Macri, Cristina y el juego de la cárcel…
Candidatos. Un
duelo con diálogo entre peronistas no K y Macri indicaría adultez. El Gobierno
prefiere competir con Ella. Fotocomposición: Pablo Temes.
El caos solo le serviría a quienes prevén que su futuro será aún peor que
ese caos.
© Escrito por Gustavo González el domingo 24/06/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Hasta el jueves pasado a las 15 las
cosas parecían ir mejor: país emergente, ingreso del dinero del FMI, un dólar
más tranquilo, boom en la Bolsa. Solo faltaba que la Selección le ganara a
Croacia y garantizara su pase a la próxima ronda del Mundial. Pero no pudo ser.
No va a quedar otra que esperar que
el clima económico cambie por vía de la razón y no por apostar a influjos
mágicos o deportivos. En distintos sentidos, no sería la primera vez que las
soluciones lleguen tras aprender de dolorosas derrotas.
¿A quién le serviría el caos? En lo político y
económico, el 2001 es el extremo indeseado de lo que significó tocar fondo para
volver a recuperarse y coincidir luego en que ése es un lugar al que nadie
quiere volver. O casi nadie.
No le conviene al Gobierno, claro,
pero tampoco al peronismo no kirchnerista que por primera vez en mucho tiempo
siente que puede triunfar en las próximas presidenciales. Tampoco al
sindicalismo, que sabe que un descalabro social puede llevar puesto a sus
viejos líderes. Incluso el paro de mañana guarda esa lógica. Puede ser
discutible si es justo o injusto con el Gobierno o si logrará alguna mejora
concreta para los trabajadores, pero no deja de ser una vía de expresión de un
malestar social que es preferible encausado que anárquico.
El caos solo le serviría a quienes prevén que su futuro será aún peor que
ese caos. Por ejemplo, para aquellos dirigentes que se imaginan
presos, una crisis generalizada hasta podría representar un salvoconducto. Hay
muchos kirchneristas entre éstos.
También algunos empresarios con
poder de fuego financiero. Son los que están hablando de un fin de año
endemoniado.
Es que cuando la cárcel puede ser un
destino para una parte de la dirigencia, cualquier escenario es posible. Brasil
está cerca para recordarlo.
Pero más allá de la potencial
colonia carcelaria y de otros grupos políticos menos significativos, queda
cerca de un 70% de la población representada en dirigentes que son la expresión
del post 2001, el año que simbolizó el crack de los partidos tradicionales.
Rondan los 50 años. Tenían 30 cuando estalló la Convertibilidad y cayó De la
Rúa, y expresan a aquellos jóvenes que vivieron de cerca el abismo. Están
inoculados con el escepticismo de su época, pero también con el miedo de que la
historia se repita.
Unos son CEOs, radicales y
peronistas que encontraron en Macri a un ingeniero heterodoxo que espeja a una
nueva alianza policlasista.
Otros son neoperonistas, que de más
jóvenes fueron menemistas o kirchneristas, pero a los que nunca se les ocurrió
dar la vida por Menem ni por los Kirchner.
Los macristas buscan ser reelectos. Los peronistas no K, un candidato ganador.
El problema es que los socios
fundadores del PRO (los del ala no política) creen que para triunfar deben
mantener vivo el fantasma del kirchnerismo. Hasta ahora les fue bien cavando
esa grieta. Su lógica es que si Cristina
es candidata obtendría entre un 25 y un 35 % de votos, suficientes para
perder en primera vuelta o para ir a un ballottage en el que su imagen negativa
le impediría triunfar.
El riesgo es grande y es doble. Apuestan a
posicionar a una competidora para la que el caos no es el peor de los
escenarios y que, además, puede terminar triunfando si la economía convence a
una mayoría de que con ella estábamos mejor.
