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sábado, 23 de junio de 2018

Traficantes de paradojas… @dealgunamanera...

Traficantes de paradojas… 

Macri, Messi y Darin: tres cuestionados de la última semana. Fotografía: CEDOC / PERFIL

Sentimos primero que Darín es bueno o malo, Messi es o no patriota, y Macri es o no competente o bien intencionado, y luego construimos conceptos que sostengan nuestra creencia.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 23/06/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La diferencia entre el éxito colectivo y el individual ya quedó presentada en esta columna el domingo pasado. Mientras en Argentina Macri tiene cada vez más en riesgo su reelección, incluso si le tocara ir a un ballottage con Cristina Kirchner (el escenario ideal para Jaime Duran Barba), porque la ex presidenta mejora en las encuestas en proporción a lo que empeora la economía, en Estados Unidos todos los presidentes del último cuarto de siglo fueron reelectos, incluso George Bush, y ahora se cree que lo sería hasta Trump. Que sea más fácil tener éxito como presidente –y en cualquier función– en un país poderoso como Estados Unidos que en otros más débiles como Argentina promueve muchas reflexiones

La relación con el éxito como con el fracaso está condicionada por la memoria. ¿Cuántas veces nuestra sociedad se ilusionó con la llegada de un nuevo presidente y revivió la esperanza de “ahora sí, la Argentina despega”? No es la misma relación con el éxito de los norteamericanos, ni con los exitosos, sea Trump o su más famoso deportista y artista, como en Argentina es con Macri, Messi y Darín, las tres mayores celebridades de la política, el deporte y los artistas, quienes simultáneamente fueron cuestionados esta semana: donde el éxito no abunda, se es menos tolerante con los exitosos.

Que MSCI nos pase de mercado fronterizo a emergente fue vivido igual que el triunfo de Nigeria ante Islandia.

Estoy subinformado sobre fútbol pero me resultó paradójico ver cómo los analistas deportivos el día antes del partido con Croacia hablaban con mucho optimismo y explicaban por qué eran lógicos los pronósticos positivos y al terminar el partido en derrota, explicaban lo contrario. De la misma forma que hicieron los economistas en diciembre con las proyecciones sobre inflación, precio del dólar y crecimiento del producto bruto, y lo opuesto en mayo/junio. El método de juicio emocional era el mismo, solo cambiaba el objeto de análisis. Se podría decir algo parecido sobre las consecuencias posteriores al debate sobre el aborto en el Congreso y cómo sus efectos en las cuestiones de género pueden hacer pasar el simbólico falo del hombre a la mujer con la misma fuerza del sunami que aumentó el dólar o cambió el humor sobre la selección de fútbol.

Hay un texto, viralizado en las redes, en defensa de Darín, cuyos argumentos son tan plausibles como los que se usan en su contra, y demuestra el grado de emocionalidad exaltada que nos caracteriza. Su autor es Coni Cherep, quien se define como “periodista en licencia” y “opinador serial”, calificación esta última que representa a tantos argentinos (ver: No, con Darín no).

Idéntica subjetividad hiperbólica pasa del espectáculo a la política y al deporte, tres actividades unidas por la misma matriz de la fama. Cuando Morgan Stanley Capital International subió la calificación de los mercados de acciones de Argentina de fronterizo a emergente después de la megadevaluación, fue sentido como el triunfo de Nigeria ante Islandia tras la derrota de nuestra selección de fútbol con Croacia. “Ahora sí, nuevamente, podemos”.

Un párrafo aparte merecen las calificadoras de riesgo y Morgan Stanley Capital International (MSCI), cuya arbitrariedad no es una excepción, al igual que los consultores económicos argentinos. En junio del año pasado, la economía argentina y la popularidad de Macri estaban mejor que hoy; sin embargo, el año pasado MSCI no aprobó la mejora de calificación porque “había que esperar a ver que las reformas que había producido Macri no fueran reversibles”, o sea: que no volviera el populismo, riesgo que hoy no es menor. Son calificaciones tan discutibles como que ya éramos país emergente mientras estábamos en default antes de 2009, cuando nos bajaron de categoría. En todos los casos por cuestiones políticas.

“Lo verdadero es solo conveniente respecto de nuestro pensamiento, exactamente como lo correcto es solo conveniente a nuestra conducta”, escribió William James en Pragmatismo y El significado de la verdad. O como lo hizo Hilary Putnam en Realism with a Human Face: “Lo que llamamos realidad es el proyecto de vernos a nosotros mismos como cartógrafos de algo”.

