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viernes, 1 de marzo de 2019

Mauricio Macri en el Congreso… @dealgunamanera…

Estamos mal, eso prueba que vamos bien…


Una hora clavada habló el presidente Mauricio Macri. Sería un ejercicio interesante (y masoquista) observar la pieza sin sonido. Se notaría, aún más, cuán envejecido está el mandatario incluso debajo de la gruesa capa de maquillaje. Se percibiría un rostro entre tenso y enfurecido, sin concesión a una sonrisa o a un rictus amable ni siquiera cuando aludió al futuro pum para arriba. Están pasando cosas y el lenguaje corporal las denuncia.

© Escrito por Mario Wainfeld - mwainfeld@pagina12.com.ar -el viernes 01/03/2019 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Con sonido, seguramente, la expresión más repetida fue “cambio profundo” con variantes mínimas. La cantidad de aplausos oficialistas, interminable. Una de las mayores ovaciones de las bancadas oficialistas premió al DNU sobre extinción de dominio, un desaire al propio Congreso. La incongruencia atañe a oficialistas de dos poderes.

Se vivieron momentos más psicóticos. Por ejemplo, cuando Macri enunció la reducción de la pobreza, la baja de la inflación, el crecimiento y la creación de empleo supuestamente sucedidos hasta 2018. Con subterfugios y gambeta corta, aceptó que ese cuadro es pasado, que el presente es distinto. Agreguemos: con indicadores deprimentes. A no mortificarse, martilló el mandatario, estamos sentando las bases, los cimientos, tendiendo puentes, construyendo futuro.

En los primeros minutos Macri situó el origen de los problemas argentinos más allá de la “herencia recibida”, los remitió a 70 años atrás, “son estructurales”. Pero consagró buena parte de la hora a fustigar al kirchnerismo con tópicos recurrentes como la relación exclusiva con Irán y Venezuela, la entrada al mundo.

El único anuncio importante fue la elevación de la Asignación Universal por Hijo este mes un 46 por ciento. Sería un aumento interesante si cumple la promesa.

Los silencios merecen nombrarse: no se nombró al Fondo Monetario Internacional (FMI), ni a las palabras “tarifas” o “dólar”. No se enunció ninguna reforma laboral grata al oficialismo. Ni mentó “derechos”, vocablo y concepto al que es refractario.

Hubo menciones en varios tramos a las mujeres, sus derechos, compartibles críticas al abuso. Estaban guionadas, son estimulantes igual. Pero cuando Macri interpeló a la Asamblea, legisladoras y legisladores, usó el vocativo “señores”, lejos del lenguaje inclusivo y aún del protocolo de los maestros de ceremonias old fashion (“señoras y señores”).

Macri enalteció a las Pymes y a la apertura de fábricas, cuando su política económica lleva al cementerio a las empresas chicas o medianas y a la industria.

El discurso urdió un hilo gánico, auto contradictorio. Todas las dificultades y tropiezos, propone el presidente, comprueban que se está yendo por el buen camino. Los retrocesos imprevistos acreditan la razonabilidad del rumbo. Reformula a Bernardo Neustadt, propagandista del menemismo: que estemos mal evidencia que vamos bien.

Tres lapsus freudianos alteraron la lectura. El primero cuando anotició que se están protegiendo las fronteras con el auxilio del narcotráfico. Había querido decir “ejército”, no es lo mismo. Las cámaras de la TV pública, rutinarias y atentas, obviaron mostrar al ministro de Defensa Oscar Aguad.

El segundo comentó la “radiación social” del Norte argentino, queriendo hablar de la solar.

La frase “viendo qué trabas podemos renovar” fue el tercero menos saliente pero acaso no menos confesional.

El desplazamiento de la realidad fue el hilo clave. Habló de un futuro hipotético, dudoso y eludió todo lo posible las menciones sobre el presente, tangible. Se difundieron o difundirán en estos días la reducción del Producto Bruto Interno, la inflación, los cierres de industrias. Quedaron afuera del radar.

