¿Quién es el nuevo Papa?
Nueva era en el Vaticano - León XIV, en el nombre de Francisco…
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Roma. Presentación del nuevo papa ante sus fieles en la basílica de San Pedro, este 8 de mayo. Fotografía: Getty Images.
¿Quién es el nuevo Papa?
Nueva era en el Vaticano - León XIV, en el nombre de Francisco…
Francisco instaló desde el Vaticano una agenda destinada a exponer los problemas del mundo, entre ellos, las migraciones, el cambio climático, las guerras y la deuda externa. El legado del papa argentino y los interrogantes sobre su sucesión en la nota de la semana de Revista Acción.
A lo largo de su pontificado,
Francisco repitió estas mismas ideas en centenares de encuentros con
dirigentes, autoridades y jefes de Estado de todo el mundo. También lo hizo con
los líderes de las religiones monoteístas a partir del convencimiento de que
estas tradiciones religiosas tienen que contribuir a la construcción de
alternativas de paz en un escenario en el que –según sus propias palabras–
asistimos a una guerra mundial montada en pequeños o medianos conflictos
armados de orden regional por motivos
territoriales, étnicos, raciales o económicos.
En esta búsqueda, Bergoglio decidió
involucrar a la estructura institucional de la Iglesia católica. Para hacerlo
tuvo que cambiar reglas de juego y también personas en el Vaticano. La Santa
Sede desempeñó un papel más activo en los foros internacionales y en los
organismos multilaterales donde se debatió sobre el cambio climático, pero
también sobre migraciones o sobre la deuda externa. El propio Vaticano, a
través de la Academia Pontificia de Ciencias, se ofreció como escenario para
estos intercambios. La Iglesia se comprometió –no siempre con éxito– en
mediaciones frente a conflictos tales como el de Rusia y Ucrania e Israel y
Palestina, para mencionar tan solo dos. Y fue el propio Francisco el que
intervino para acercar posiciones entre Estados Unidos y Cuba buscando
disminuir el impacto de la agresión que implica el bloqueo al país caribeño.
En Bolivia. Francisco en su visita de julio de 2015, donde ofreció
un recordado mensaje en favor de la justicia social. Fotografía: Getty Images
También puso en práctica cambios en
la institución católica, cuya credibilidad estaba seriamente afectada por los
casos de abusos, de pedofilia y de corrupción financiera. Francisco reformó el
funcionamiento de la curia y estableció sanciones. Ydio el debate definiendo
una «iglesia de puertas abiertas», incorporando a las mujeres a los puestos de
mando y acogiendo también a los homosexuales y a las diversidades de género. En
este frente interno encontró resistencias de todo tipo: de los ultraconservadores
en lo doctrinario, pero también de quienes delinquieron amparados en el poder
eclesiástico.
Una pregunta que resuena en el aire
y que se hace mucha gente, católicos o no, es si la renovación y la perspectiva
humanista basada en derechos de la que ha sido abanderado Francisco tendrá
continuidad en la Iglesia católica tras la elección de un nuevo pontífice. Es
un interrogante que hoy no tiene respuesta, porque a pesar de las previsiones
tomadas por Bergoglio para asegurar en el cónclave elector a un grupo de
cardenales afines a su perspectiva, esto no resulta hoy asegurado. Habrá que
esperar entonces que las ideas y las propuestas sembradas por Francisco
florezcan no solo en la Iglesia, sino más allá de sus límites, en otros
espacios de la sociedad y para bien de la humanidad.
¿Cómo recordar sin quedar prisionero del pasado?...
Un
viejo coronel retirado –nostálgico del 55– por carta me indujo al suicidio. Y
Eduardo Luis Duhalde, crítico de los militares, calificó el mensaje como
“engañoso, reticente y poco ético”. En la década citada, un grupo paramilitar
de extrema derecha conocido como Triple A (Alianza Anticomunista Argentina)
perpetró –se calcula– cerca de mil asesinatos. Las organizaciones irregulares
armadas cometieron execrables crímenes, vandálicos atentados y actos
terroristas.
