martes, 9 de octubre de 2012

Dilema venezolano… De Alguna Manera...


Dilema venezolano…

Henrique Capriles y Hugo Chávez.

Un momento crucial. El nuevo siglo marcó el inicio de cambios mayores en los procesos democráticos sudamericanos.

Las transiciones que comenzaron en la década del ochenta estabilizaron la democracia en nuestra subregión. El fantasma de los golpes comenzó a desvanecerse y nuestras sociedades, poco a poco, reemplazaron el temor del pasado por la insatisfacción del presente.

La democracia echó raíces pero sus resultados sobre las condiciones de vida fueron magros. Se recuperaba la libertad pero, con excepción de Brasil y Chile, el bienestar seguía siendo una promesa incumplida. Venezuela, que venía de un proceso democrático más prolongado –el fin de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez  fue en 1958– no escapó a la regla. Los partidos políticos que gobernaron hasta el final del siglo fueron poco a poco construyendo un universo separado y ajeno a la sociedad. Acción Democrática –socialdemócrata– y Copei –socialcristiano– monopolizaron la política por cuarenta años. Su encierro creó una dirigencia política preparada para las astucias de las luchas internas, pero incapaz de entender lo que pasaba en su país (fenómeno que, como usted conoce lector, no es exclusivamente venezolano).

En Sudamérica, los primeros veinte años de democracia mantuvieron niveles de indigencia (insuficientes calorías para alimentarse, el hambre), pobreza y concentración del ingreso que tarde o temprano provocarían la ruptura entre los partidos tradicionales y las mayorías sociales. Por cierto, superar la herencia de las dictaduras –la deuda externa y el nefasto papel de la doctrina de seguridad regional– fue un desafío mayor.

En Venezuela, a pesar de la enorme riqueza generada por el fuerte incremento del precio del barril desde los setenta, en 1999, cuando Hugo Chávez llegaba al poder, la mitad de los venezolanos eran pobres y más de un quinto pasaba hambre.

Lógicamente, ante los magros resultados, las mayorías sociales sudamericanas decidieron optar por nuevos caminos, llevando –excepto en Chile y Colombia– al surgimiento de nuevos movimientos políticos y nuevas experiencias de gobierno.

Reforzados por un período de bonanza económica, en gran parte gracias al alza de los precios internacionales de sus productos de exportación, los rasgos comunes en varios países de la región no son menores: gobiernos electos y reelectos, una política exterior de marcado nacionalismo con la búsqueda de acuerdos políticos subregionales y, en ocasiones, de confrontación con Estados Unidos, disminución de la indigencia y la pobreza, algún logro –escaso– en la distribución de la riqueza y, en alguno de ellos, evidente degradación de la estructura republicana.

Venezuela es el caso más controvertido, discutido con pasión y con la exhibición cruda de intereses. El resultado que comenzaremos a conocer esta noche no será sólo una cuestión local. Por el peso simbólico de Chávez y por su activa política exterior, probablemente marque la continuidad o la pérdida de fuerza de este ciclo de las democracias sudamericanas.

Si el presidente Chávez no fuera reelecto, el país volverá a ser conducido por una derecha que, más allá de su furor antichavista, tiene poco en común y cuyo programa de gobierno es, por usar un adjetivo, genérico.

Ex miembro de Copei, el candidato opositor, Henrique Capriles, viene de la centroderecha socialcristiana. Se describe a sí mismo como “un ferviente católico”, lo cual es religiosamente respetable, pero Dios sabe qué quiere decir cuando se convierte en una declaración política. Capriles es el candidato de la Mesa de Unidad Democrática, compuesta por treinta partidos. Una victoria de esta coalición plantearía un serio desafío a la capacidad de gobernar. Derrotado Chávez, no resulta claro qué uniría a estas treinta formaciones que recorren casi todo el arco ideológico.

En cambio, la continuidad de Chávez reforzaría a las experiencias sudamericanas surgidas a principio de siglo. Otra vez, la sociedad habría dado su apoyo a la política no convencional y Chávez continuaría conduciendo el Estado como lo hace desde 1999. A diferencia de Capriles, cuyo programa se agotaría el mismo día de la victoria (“vencer a Chávez”), la política del actual presidente es probable que encuentre sus límites curiosamente en lo que constituye su fuerza. ¿Cuánto tiempo puede resistir una política “redistribucionista” que no esté acompañada de reformas estructurales en la economía?