Terminó in crescendo, como debe ser, dejando la sensación de ir a un combate. Refirió haber recibido mensajes de tres mujeres argentinas, pobres y felices, un clásico de la publicidad duranbarbista. Reconoció que “muchos van a pensar que están peor que hace años”. En una de esas no es que lo piensen sino que lo están.

Sin nada que mostrar, sin mejor herramienta que colisionar contra el kirchnerismo, el hombre que enfeudó el porvenir con una deuda externa colosal y delegó el manejo de la economía al FMI alegó haber dejado atrás la “imposibilidad de hacernos cargos de nuestros problemas nosotros mismos”. 

La disociación con la realidad constituyó, junto a la soberbia, el karma del discurso sobre el que escribimos sobre tablas pronunciado en una sesión tumultuosa. Con las inmediaciones del Congreso cercadas como si estuviéramos en guerra o en el cónclave del G-20, el trance más dichoso que Macri pudo rescatar tras tres años largos de gestión.



sábado, 1 de noviembre de 2014

Monopolio propio… De Alguna Manera...


Monopolio propio…

“SOLO EL SER ES, Y EL NO SER NO ES NI PUEDE SER PENSADO.” José Pablo Feinmann. Dibujo: Pablo Temes

La Presidenta y los voceros del relato terminan creyendo su propia ficción. Leyes y paranoia conspirativa oficial.

Pese a que alguna vez fue peronista, José Pablo Feinmann todavía sostiene los prejuicios jurásicos, más gorilas que King Kong, de creer que el pueblo es una legión de tontos a los que Marcelo Tinelli les lava el cerebro. Esa teoría paternalista, ya viejísima en los 70, dejó de funcionar cuando se descubrió que era una manera de subestimar y discriminar a los más pobres que en general votan por su experiencia social cotidiana y la de su familia y no por lo que le dicen los medios de comunicación. Un millón y medio de proletarios industriales calificados que habían votado a Cristina en 2011, le retiraron su confianza en 2013 porque consideraron que la Presidenta les robaba su dinero con la excusa del impuesto a las ganancias. El 80% de esos trabajadores tenían historia peronista y se preguntaron con sentido común: “¿De qué ganancia me hablan si yo no tengo casa propia, toda mi vida fui inquilino?”. Fue una reflexión racional que decidió no votar al oficialismo como castigo. ¿Eso fue culpa de Tinelli o de un gobierno que en su bulimia de dinero se lo quita a los asalariados? Otro millón y medio abandonaron las listas del Frente para la Victoria porque están hartos de la inseguridad que el Gobierno ignora. Y otra franja de votantes de la misma magnitud no apoyó a Cristina porque a esta altura les produce repugnancia la matriz corrupta de un Estado que tiene en Lázaro Báez y Amado Boudou los socios comerciales y políticos del matrimonio presidencial.

¿Eso fue culpa de Tinelli? ¿La delincuencia juvenil, también?, como afirmó el virtual vocero de Irán, Luis D’Elía. ¿Y Cristina no es responsable de esquilmar a los laburantes con el impuesto al salario, del aumento del delito y de los narcos o del enriquecimiento ilícito de varios muchachos K? ¿Once años de gobierno con los mejores precios de la historia para los productos argentinos no alcanzaron para construir una sociedad más justa, igualitaria y honesta? Según Feinmann, que pasó de filósofo de cabecera de la minoría cristinista a inspector de ideologías de millones de argentinos que miran a Tinelli hace años, Marcelo los idiotiza con culos y basura. Los convierte en sujetos colonizados que no pueden pensar por sí mismos. Si esto fuera cierto, ¿cómo fue que Cristina sacó 12 millones de votos en 2011? ¿O en esa época los tontitos argentinos no miraban Tinelli? ¿O el oportunismo de Feinmann lo llevó a criticar a Tinelli ahora y no cuando cerró la campaña en 2007 con Néstor y Cristina ni cuando el hombre más popular de la Argentina se fundió en un abrazo con Ella para llorar la muerte de El? Las cámaras mostraban una y otra vez esa imagen del pésame. ¿Era la anticultura y el antipensamiento abrazado a la Presidenta a la que Feinmann eleva a la categoría de estadista?