Paradojas tan viejas como la humanidad, como la vieja lucha por reducir sensaciones a conceptos, o la reducción inversa que intentó el empirismo. Opinadores de todo lo que sentimos, somos malos alumnos de Aristóteles, quien sostuvo que el “conocimiento de” era anterior al “conocimiento de que”; y de Kant, para quien “las intuiciones sin conceptos son ciegas”. Sentimos primero que Darín es bueno o malo, Messi es o no patriota, y Macri es o no competente o bien intencionado, y luego construimos conceptos que sostengan nuestra creencia. Viendo el comportamiento de los mercados y las opiniones de los economistas, habría que disculpar al público y a los opinadores mediáticos por una carencia que también afecta a las “mentes más elevadas”.

Nada nuevo: Richard Rorty, en La filosofía y el espejo de la naturaleza, explica cómo los problemas son los mismos, solo que se renuevan modificando las palabras, porque no cambian las creencias sino el vocabulario ya que no existe una relación permanente entre lo correcto e incorrecto, como entre los electrones y los protones. No pocas veces los problemas parecen nuevos solo por desprendernos de una terminología obsoleta: lo que hay son mitos antiguos para prejuicios modernos. Siempre se refuerzan las maniobras intelectuales que permitan la conservación del mito, tan difícil de erradicar (también para bien) como las enseñanzas de nuestros padres.

Sentimos primero que Darín es bueno o malo, Messi patriota o no, y Macri bien intencionado, y luego argumentamos.

Jaime Duran Barba, simbólico presidente del club de fans latinoamericanos de Yuval Noah Harari, es él mismo tan especialista en mitos como su admirado historiador israelí, autor de best seller mundial Sapiens: de animales a dioses. La política, el deporte y el espectáculo, que comparten el mismo sistema conceptual mitológico, son ideales para los traficantes de paradojas, que mantienen en vilo a la audiencia para que crea que suceden situaciones diferentes.



(Fuente www.perfil.com). El periodismo profesional es costoso y por eso debemos defender nuestra propiedad intelectual. Robar nuestro contenido es un delito, para compartir nuestras notas por favor utilizar los botones de "share" o directamente comparta la URL. Por cualquier duda por favor escribir a: perfilcom@perfil.com

lunes, 24 de septiembre de 2012

Egoístas o ignorantes… De Alguna Manera...


Egoístas o ignorantes…

Pulitzer y Sarmiento, dos tipos de periodismo.

El lector se encuentra en esta edición con un diario de muchas más páginas. Es una edición aniversario, que sale con más avisos. Y más que ninguna en sus siete años de existencia, a pesar de seguir incumpliendo el Estado el fallo de la Corte Suprema de Justicia que lo obliga a colocar publicidad oficial en este diario.

El relanzamiento de PERFIL, el domingo 11 de septiembre de 2005, coincidió con el día en que se recuerda a Sarmiento. Este año la Presidenta también recordó a Sarmiento pero como ejemplo del periodismo militante, tan generoso en adjetivos como avaro en rigor técnico. Moreno es otro ejemplo que se utiliza para dignificar al actual periodismo militante, porque en los tiempos de la Revolución de Mayo recomendaba minimizar las noticias que pudieran ser negativas y magnificar las favorables.

Extrapolar ejemplos de la historia y traerlos al presente puede ser tan injusto como juzgar severamente a Sócrates o a Washington por haber sido esclavistas, cada uno en su tiempo. El periodismo en el siglo XVIII y gran parte del XIX era casi todo militante.

Cuando en 1868 Sarmiento fue embajador en Estados Unidos, por entonces instalado en Nueva York, Joseph Pulitzer aún no había comprado el New York World (lo hizo en 1883) y no había empezado la revolución del periodismo que modificaría la historia de nuestra profesión, primero en su país y progresivamente en el resto del mundo. Hasta ese momento, en su gran mayoría los diarios estaban asociados a partidos y el periodismo era una rama de la política.

Pulitzer, no sin ambivalencias, errores y acciones muy criticables, convirtió el periodismo partisano en periodismo profesional, comercial o autosustentado. No se trata de una rareza del periodismo: la mayoría de las actividades humanas nacieron fusionadas unas con otras. En la medida en que las sociedades fueron progresando, las disciplinas que antes eran una sola pasaron a tener autonomía. Con sólo ver las carreras universitarias de hace un siglo y las de hoy alcanza para comprenderlo.

Volver al periodismo de Moreno o Sarmiento es, de alguna forma, retornar a la época de Eduardo VII y Napoleón por un lado, o Rosas, Urquiza y Mitre por el otro, momentos fundacionales de la Argentina como nación y como república. Obviamente, si la integridad de la patria estuviera en juego, se justificaría esa regresión. Pero son muy pocas las ocasiones extraordinarias que justificarían vaciar el periodismo de su inédito aporte a la sociedad para sustentar a la política.

Tras ser elegido diputado en 1885, Pulitzer renunció meses después por no encontrar en la política una actividad que lo entusiasmara más que el periodismo.

