Un Massa para cada gusto…
La
“kirchnerización” del ministro de Economía es una alerta para los empresarios
que ven con buenos ojos su postulación.
© Escrito por Nelson Castro el sábado 08/07/2023 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
Fue una puesta en
escena como las que le gustan armar a Sergio Massa. Él ocupando la cabecera de la mesa, flanqueado a
ambos lados por el ministro de Transporte, Alexis Guerrera, la ministra de
Trabajo, Kelly Olmos, un grupo de empresarios, que dócilmente aceptan ser
tratados de extorsionadores, y sindicalistas del sector.
El que toma la
palabra es el ministro de Economía –con breves intervenciones de los otros
dos–, que desgrana una larga perorata con cara de circunstancia –es decir,
enojo–, transmitida por cámaras propias instaladas en el despacho en donde se
celebró esa reunión. Esa puesta en escena en la que aprovechó para, de paso,
tirarle un palo al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se completó con
algunos títulos publicados en algunos medios en los que se decía que era Massa
quien había levantado el paro. Nadie explicó por qué esa decisión del candidato
presidencial del oficialismo de intervenir en el conflicto buscando una
solución no se produjo en la tarde-noche del jueves, lo cual les hubiera
evitado a cientos de miles de personas las penurias que tuvieron que padecer
para poder llegar a sus trabajos, objetivo que muchos no alcanzaron.
Esta
sobreactuación oportunista del exintendente de Tigre es una de las razones por
las que muchos integrantes de la cúpula de La Cámpora, así como también militantes hacen escuchar su
disgusto. Esa muchedumbre que navega por la orfandad que crea la ausencia de
dirigentes con volumen político es un verdadero eufemismo, para denominar a la
falta de liderazgo que existe en ese universo de la anacronía en el cual todo
remite al pasado. La épica de lo que fue bueno, no puede faltar.
Allí Massa genera
desconfianza. Es la misma desconfianza que le tiene Cristina Fernández de Kirchner que, por las dudas,
intentó blindarse y se aseguró el dominio de las listas a diputados y senadores
en la provincia de Buenos Aires. Sergio Massa es una claudicación de CFK
impuesta por la imposibilidad de sostener su candidatura, no por causa de la
inexistente “proscripción” sino por la cruda realidad de saber que, si hubiese
competido por la Presidencia, le habría aguardado como resultado una inexorable
derrota. La jefa aún no puede digerirlo. La “kirchnerización” de Massa debería
ser una alerta para aquellos sectores empresariales que pretenden ver con
buenos ojos su postulación. No deberían olvidar que, en esencia, es un mentiroso,
lo cual encaja perfectamente en la tipología K. Sin embargo, existe un Massa
para cada paladar. Hay un modelo progresista que quiere, pero no logra
coquetear con La Cámpora y el kirchnerismo duro. Hasta accedió a incluir como
asesor al exvicepresidente condenado Amado Boudou, como una muestra de su “flexibilidad”.
Hay también un
Massa más políticamente correcto que busca seducir a los empresarios y al
círculo rojo y hay un Massa que quiere impregnarse de peronismo clásico, para
tentar a los gobernadores. Cada uno puede identificarse con el que más le
convenga, pero la pregunta que sobrevuela tanta puesta en escena es lógica:
¿cuál de todos los modelos será el real si llegara a quedarse con el sillón de
Rivadavia? Probablemente uno para cada ocasión, como nos tiene acostumbrados a
lo largo de su sinuosa trayectoria política.
Mientras tanto, la
preocupación principal en el oficialismo pasa por llegar al proceso electoral
de la forma más ordenada posible y sin grandes sobresaltos. Tarea difícil o,
más bien, imposible. De ahí que haya surgido la posibilidad de generar
vía FMI un acuerdo de transición con desembolso de dinero
incluido para apaciguar cualquier frente de tormenta. Un detalle no menor: el
ministro de Economía que es –además– el candidato del oficialismo, es el
principal interlocutor con el Fondo Monetario y, como se cae de maduro, será
uno de los beneficiarios directos de las políticas que puedan diseñarse. La
ética y la incompatibilidad de funciones es algo que nunca le preocupó al
Frente de Todos contra Todos, hoy rebautizado Unión por la Patria. El
kirchnerismo sigue siendo experto en escribir relatos teñidos de camuflaje.
En la oposición la
guerra de guerrillas sigue a la orden del día. Hay en el fondo un problema de
base que comparten los postulantes de ambos lados de la grieta. Ninguno de los
modelos que se disputan el poder supo canalizar su continuidad política
generando uno o más herederos, para suplir a los ya desgastados dinosaurios que
custodian la polarización. No hay figuras nuevas que hayan decantado
naturalmente como cuadros políticos que aseguren el futuro. Lo de Massa fue un
parto por cesárea –más traumático que consensuado– y la brutal pelea a cielo
abierto entre la exministra de Seguridad Patricia Bullrich y el alcalde porteño Horacio Rodríguez
Larreta es una muestra de que No tan Juntos por el Cambio tampoco supo preparar
un sucesor. Tanto Mauricio Macri como Cristina Fernández tienen su enorme cuota
de responsabilidad por no haber sabido soltar a tiempo.
El extremo que
describe esta parte de la realidad es el caso de los candidatos que saltan de
la Provincia a la Ciudad para ocupar cargos ejecutivos haciendo
interpretaciones bastante remanidas de la Constitución. Con un abanico de
opciones representativo, esto no hubiera sido necesario.
En los últimos días
la campaña ha mostrado la peor cara de la política. El ataque directo a las
personas, la descalificación y discriminación por orientación sexual, condición
física, color de piel y una larga lista de etcéteras, se ha intentado
naturalizar y ocultar bajo pretextos pueriles y faltos de empatía. Esto pone de
manifiesto la poca calidad personal y profesional de algunos dirigentes que
aspiran a ocupar cargos en el país.
No podemos bajar
la vara y justificar lo injustificable. Un buen dirigente político debe ser,
ante todo, una buena persona.
Sin la más mínima
calidez humana y sin nociones básicas de respeto, ningún país tiene destino. La
Argentina no es la excepción.