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lunes, 15 de febrero de 2016

Amnistía Internacional. Matar al mensajero... @dealgunamanera...

México: El brutal asesinato de una periodista especializada en crímenes deja patente la necesidad de protección…


El descubrimiento del cadáver de una periodista mexicana especializada en la información de crímenes, que había sido secuestrada el lunes, es un trágico recordatorio de la angustiosa realidad a la que se enfrentan miles de periodistas de todo México, uno de los países más peligrosos del mundo para los profesionales de los medios de comunicación. Así lo ha manifestado Amnistía Internacional.

© Publicado el miércoles 10/02/2016 por Amnistía Internacional de la Ciudad de México.

El cuerpo sin vida de Anabel Flores Salazar, de 32 años, fue hallado en el estado de Puebla, a pocos kilómetros del lugar donde fue secuestrada por hombres armados el lunes. Anabel trabajaba para un periódico local en el violento estado de Veracruz, uno de los estados más peligrosos para los periodistas en México. Al menos 16 profesionales de los medios de comunicación han sido víctimas de homicidio allí desde 2010.

“Sin perder ni un segundo, las autoridades mexicanas deben iniciar una investigación exhaustiva sobre este brutal asesinato. El mensaje debe ser muy claro: quienes están dispuestos a no detenerse ante nada para silenciar a los periodistas tendrán que pagar por sus crímenes”, ha manifestado Erika Guevara-Rosas, directora del Programa para América de Amnistía Internacional.

“Además, México debe brindar la protección fundamental que necesitan los periodistas y otros profesionales de los medios de comunicación que trabajan en condiciones increíblemente peligrosas, especialmente aquellos que informan sobre crímenes. El dejar sin protección a quienes trabajan para exponer la sombría realidad de los abusos que se cometen en México equivale a tratar de barrer esos abusos debajo de la alfombra.”

Según Reporteros sin Fronteras, 89 periodistas han sido víctimas de homicidio y 17 han desaparecido en México desde el año 2000.






sábado, 5 de octubre de 2013

El periodismo desde la recuperación democrática... De Alguna Manera...


Una profesión indispensable para una sociedad democrática...


Carlos Ares reflexiona sobre el rol del periodismo desde la recuperación democrática. Desde los primeros resquicios, abiertos en plena dictadura por la revista Humor, pasando por el valor de publicaciones como el Buenos Aires Herald de Robert Cox hasta la irrupción del tema de la corrupción, de la mano de Página/12. El crimen de Cabezas, el recuerdo de los más de cien periodistas desaparecidos y la actualidad de la “militancia periodística”.

Prólogo necesario. Treinta años de periodismo suponen unos 16 millones de minutos, de noticias, de títulos, nombres, fotografías, programas de radio o de TV, portales, análisis y comentarios confeccionados y retransmitidos por miles de profesionales. Revisarlos en un texto breve impone una selección brutal, casi salvaje. Pero, aún así, el sobrevuelo resulta útil. Revisar es recordar, recordar es traer al presente las miradas sobre nosotros, sobre lo que pasó, sobre lo que hicimos, todos.

‘Humor’, fin y principio

El ciclo de la dictadura militar que se inició en 1976 se da formalmente por concluido el domingo 30 de octubre de 1983, día de las elecciones que consagraron a Raúl Alfonsín como presidente de la Nación.

Los historiadores advierten que, en realidad, el fin de la dictadura comenzó a gestarse en junio de 1982, cuando la derrota en la guerra de las islas Malvinas acabó con el último y desesperado intento de los militares para mantenerse en el poder.

Pero desde el periodismo podría también situarse ese final en la entonces imperceptible raja, luego grieta, más tarde fisura y por último en el inmenso boquete que abrió en la represa de la censura militar la revista Humor en 1978, antes de que se disputara el Mundial de Fútbol.

Mensual al comienzo, quincenal después, en el número ocho de la revista ya estaba en la tapa, dibujado ante el tiburón insaciable de la inflación, el ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz.