La oposición entre periodismo militante y periodismo –casi podríamos decir– moderno es una prolongación de una batalla mucho más amplia que hoy atraviesa a toda la sociedad argentina, que encontró en el cacerolazo de hace diez días y en la reacción posterior del kirchnerismo uno de sus picos.

Desde la perspectiva del oficialismo, quienes protestaron son egoístas o ignorantes, no comparten lo que el Gobierno hace porque tienen algún privilegio que se ve amenazado, o se trata de personas que no comprendieron su tiempo o están mal informadas por los medios hegemónicos que las alienaron.

Pero no sólo el kirchnerismo tiene esa visión reducida de sus críticos: algunos de los que critican al Gobierno también ven a sus defensores como egoístas, ya sea porque cuidan un puesto en el Estado, que perderían, o porque desconocen el mundo actual al quedarse sólo con libros escritos en la década del 70 y el 80 o los producidos por franceses o italianos, y casi nada de los autores anglosajones.

La acusación de egoístas es injusta con muchos de los defensores del kirchnerismo, que no perderían nada material con otro gobierno y dicen lo que piensan con absoluta convicción. También es injusta con muchos de los críticos del kirchnerismo, que tampoco ganarían nada material con un cambio de gobierno.

Ante la acusación de ignorantes que “se quedaron en los 70” (a los K) o que “se quedaron en los 90” (a los no K), cabría reflexionar acerca de la metáfora de Hegel sobre el búho de Minerva, la diosa del conocimiento, conocimiento que siempre llega tarde porque sólo vuela al romper el crepúsculo; o sea, llega atrasado, explica las cosas cuando ya pasaron y no puede cumplir la función de mensajero del alba. En síntesis: ¿quién puede estar seguro de saber lo que será correcto para el futuro? “¿En qué sentido exactamente está la Bondad ahí afuera esperando ser representada exactamente como consecuencia de una argumentación racional?”, escribió Richard Rorty una vez.

Probablemente, la Argentina actual precise que los sectores más enfrentados políticamente dejen de pensar a su oponente como un egoísta o un ignorante.

Para alejar el riesgo de caer en la violencia política hay que reconciliar visiones, y es imperioso encontrar un terreno común que permita comunicarnos y escapar a la inconmensurabilidad metafísica que nos aísla en mundos diferentes, encerrados dentro de un paradigma no interconectable con el de los otros, que pone en riesgo la idea misma de racionalidad. Precisamos convenciones que permitan un lenguaje común de observación neutral para poder dialogar. No hay conmensurabilidad entre grupos que tienen paradigmas diferentes de lo que resulta una explicación acertada. No se trata de una guerra en la que se le impone al otro el vocabulario del vencedor.

La única noción posible y utilizable de objetividad es la de acuerdo. El periodismo moderno, después de Pulitzer y post Sarmiento, asume la objetividad como una propiedad de aquello que, al haber sido ampliamente discutido, es elegido por consenso como racional. Sin consensos mínimos no habrá periodismo, sólo militancia; ni tampoco política, sólo guerra.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 22 de Septiembre de 2012.


domingo, 26 de agosto de 2012

Incomparables por cierto... De Alguna Manera...


Modelo y habla…

 Incomparables, por cierto...

Una sola de las interesantes y muy bien escritas columnas del filósofo Ricardo Forster en la revista Veintitres alcanza para conformar un glosario de época.

En la de la semana pasada, titulada “La impostura y la obsesión”, usó la palabra “mediático” ocho veces; “realidad”, seis; “poder” y “retórica”, cinco veces cada una; “ficcional/ficcionalización/ficción”, “impostura” y “relato”, cuatro veces cada una; “discurso/discursiva” y “matriz”, tres veces cada una; y utilizó dos veces las palabras “estéticas/esteticismo”, “horadar”, “sentido”, “simulacro”, “espectacularización/espectáculo”, “espesura”, “hegemonías/hegemonismo”, “popular”, “virtual” y “corporativo”.

También usó las palabras “deconstruir”, “concentración”, “acumulación”, “emancipadora”, “enunciación”, “conceptualización”, “destituyentes”, “semblantes”, “esmerilar”, “dominación”, “paradigma”, “desvanecimiento” y “manipulación”.

Tuvo combinaciones de palabras que se reiteraron como “espesor de la realidad”, además de, una vez, “espesa trama”. Palabras que se combinaron recurrentemente como “matriz emancipadora”, “matriz popular” y “matriz hegemónica”. Como “espectacularización discursiva”, “munición discursiva”, “discursividad vacía”. O como “abstracción mediática”, “corporación mediática”, “dispositivo mediático” y “artillería mediática”. También hizo combinaciones resonantes como “evanescencias lingüísticas”, “espectros corporativos”, “relatos virtuales”, “pavor atávico”, “lugar de enunciación” y “obstáculo epistemológico”.