Hay una degradación del pensamiento producto del fanatismo que ciega. Un nuevo papelón de Víctor Hugo Morales lo certifica. Estuvo elogiando por minutos con sus adjetivos napoleónicos a Daniel Scioli por no haber ido al debate de TN con los candidatos. Cuando le avisaron que sí había ido, reculó en chancletas, hizo un silencio rojo de vergüenza y pidió disculpas. Es que, pobre, entre el viaje a París y a Nueva York y óperas del Colón no tiene tiempo ni para leer los diarios. Apenas le alcanza para leer las gacetillas que le manda el Gobierno.

Algo se está quebrando en un oficialismo que, desesperado por mantener la iniciativa, pega volantazos sin importarle el costo ni dejar colgado del pincel a sus aliados. Horacio Verbitsky, Alejandro Slokar, Martín Arias Duval, entre otros kirchneristas de la agrupación “Zaffaroni por la Liberación de... Delincuentes” expresaron sus críticas primero a Berni y después los más valientes, hasta se atrevieron a mencionar a Cristina. Porque fue ella la que habló de la puerta giratoria de la Justicia y sólo le faltó citar a Bernardo Neustadt y Juan Carlos Blumberg o la expulsión de los extranjeros que delincan en clara violación de la igualdad constitucional ante la ley.

Es que ahora aparecen algunos sapos difíciles de digerir. Patria o Buitres se escucha cada vez menos. Patria o Clarín se escucha cada vez más, pero el discurso presuntamente antimonopólico se cayó a pedazos con la entrega a las empresas telefónicas. Para decirlo en palabras de Elisa Carrió: con tal de quebrar a Clarín, la Presidenta no tuvo empacho en generar un oligopolio propio medio opa y ahora, en borrar con el codo lo que escribió en la Ley de Medios sobre cerrarle la puerta al monopolio de las Telco.

En esa batalla que no se priva de hacer aprobar a libro cerrado y a tambor batiente, todo tipo de leyes para castigar al periodismo hay ciertos delitos que deben ponerse bajo una lupa. El cada vez menos robo y más intimidación que sufrió Marcelo Longobardi, por ejemplo. O el ataque pirata informático más grande que se haya hecho en el país que fue a radio Mitre donde todos están dispuestos a resistir la intervención que anuncia Martín Sabbatella. Expertos consultados reconocieron que la emisora que lidera ampliamente la audiencia fue sometida a un embate sin antecedentes. El responsable tiene que tener mucho poder pues utilizó servidores de 1.500 IP de Rusia, China, Corea, Hungría, Brasil, entre otros. Es lo que se conoce técnicamente como DDoS, atentado por denegación de servicios. El ancho de banda utilizado fue de la misma magnitud que tiene toda la ciudad de Córdoba. Eso confirma que no se trató de dos hackers al servicio del grupo de tareas K de la blogósfera. Fue mucho más grave.

En plena parábola descendente del Gobierno, se consolida el teorema que terminará triturando la buena imagen de Cristina: mientras más se cae la economía, más poder y más lugares ocupa su culpable, Axel Kicillof. Eso empuja al ridículo a Jorge Capitanich que tiene que explicar cuestiones cada vez más inexplicables: que la caída de la matrícula en las escuelas públicas en un dato del crecimiento económico de los padres, o que la Corte Suprema cometió una afrenta a las instituciones republicanas y deberían presentarse a elecciones y que los medios que informan sobre la “sedición” policial cometen “apología del delito”.

¿Se imaginan si Tinelli comenta en su programa esas noticias? A Cristina, Feinmann y D’Elía les cerraría su paranoia conspirativa. ¿Serían capaces de pasar ShowMatch por cadena nacional con tal de que nadie muestre lo que pasa en la realidad? No se oponen a los monopolios, quieren ser sus propietarios. No se oponen a la idiotización de la gente, lo quieren hacer ellos con sus propias idioteces, que encima no tienen rating.