Chávez gobierna desde 1999 porque un amplio sector sintió la diferencia en su vida cotidiana. En estos 14 años, la pobreza cayó del 50% al 28% y la indigencia del 22% al 10%. El porcentaje de población con educación primaria completa pasó de 81% a 94% y la mortalidad infantil cada mil nacimientos bajó de 20 a 13.

Sin embargo, no parecen haber sido creadas las bases sustentables para este cambio. Por cierto, éste no es un dilema exclusivo de Venezuela.

Chávez no ha logrado romper con la dependencia de la economía venezolana con el petróleo, que sigue representando 90% de las exportaciones, a pesar de la riqueza generada en la última década, con un crecimiento promedio del precio del barril de más de 5,1% por año. La economía sólo creció en promedio 2,8%, con altibajos muy pronunciados. La inflación de 28% de 2011 fue de las más altas del mundo. En comparación con la deuda externa, las reservas internacionales han caído fuertemente desde 2006 de 83,9% a 53,4% en 2011. Adicionalmente, la inseguridad ha aumentado desde 1999. La actual tasa de homicidios es de 50 cada 100.000 habitantes, la tercera del mundo. Esta no es sólo una medición de inseguridad. Es también una evaluación más amplia de la capacidad del Estado para asegurar la vida y los bienes de los individuos.

Si Chávez pierde hoy, se iniciará un tiempo, por lo menos, confuso. Estados Unidos expresará su satisfacción y Sudamérica sentirá un impacto que puede afectar este ciclo de nuevas búsquedas de desarrollo político inaugurado con el siglo. Si Chávez gana, se habrá demostrado que mantiene el apoyo de la mayoría social. En cambio, el presidente reelecto deberá enfrentarse a sí mismo para asegurar un bienestar sin pies de barro.

© Escrito por Dante Caputo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 6 de Octubre de 2012.


Hay que ayudarla… De Alguna Manera...


Hay que ayudarla…

 ¿JUAN DOMINGO FERNÁNDEZ? Dibujo: Pablo Temes.

¿Cristina lo permitirá? Los problemas del neofrepasismo light. El círculo que daña a la Presidenta. Y las trampas K a la ley.

Astuto, el senador Ernesto Sanz afirmó que el gobierno de Cristina está destruyendo el mito de que el peronismo sabe gobernar. Y puso mega ejemplos en los que la mala praxis nos hizo retroceder años y colapsar, como en el esquema energético y de transporte, con la delirante cifra de 76.205 millones en subsidios. Sugiero un debate todavía más provocador y pregunto: ¿Es el peronismo el que está gobernando? Si los problemas más graves fueron generados por Nilda Garré, Héctor Timerman, Juan Manuel Abal Medina, Axel Kicillof, y si el comandante de la madre de todas las batallas es Martín Sabbatella, el entorno de Cristina se parece más a un neofrepasismo testimonial y livianito que al poderoso y flexible justicialismo, capaz de anticipar conflictos y encauzarlos posteriormente con su pragmatismo genético.

Si los principales voceros de Cristina contra los imaginarios golpistas son Edgardo Depetri, Hebe de Bonafini, Luis D’Elía y Juan Cabandié, y si sus soportes culturales son Fito Páez y José Pablo Feinmann, se confirma que hay una preferencia presidencial por los que expresan el 10% de los votos.

Tal vez Cristina haya pretendido mejorar al peronismo. Convertirlo en un partido menos corrupto y corporativo y más republicano era una buena acción. Pero lo que está logrando es reemplazar el justicialismo por una fuerza propia temerosa de cuestionarla, infinitamente más débil, inexperta e ingenua, que todo lo explica como un complot de Magnetto. La política, la administración de las diversidades y el disciplinamiento de las corporaciones son algo mucho más complejo y sofisticado que el blanco y negro como única bandera. El verso conspirativo se vació de contenido, se agotó. Sólo produce risa cuando llega al paroxismo de Julio Alak, que atribuyó la rebelión “caradespintada” a Clarín. Ni hablar de los papelones con nombre y apellido: Leandro Despouy y el juez Raúl Tettamanti.

¿Se han erosionado aquellos históricos 12 millones de votos de la reelección? Es difícil asegurarlo. Sólo las urnas tienen la verdad, y para eso hay que esperar hasta 2013. Pero la fortaleza de un gobierno también se mide por lo que es capaz de construir y destruir. La fragilidad actual no ha logrado siquiera poner en caja a Daniel Peralta, que los desafía tal como está desafiándolos medio mundo. Ocurrió lo que tenía que ocurrirle a un gobierno que atacó con inédita ferocidad a sus adversarios. Apenas tuvo un tropiezo, todos los maltratados le saltaron a la yugular. Ya utilizaron la más vigorosa batería de operaciones contra el gobernador de Santa Cruz y ahí está, vivito y coleando, chicaneando al mismísimo Máximo Kirchner, que es la segunda persona más poderosa del país. El Gobierno sigue castigando como siempre, pero ahora sus golpes casi no duelen.

