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domingo, 22 de junio de 2025

Crisis de Oriente Medio. León Naciente, sin tregua... @dealgunamanera...

 León Naciente, sin tregua…

Benjamín Mileikowsky (netanyhahu) ‘Premio nobel de la paz’. Dibujo: Pablo Temes

Israel lanzó una ofensiva contra Irán para frenar su programa nuclear. La operación marcó un giro bélico amenazante.


© Escrito por el Doctor Nelson Castro el domingo 22/06/2025 y Publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

El conflicto entre Israel e Irán alcanzó en los últimos días uno de sus puntos más álgidos en décadas. El pasado 13 de junio Israel lanzó una ofensiva aérea de grandes dimensiones. Todo fue cuidadosamente planeado. ¿El objetivo inicial de la llamada operación León Naciente?
Terminar o, al menos, retrasar y dañar el programa de desarrollo nuclear y de misiles del régimen iraní. Además de los sitios de producción nuclear, el ejército israelí informó que se bombardearon varias instalaciones dedicadas a la proliferación de armamento como fábricas de materias primas y componentes utilizados para los misiles tierra aire. El vocero del ejercicio Ronie Kaplan dijo que “el objetivo de los líderes iraníes es borrar a Israel del mapa. No teníamos alternativa ni vuelta atrás. El desarrollo nuclear de Irán se transformó en una amenaza real, inminente y existencial. Estaban a un paso de contar con quince bombas atómicas”. En manos de un régimen como el iraní, se trata de una amenaza que podría extenderse a otros sitios clave del mundo en Occidente.

El prolongado intercambio de ataques ha dejado muertos, heridos, daños irreparables en barrios residenciales y en la infraestructura civil de ambos países. Si bien inicialmente los focos alcanzaron ciudades como Tel Aviv, Jerusalén y Teherán, nadie puede asegurar el alcance y la propagación de la guerra. En el terreno de lo real, lejos de los cálculos y las estrategias, las consecuencias en el día a día son devastadoras. Ha pasado una semana desde el inicio del fuego y la crueldad de la guerra se vive a cada paso. En Tel Aviv, esa misma crueldad golpea y sorprende. Los habitantes han tomado dimensión del conflicto a fuerza de dolor y sufrimiento. Han pasado de la confianza en la llamada cúpula de hierro a comprender que su capacidad defensiva –aunque asombrosa– es limitada.

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El desarrollo nuclear de Irán se convirtió en un peligro real, inminente y existencial para Occidente.

Los misiles iraníes que han logrado atravesarla, han producido un impacto enorme en la población. Una primera muestra de la falta de humanidad fue el ataque al Centro Médico Soroka, en Beerseba. El hospital, con más de mil camas, brindaba sus servicios a casi un millón de personas del sur de Israel. Además de los heridos que produjo el ataque, todo ha quedado paralizado. Operaciones, partos y cirugías programadas se han suspendido de inmediato. Al recorrer los pasillos del hospital uno puede imaginarse la desesperación de quienes estaban allí. Paredes destruidas, caños destrozados, pérdidas de gas que ponen en peligro las tareas de los médicos y enfermeros que han decidido quedarse para colaborar y hasta las viandas de los pacientes con la comida intacta, pero desparramadas por el lugar.

El centro de Tel Aviv ha sido impactado en áreas residenciales. El sistema de alerta temprana, las alarmas para acudir a los refugios y la preparación de una población que ha tenido que lidiar varias veces con situaciones similares han colaborado para reducir el número de víctimas civiles. Sin embargo, la ciudad no es ni será la misma. Los ataques nocturnos son devastadores, las alarmas otorgan a los habitantes un tiempo cercano a los 10 minutos para acceder al refugio más cercano, si el sistema de intercepción de misiles es vulnerado, el impacto, la explosión y su onda expansiva son inevitables. El regreso a casa es prácticamente imposible por el riesgo de derrumbe de lo poco que queda en pie y, para esas familias, su vida cambió por completo de un momento a otro. Un proyectil que impacta de lleno afecta de manera directa entre siete y diez edificios a la redonda. Haber llegado al refugio es una bendición, pero al salir, todo se hace cuesta arriba; habrá que volver a empezar. No hay en la memoria cercana de los habitantes de la ciudad registro de misiles con llegada directa e impacto certero. Esto marca la naturaleza del conflicto que se está librando minuto a minuto.

