual le estoy hablando. Es lo que le pasaba a los trabajadores.
Los que pagaban, en promedio, impuesto a las ganancias, que eran trabajadores
de alto nivel, habían llegado a ser 2.600.000, y todavía hoy, después del
ajuste, es más del doble de los que pagaban en el año 2005.
—¿Cómo imagina las
paritarias próximas con un gobierno aspirando a aumentos salariales por debajo
del 20% y sindicatos aspirando a aumentos por arriba del 30?
—Ocurrirá lo mismo que en el Rodrigazo. Los sindicatos no van a permitir una
pérdida, por los menos de la magnitud de la que les están sugiriendo.
—¿Y qué les aconsejaría
a los sindicalistas? ¿Si piden 1 o 2% de más que la inflación, se puede aspirar
a que se transforme en un aumento real; pero si piden 5 o 7% más espiralizan la
inflación y se logra el efecto opuesto?
—Los sindicalistas tienen que pedir lo que tienen que pedir los empresarios y
la sociedad: un cambio. Indefectiblemente, hay que cambiar. Esto es lo que ha
pasado desde el 2007 hasta ahora: mucha mayor volatilidad y promedios mucho más
bajos. Este llamado “modelo” en el relato del Gobierno, no está funcionando y
está empobreciendo a la Argentina.
—Con este ritmo de
inflación, ¿se deberían hacer paritarias dos veces por año o debería aceptarse
una cláusula gatillo si la inflación supera equis por ciento como piden algunos
sindicatos?
—Son todos detalles. El tema es cuál es el objetivo. En el caso de los
impuestos, el objetivo es bajar la presión fiscal. En el caso de los salarios,
es proteger los salarios, no sólo por una razón de ideología política.
—Sino de inteligencia…
—Sino de inteligencia en términos de mantener al consumo como un elemento
central del crecimiento. Cuando se crecía casi el 9% era porque el consumo
estaba muy activo, y se fue reactivando cada vez más. El aumento del consumo,
inmediatamente, trae el aumento de la inversión: nadie invierte en un país que
no consume. La inversión y la misma exportación vienen ligadas al consumo
porque cuando uno tiene un mercado interno muy activo, reparte costos fijos en
ese mercado y es más competitivo en los mercados internacionales. Entonces hay
un círculo virtuoso de poder adquisitivo, producción, productividad,
inversiones, más consumo y más empleo.
—Usted lo que dice es
que ninguno de los problemas por sí solo tiene solución, sino que debe haber un
plan integral.
—Exactamente.
—Y nos quedan casi dos
años más de este gobierno. ¿Imagina que está en condiciones de hacer un cambio
integral de la política económica?
—Por ahora no, pero por eso quién quiere ser alternativa de gobierno, no
simplemente oposición, debe hacer planteos específicos. El Gobierno los tomará,
o no. Si no los toma, pagará el costo político de no escuchar el reclamo de la
sociedad, y si los toma, como pasó, por ejemplo, con la asignación universal
por hijo, iremos en el buen camino. El Frente Renovador, además del tema del
campo que se hizo el otro día, ya hizo antes una presentación de un tema de
rebaja de impuesto, particularmente, todo lo que tenga que ver con lo que
favorece la inversión y la creación de empleo.
—¿Y cómo se generan los
recursos compensatorios de rebajas de impuestos?
—¿Quiere ejemplos? ¿Cuál es el valor de una compañía que pierde dos millones de
dólares por día? ¿Cuál es el valor de dos centrales hidroeléctricas en el sur,
que los propios técnicos del Gobierno dicen que está en las prioridades 26 y
27, es decir, que no tienen ninguna prioridad, no es de las mejores para
generar energía? ¿Cuál es la razón para que el Fútbol para Todos, que es una
buena iniciativa, sea nada más que para hacer publicidad del Gobierno en lugar
de tener publicidad privada y se autofinancie? ¿Cuál es el valor de haber
empezado en el período de las elecciones la ruta 6 y la ampliación de la
General Paz, obras absolutamente imprescindibles, paradas ya? Es toda plata que
se puso en el período preelectoral, y que figura, además, como inversión, que
tiene cero efecto sobre la productividad de la economía. En general, tiene el
efecto negativo porque como quedó a mitad de camino, hay obstáculos en las
rutas que antes no existían. La cantidad de ejemplos que puede encontrar son
infinitos.
—¿Alcanza con la
reducción de gastos que no sean eficientes?
—Los sobrecostos, de los cuales hablábamos antes, de la obra pública. ¿Cómo se
logró en el 2002 un superávit fiscal de cuatro puntos y medio, que fue
histórico para Argentina? Poniendo en marcha el motor de la economía y, al
mismo tiempo, siendo muy preciso en dónde van los recursos del Estado.