Pocos han dañado tanto a la Presidenta como los que le hicieron el regalito del Decreto-Mamarracho 1.307. Son los que parieron un motín tan inédito como peligroso. No porque la intención de los prefectos y los gendarmes sea derrocar a Cristina. Jamás se manifestaron como golpistas, pero su sola presencia insubordinada fue un alerta inquietante que destruyó la cadena de mando, la columna vertebral de toda fuerza jerárquica. Ellos reclaman mejor trato y más salario. Pero es riesgoso para el sistema democrático porque algunos grupúsculos fascistas se montaron sobre esa protesta y reaparecieron dinosaurios del terrorismo de Estado como Cosme Beccar Varela, Alejandro Biondini, o el apellido Seineldín como pancarta.

Se necesita ahora una operación quirúrgica muy prudente para recomponer lo que el Gobierno dinamitó con impericia y soberbia. Es correcta la idea de que los jefes sean los encargados de satisfacer algunas demandas de sus subordinados. Todo lentamente y con mucho cuidado, para no contagiar la protesta a otra fuerza y sin sanciones brutales que multipliquen la cantidad de uniformados indignados.

Es incorrecta la intención de patear la pelota hacia delante para deshilachar los planteos de las fuerzas de seguridad. En lo físico y anímico son muchachos que no se desgastan fácilmente. Están acostumbrados a la intemperie territorial y afectiva. Pero es una bomba de tiempo que gente que no sabe negociar y no tiene tradición de debate y asamblea se sienta acorralada. Puede salir un tiro para cualquier lado, y nunca para el lado bueno. Esta es una alerta roja que supieron ver Julián Domínguez y los diputados opositores que dejaron por escrito lo básico: dentro de la democracia, todo; fuera de ella, nada.

La sucesión de torpezas oficialistas nace de la imposibilidad de reconocer el mínimo error o escuchar alguna crítica. El senador Luis Juez dijo, escatológico pero eficaz, que “los cristinistas parecen bioquímicos: siempre están analizando las cagadas ajenas y nunca las propias”. Conoce el tema: es hijo de un suboficial del Ejército que murió sin la sentencia de la Justicia que certificara la ilegalidad de los pagos en negro. Otra vez: ¿cómo combatir la ilegalidad del trabajo informal desde un Estado que es el que más negro utiliza?

Esa presunta picardía de gambetear o directamente violar las normas es uno de los grandes fracasos del Gobierno. Todo por izquierda y no “de izquierda”. Siempre la trampita. Dividir todo lo que se mueve, “puentear” a gobernadores, poner doble comando en todos los organismos, desconocer los fallos de la Corte. ¿De qué le sirvió al Gobierno pagar con el eufemismo encubridor de los aumentos no remunerativos? El resultado fueron juicios por todos lados y una distorsión en las nóminas salariales que potenció la bronca entre integrantes de la misma fuerza, donde uno cobraba el doble que el otro con iguales tarea y cargo. El fin de ahorrarse unos pesos y castigar a los retirados porque “son todos golpistas” fue un remedio peor que la enfermedad. Lo mismo ocurrió en varios planos. ¿O la piolada del que se las sabe todas y malversa las estadísticas del Indec dio algún beneficio a Cristina?

¿Y la ficción de decir que la Ley de Medios es para democratizar la palabra cuando en realidad es para monopolizarla? La farsa se evaporó en el aire el día del cacerolazo que el amigopolio ignoró, y eso produjo que TN trepara hasta los diez puntos de rating. En lugar de diversificar las voces, hasta ahora achicaron todos los espacios de la libertad de expresión. Ir por todo es arriesgarse a quedarse sin nada. No se puede pedir respeto por la autopista de la ley si el Gobierno es el primero que va por la colectora y todo el tiempo busca atajos que rompen las reglas. Hay que ayudar a Cristina y rogar que se deje ayudar.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 6 de Octubre de 2012.

lunes, 8 de octubre de 2012

Polvos... De Alguna Manera...


