Dilema venezolano…
Henrique Capriles y Hugo Chávez.
Un momento crucial. El nuevo siglo marcó el inicio de cambios mayores en
los procesos democráticos sudamericanos.
Las transiciones que comenzaron en la década del ochenta estabilizaron la
democracia en nuestra subregión. El fantasma de los golpes comenzó a
desvanecerse y nuestras sociedades, poco a poco, reemplazaron el temor del
pasado por la insatisfacción del presente.
La democracia echó raíces pero sus resultados sobre las condiciones de vida
fueron magros. Se recuperaba la libertad pero, con excepción de Brasil y Chile,
el bienestar seguía siendo una promesa incumplida. Venezuela, que venía de un
proceso democrático más prolongado –el fin de la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez fue en 1958– no escapó a la
regla. Los partidos políticos que gobernaron hasta el final del siglo fueron
poco a poco construyendo un universo separado y ajeno a la sociedad. Acción
Democrática –socialdemócrata– y Copei –socialcristiano– monopolizaron la
política por cuarenta años. Su encierro creó una dirigencia política preparada
para las astucias de las luchas internas, pero incapaz de entender lo que
pasaba en su país (fenómeno que, como usted conoce lector, no es exclusivamente
venezolano).
En Sudamérica, los primeros veinte años de democracia mantuvieron niveles
de indigencia (insuficientes calorías para alimentarse, el hambre), pobreza y
concentración del ingreso que tarde o temprano provocarían la ruptura entre los
partidos tradicionales y las mayorías sociales. Por cierto, superar la herencia
de las dictaduras –la deuda externa y el nefasto papel de la doctrina de
seguridad regional– fue un desafío mayor.
En Venezuela, a pesar de la enorme riqueza generada por el fuerte
incremento del precio del barril desde los setenta, en 1999, cuando Hugo Chávez
llegaba al poder, la mitad de los venezolanos eran pobres y más de un quinto
pasaba hambre.
Lógicamente, ante los magros resultados, las mayorías sociales
sudamericanas decidieron optar por nuevos caminos, llevando –excepto en Chile y
Colombia– al surgimiento de nuevos movimientos políticos y nuevas experiencias
de gobierno.
Reforzados por un período de bonanza económica, en gran parte gracias al
alza de los precios internacionales de sus productos de exportación, los rasgos
comunes en varios países de la región no son menores: gobiernos electos y
reelectos, una política exterior de marcado nacionalismo con la búsqueda de
acuerdos políticos subregionales y, en ocasiones, de confrontación con Estados
Unidos, disminución de la indigencia y la pobreza, algún logro –escaso– en la
distribución de la riqueza y, en alguno de ellos, evidente degradación de la
estructura republicana.
Venezuela es el caso más controvertido, discutido con pasión y con la
exhibición cruda de intereses. El resultado que comenzaremos a conocer esta
noche no será sólo una cuestión local. Por el peso simbólico de Chávez y por su
activa política exterior, probablemente marque la continuidad o la pérdida de
fuerza de este ciclo de las democracias sudamericanas.
Si el presidente Chávez no fuera reelecto, el país volverá a ser conducido
por una derecha que, más allá de su furor antichavista, tiene poco en común y
cuyo programa de gobierno es, por usar un adjetivo, genérico.
Ex miembro de Copei, el candidato opositor, Henrique Capriles, viene de la
centroderecha socialcristiana. Se describe a sí mismo como “un ferviente
católico”, lo cual es religiosamente respetable, pero Dios sabe qué quiere
decir cuando se convierte en una declaración política. Capriles es el candidato
de la Mesa de Unidad Democrática, compuesta por treinta partidos. Una victoria
de esta coalición plantearía un serio desafío a la capacidad de gobernar.
Derrotado Chávez, no resulta claro qué uniría a estas treinta formaciones que
recorren casi todo el arco ideológico.
En cambio, la continuidad de Chávez reforzaría a las experiencias
sudamericanas surgidas a principio de siglo. Otra vez, la sociedad habría dado
su apoyo a la política no convencional y Chávez continuaría conduciendo el
Estado como lo hace desde 1999. A diferencia de Capriles, cuyo programa se
agotaría el mismo día de la victoria (“vencer a Chávez”), la política del
actual presidente es probable que encuentre sus límites curiosamente en lo que
constituye su fuerza. ¿Cuánto tiempo puede resistir una política
“redistribucionista” que no esté acompañada de reformas estructurales en la
economía?
Chávez gobierna desde 1999 porque un amplio sector sintió la diferencia en
su vida cotidiana. En estos 14 años, la pobreza cayó del 50% al 28% y la
indigencia del 22% al 10%. El porcentaje de población con educación primaria
completa pasó de 81% a 94% y la mortalidad infantil cada mil nacimientos bajó
de 20 a 13.
Sin embargo, no parecen haber sido creadas las bases sustentables para este
cambio. Por cierto, éste no es un dilema exclusivo de Venezuela.
Chávez no ha logrado romper con la dependencia de la economía venezolana
con el petróleo, que sigue representando 90% de las exportaciones, a pesar de
la riqueza generada en la última década, con un crecimiento promedio del precio
del barril de más de 5,1% por año. La economía sólo creció en promedio 2,8%,
con altibajos muy pronunciados. La inflación de 28% de 2011 fue de las más
altas del mundo. En comparación con la deuda externa, las reservas
internacionales han caído fuertemente desde 2006 de 83,9% a 53,4% en 2011.
Adicionalmente, la inseguridad ha aumentado desde 1999. La actual tasa de
homicidios es de 50 cada 100.000 habitantes, la tercera del mundo. Esta no es
sólo una medición de inseguridad. Es también una evaluación más amplia de la
capacidad del Estado para asegurar la vida y los bienes de los individuos.
Si Chávez pierde hoy, se iniciará un tiempo, por lo menos, confuso. Estados
Unidos expresará su satisfacción y Sudamérica sentirá un impacto que puede
afectar este ciclo de nuevas búsquedas de desarrollo político inaugurado con el
siglo. Si Chávez gana, se habrá demostrado que mantiene el apoyo de la mayoría
social. En cambio, el presidente reelecto deberá enfrentarse a sí mismo para
asegurar un bienestar sin pies de barro.
© Escrito por Dante Caputo y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado
6 de Octubre de 2012.