—¿Se puede decir que las
recetas para bajar la inflación de forma gradualista sirven para niveles de
inflación, digamos, por debajo del 20%, pero que cuando ya superan niveles, no
sé, del 30 o el 40% requieren un plan integral?
—Se puede decir eso, pero prefiero ligarlo a otra cosa: no hay un proceso de
rebaja sostenida de la inflación en un contexto de no crecimiento. Es algo que
la Argentina ignoró, y por eso se repetían los programas de gobiernos
militares, civiles y no daban resultados. En el 2002 dio resultado porque la
clave fue volver a lograr que el país produzca lo que pueda producir, que
emplee lo que pueda emplear. Cuando usted logra eso, empieza a ordenarse casi
en forma… no le voy a decir automática, pero derivada de eso, el grueso de los
problemas.
—El círculo virtuoso.
—Claro. No solo la nación tuvo superávit récord; el conjunto de las provincias
tuvo superávit y, en consecuencia, tuvieron lo que la Constitución argentina
dice: capacidad de ser estados federales con libertad de acción, y no estar
absolutamente prisioneras del gobierno central, como es ahora. Habrá que
trabajar en recomponer otras cosas, como el orden, porque la nuestra es una
sociedad que vive caóticamente. Las pérdidas de productividad derivadas de los
cortes de luz, de los cortes de ruta, etcétera, son fenomenales. Y habrá que
trabajar mucho en recomponer la cultura del trabajo, que se ha perdido en
ciertos sectores de la sociedad.
—En los últimos meses se
valuó el dólar oficial anualizado a un nivel que alcanzaría el 80%, y la brecha
de dólar oficial y blue volvió a ensancharse.
—Eso es el Rodrigazo en cuotas. En lugar de hacerlo de una sola vez, como lo
hicieron en aquel momento…
—¿Qué haría usted si
fuera jefe de Gabinete?
—Como en 2002. Pero porque fue una política económica y social distinta. Ni la
clásica cosa conservadora, retrógrada, del ajuste, ni este populismo
voluntarista. Hay dos mecanismos para hacer el ajuste. Uno es un ministro que
viene y dice: “Vamos a bajar los salarios, vamos a bajar las pensiones, vamos a
bajar las jubilaciones, vamos a bajar los gastos en educación, vamos a bajar
los gastos en salud”. Esto ocurrió hace apenas diez años. Por supuesto, logra
inmediatamente el aplauso del Fondo Monetario Internacional y de las finanzas
internacionales. Ese es un modelo. El otro es éste, el del populismo
supuestamente progresista, que no quiere hacer esas cosas, entonces desata un
proceso inflacionario e intenta que los salarios se ajusten por debajo de los
precios. Resultado final: los dos hacen lo mismo, les hacen perder a los
asalariados participación en el ingreso y bajan la tasa de crecimiento porque,
obviamente, baja el consumo.
—¿El crecimiento de la
inflación fue por impericia del Gobierno?
—No había ninguna razón. Usted lo puede llamar impericia, ideología, facilismo.
Llámelo como usted quiera.
—¿La crisis de 2009
produjo circunstancias diferentes al ciclo 2003-2008?
—Al revés: 2009 fue el único año de estos siete en que la tasa de inflación fue
un poquito más baja porque el nivel de actividad fue un poco más bajo. Les jugó
a favor.
—Me refiero al nivel de
crecimiento, que quisieron mantener aumentando el gasto.
—Argentina y México fueron los dos países en América Latina que más sufrieron
por errores propios la crisis del 2008. Países como Brasil se ubicaron en torno
al 0% de crecimiento, eso ya es una recesión, pero zafaron. Argentina dio -4
puntos y México dio -5 por errores internos, así que no le echen la culpa de
nada a la crisis internacional.
—¿Usted dice que
tratando de combatir la crisis la empeoraron?
—La empeoraron. Pero todo eso empezó en el 2007, que fue cuando intervinieron
el Indec, porque en el 2008, si recuerdo bien, fue la crisis con el campo. En
2007 empieza una sumatoria de hechos que hicieron que entráramos en un tobogán.
Cuando uno está en la punta de arriba, todavía no tiene mucha velocidad. A
medida que va bajando, y su cola se acerca al piso, que es lo que está
ocurriendo, la velocidad aumenta.
—El plano inclinado de
Leonardo.
—Más elegante que mi tobogán.
—¿Se viene una suba
mundial de las tasas de interés a partir de que Estados Unidos decida
descontinuar su política “quantitative easing”?
—Se viene, pero lentamente. Sobre la situación mundial, vamos a ver todavía
muchas cosas. Estamos al final de la crisis financiera, los bancos han
reordenado sus balances, vuelve a haber una cierta euforia en las bolsas.
Estamos al final de la crisis financiera, en el medio de la económica. Hay
países desarrollados todavía con producto negativo.