© Escrito por Alfredo Leuco el Viernes 31/10/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.





sábado, 5 de octubre de 2013

El periodismo desde la recuperación democrática... De Alguna Manera...


Una profesión indispensable para una sociedad democrática...


Carlos Ares reflexiona sobre el rol del periodismo desde la recuperación democrática. Desde los primeros resquicios, abiertos en plena dictadura por la revista Humor, pasando por el valor de publicaciones como el Buenos Aires Herald de Robert Cox hasta la irrupción del tema de la corrupción, de la mano de Página/12. El crimen de Cabezas, el recuerdo de los más de cien periodistas desaparecidos y la actualidad de la “militancia periodística”.

Prólogo necesario. Treinta años de periodismo suponen unos 16 millones de minutos, de noticias, de títulos, nombres, fotografías, programas de radio o de TV, portales, análisis y comentarios confeccionados y retransmitidos por miles de profesionales. Revisarlos en un texto breve impone una selección brutal, casi salvaje. Pero, aún así, el sobrevuelo resulta útil. Revisar es recordar, recordar es traer al presente las miradas sobre nosotros, sobre lo que pasó, sobre lo que hicimos, todos.

‘Humor’, fin y principio

El ciclo de la dictadura militar que se inició en 1976 se da formalmente por concluido el domingo 30 de octubre de 1983, día de las elecciones que consagraron a Raúl Alfonsín como presidente de la Nación.

Los historiadores advierten que, en realidad, el fin de la dictadura comenzó a gestarse en junio de 1982, cuando la derrota en la guerra de las islas Malvinas acabó con el último y desesperado intento de los militares para mantenerse en el poder.

Pero desde el periodismo podría también situarse ese final en la entonces imperceptible raja, luego grieta, más tarde fisura y por último en el inmenso boquete que abrió en la represa de la censura militar la revista Humor en 1978, antes de que se disputara el Mundial de Fútbol.

Mensual al comienzo, quincenal después, en el número ocho de la revista ya estaba en la tapa, dibujado ante el tiburón insaciable de la inflación, el ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz.

Y en el número 15 se atrevieron con la caricatura de Videla.

La revista fue obligada en principio a una “exhibición limitada”, luego prohibieron una edición, pero ya no podían con ella ni con la creciente demanda y, en adelante, ya no podrían con nada.

En ese contexto, en el de los años previos a la recuperación democrática, junto a Andrés Cascioli, Tomás Sanz y toda la tira de dibujantes y redactores de Humor, debe también releerse a la inolvidable María Elena Walsh y su estremecedor País jardín de infantes, artículo escrito en 1979 para la sección Opinión del diario Clarín.

También es un deber rendir tributo al coraje de Robert Cox, el director del Buenos Aires Herald, a quienes las Madres de Plaza de Mayo dedicaron años después una solicitada pagada por ellas mismas con el título: A Roberto Cox, el periodista digno, el hombre íntegro.

El filo de Humor, que se presentaba como “la revista que supera apenas la mediocridad general”, cortaba el silencio mortal, desintegraba el autoritarismo, la soberbia y la locura militar, disolvía su poder, los desnudaba de uniformes y máscaras y los revelaba ladrones e inútiles.

El efecto del humor fue siempre demoledor para todo tipo de poder que se inviste absoluto e impune.

Ahora mismo, aunque en una escala mucho menor de riesgo, el sarcasmo de las columnas que escribe cada domingo Alejandro Borensztein en Clarín y las ironías con que se responde a los dichos del poder en el programa Periodismo para todos de Jorge Lanata son, en lo inmediato, políticamente más devastadoras que las denuncias documentadas de corrupción o mala gestión, causas siempre demoradas en procesos judiciales interminables.

La imagen de la represa que se resquebraja y se parte, es quizá la más indicada para representar simbólicamente lo que ocurrió.

La sociedad tenía sed de saber todo lo que encubrió la dictadura y que pasaba en el día a día.

Había que sacudirse el gris, el cuerpo, la lengua y, casi, aprender de nuevo el oficio.