Según
Díaz Bessone: “Las FF.AA. respondieron con un innecesario golpe de Estado
cívico-militar que no se debió a la lucha contra la subversión. Nada impedía
eliminarla bajo un gobierno constitucional. El objetivo fue clausurar un ciclo
histórico” (Quiroga y Tcach, A veinte años del golpe, pág. 127). Invocando esos
hechos y principios cristianos, se concibió un terrorismo de Estado que se
ejerció con total impunidad. Las organizaciones armadas cometieron actos
criminales, pero más grave fue que el Estado se convirtió en criminal.
Ese
período fue calificado por el cardenal Jorge Bergoglio como “una de las lacras
más grandes que pesan sobre nuestra Patria. Los horrores que se cometieron se
fueron conociendo con cuentagotas. Matar en nombre de Dios es una blasfemia.
Pero eso no justifica el rencor, con odio no se soluciona” (Sobre el cielo y la
tierra, pág. 183).
Al
respecto, el rabino Abraham Skorka dijo: “Cuando se mata en nombre de Dios,
duele muchísimo más. El daño es mayor ya que, amén del crimen perverso y la
destrucción de la dignidad humana, se destruye la dimensión de la fe (…) Como
el otro no vive como yo creo que Dios dice que hay que vivir, entonces lo puedo
matar”( Op. Cit. Pág. 77 y 79).
El
periodista David Rieff, en la revista The New Yorker del 23 de noviembre de
1992, escribió, a propósito de la guerra civil en la ex-Yugoslavia: “Para los
serbios, los musulmanes han dejado de ser hombres”. La moraleja que extrae el
filósofo estadounidense Richard Rorty es que “los serbios que matan y violan no
están convencidos de cometer una violación a los derechos humanos porque los
musulmanes no son seres humanos…”. Algo similar manifestó un conocido represor:
en 1976, el obispo Enrique Angelelli pudo entrevistarse en Córdoba con el
general Mario B. Menéndez. El prelado le sugirió rezar un padrenuestro por los
perseguidos por ser los dos creyentes. Menéndez le replicó: “El padrenuestro no
lo rezo por los subversivos porque no los considero hijos de Dios” (Colombo S,
Clarín, 4 de agosto de 2001).
El
Libro de la sabiduría (9.13-18) dice: “¿Qué hombre conoce los designios de
Dios? ¿Quién puede hacerse una idea de lo que quiere el Señor?”. Se concibió un
terrorismo de Estado que se apartó del orden jurídico vigente y de elementales
normas morales y religiosas, una forma extrema de eugenesia que incluía a
quienes se consideraba “irrecuperables”: obreros, estudiantes, empleados,
docentes, políticos, sindicalistas, religiosos, mujeres, ancianos, deportistas,
miembros de nuestro cuerpo diplomático y militares.
Los
altos mandos –que tenían dominio del hecho y poder de decisión– nunca aceptaron
su responsabilidad en la comisión de violaciones sexuales, secuestros,
asesinatos, robo de bebés, saqueos de propiedades, torturas, tirar vivos o
muertos prisioneros al río o al mar y desapariciones forzadas de personas.
Ignoraron el derecho humanitario y que “La persona no es una cosa, sino que
refleja la presencia del mismo Dios en el mundo” (cardenal Joseph Ratzinger,
Dios y el mundo, pág. 126).
Al
asumir, el presidente Menem dictó una catarata de indultos en favor de
militares y civiles que antes habían sido procesados y condenados durante la
gestión del presidente Alfonsín, “porque pretendía crear las condiciones para
la reconciliación y la unión nacional”. Imponía el arrepentimiento de los
beneficiados que, hasta ese momento, nunca lo habían expresado. Ninguno pidió
perdón, el Ejército lo hizo el 25 de abril de 1995.
En
septiembre de 2003, tres generales indultados confesaron públicamente a la
periodista y cineasta francesa Marie-Monique Robin la comisión de crímenes de
lesa humanidad. Todo se difundió en un documental, en Francia por Canal Plus y
en la Argentina por Telefe. Ello consta en su libro Escuadrones de la muerte.
La escuela francesa (Bignone, págs. 420 y 421; Harguindeguy, págs. 446 y 447, y
Díaz Bessone, págs. 437, 440 y 441). Por eso no recibieron ninguna sanción ni
condena.
Desde
1955 no hemos superado el concepto de “grieta”. Pero creo que los argentinos
anhelamos otra palabra: reconciliación. Que es un largo camino hacia la
concordia, por medio del cual un pueblo avanza de un pasado controversial a un
futuro compartido. En nuestro caso, no es fácil, por la grave polarización
sobre el pasado y por sectores que están muy consolidados a su propia verdad.