Polvos…


Nada de lo que sucedió esta semana era inconcebible. Era relativamente sencillo de prever. Dejada a su libre albedrío, la bestia del desorden y la ruptura deliberada de las normas tenía que volverse inexorablemente contra los mismos demiurgos que durante años abusaron de su cháchara engañosamente garantista. Cualquiera fuera el desenlace final de la rebelión de uniformados que esta semana estalló sorpresivamente en la Argentina, algo es indisputable: la destrucción del orden arrasa a los omnipotentes que se creían a salvo.

Desde hace ya muchos años en la Argentina el poder político encaramado en la cúspide del Estado estimula conscientemente el desarme de lo establecido. Cínica construcción retórica, es el travestismo de una transformación inexistente. Abroquelado en la construcción de un laberinto anti “represivo” vacío de veracidad, el gobierno kirchnerista se vino dedicando desde 2003 a levantar su ingeniería de tierra arrasada. Esta semana, cuando suboficiales de la Armada puteaban en la cara al jefe de su Estado Mayor, pasó lo que era lógico e ineluctable. 

¿Por qué no lo habrían hecho? En un escenario sobre el que se montó fríamente el diseño de una impostura libertaria (todos-tienen-derecho-a-todo-durante-todo-el-tiempo-y-en-todas-partes), los prefectos, gendarmes y suboficiales de varias fuerzas estimaron que era necesario visibilizarse. Esa ha sido la doctrina del Gobierno, aplicada a rajatabla mientras los castigados eran quienes el Poder Ejecutivo sindica como sus enemigos.

Todo era algo perfectamente anticipado, aunque esta semana se salió de madre. Deriva de un proceso que, una vez puesto en práctica, avanza irresistible. Con la disciplina estigmatizada como formalidad producida por un pasado repudiable, el desorden se despliega con coherencia lógica. Así, remolcada por una nomenclatura sindical docente que defiende sus prerrogativas, una ruidosa burguesía judicial le ordena a un ministro de Educación que “negocie” con estudiantes alzados que toman colegios y suspenden clases.

Por orden oficial, la calle es de todos. Como es de todos, no es de nadie, algo entendible entre 2003 y 2005, pero que a partir de entonces fue puro cinismo, negación deliberada de organizar la vida social. Bajo esa especulación latía la convicción tenebrosa de que, como el orden es antipopular, es mejor y hasta redituable tolerarlo. ¿No fue este gobierno el que admitió, fomentó y toleró el corte de la frontera internacional con Uruguay con el pretexto de la pastera de Fray Bentos?

Durante años se han reconfortado entre ellos meciéndose con el arrullo demagógico de la “transgresión”. Néstor Kirchner y Alberto Fernández, quienes le abrieron la Casa Rosada a la troupe de Marcelo Tinelli para que grabara, con la intervención de aquel presidente, escenas de un sketch destinado a burlarse de las autoridades que renunciaron en 2001. Se han manejado endiosando la ruptura impune de códigos, escalafones y jerarquías. Maradonizaron la vida de todos los argentinos. Escuadrones de sub 30 fueron rociados en los comandos del Estado, muchos de ellos sin antecedentes ni méritos.

La algarada reivindicativa de prefectos y gendarmes es, además, corolario lógico de una estrategia gélidamente aplicada. El kirchnerismo hizo del doble comando una herramienta sistemática, expresión orgánica de su metódico esfuerzo desestructurante. A las propias (y a menudo cuestionables) fuerzas de seguridad les aplicaron esa receta letal de comandos bifrontes, cuyo paradigma vergonzoso es el caso Garré/Berni en el Ministerio de Seguridad.

En la Argentina se ha ido dando un largo proceso de humillación deliberada de formas consagradas y trayectorias respetables. Sólo así puede entenderse que este país padezca a un canciller con los antecedentes y características de Héctor Timerman. También en ese marco se comprende por qué el matrimonio Kirchner se ha sentido servido con las prestaciones de sujetos como Ricardo Jaime o comisarios como Guillermo métanse-las-cacerolas-en-el-orto Moreno. 

Es parte de lo mismo. Como esos hombres que no castigan físicamente a sus parejas, pero las humillan de palabra y con gestos, a los argentinos se les ha ido naturalizando el maltrato. La empobrecida tropa de las fuerzas de seguridad escupe y empuja a sus jefes porque desde la máxima cátedra del Estado ésa ha sido la línea. ¿No fue Cristina Kirchner la que pateó malamente a Esteban Righi para reemplazarlo por el evanescente Daniel Reposo?