La censura militar que reprimía el flujo y dejaba gotear sólo su versión de los hechos se pudrió en su propio embalse.

Hasta el final de la década del 80, el periodismo se desbordó en publicaciones, programas de radio y televisión.

En esos programas había de todo: cómplices de la dictadura, militantes de los partidos políticos en recuperación y profesionales que habían sobrevivido en la clandestinidad o que regresaban del exilio.

Medios y política

En el río revuelto se formaban sociedades como la que reunió a la feudal familia Saadi de Catamarca con ex Montoneros para sostener el diario La Voz, de la llamada “izquierda” peronista. A su vez, ex jefes de la organización guerrillera ERP, aportaban fondos acumulados en robos o secuestros extorsivos para bancar la salida y los pasivos económicos iniciales del diario Página/12, nacido entonces para “contrainformar” y revelar lo que el poder quería ocultar y subsidiado ahora con fondos públicos. El Partido Comunista edita Sur y fracasa. La Junta Coordinadora del radicalismo, que lideraba Enrique “Coti” Nosiglia, intenta también tener su propio diario para apoyar al gobierno de Raúl Alfonsín, electo en octubre de 1983, y desarrolló, con publicidad oficial y fondos públicos, la última etapa de Tiempo Argentino. Poco antes, en febrero de 1982, el llamado “desarrollismo” rompía su histórica alianza política y financiera con Clarín y sus representantes, entre ellos, Rogelio y Octavio Frigerio, Oscar Camilión y Antonio Salonia, años más tarde aliados al peronismo como ministros del gobierno de Carlos Menem. Clarín quedó entonces en manos de la viuda de Roberto Noble, su fundador, y de un gerente y militante que había llegado con el desarrollismo, Héctor Magnetto.

Las nuevas tecnologías y la televisión abierta, el llamado “destape” que se produjo durante los primeros años de la recuperada democracia, renovó los textos, los diseños, el lenguaje, se instalaba un “nuevo periodismo” y la libertad se expresaba en los escaparates de los quioscos, donde se exponían y vendían a la vez, en cantidades que hoy resultan increíbles, revistas culturales como Crisis y de contenidos esotéricos, sexuales y diversos como Libre, de actualidad como Gente, Siete Días, PERFIL y políticas como Somos, nacida en los 70 para apoyar a la dictadura.

Dante Caputo, canciller del gobierno de Raúl Alfonsín, financió también un semanario político, El Expreso, con el que esperaba apoyar su postulación como candidato a presidente, pero el proyecto fracasó a los pocos meses. A la vez, Bernardo Neustadt, otro apologista de la dictadura, seguía editando Extra y Jacobo Timerman, que había sido secuestrado y torturado, se hizo cargo de La Razón, tradicional vocero del Ejército, a pedido del gobierno radical.

Al amparo del prestigio social creciente que tenía el periodismo, los conversos se escondían en las redacciones. Informantes, cómplices y ex servicios de inteligencia de los militares y de los Montoneros o del ERP resurgían como “periodistas” y comenzaban ya a reescribir el pasado para instalar un “relato”. El vértigo de aquellos años impedía hacerse las preguntas básicas: ¿qué hiciste, dónde estabas? Se trataba de sumar todas las fuerzas a la investigación de la barbarie militar.

Las crónicas del juicio a las juntas de comandantes de la dictadura fueron trabajos urgentes y ejemplares. Una revista, cada semana, El Periodista de Buenos Aires, financiada por Andrés Cascioli con los beneficios de Humor, y el Diario del Juicio, publicado por la editorial Perfil, son sólo dos de las cumbres éticas alcanzadas por el periodismo en estos treinta años. Durante la dictadura, Perfil sufrió el secuestro de su director editorial, Jorge Fontevecchia, y ocho clausuras de sus productos. En la radio se destacaba Magdalena Ruiz Guiñazú, que había sido integrante de la Conadep.