Hemos carecido de grandes líderes y testigos que conocieran la realidad del sufrimiento,
de la violencia, de la injusticia y de la bondad del hombre a la manera de una
Teresa de Calcuta, de un Gandhi o de un Martin Luther King.
En
Colombia, monseñor Luis Augusto Castro me recordó un concepto de Nelson
Mandela: “Para poder generar una reconciliación a nivel social, cultural o
político, es necesario ante todo vivir una conversión humana, profunda y muy
espiritual”.
(*) Ex jefe del Ejército Argentino, veterano de la
Guerra de Malvinas y exembajador en Colombia y Costa Rica.
Mi reportaje al Papa...
El Papa Francisco, en la entrevista con Jorge Fontevecchia. Fotografía:
Prensa Vaticana.
El de PERFIL coincidió con otro dos en Infobae y La
Nación: los tres reportajes motivados por sus 10 años de papado que
se cumplen este lunes 13: también todos 13, un 13 de 2013 lo eligieron Papa, un
13 de diciembre con 33 años lo ordenaron sacerdote. Como si el hombre que muy
raramente concedía reportajes, el año pasado solo dos a las agencias Associated
Press de Estados Unidos y Télam de Argentina, y durante sus diez años como Papa
apenas había concedido un par más de pregunta y repuesta, de repente decidiera
hacer en la misma semana tantos reportajes como en sus 86 años de vida (en
Argentina tampoco le gustaba dar reportajes).
© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 11/03/2023 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
En una villa de José León Suárez, el Padre Pepe rehace su vida y vuelve a dar batalla…
©Escrito por Javier Sinay el 06/02/2020 y publicado por Red/Acción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
Esta selección de superestrellas con sotana es la guardia espiritual de un sacerdote que hace diez años, cuando vivía en la villa 21-24, denunció al narcotráfico con un sonado documento público. “Fue muy intenso”, dice ahora. “Yo era un cura común y todo esto me cambió el tablero”.
La repercusión de esa denuncia (firmada con otros 18 curas) fue grande y las amenazas no tardaron en llegar: primero hacia él, luego hacia sus colaboradores. El Padre Pepe tuvo que dejar la villa y pasó dos años en un pueblo en Santiago del Estero. Cuando volvió, eligió José León Suárez: el conurbano profundo.
El sacerdote José María Di Paola en el patio de su parroquia, en José León Suárez. Foto: JS
Luego de superar la desconfianza inicial de los vecinos (“No estaban acostumbrados: pensaban que les íbamos a pedir algo”), construyó una iglesia muy amplia en la que también hay una escuela, atención sanitaria y cursos de oficios: computación, gastronomía, reparación de celulares y también de motos. La iglesia está situada justo donde comienza la Cárcova, una villa en la que viven unas 13.000 personas, cerca de un basural del CEAMSE.
Pero aquí también hay droga. En 2013, cuando Di Paola llegó, tres niños fueron asesinados en tiroteos entre bandas narco. “En la Argentina no nos tomamos los temas en serio”, dice el cura. “Hay muchos temas distractivos y éste, en el que está en juego la vida, debiera ser uno de los más importantes”.
Por eso, el sacerdote –que es el
coordinador de la Comisión Nacional de Pastoral de Adicciones y
Drogadependencia– viene pidiendo desde hace algún tiempo una ley de emergencia
nacional en adicciones. “El presidente Macri la aprobó, pero después no dio los
fondos necesarios para cubrir la emergencia”, dice. Marihuana, cocaína y paco
son sustancias muy parecidas: “Hay pibes de clase media que las pueden manejar,
pero hasta ahí”, explica. “En cambio, en los barrios populares, hay un solo
paso de la marihuana al paco. Lo que para algunos es consumo recreativo, para
nosotros termina siendo consumo problemático”.
Di Paola administra una comunidad en la que hay nueve capillas repartidas en cuatro asentamientos. Él, que vive en uno de esos barrios, ha sido por seis años el único párroco. “Pero en marzo viene un cura de Buenos Aires para ayudarme y un entrerriano a hacer una práctica”, dice.