La mera noción de prudencia ante realidades previas fue esmerilada adrede por un oficialismo convencido de que nada es imposible y de que los límites no existen. Así, partieron a la CTA y crearon su Yasky conveniente. La misma receta se le aplicó a Moyano: ahí está ahora Antonio Caló hablando bien de “la señora”. Lo mismo con la Federación Universitaria Argentina (FUA), a la que le crearon una filial K paralela para pulverizar a una conducción no doblegada. 

Similar mecanismo usaron para destrozar fuerzas opositoras. La borocotización empezó con el macrismo y siguió con radicales y socialistas. Hasta a la AMIA le tocó el turno; necesitado de manejarse con propia tropa, el Gobierno hizo algo parecido a lo de Perón en los años 50, cuando quiso armar una DAIA propia. Eso significa hoy el desacreditado Sergio Burstein, servicial peón de la Casa Rosada para trabajos sucios en la comunidad judía.

Todo proviene del mismo molde y marcha hacia las mismas consecuencias. Pero lo que ha revelado esta semana la explícita insubordinación de las tropas de seguridad es de una gravedad más profunda que nunca antes. Los malabares con las cadenas de comando encuentran ahora un techo concreto y hostil. Cuando al presidente Raúl Alfonsín se le rebelaron fuerzas militares subversivas, careció de recursos para reprimirlas. 

Era 1986 y las Fuerzas Armadas eran básicamente las mismas que a él le tocaba comandar cuando dejaron el gobierno, en diciembre de 1983. Pero Alfonsín no descolgaba cuadros; él mandaba juzgar y condenar criminales. Tras ordenarle al inolvidable general Ernesto Alais que las tropas bajo su comando en el Litoral bajaran a la Capital para desactivar ese motín carapintada, esas tropas nunca llegaron. Los militares no le respondían al gobierno democrático. Esto de ahora, en cambio, no es ni remotamente una conjura fascista o un golpe antidemocrático; es el desenlace previsiblemente caótico y plebeyo de un descontento social inocultable. Dicho con un colosalmente eficaz lugar común: de aquellos polvos, estas tempestades.

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en sábado 6 de Octubre de 2012.


Laberinto sin salida… De Alguna Manera...


Laberinto sin salida…
 
UNIFORME DE KOMBATE. Ministra Nilda Garré. Dibujo: Pablo Temes.

Mala praxis de gestión, fijación por la suma del poder, desesperación por la re-re y obsesión contra Clarín. Pasos en falso del gobierno.

Preso de sus obsesiones políticas, el Gobierno ha entrado en un laberinto del cual no sabe cómo salir. Algunos de sus integrantes ya no pueden disimular su fastidio ante este panorama en el cual abunda la inconsistencia. Como se sabe, en este recrudecimiento de esta “patología política”, para el Gobierno la culpa por las preguntas de los estudiantes de la Universidad de Harvard, que descolocaron e hicieron enojar a la Presidenta, fue de Héctor Magnetto y de Clarín. Pero eso no es todo: para el Gobierno, las protestas por reclamos salariales de los efectivos de Gendarmería –su fuerza de seguridad preferida– y Prefectura son producto de las maquinaciones de Magnetto y Clarín. Y para el Gobierno la desaparición por 24 horas de Alfonso Severo –un testigo clave en la causa del asesinato de Mariano Ferreyra que complica a adictos K como José Pedraza y la cúpula de la Unión Ferroviaria– sería el resultado de una estrategia perversa de Héctor Magnetto y Clarín para evitar la aplicación de la Ley de Medios.

A este paso, para el Gobierno no habrá fenómeno natural –frío, calor, sequía o lluvia–, pestes y otros males que no queden libres del influjo de Magnetto-Clarín. Así es como, en definitiva, el “relato” de la administración de Cristina Fernández de Kirchner busca cubrir sus garrafales errores de gestión. “Si se nos acaba Clarín, ¿a quién le vamos a echar después la culpa?”, se preguntaba el viernes un conspicuo funcionario con despacho en la Casa Rosada viendo el ridículo al que se exponía el ministro de Justicia, Julio Alak, en su intento de vincular el caso Severo con la Ley de Medios, disparate que el mismo Severo desmintió.  