Todos estos términos en una sola columna de mil ochocientas palabras.

Sobre los “juegos de lenguaje”, en su libro La filosofía y el espejo de la naturaleza, Richard Rorty escribió: “Los problemas filosóficos aparecen o cambian de forma como consecuencia de la adopción de nuevas suposiciones o vocabularios”. Además, que estos “pseudoproblemas” son “producto de la adopción inconsciente de suposiciones incorporadas al vocabulario en el que se formulaba el problema”. También Rudolf Carnap, otro filósofo analítico, se refirió a los “abusos del lenguaje” en la creación de “pseudoproblemas” y a la necesidad de acordar un marco lingüístico adecuado para el debate de verdaderos problemas. Y un inspirador de ambos, Ludwig Wittgenstein, decía que “toda una nube de la filosofía se condensa en una gotita de gramática”.

No se trata de una originalidad del kirchnerismo. Cada época tiene una jerga que utiliza para apoyar la idea de que sus creencias son incuestionables. Son fruto de una seguridad subjetiva acerca de lo que es verdadero y lo que es falso.

En los ’90 también había un glosario que pretendía establecer una relación entre conocimiento y justificación, o sea una conexión entre la verdad de la creencia y aquello en lo que se funda. Aquél tenía una “matriz” económica y su jerga estaba poblada de palabras como “apertura”, “desregulación”, “libre comercio”, “brecha tecnológica”, “homo economicus”, “fin de la historia”, “management”, “endeudamiento”, “grupo”, “conglomerado”, “holding”, “flexibilización”, “Ebitda”, “productividad”, “competitividad”, “pragmatismo”, “eficiencia”, “calificación de riesgo” y “riesgo país”.

Probablemente dentro de unos años tengamos otro jefe de Gabinete y otro ministro de Economía que en otra Cumbre de las Américas, como la que se celebró el jueves pasado en el Hotel Alvear y tuvo a Abal Medina y Lorenzino como oradores, se rían y critiquen el abuso de palabras como “relato” o “mediático” que se hizo durante la década kirchnerista.

Ambos marcos lingüísticos trataron de reducir toda la realidad a su sola especialidad. En los ’90 se quiso reducir la política a la economía, y en los últimos años, la economía a la sociología. Cada ciencia tiene una perspectiva interesante y esclarecedora de la realidad pero la sola aspiración “hegemónica” conduce el intento en la dirección del “simulacro”.

Esa euforia reduccionista no es sólo patrimonio argentino, pero en nuestro país se da con mayor intensidad. En Brasil también hubo una década neoliberal y un período actual de revalorización de la intervención del Estado. Pero en Brasil ninguno de los dos “paradigmas” alcanzó a ser excluyente o inflexible.

Nadie podría discutir que después del enorme empobrecimiento que dejó la crisis de 2002 la Argentina precisaba de una política económica que apelara a la demanda agregada. Y es comprensible que durante los primeros años post implosión esa demanda agregada se orientara al consumo y no a infraestructura, que en gran medida había sido modernizada en los ’90. Pero durante estos últimos años hubiera sido más útil que esa demanda agregada hubiera ido en mayor medida a reponer la infraestructura ya gastada que a incentivar el consumo con inflación, como se hizo en 2011, por ser un año electoral, y muy probablemente se vuelva a hacer el próximo por las elecciones de 2013.

No es lo mismo hacer keynesianismo construyendo redes de autopistas que financiando televisores de plasma en cuotas fijas a cuatro años con tasa de interés negativa.

En la serie El mundo en crisis, que realiza el historiador y economista Emilio Ocampo y publicó el diario Ambito Financiero, Raghuram Rajan, uno de los cinco economistas más influyentes del mundo según The Economist, dijo: “Lo correcto sería utilizar ese beneficio (alto precio de las materias primas) para desarrollar capacidades que permitan a la gente ser productiva” (...) el problema es que los políticos “penalizan demasiado a aquellos proyectos que desarrollan capacidades a largo plazo y priorizan proyectos visibles y de más corto plazo. 

La preocupación es que el boom de las commodities sea dilapidado en vez de alcanzar el objetivo de convertir esos recursos en el capital humano y la infraestructura necesarios para un crecimiento sostenible a largo plazo. (...) El boom de los recursos naturales en el corto plazo, y mientras los beneficios se distribuyen en la economía, lleva a cierto bienestar, pero a largo plazo crea problemas porque hace que la economía no sea competitiva en aquellas áreas no relacionadas con los recursos naturales, y eso a la larga lleva a menor crecimiento”.

Quizás, aunque resulte una blasfemia, deberíamos incorporar a nuestro marco lingüístico actual un poco más de terminología económica para no cometer el mismo exceso de los años ’90 pero al revés. Lo que sería igual de grave.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 24 de Agosto de 2012.