Y en el número 15 se atrevieron con la caricatura de Videla.

La revista fue obligada en principio a una “exhibición limitada”, luego prohibieron una edición, pero ya no podían con ella ni con la creciente demanda y, en adelante, ya no podrían con nada.

En ese contexto, en el de los años previos a la recuperación democrática, junto a Andrés Cascioli, Tomás Sanz y toda la tira de dibujantes y redactores de Humor, debe también releerse a la inolvidable María Elena Walsh y su estremecedor País jardín de infantes, artículo escrito en 1979 para la sección Opinión del diario Clarín.

También es un deber rendir tributo al coraje de Robert Cox, el director del Buenos Aires Herald, a quienes las Madres de Plaza de Mayo dedicaron años después una solicitada pagada por ellas mismas con el título: A Roberto Cox, el periodista digno, el hombre íntegro.

El filo de Humor, que se presentaba como “la revista que supera apenas la mediocridad general”, cortaba el silencio mortal, desintegraba el autoritarismo, la soberbia y la locura militar, disolvía su poder, los desnudaba de uniformes y máscaras y los revelaba ladrones e inútiles.

El efecto del humor fue siempre demoledor para todo tipo de poder que se inviste absoluto e impune.

Ahora mismo, aunque en una escala mucho menor de riesgo, el sarcasmo de las columnas que escribe cada domingo Alejandro Borensztein en Clarín y las ironías con que se responde a los dichos del poder en el programa Periodismo para todos de Jorge Lanata son, en lo inmediato, políticamente más devastadoras que las denuncias documentadas de corrupción o mala gestión, causas siempre demoradas en procesos judiciales interminables.

La imagen de la represa que se resquebraja y se parte, es quizá la más indicada para representar simbólicamente lo que ocurrió.

La sociedad tenía sed de saber todo lo que encubrió la dictadura y que pasaba en el día a día.

Había que sacudirse el gris, el cuerpo, la lengua y, casi, aprender de nuevo el oficio.

La censura militar que reprimía el flujo y dejaba gotear sólo su versión de los hechos se pudrió en su propio embalse.

Hasta el final de la década del 80, el periodismo se desbordó en publicaciones, programas de radio y televisión.

En esos programas había de todo: cómplices de la dictadura, militantes de los partidos políticos en recuperación y profesionales que habían sobrevivido en la clandestinidad o que regresaban del exilio.

Medios y política

En el río revuelto se formaban sociedades como la que reunió a la feudal familia Saadi de Catamarca con ex Montoneros para sostener el diario La Voz, de la llamada “izquierda” peronista. A su vez, ex jefes de la organización guerrillera ERP, aportaban fondos acumulados en robos o secuestros extorsivos para bancar la salida y los pasivos económicos iniciales del diario Página/12, nacido entonces para “contrainformar” y revelar lo que el poder quería ocultar y subsidiado ahora con fondos públicos. El Partido Comunista edita Sur y fracasa. La Junta Coordinadora del radicalismo, que lideraba Enrique “Coti” Nosiglia, intenta también tener su propio diario para apoyar al gobierno de Raúl Alfonsín, electo en octubre de 1983, y desarrolló, con publicidad oficial y fondos públicos, la última etapa de Tiempo Argentino. Poco antes, en febrero de 1982, el llamado “desarrollismo” rompía su histórica alianza política y financiera con Clarín y sus representantes, entre ellos, Rogelio y Octavio Frigerio, Oscar Camilión y Antonio Salonia, años más tarde aliados al peronismo como ministros del gobierno de Carlos Menem. Clarín quedó entonces en manos de la viuda de Roberto Noble, su fundador, y de un gerente y militante que había llegado con el desarrollismo, Héctor Magnetto.