Los más experimentados profesionales eran requeridos por los más jóvenes, sin importar la procedencia o las ideas políticas. Se formaron parejas emblemáticas. Mónica Gutiérrez era la cara más “alfonsinista” junto al “peronista” Carlos Campolongo en el noticiero central de la TV pública. Jorge Lanata convocó a Horacio Verbitsky, servicio de inteligencia de Montoneros, y al escritor Osvaldo Soriano, para ser columnistas en Página/12. El diario Crónica, dirigido por el mítico Héctor Ricardo García, vendía, con sus tres ediciones diarias, más ejemplares que Clarín. La Nación desplazaba a La Prensa entre los sectores de clase media y alta.

Menem, pizza y champagne

Los alzamientos “carapintadas” de la Semana Santa de 1987, el fracaso del Plan Austral, la hiperinflación y la llamada “renovación” del peronismo, en la que Carlos Menem se impuso a Antonio Cafiero, provocaron el final anticipado del gobierno de Raúl Alfonsín. El periodismo derramado comenzaba a ser negociado. Salían nuevos medios, pero la crisis económica golpeaba a la mayoría. Entre 1987 y 1991 cerró la cuarta parte de las fuentes de trabajo. La investigación del asesinato de la adolescente María Soledad Morales en Catamarca,  que convocó durante meses a los diarios y la televisión hasta el juicio y la condena de los responsables, le dio a los empresarios periodísticos la verdadera dimensión de su influencia. Tenían poder y comenzaron a ejercerlo.

A fines de 1989, Menem elimina el inciso “f” del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión que impedía a los dueños de los medios gráficos participar de la propiedad de radios o canales de televisión y desencadena, seguramente sin prever las consecuencias, la formación de “grupos”, de “corpos”, de “holdings” en todo el país. Clarín legitima así la propiedad de radio Mitre y se queda con Canal 13. En el reparto, entre otros, la familia Vigil, dueños de editorial Atlántida, editora de la revista Gente, con el canal 11, ahora en manos de la española Telefónica.

Las sucesivas crisis económicas o financieras, los cambios tecnológicos que ampliaron la red de medios a cables, satélites y sitios virtuales, además de los pactos o acuerdos políticos de turno, determinaron luego pases de manos y de acciones en el control de los canales y emisoras de radio, hasta que a fines de 2007 otro presidente peronista, Néstor Kirchner, aprobó la fusión de Multicanal y Cablevisión y consolidó el monopolio de Clarín, el mayor grupo privado de medios del país.

El periodismo líquido, turbio de dictadura, que se fue aclarando en la transición democrática, se cristalizó en los noventa y se convirtió en el espejo de la sociedad. La política de venta de las empresas del Estado estimuló los negocios y las ambiciones, crecieron en calidad e información los diarios económicos, liderados por Ambito Financiero. El gobierno de Carlos Menem –reelecto en 1995– es, desde el comienzo y durante los dos períodos de su gestión, sospechado, acusado y denunciado por más de 200 hechos de corrupción. El diario Página/12 inaugura, en 1991, la serie con las “coimas” que le piden a la empresa Swift-Armour para aprobar sus proyectos de inversión. En revistas, es Noticias, un semanario de política y actualidad, la publicación que contribuye a revelar la descomposición del sistema. Mucho más modesta, en recursos y en lectores, La Maga, criticó también duramente, desde 1992,  la cultura de “pizza y champán” del menemismo.

Menem confiaba en un pacto, no escrito, según el cual facilitaba a los grandes medios la formación de grupos concentrados a cambio de apoyo a su gobierno. Pero ese supuesto “acuerdo” no alcanzó a las publicaciones más independientes o partidarias. Por su parte, muchos periodistas encuentran en los libros de investigación sus propias fuentes de trabajo, sin intermediarios. Los lectores, ávidos, insatisfechos, demandan la información en contexto y las relaciones empresarias y políticas

La tradición retomada por Rodolfo Walsh en los años sesenta, con Operación masacre y Quién mató a Rosendo, entre otros títulos memorables, recobra fuerza en los años noventa. El crecimiento del género es imparable. Una frase adjudicada al diputado peronista-menemista, José Luis Manzano, “robo para la corona”, dio el título a un libro de Horacio Verbitsky que alcanzó un registro histórico de ventas. La avalancha de libros de ensayo y de investigación firmados por periodistas abarcó a todas las actividades y personajes, desde las “biografías”, autorizadas o no, de artistas populares, hasta los ensayos y análisis sobre acontecimientos que aún estaban bajo investigación, como los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, el contrabando de armas, los saqueos, la caída del gobierno de la Alianza y la crisis terminal del año 2001.