El conflicto desatado por los reclamos salariales de  Gendarmería y Prefectura se veía venir. Una nota firmada por el entonces comandante de Gendarmería Héctor Schenone advertía ya en mayo a la ministra de Seguridad Nilda Garré de lo que se estaba viviendo en la fuerza a causa del fallo “Zanotti”. “La aplicación del mencionado fallo producirá una disminución significativa del salario inclusive menor al salario administrativo, afectando al personal más joven y de baja jerarquía, generándose una disminución monetaria que en algunos casos superaría el 25%”, decía una parte de esa nota. El decreto 1307/12 empeoró las cosas. Nadie del Gobierno le prestó atención a este aviso. Tampoco la Presidenta, quien en su “Aló Presidenta” del 26 de junio se lamentó por la muerte de los gendarmes que habían cumplido tareas en el conflicto de Cerro Dragón y reconoció lo poco que ganaban.

En tren de adjudicar culpas, los dardos apuntan a Raúl Garré, a su hermana  la ministra, e incluyen al secretario de Legal y Técnica de la Presidencia, Carlos Zannini. La intención de los sectores ultracristinistas de otorgarle  a este reclamo un carácter golpista no hizo más que desnudar la inconsistencia de la acusación. Lo que sí existe en esas fuerzas es un estado deliberativo sin liderazgo, producto de la protesta generada por la pauperización de las condiciones de vida de la mayoría de sus integrantes.

A esta altura, es evidente que el Gobierno está afectado por cuatro problemas fundamentales: la “mala praxis” de su gestión, su desesperación por la re-reelección, su fijación por lograr la suma del poder público y su obsesión contra Clarín. 

La mala praxis de gestión es el origen de varios inconvenientes. Además del presente conflicto con Gendarmería y Prefectura, la lista incluye el cepo cambiario, la alteración de los índices del Indek, el creciente déficit fiscal, las idas y vueltas con las retenciones a las exportaciones de biodiesel y con la Ley de Riesgos de Trabajo, por citar algunos. Al respecto, la Presidenta debería pensar si Juan Abal Medina está capacitado para llevar adelante la compleja tarea que exige el cargo de jefe de Gabinete. En su última aparición pública, exhibió una notable escasez de conocimientos técnicos sobre el decreto 1307/12, a lo que agregó una falta de aplomo y una pobreza de lenguaje que sorprende a varios de sus profesores en Ciencia Política que lo recuerdan como uno de sus alumnos más brillantes.

La desesperación por la re-reelección le impide consensuar con gobernadores que se oponen a la iniciativa.

La búsqueda de la suma del poder público, recalentada en estas horas por los episodios sucedidos en la Auditoría General de la Nación y en el Consejo de la Magistratura, representa una de las contradicciones y claudicaciones más flagrantes del discurso con el cual el kirchnerismo ingresó al poder. Uno de los logros indiscutibles del primer gobierno de Néstor Kirchner fue la creación de una Corte Suprema prestigiosa como signo claro de la decisión política de respetar y valorizar la independencia de la Justicia. La Presidenta está tirando esto por la borda. Al hacerlo, además, ha inducido a quienes buscan complacerla a echar mano a recursos que recuerdan a aquellos usados por el menemismo. He ahí el “recurso de arrancatoria”, giro acuñado para denunciar al ex cortesano Antonio Boggiano, quien en 1993 ordenó a uno de sus asistentes arrancar la hoja de un fallo que condenaba al Banco Central.

 Igual que entonces, ahora el oficialismo pretende recusar a Ricardo Recondo, representante de los jueces en la Magistratura que se opone al bochornoso intento de nombrar al frente del juzgado a cargo de la controversia por la Ley de Medios a Lorena Gagliardi, funcionaria dependiente de Abal Medina, y que mágicamente saltó del puesto 15 en el orden de méritos al 6. A Recondo se le quiere atribuir una firma que nunca puso en el dictamen que nombró al juez jubilado Raúl Tettamanti para subrogar el cargo. Para sostener esa acusación, se arrancó la hoja del dictamen.

La Ley de Medios fue algo abstracto para la mayoría de la sociedad. Pero las cosas cambiaron a partir del cacerolazo, al que la corporación multimediática oficial y paraoficial intentó ignorar primero y minimizar después. Sólo El Trece y TN lo transmitieron en su dimensión, por lo que una parte de la sociedad comprendió que el verdadero significado del 7D es el de silenciar esos canales. Esa sociedad comprendió también que si el Gobierno fuese exitoso lo que conseguiría sería silenciar sus voces.

Esto no es más que otra muestra de la irrefrenable necesidad de dominación a la que la Presidenta lanzó a su gobierno. Y, como decía Voltaire, “la pasión por dominar es la más terrible de las enfermedades del espíritu humano”.

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en sábado 6 de Octubre de 2012.