Las nuevas tecnologías y la televisión abierta, el llamado “destape” que se produjo durante los primeros años de la recuperada democracia, renovó los textos, los diseños, el lenguaje, se instalaba un “nuevo periodismo” y la libertad se expresaba en los escaparates de los quioscos, donde se exponían y vendían a la vez, en cantidades que hoy resultan increíbles, revistas culturales como Crisis y de contenidos esotéricos, sexuales y diversos como Libre, de actualidad como Gente, Siete Días, PERFIL y políticas como Somos, nacida en los 70 para apoyar a la dictadura.

Dante Caputo, canciller del gobierno de Raúl Alfonsín, financió también un semanario político, El Expreso, con el que esperaba apoyar su postulación como candidato a presidente, pero el proyecto fracasó a los pocos meses. A la vez, Bernardo Neustadt, otro apologista de la dictadura, seguía editando Extra y Jacobo Timerman, que había sido secuestrado y torturado, se hizo cargo de La Razón, tradicional vocero del Ejército, a pedido del gobierno radical.

Al amparo del prestigio social creciente que tenía el periodismo, los conversos se escondían en las redacciones. Informantes, cómplices y ex servicios de inteligencia de los militares y de los Montoneros o del ERP resurgían como “periodistas” y comenzaban ya a reescribir el pasado para instalar un “relato”. El vértigo de aquellos años impedía hacerse las preguntas básicas: ¿qué hiciste, dónde estabas? Se trataba de sumar todas las fuerzas a la investigación de la barbarie militar.

Las crónicas del juicio a las juntas de comandantes de la dictadura fueron trabajos urgentes y ejemplares. Una revista, cada semana, El Periodista de Buenos Aires, financiada por Andrés Cascioli con los beneficios de Humor, y el Diario del Juicio, publicado por la editorial Perfil, son sólo dos de las cumbres éticas alcanzadas por el periodismo en estos treinta años. Durante la dictadura, Perfil sufrió el secuestro de su director editorial, Jorge Fontevecchia, y ocho clausuras de sus productos. En la radio se destacaba Magdalena Ruiz Guiñazú, que había sido integrante de la Conadep.

Los más experimentados profesionales eran requeridos por los más jóvenes, sin importar la procedencia o las ideas políticas. Se formaron parejas emblemáticas. Mónica Gutiérrez era la cara más “alfonsinista” junto al “peronista” Carlos Campolongo en el noticiero central de la TV pública. Jorge Lanata convocó a Horacio Verbitsky, servicio de inteligencia de Montoneros, y al escritor Osvaldo Soriano, para ser columnistas en Página/12. El diario Crónica, dirigido por el mítico Héctor Ricardo García, vendía, con sus tres ediciones diarias, más ejemplares que Clarín. La Nación desplazaba a La Prensa entre los sectores de clase media y alta.

Menem, pizza y champagne

Los alzamientos “carapintadas” de la Semana Santa de 1987, el fracaso del Plan Austral, la hiperinflación y la llamada “renovación” del peronismo, en la que Carlos Menem se impuso a Antonio Cafiero, provocaron el final anticipado del gobierno de Raúl Alfonsín. El periodismo derramado comenzaba a ser negociado. Salían nuevos medios, pero la crisis económica golpeaba a la mayoría. Entre 1987 y 1991 cerró la cuarta parte de las fuentes de trabajo. La investigación del asesinato de la adolescente María Soledad Morales en Catamarca,  que convocó durante meses a los diarios y la televisión hasta el juicio y la condena de los responsables, le dio a los empresarios periodísticos la verdadera dimensión de su influencia. Tenían poder y comenzaron a ejercerlo.

A fines de 1989, Menem elimina el inciso “f” del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión que impedía a los dueños de los medios gráficos participar de la propiedad de radios o canales de televisión y desencadena, seguramente sin prever las consecuencias, la formación de “grupos”, de “corpos”, de “holdings” en todo el país. Clarín legitima así la propiedad de radio Mitre y se queda con Canal 13. En el reparto, entre otros, la familia Vigil, dueños de editorial Atlántida, editora de la revista Gente, con el canal 11, ahora en manos de la española Telefónica.