De la “ley mordaza” a la Ley de Medios

El periodismo comienza a verse también en el espejo de la corrupción de los años noventa y en la primera década del nuevo siglo. La expansión de los grupos multimedia en negocios que no tienen que ver con el periodismo, limita la independencia de sus profesionales o los hace participar en las llamadas “operaciones”, a veces sin que ni siquiera se enteren. Por su parte, la necesidad de mejorar su imagen ante el público y de relacionarse en buenos términos con los medios, lleva a las empresas a crear sus propios departamentos de prensa y a contratar agencias “consultoras”.

Los derechos del periodista raso se reducen. Los medios marginales, en ventas de ejemplares o en audiencia, se ven sometidos por las urgencias económicas. El poder político no soporta las críticas ni la investigación. En 1995, cuando es reelecto, Menem declara: “derroté a la oposición y a la prensa”. Trece años más tarde, otro presidente peronista, Néstor Kirchner, le iniciaba la guerra a una supuesta “corpo” de medios opositores liderada por Clarín, con los que había pactado hasta entonces.

En 1995, Rodolfo Barra, ministro de Justicia de Menem, preparó un proyecto de “ley mordaza” para castigar los supuestos “excesos” de la prensa. En 2008, Kirchner encubrió su ataque al grupo Clarín en un proyecto de Ley de medios que debía promover la “pluralidad de voces”, pero terminó en demandas por inconstitucionalidad ante la Corte Suprema de Justicia.

Los periodistas buscaron refugio en las empresas que seguían produciendo periodismo. La reaparición del periódico Perfil resultó un oasis ante lo que parecía convertirse de nuevo en un desierto, esta vez de medios independientes. Desde sus comienzos, la editorial Perfil soportó ataques, extorsiones políticas, judiciales y financieras, y también fracasos económicos. El asesinato de de uno de sus reporteros gráficos, José Luis Cabezas, fue el crimen que marcó la época.

Treinta años después, con el recuerdo de José Luis, sin olvidar los casi cien periodistas desaparecidos durante la dictadura, con otros tantos expulsados al exilio, con miles perseguidos, amenazados, obligados a mendigar pautas publicitarias oficiales para subsistir y pagar espacios de radio y televisión donde hacer escuchar sus voces, el oficio resiste y se ejerce hoy, dignamente, por todos los medios, los tradicionales y los nuevos.

En ellos, en los viejos y en los nuevos periodistas, perduran los valores de una profesión que sigue siendo indispensable para la construcción de una sociedad democrática. También, como se sabe, en los últimos años han aparecido “grupos” de medios que financian mercenarios y militantes con fondos públicos. Pero, para ellos no hay ni habrá memoria, sólo pena y olvido.

© Escrito por Carlos Ares (*) el domingo 29/09/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

(*) Fundó y dirige las escuelas de periodismo TEA y TEA Imagen. Trabajó en El Gráfico, Goles y Humor. En 1981 comenzó a colaborar en Madrid con el diario El País, del que luego fue corresponsal en Buenos Aires durante 23 años. Jefe de sección de El Periodista de Buenos Aires en 1984 y prosecretario general del diario La Razón en 1985. Creó y dirigió las revistas La Maga entre 1991 y 1997 y La García en 1999. Condujo por Canal 7 entre 2000 y 2002 el programa Troesma, nominado al Martín Fierro como “mejor programa cultural”. Actualmente coordina el sistema de medios públicos de la Ciudad de Buenos Aires y conduce el programa La clase en el canal de la Ciudad.