Jugar a Cristina candidata demuestra
el temor a que si quien sale segundo en las próximas elecciones es un Massa o
un Urtubey, este peronismo se imponga en una segunda vuelta al sumar los votos
del kirchnerismo, de la llamada izquierda y de algún conservadurismo
desilusionado.
Para el oficialismo perder no es la
peor hipótesis. La peor es perder con Cristina. Con el kirchnerismo en el
poder, las chances de que quienes vayan a prisión sean los actuales
funcionarios no son bajas. Salvo que estén seguros de que no tienen nada que
ocultar de antes o después de asumir sus cargos y que los jueces argentinos son
lo suficientemente independientes como para juzgar sus inocencias.
Cristina candidata es un riesgo
también para el autodenominado “peronismo sin prontuario”. Encuestas de esta
semana muestran que sigue siendo la opositora que conseguiría más votos y la
que más creció con esta crisis (los
sondeos también ratifican que perdería en un ballottage contra Macri).
Pero sin ella compitiendo, todo
sería distinto. La pregunta es: ¿qué podría convencerla para no presentarse?
Una primera respuesta es el riesgo a perder y quedarse sin tiempo y sin la
última herramienta para eludir la eventual prisión.
El peligroso juego de la cárcel es
el que quizás la acerque al peronismo no K. Interlocutores de ambos sectores
opinan que ella podría postular a otro candidato en su lugar. Alguien como
Agustín Rossi que saldría tercero, pero cuyos votos en un ballottage irían a un
candidato peronista.
¿Por qué lo haría CFK? Porque tal vez piense
que nada sería peor para ella y sus hijos que el triunfo de Macri, o porque
suponga que los peronistas no envían a prisión a otros peronistas.
Complementarios, no enemigos. Un 2019 con dos
opciones electorales con posibilidades de ganar y que reflejen cierto consenso
en no regresar al pasado, significaría para una mayoría el aprendizaje de que
los dolores sirven para fijar conceptos. Y transmitiría hacia dentro y fuera
del país el mensaje de continuidad institucional entre alternativas razonables.
Se vienen tiempos en los que el
macrismo podría requerir del peronismo no K más de lo que piensa.
En el Gobierno los recelan por
ventajeros, egoístas o traidores. Pero solo tratan de ocupar el lugar de Macri.
Entender el interés del otro, le
permitiría al oficialismo aprovechar sus debilidades y necesidades.
Esos peronistas son gobernadores y
legisladores que ansían ayuda nacional para sus provincias, o dirigentes que
están ávidos de ser tenidos en cuenta como contrafiguras del oficialismo.
Son sus complementariedades las que
los deberían unir. Porque la economía definitivamente los separa.
Cambiemos apostó desde un principio a que el crecimiento vendría por la
reducción del déficit fiscal, la baja de la
inflación, la llegada de inversiones y un mayor endeudamiento externo. El
déficit se redujo y la deuda se multiplicó, pero ni la inflación ni las
inversiones reaccionaron como se preveía. Con todo, hasta abril pasado la serie
de trimestres seguidos de crecimiento parecían indicar que el camino podía ser
el correcto.
El peronismo cree que en un país en
el que el consumo total representa casi el 80% del PBI, cualquier política que
no lo aliente generará recesión. Apuntalar el consumo y mantener un dólar
competitivo son –según sus economistas más reconocidos– las premisas para
tentar inversores.
Estiman que recién ahí la inflación
bajaría y dicen que el mismo Gobierno hizo eso en el segundo semestre del año
pasado, motivado por las elecciones. Pero que luego volvió a primar la política
monetarista.
La otra prisión. Hoy, los canales de
comunicación entre estos representantes del 70% de la Argentina, parecen
entrecerrados.
Y hasta la utopía futbolística en
común está en veremos.
La cárcel no es solo ese lugar
oscuro al que tantos políticos temen ir.
Cuando las inseguridades generan
obstinaciones, las ideas del otro son tratadas como virus y el diálogo es de
sordos, también las certezas infranqueables pueden ser una cárcel.
(Fuente www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra
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