Las sucesivas crisis económicas o financieras, los cambios tecnológicos que ampliaron la red de medios a cables, satélites y sitios virtuales, además de los pactos o acuerdos políticos de turno, determinaron luego pases de manos y de acciones en el control de los canales y emisoras de radio, hasta que a fines de 2007 otro presidente peronista, Néstor Kirchner, aprobó la fusión de Multicanal y Cablevisión y consolidó el monopolio de Clarín, el mayor grupo privado de medios del país.

El periodismo líquido, turbio de dictadura, que se fue aclarando en la transición democrática, se cristalizó en los noventa y se convirtió en el espejo de la sociedad. La política de venta de las empresas del Estado estimuló los negocios y las ambiciones, crecieron en calidad e información los diarios económicos, liderados por Ambito Financiero. El gobierno de Carlos Menem –reelecto en 1995– es, desde el comienzo y durante los dos períodos de su gestión, sospechado, acusado y denunciado por más de 200 hechos de corrupción. El diario Página/12 inaugura, en 1991, la serie con las “coimas” que le piden a la empresa Swift-Armour para aprobar sus proyectos de inversión. En revistas, es Noticias, un semanario de política y actualidad, la publicación que contribuye a revelar la descomposición del sistema. Mucho más modesta, en recursos y en lectores, La Maga, criticó también duramente, desde 1992,  la cultura de “pizza y champán” del menemismo.

Menem confiaba en un pacto, no escrito, según el cual facilitaba a los grandes medios la formación de grupos concentrados a cambio de apoyo a su gobierno. Pero ese supuesto “acuerdo” no alcanzó a las publicaciones más independientes o partidarias. Por su parte, muchos periodistas encuentran en los libros de investigación sus propias fuentes de trabajo, sin intermediarios. Los lectores, ávidos, insatisfechos, demandan la información en contexto y las relaciones empresarias y políticas

La tradición retomada por Rodolfo Walsh en los años sesenta, con Operación masacre y Quién mató a Rosendo, entre otros títulos memorables, recobra fuerza en los años noventa. El crecimiento del género es imparable. Una frase adjudicada al diputado peronista-menemista, José Luis Manzano, “robo para la corona”, dio el título a un libro de Horacio Verbitsky que alcanzó un registro histórico de ventas. La avalancha de libros de ensayo y de investigación firmados por periodistas abarcó a todas las actividades y personajes, desde las “biografías”, autorizadas o no, de artistas populares, hasta los ensayos y análisis sobre acontecimientos que aún estaban bajo investigación, como los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, el contrabando de armas, los saqueos, la caída del gobierno de la Alianza y la crisis terminal del año 2001.

De la “ley mordaza” a la Ley de Medios

El periodismo comienza a verse también en el espejo de la corrupción de los años noventa y en la primera década del nuevo siglo. La expansión de los grupos multimedia en negocios que no tienen que ver con el periodismo, limita la independencia de sus profesionales o los hace participar en las llamadas “operaciones”, a veces sin que ni siquiera se enteren. Por su parte, la necesidad de mejorar su imagen ante el público y de relacionarse en buenos términos con los medios, lleva a las empresas a crear sus propios departamentos de prensa y a contratar agencias “consultoras”.

Los derechos del periodista raso se reducen. Los medios marginales, en ventas de ejemplares o en audiencia, se ven sometidos por las urgencias económicas. El poder político no soporta las críticas ni la investigación. En 1995, cuando es reelecto, Menem declara: “derroté a la oposición y a la prensa”. Trece años más tarde, otro presidente peronista, Néstor Kirchner, le iniciaba la guerra a una supuesta “corpo” de medios opositores liderada por Clarín, con los que había pactado hasta entonces.