Cada día se despierta temprano y reza. Luego atiende gente, planea actividades, visita esas capillas, viaja a la ciudad de Buenos Aires y a La Plata. Tiene 56 años; es hijo de un empleado bancario que se recibió tardíamente de médico y de un ama de casa; y es el mayor de tres hermanos criados en el barrio de Caballito. Es el único cura de su familia. En el colegio Dámaso Centeno, donde estudió, un grupo juvenil andino y un sacerdote llamado Raúl Perropato guiaron hacia el clero su vocación de servicio, que también podría haberlo llevado a ser un médico, un maestro rural o un enviado a África.
Mientras tanto, las necesidades materiales y espirituales en las villas no han cambiado demasiado. “Creo que en 2019 se va arrastrando un problema muy fuerte que tiene que ver con la falta de trabajo y las tarifas altas”, dice. “El alto costo de vida repercute en la clase media, que deja de contratar changas como cortar el pasto o pintar una pared. Esos trabajos, típicos de los barrios nuestros, se empiezan a caer y el panorama es bastante complicado”. Los planes sociales son el único soporte. “En la crisis de 2001, yo estaba en la villa 21 y ahí no había nada. Hoy, en cambio, los planes son un ingreso”.
En 1997, después de pasar diez años en tres parroquias de barrio, Di Paola había llegado a esa villa con el aval de Jorge Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires. “Tenía y sigo teniendo dos carismas fuertes”, dice, “trabajar con los niños y los jóvenes; y una opción preferencial por los pobres. Entonces, en la villa sentía que todo eso se daba en un mismo lugar y yo era como un maxikiosco: trabajaba las 24 horas”.
Bergoglio fue también quien lo apoyó cuando los narcos lo amenazaron. Una vez, el ahora Papa Francisco contó en Roma una anécdota sobre Di Paola y uno de sus fieles: “Aquel hombre decía que el sacerdote [Di Paola] era un grande que le decía las cosas en la cara y que esto lo ayudaba a combatir”. A su vez, el Padre Pepe ha dicho que Bergoglio es un guía que en un momento de crisis de fe lo acompañó “como un padre, con gran delicadeza de ánimo”. Se vieron el año pasado, cuando Di Paola hizo un viaje a Italia.
“El Padre Pepe es un verdadero cura que imita a Jesús”, agrega ahora Martha Pelloni, una monja que ha enfrentado al poder político y criminal. “Vive en la villa con los pobres, pero no solo eso, sino que además se ocupa de los más vulnerables, que tienen la pobreza de haber sido tragados por la adicción de la droga. Nos vemos en paneles y encuentros por temas comunes: Pepe es un hermano y un amigo”.
Di Paola no cuenta demasiado sobre esa crisis de vocación en la que intervino Bergoglio, pero dice que la fe es como un camino de montaña. “Pasás por paisajes muy lindos y por algunos abismos”, explica. “Nunca es un paisaje monótono como el de una playa. Y uno puede estar a prueba muchas veces: he visto cosas muy chocantes y han muerto chicos y familias muy cercanas a mí. Uno se pregunta a dónde está Dios cuando pasa eso, pero lo que sé es que tengo que seguir adelante porque hay otros chicos que me necesitan. Dios está siempre, pero los hombres a veces no”.
En Santiago del Estero, donde partió entre 2011 y 2013, se acostumbró a dejar el auto con la puerta abierta y a viajar a las parroquias de los parajes. Vivía en un pueblo llamado Campo Gallo.
“Aprendí a ver una iglesia más grande”, dice. También se interesó sobre la historia de los hacheros y el camino de la soja, y profundizó su relación con lo divino. “La tranquilidad de esos lugares te permite estar más conectado con Dios. Hay mucho tiempo en camioneta para visitar los parajes, estás dando misa y entran las gallinas... La naturaleza ayuda a fortalecer el vínculo”.
Pero volvió apenas pudo. “Mi identidad pasa por la villa”, dice. “En la villa hay mucho por hacer”. De hecho, el tiempo de la entrevista ya se acaba y algunas personas se reúnen frente a la puerta de su oficina: lo están esperando.
El Padre Pepe luce una camisa celeste
gastada, tan gastada que se ve algo decolorada. Lleva el cabello un poco
desprolijo y unas viejas zapatillas negras. Se ríe con la pregunta sobre su
ropa. “Hasta que no se rompe del todo, no la cambio”, explica. “Soy medio… Soy
muy simple en la vida”.