En Israel están convencidos de que la ofensiva contra Teherán será por tiempo indefinido.

Hay zonas de la ciudad que están semivacías, pero se vive la paradoja en sus habitantes de tener que retomar su vida casi de inmediato –una vez que cesan las alarmas– a pesar del temor que los invade. “Necesitamos sentir que podemos vivir a pesar de todo esto, no es una señal de negación, es un reflejo de supervivencia; de lo contrario cualquier esperanza de futuro se vería truncada por el accionar de los terroristas y enemigos de Israel” –graficó una ciudadana argentina que lleva años en estas tierras.

En el mientras tanto Israel confirmó que no cesará en sus planes y envió una flota de aviones de combate a atacar Teherán. No es momento de ceder. Es el octavo día de la operación León Naciente y todos están convencidos de que la ofensiva se extenderá por tiempo indefinido. No se trata ya de una creencia, las autoridades militares advirtieron a la población que debe prepararse para una “campaña prolongada”. La respuesta iraní azotó gran parte del territorio terminando con las esperanzas de una resolución más o menos rápida por la vía diplomática. Quizás por eso Israel se apresuró a lanzar sus primeras estimaciones: su ministro de Asuntos Exteriores declaró que los bombardeos llevados a cabo “han retrasado la posibilidad de que Teherán desarrolle un arma nuclear al menos dos o tres años”. Esto no asegura la tranquilidad puertas adentro para una nación que, muy a su pesar, se acostumbró a vivir bajo amenaza.



miércoles, 19 de octubre de 2016

Estúpida y sensual xenophobia… @dealgunamanera...

Estúpida y sensual xenophobia…

Argentinos nacidos en Europa descansan de a quinientos por metro cuadrado en un palacio de arquitectura neorrenacentista previo a salir a trabajar la tierra de San Telmo.

Samuel nació en Caracas hace 28 años. Llegó a la Argentina por primera vez de vacaciones y se enamoró de Buenos Aires. Años después, harto de la situación de su país y viendo que estaba al borde de la pobreza teniendo un trabajo que en cualquier otro país le permitiría llevar una vida holgada, vendió lo último que le quedaba –su “carro”– que, por esas cosas de las diferentes cotizaciones del dólar, le alcanzó para pagarse dos pasajes. Llegó a Buenos Aires con su esposa de manera legal, por el aeropuerto de Ezeiza y con los papeles en la mano.

Tanto él como su esposa tienen dos títulos universitarios cada uno. Ella trabaja de mesera en un bar de Palermo por unos pocos pesos más la propina. Él atiende un kiosco de siete de la tarde a siete de la mañana del día siguiente. La semana pasada fui testigo del primer comentario despectivo que recibió cuando un señor muy bien vestido le recriminó que le quitara el trabajo a los argentinos. Como si algún argentino con dos títulos universitarios aceptara atender un kiosco doce horas por noche seis días a la semana. Como si hubieran echado a un ingeniero para darle el puesto.


La primera vez que me llamó la atención la inmigración fue a mediados de los años noventa, cuando a Buenos Aires empezaron a llegar oleadas de bolivianos. El motivo principal por el que les presté atención obedece al más sencillo principio del asombro: no cumplían con el parámetro de porteño medio. De rasgos aborígenes, vestidos con ropas de colores insoportablemente estridentes y las mujeres con sombreros. No hubieran pasado desapercibidos ni con niebla.