En 1995, Rodolfo Barra, ministro de Justicia de Menem, preparó un proyecto de “ley mordaza” para castigar los supuestos “excesos” de la prensa. En 2008, Kirchner encubrió su ataque al grupo Clarín en un proyecto de Ley de medios que debía promover la “pluralidad de voces”, pero terminó en demandas por inconstitucionalidad ante la Corte Suprema de Justicia.

Los periodistas buscaron refugio en las empresas que seguían produciendo periodismo. La reaparición del periódico Perfil resultó un oasis ante lo que parecía convertirse de nuevo en un desierto, esta vez de medios independientes. Desde sus comienzos, la editorial Perfil soportó ataques, extorsiones políticas, judiciales y financieras, y también fracasos económicos. El asesinato de de uno de sus reporteros gráficos, José Luis Cabezas, fue el crimen que marcó la época.

Treinta años después, con el recuerdo de José Luis, sin olvidar los casi cien periodistas desaparecidos durante la dictadura, con otros tantos expulsados al exilio, con miles perseguidos, amenazados, obligados a mendigar pautas publicitarias oficiales para subsistir y pagar espacios de radio y televisión donde hacer escuchar sus voces, el oficio resiste y se ejerce hoy, dignamente, por todos los medios, los tradicionales y los nuevos.

En ellos, en los viejos y en los nuevos periodistas, perduran los valores de una profesión que sigue siendo indispensable para la construcción de una sociedad democrática. También, como se sabe, en los últimos años han aparecido “grupos” de medios que financian mercenarios y militantes con fondos públicos. Pero, para ellos no hay ni habrá memoria, sólo pena y olvido.

© Escrito por Carlos Ares (*) el domingo 29/09/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

(*) Fundó y dirige las escuelas de periodismo TEA y TEA Imagen. Trabajó en El Gráfico, Goles y Humor. En 1981 comenzó a colaborar en Madrid con el diario El País, del que luego fue corresponsal en Buenos Aires durante 23 años. Jefe de sección de El Periodista de Buenos Aires en 1984 y prosecretario general del diario La Razón en 1985. Creó y dirigió las revistas La Maga entre 1991 y 1997 y La García en 1999. Condujo por Canal 7 entre 2000 y 2002 el programa Troesma, nominado al Martín Fierro como “mejor programa cultural”. Actualmente coordina el sistema de medios públicos de la Ciudad de Buenos Aires y conduce el programa La clase en el canal de la Ciudad.

domingo, 22 de septiembre de 2013

¡Basta de periodismo corrupto!... De Alguna Manera...


¡Basta de periodismo corrupto!


¿Por qué la prensa va perdiendo su honestidad?. Un hombre de prensa puede escribir mejor o peor, puede trabajar en un medio más grande o más pequeño, producir muchas o pocas notas periodísticas. Es indistinto.

Lo que un periodista jamás debe perder es su honestidad. Ese es el valor que hace a su verdadera esencia profesional. Lo demás se puede aprender, más temprano o más tarde.

En las últimas décadas, los medios se han transformado en un factor de poder real, muchas veces utilizado para hacer operaciones de prensa a su propio favor.

Los periodistas que se acoplaron al fenómeno, vendieron su prestigio a los mismos intereses, en general por unas pocas monedas.

Pronto, esos conglomerados fueron involucrándose en cuestiones extra periodísticas y buscaron meterse en rentables negocios públicos y privados. En ese punto, comenzaron a mezclarse los tantos y los empresarios usaron el poder de sus medios para conseguir más rentabilidad en sus propios negocios.

No hubo límite al respecto. Si había que presionar a algún funcionario a través de una nota periodística lesiva, esto se hacía sin miramiento alguno. Si había que denunciar a alguien que pudiera poner trabas a los intereses de los empresarios, también se hacía, aunque no hubiera pruebas de la imputación.

Para llevarlo a cabo siempre hubo periodistas dispuestos a hacer la tarea sucia; mercenarios y carroñeros que prefirieron privilegiar sus bolsillos a dignificar la tarea para la que fueron preparados.