—En Europa.
—Y hay otros de bajísimo crecimiento. Y creo, ya después no sé cómo sigue, que
estamos al principio de una crisis política porque la forma en que se procesó y
los años previos a la crisis financiera fueron de una fuerte concentración de
la riqueza en los países desarrollados. Y eso está empezando a desatar,
particularmente en los países más golpeados, movimientos xenófobos, con
extremismos de derecha. Sería bueno que se vaya tomando conciencia de eso y se
vea cuáles son los riesgos. El caso de Francia es muy claro.
—¿Cómo afectaría a los
países emergentes, a Brasil, y más especialmente a la Argentina, ese fin de los
incentivos monetarios que pudiera disponer Estados Unidos?
—A Brasil más que a la Argentina. Las proporciones pueden ser distintas, pero
el tipo de situación es la que generó Paul Volcker en 1982. Cuando asume la
Reserva Federal, se encuentra en Estados Unidos con una tasa de inflación del
orden del 16, 18%. Inmediatamente, empieza una política monetaria muy
contractiva, lleva a las tasas de interés muy arriba, y eso genera un efecto de
aspirar todos los recursos de los capitales que se habían movido hacia los
mercados emergentes. Por eso la crisis fue generalizada, particularmente en
América Latina, porque la que más había, irresponsablemente, absorbido recursos
fue América Latina. Y eso fue la crisis de la deuda, que también fue mal
manejada, por nosotros, no por los bancos, que hizo que fuera una década
entera, la del 80, pérdida en términos de crecimiento. Ahora, el efecto es más
o menos igual, en proporción, porque las dosis son distintas. No hay inflación
del 16%, y la tasa no va a ser de esos niveles. Probablemente, la tasa vuelva,
en cierto número de años, a sus niveles normales de 4 o 5%; va a llevar su
tiempo, y eso le quita incentivo a los países en desarrollo. Cuando el
incentivo fácil del diferencial de tasa de interés desaparece, uno tiene que
poner los incentivos del potencial que los países en desarrollo tienen para
crecer. Brasil, Argentina son países con un tremendo potencial, y tienen que
poner esos incentivos ya que lo otro no va a estar. Eso implica una visión de
país y de lo que tienen que hacer.
—¿Estados Unidos salió
de la recesión?
—Está saliendo, claramente.
—¿Arrastrará a Europa?
—Europa corre el riesgo de una situación a la japonesa.
—Quince, veinte años de
recesión.
—Exactamente. Para algo está ese mal ejemplo japonés, para que Europa no llegue
a eso.
—¿Europa es el
continente problema?
—Sí, por las malas y las buenas razones. Por no estar manejando bien su
política monetaria y fiscal. Y por las buenas razones, porque tiene un sistema
de bienestar social que no tiene ninguna otra zona en el mundo, y quebrar o
bajar ese sistema de bienestar social tiene costos políticos; la gente empieza
a votar de manera distinta.
—Crecen la derecha y
hasta los filonazis.
—Sí. Y en Francia usted tiene ahora para las próximas elecciones municipales
que el Frente Nacional, en alguna encuesta, llega a estar primero.
—¿Cuál es su pronóstico
de China en este contexto en el mediano plazo?
—Han sabido manejar el gradualismo con mucha sabiduría. Cuando uno ve las
recomendaciones que les hacen desde Occidente, me hacen acordar, en el plano
político, a las recomendaciones del Fondo en materia económica. Les piden que
hagan cosas que en una sociedad tan compleja, tan numerosa, si lo hicieran a la
velocidad que se lo piden, probablemente, terminarían en una crisis.
—Asumiendo que el
gobierno nacional no cambia sus políticas, no produce un plan económico
estructurado y no modifica la actual situación, sino que continúa con la misma
receta, que sería el escenario más posible, ¿a cuánto imagina que va a llegar
la inflación y en cuánto cree que terminaría el dólar a fines de este año?
—Hay que preguntárselos a los cueveros. La inflación va a ser más alta, salvo
que alcanzaran el objetivo de bajarle el poder de compra a la población, en
cuyo caso la inflación se contendría un poco, pero el crecimiento desaparecería
por completo.
—A ver si lo entiendo.
¿Hay dos escenarios posibles: una inflación más alta que la actual, superior al
30%, con un crecimiento del uno y pico, o una inflación más baja, del 23, 24%
pero con un crecimiento negativo?
—Tal cual, esos son los dos escenarios para este gobierno. No porque sea
inevitable, sino porque el Gobierno va a continuar con el gasto público como lo
está haciendo.
—¿Alguna pregunta que no
le hice o algo que quiera agregar?
—El deseo de menos circo, menos relato, más pan y trabajo.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el Domingo 19-01/2014 y publicado
por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.