Hoy, en tiempos en los que muchos se preocupan humanitariamente por el conflicto sirio o porque nadie llora por los muertos del huracán de Haití –que con la guita que recibe después de cada desastre ya debería tener la infraestructura de Dubai– nos hacemos bien los boludos con la inmigración silenciosa del hambre venezolano. Rostros europeizados en su mayoría, salvo que se pongan a hablar, ni nos enteramos de que no son de acá. Pero si alguno se pone a charlar con ellos –y no para pedirles que se vuelvan a su país– puede encontrarse con una realidad tristísima: el éxodo de gente que vende lo poco que le queda para poder irse del país al que aman. No es un detalle menor, ya que esos que pueden irse son los afortunados.


Natalín usa un ambo verde en la guardia de una clínica privada céntrica. Sí, es médica. Charlando con ella uno puede sacarse todos los prejuicios de encima –si hay algo que nunca sobra en ningún país son médicos– y anoticiarse que no vino al país para estudiar, sólamente, sino que vino a cumplir con los años de residencia que necesita para poder ejercer la medicina en su país, Colombia. Le pagan en blanco, tributa ganancias, paga el 21% de IVA en cada compra, usa el transporte público, alquila. En Colombia tendría que pagar para ejercer la medicina hasta sumar los años necesarios en un sistema perverso. Aquí trabaja.


Lo de la xenofobia argentina debería ser un tema para tratar en terapia. A veces solapada por la culpa, otras oculta tras la corrección política, otras tantas a flor de piel cuando necesitamos culpar a alguien por lo que otro nos sacó, el desprecio selectivo a quien no es de acá, es un asunto que se cuela alguna vez en todas las familias. En todas. Entre mis ocho bisabuelos sumo tres nacionalidades distintas y ninguna es inca o querandí. Ni siquiera tengo una gota de sangre española como para reclamar derechos naturales y coloniales. Y a excepción del puñado de 100 apellidos patricios y los pocos aborígenes no mestizados que quedan en el territorio, el resto de los argentinos llegó o nació de los que llegaron tiempo después. Mucho tiempo después.

Uno de mis abuelos nació en un conventillo. Está claro que el poder adquisitivo de su padre no podría costear los tributos al Estado que pudieran justificar el uso del pupitre en un establecimiento educativo. Pero tuvo educación primaria, secundaria y terciaria. Su hermana se recibió de abogada en la UBA. Mi otro abuelo no pudo terminar sus estudios, pero la realidad de un país en el que nadie le preguntaba la nacionalidad antes de darle un empleo lo hizo salir adelante y brindarle educación a sus hijos. Nota al margen: ninguno de mis abuelos se salvó del “tano de mierda”.

Ya sé, me van a venir con que la sociedad era distinta porque un europeo encajaba de lo más lindo en este paraíso de mansiones de la calle Alvear. Por eso terminaron todos viviendo en casas levantadas como pudieron en terrenos en Loma del Orto y laburando de albañiles, zapateros, verduleros y otros oficios propios de la nobleza europea y fueron tratados como aristócratas con títulos nobiliarios como Moishe tacaño, Gaita ignorante y Tano bruto.


Un cacho de cultura tributaria. La educación pública en Argentina se financia con presupuesto estatal, en su mayor parte con recursos de libre disponibilidad. Esto quiere decir que se lo banca con impuestos en general, que no hay un producto o tributo específico que diga “mantenimiento educativo”. En una época lo hubo: en 1999 el Estado creó el “impuesto docente” mediante el cual los que tenían auto pagaban un tributo destinado, básicamente, a borrar la carpa blanca de la plaza de los Dos Congresos.

Al no existir un tributo directo, cualquier boludo que compra un alfajor, un champú, un dentífrico o una botella de gaseosa, está dejando poco más de un quinto de su precio en Impuesto al Valor Agregado. Y no es poca cosa: nuestro 21% es el sexto IVA más caro del mundo, sólo superado por los países nórdicos y Uruguay, donde tienen 22 puntos de IVA, pero son tantos los productos exentos que en la canasta mensual tiene menor impacto que el argentino.