Ello conspiró contra los intereses de la sociedad, que de un día para otro comenzó a sufrir el síndrome de la desinformación. Lenta, pero firmemente, los medios comenzaron a dejar de coincidir con las preocupaciones ciudadanas.

Mientras el desempleo, la inseguridad y la corrupción comenzaron a ser parte de la inquietud social, los medios impusieron a través de sus portadas sus propios intereses.

No se trata de una cuestión ideológica; mucho menos política. No tiene que ver tampoco con que los medios sean oficialistas o anti oficialistas. Es solo un tema de intereses privados.

Las operaciones que hace diario Tiempo Argentino o revista Veintitrés, no son ajenas a las maniobras de grupos como Clarín. Unos buscan una cosa y otros algo diferente, pero todos finalmente terminan convergiendo en el mismo lugar: la desinformación.

En Mendoza no es nada complicado conocer cuáles son los medios que usan su poder de fuego para operar a su favor. Se trata de la mayoría, con intereses que superan lo periodístico y aspiran a manejar —en algunos casos—los millonarios recursos de la provincia.

Basta ver algunos diarios, o escuchar ciertas radios. Allí aparecen claramente las operaciones que se llevan a cabo, elogiando o criticando a diestra y siniestra, de acuerdo a lo que más les convenga en el momento a sus dueños.

Los periodistas que trabajan allí no desconocen quiénes son sus propietarios. ¿Por qué lo hacen entonces? ¿Acaso no tienen dignidad?

Esos hombres de prensa no parecen tener miramiento alguno, solo cierta motivación económica. Desconocen el daño que le hacen, no solo a la profesión que ejercen, sino también a la ciudadanía. No les importa… ¿No les importa?

Así el estado de cosas hoy, donde la corrupción en los medios es alarmante y abrumadora. Nada que envidiar a la clase política.

Hay una máxima que dice que “la información no nos pertenece”, sino a la sociedad toda. Es lo que deberían recordar algunos colegas en estos días... Antes de que sea demasiado tarde.

© Escrito por  Christian Sanz el jueves 05/09/2013 y publicado por Tribuna de Periodistas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



sábado, 18 de agosto de 2012

Tu ética no es mi ética... De Alguna Manera...

Periodismo, ética y censura...


Saber de qué se habla cuando se habla de ética y de periodismo es complicado. Simplificando, en su acepción «normativa» la ética es un conjunto de reglas de conducta que indican cómo actuar bien. Definir qué es el periodismo es todavía más difícil. Por eso, cuando se exigen «códigos de ética» para esa profesión florecen las confusiones. Como punto de partida, pueden servir estas cuatro cuestiones básicas.

La primera es que los llamados «códigos de ética» no son muy diferentes en sus fines y en sus formas a los reglamentos que rigen cualquier actividad, desde algunos aspectos del ejercicio de la abogacía hasta la convivencia en un consorcio. La palabra «ética» suma a su ambigüedad una carga emotiva favorable, que tiñe de legitimidad a todo lo que adjetiva, complicando la comunicación. Por eso, parece mejor idea hablar sin vueltas de «reglamentos». O, si no se quisiera resignar pompa, de «manuales de estilo», nombre también impreciso pero con menos aristas cortantes.

La segunda es que estos reglamentos rebautizados juegan únicamente en los espacios que les dejan las leyes generales. A veces, las leyes delegan expresamente la regulación de ciertos aspectos de una práctica a sus asociaciones o colegios. Otras, simplemente se quedan en silencio. Por eso, la pretensión de que, por ejemplo, el periodismo se «autorregule» es un tanto desmedida. Un sinnúmero de normas, civiles y penales, regulan esa actividad, y el ámbito de «autorregulación» es el que ellas le dejan. Así, los «códigos de ética» solo pueden ocuparse de conductas que están permitidas (al menos, en el sentido de no prohibidas) por el derecho, pero que ciertos actores de la sociedad prefieren desalentar entre sus pares.

En tercer lugar, muchas veces estas reglas no tienen más fuerza que una sugerencia calificada. Las prescripciones emanadas de las asociaciones o colegios solo pueden obligar a sus asociados, que aceptan su autoridad. Eso se dificulta en actividades, como el periodismo, para las que no rige la exigencia de colegiación obligatoria. Y es todavía más claro con respecto a los «manuales de estilo» que han publicado empresas para obligar a sus empleados.

Por último, lo más importante es notar que sobre toda regulación del periodismo vuela la amenaza del control de lo publicable. Esta es una buena oportunidad para recordar que el artículo 14 de la Constitución Nacional veda el dictado de normas, más generales o más particulares, que puedan dar lugar a la censura previa. El cuidado ha de ponerse, entonces, en no dejarse engañar por limitaciones a la libertad de expresión disfrazadas de supuestos «códigos de ética».

© Escrito por Tobías J. Schleider y publicado por plazdemayo.com el miércoles 15 de Agosto de 2012. Tobías J. Schleider es Doctor en Filosofía del derecho. 



domingo, 18 de marzo de 2012

Vanguardia... De Alguna Manera...

Vanguardia...

¡Qué hermosas las sendas
Que no tienen fin!
¡Qué hermosos los días
Que no tienen noche!
¡Qué hermosas las cosas
Que nunca se hicieron!

(Rebeldía, Alfonsina Storni)


Ver a varios periodistas de distintas redacciones de Editorial Perfil aportando el mejor periodismo de investigación del actual diario Clarín. O ver varios directores de publicaciones de distintas épocas de Editorial Perfil conduciendo hoy el diario La Nación. O ver tantos columnistas emblemáticos del diario PERFIL en Radio Mitre, TN y pronto hasta en Canal 13, me lleva a reflexionar sobre las distintas escuelas y ciclos del periodismo argentino.

Me decía un amigo: “Es un fenómeno que no sólo se da en Clarín y La Nación, también en la dirección del diario oficialista Tiempo Argentino, en la mayoría de los medios gráficos de Szpolski y en el diario económico El Cronista hay periodistas que se formaron en Editorial Perfil”.

Y no es casual que, salvo los diarios populares, este fenómeno sólo encuentre su excepción en Página/12 y Ambito Financiero, donde se siguen destacando casi exclusivamente periodistas formados en sus propias redacciones. Es que Página de Lanata y Ambito de Julio Ramos fueron en los ochenta y a comienzos de los noventa, escuelas formadoras de talento suficiente como para autoabastecerse e irradiar al resto.

Parte de la explicación se encuentra en las mayores posibilidades de contratación de Clarín y La Nación que pueden, simultáneamente, desarrollar y mantener los talentos propios y contratar los mejores de los vecinos. Pero no todo el fenómeno se explica por eso, lo material sólo muestra sus consecuencias económicas.

Lo interesante son las causas que producen la novedad para continuamente recrearla y satisfacer las necesidades de innovación que tiene la sociedad. El periodismo es actor fundamental de los cambios culturales que se van produciendo en cada época.

Los que hoy critican al periodismo por conservador olvidan que los cambios progresistas actuales fueron también posibles porque el periodismo estuvo entre los primeros de los rebeldes de los noventa.

La ideología que exhibió el kirchnerismo fue tomada del Frepaso y del sector más progresista de la Alianza (Chacho Alvarez, Garré, Bielsa, cuadros posteriores del ARI, Ocaña, Timerman), forjada al calor del antimenemismo donde el periodismo fue la gran vanguardia. Las reminiscencias antiperonistas que quedan en el Frente para la Victoria son de esa cultura antimenemista.

Fue el periodismo quien demolió la imagen metafísica del mundo que tenía Menem. Los valores que hoy la mayoría de la sociedad considera políticamente correctos fueron divulgados por el periodismo en su crítica a los 90, mientras el menemismo gobernaba.