La presión impositiva en nuestro país es insoportable. Lo sabemos y lo padecemos. Muchos ponen el grito en el cielo y ratifican su postura al saber que el impuesto inmobiliario también forma parte de la recaudación y eso es algo que se puede utilizar para financiar la educación pública. Relax, estimado lector: el inmigrante no es de residir en una alcantarilla, y, por lo general, el que viene a estudiar es de alquilar. Como todos saben, aunque la ley diga lo contrario, los que alquilan se hacen cargo de pagar los impuestos inmobiliarios y municipales.

A ello hay que sumarle que para poder mantenerse en la Argentina requieren de alguna de estas dos opciones: o reciben remesas de sus padres, que no es otra cosa que dinero contante y sonante que ingresa al país para circular en el comercio y terminar en buena parte recaudado por el Estado en impuestos, o trabajan. Y si laburan y no pagan el impuesto a las ganancias es porque cobran miseria. Para redondear, los que están en blanco pagan aportes patronales para una jubilación que, si se vuelven a sus países una vez finalizados sus estudios, no cobrarán never in the puta life.

Del otro lado de la misma moneda nos encontramos con el debate que algunos quieren dar también amparados en la falta de sentido común: el caso de los que provienen de familias pudientes y van a la universidad pública. Son los que el viernes a la noche estacionan el cero kilómetro en las inmediaciones de la facultad y faltan alguna que otra vez porque se fueron a pasar el fin de semana a Long Beach. Suponer que no se merecen la educación pública es, nuevamente, no entender que, si son los que más tienen, son los que más gastan y, por ende, los que más aportan al tesoro. ¿Por qué impedirles que utilicen una universidad que también financian?

Lo que sí es cierto es que muchos de los que ingresan a la universidad pública provienen de una educación primaria y secundaria privada. Estadísticamente, los que provienen de la educación pública son los menos y esto habla de distintas necesidades: el desastre del nivel educativo y la necesidad de salir a laburar full time picaban en punta hasta hace unos años. Hoy comparten el trono con las ganas de no hacer un choto.


Sí, es cierto que muchos avivados se aprovechan de las bondades de Argentina, pero no por nuestra legislación generosa que proviene de nuestra Constitución Nacional, sino por la falta de controles en la aplicación de la normativa. El ejemplo de los tours de salud que provienen de países limítrofes para atenderse en hospitales públicos con turnos que les sacan desde agencias de turismo, o los simpaticones que llegan al país, se toman un terrenito, y luego exigen que se los den o, en el mejor de los casos, se los vendan, que lo quieren pagar, como si estuviéramos en un universo paralelo en el que una propiedad se puede pagar en 550 mil cuotas de veinte pesos. Ni que hablar de los que cruzan el Pilcomayo, cobran el plan, votan y se vuelven a Paraguay. Solo un tuerto emocional puede cruzarse con un laburante o un estudiante extranjero y recriminarle la toma de terrenos o las chantadas clientelistas norteñas.

Ahora que está de moda revolearnos estadísticas por la cabeza, también hay que agregar que el 5,7% de todos los presos que tienen el sistema penitenciario argentino es extranjero. Como suena bajito, digámoslo al revés: el 94,3% de los presos de Argentina son argentinos. 94 personas y dos brazos de cada cien. Nueve personas y un torso de cada diez. O sea: en el único rubro en el que existen estadísticas reales para afirmar si nos sacan lugares de privilegio, es en el penitenciario. Y no, ahí les ganamos por paliza y nadie nos quita una celda para dársela a un foráneo.

Puedo entender otro tipo de soluciones que se podrían aplicar para paliar nuestra necesidad de culpar a otros por nuestros problemas, como arancelar la universidad para quien viene de afuera, o enviar el resumen de gastos hospitalarios a las respectivas embajadas de cada ciudadano del mundo, pero nuestra Constitución Nacional lo impide. Lo que sí es remarcable es que, todos aquellos que dicen que no se puede comparar esta inmigración que viene a utilizar nuestras universidades con las de nuestros abuelos, tienen razón: a nuestros abuelos el Estado les dio alojamiento, abrigo y comida, les buscó trabajo y les facilitó los trámites con ese temita del idioma. Ah, además les permitió usar la salud y la educación pública.

Nunca terminaré de entender esa cosa de recordar las raíces europeas de nuestros abuelos –que, si tan aceptados eran en sus países de origen, no tendrían que haberlo abandonado contándose las costillas del hambre–, mencionar nuestro pasaporte italiano/europeo en alguna que otra charla, y ratificarnos ultra nacionalistas para delirar a Brasil en un partido de fútbol o cada vez que aparece un tipo que habla con acento de telenovela y cuyo único pecado cometido es el de haber llegado después que nosotros.

Y todos nos hacemos los boludos con los destrozos de nuestros manifestantes vernáculos, de los robos, estafas y homicidios de nuestros compatrióticos compatriotas. Y mejor ni hablar de los problemas que generaron, generan y generarán nuestros políticos bien argentinos, en nombre de la Patria, ésa que nos ponemos al hombro cada cuatro años, siempre y cuando a la selección le vaya bien, o cuando vemos a una persona que habla el castellano con un acento extraño, sea venezolano, colombiano o correntino. Parte de nuestra idiosincrasia: si no se le entiende nada, lo vemos con otros ojos, aunque sea un mafioso ucraniano. Sólo por dar un ejemplo, desde 2013 ingresaron 25 mil ciudadanos italianos a la Argentina para probar suerte.

A diferencia de nuestros abuelos, vienen instruidos, con título y experiencia. Si no fueran físicamente idénticos al porteño promedio, serían el terror del nacionalista.

Supongo que está inexplicablemente en nuestra cultura. Vienen a quitarnos los trabajos que rechazamos, las camas de los hospitales que no usamos y los pupitres de las universidades de las que egresan sólo el 14% de quienes se inscribieron. Nadie saca cuentas de cuánto le cuesta al Estado cada estudiante crónico, ni mucho menos se hacen eco de la última encuesta universitaria de la UBA en la que el 84% de los alumnos se manifestaron a favor de un examen de ingreso.

Pero en definitiva, son detalles. Después de todo, con nuestra plata hacemos lo que queremos, qué carajos.

Martedì. “Patriotismo es tu convencimiento de que este país es superior a otros sólo porque tú naciste en él”. 

© Escrito por Lucca el martes 18/10/2016 y Publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.



domingo, 8 de junio de 2014

Histórico encuentro religioso... De Alguna Manera...


Valor, sacrificio y justicia, los tres mensajes de paz en la reunión del Papa...

El papa Francisco recibe a Peres y Abas en una histórica oración por la paz. Foto: AFP
 
Los líderes de Palestina e Israel participaron de un histórico rezo con Francisco en el Vaticano.

El papa Francisco reunió a los líderes Shimon Peres (Israel) y Mahmud Abas (Palestina) en un histórico encuentro en el que los tres mandatarios pidieron por la paz. No obstante, el Pontífice advirtió que para "conseguir la paz se necesita mucho valor, mucho más que para hacer la guerra".

En un inédito acto en el Vaticano, Francisco sostuvo que "se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia". Al término del histórico encuentro en los jardines del Vaticano, Bergoglio afirmó: "Sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones".

Por su parte, el presidente israelí Peres reconoció que para lograr la paz entre Israel y los palestinos se requiere "sacrificios y compromisos". Y explicó: "La paz no se alcanza fácilmente. Tenemos que unir todas nuestras fuerzas para lograrlo. Y pronto. Aunque ello requiere sacrificios y compromisos", dijo.

En la misma línea se manifestó el palestino Abas, que pidió una "paz justa" para su país y el Medio Oriente. "Señor, concédenos una paz justa para todos, para mi país y para la región. 

Queremos la paz para nosotros y para nuestros vecinos", dijo al término de la ceremonia de oración. 

© Publicado el Domingo 08/06/2014 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

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