¿Cómo debería ser el nuevo periodismo para continuar siendo vanguardia de la sociedad y aportarle una síntesis superadora para el poskirchnerismo?

Con la llegada de la democracia, al periodismo le llevó un tiempo sacarse definitivamente los temores de la dictadura. Eso produjo que uno de los principales atributos del periodismo en la década pasada fuera la valentía. Animarse, confrontar, exponerse y no tener miedo fueron esenciales para la construcción del periodismo de la democracia. Y hoy esos mismos atributos ya no caracterizan a la vanguardia del periodismo porque están en todos los medios. A veces muy bien usados, otras no tanto.

Pero la inconformidad del posmenemismo no puede seguir siendo la misma sin convertirse por el solo paso del tiempo en conservadurismo. Tampoco la inconformidad ante el kirchnerismo podría ser un péndulo que nos volviera a valores de los noventa (promovidos primero por Ambito Financiero y Neustadt en los años 80), aunque fueran más o menos maquillados en variantes de diferente corrección política, desde el macrismo al sciolismo.

Dicho sea de paso, Scioli debe prepararse para superar el año próximo embates comparables a los que este año está sufriendo Macri. El 2013 será un año clave porque quien quiera tener posibilidades de ser recambio en 2015 deberá quedar posicionado en las elecciones de 2013.

El sábado de la semana pasada, en este mismo espacio y bajo el título “Iguales”, se reflexionó sobre cómo lo que parece encontrarse en las antípodas son momentos opuestos del mismo péndulo. Hoy se vuelven a escuchar críticas a un gobierno por ganar las elecciones con mensajes de izquierda y luego gobernar con ideas de la derecha. Tampoco las tensiones alrededor de la imprenta Ciccone son nuevas: a comienzos de los noventa, Cavallo había acusado a Yabrán de apropiársela.
Lo nuevo en periodismo superará la dicotomía entre periodismo militante (un traslado de la emotividad del periodismo deportivo a la política) y periodismo hegemónico, términos tan contradictorios en frases como intrínsecamente.

Desgraciadamente, eso nuevo todavía no emergió. Estamos en el clásico interregno donde lo que está muriendo aún no murió y lo que está naciendo aún no nació.

Pero se podría conjeturar con algunos atributos que debería tener esa sopa genética que parirá el futuro ciclo del periodismo. Probablemente la inteligencia pase a ser un atributo más valorado que la falta de temor. La síntesis de lo diverso, más que la capacidad para confrontar. El valor no sólo será medido por la disposición a rebelarse contra quienes lo merezcan sino a rebelarse frente a lo mediocre y conformista de uno mismo.

Los imaginarios del kirchnerismo comenzaron su proceso de caducidad. Poco a poco se convierten en dimensiones extraviadas. El ímpetu de la política de comercio exterior de Moreno irá perdiendo su efecto de la misma forma que los controles de precios con los que pretendió domar la inflación hace tres años.

Las demandas del futuro no encontrarán soluciones en las mismas respuestas del pasado. Dio vergüenza ajena escuchar a Alberto Fernández decir que Cristina Kirchner traiciona a Néstor Kirchner al reformar el Banco Central, quedándose sólo en la forma cuando en el fondo el ex presidente se quedaba con todas las cajas. O las tres encuestas, que se publicaron el fin de semana pasado en diarios oficialistas, que indicaban que la imagen positiva de la Presidenta no había caído; “justo” cuando PERFIL informaba que había perdido 17 puntos. Uno de los encuestadores abrió el paraguas en el diario Tiempo citando “la ley de la gravedad de las ciencias sociales: si los sujetos definen una situación como real, es real en sus consecuencias”.

La vanguardia muere de éxito. Para seguir siendo, precisa ser otra. El periodismo es vanguardia o pasado momificado.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Airees el sábado 17 de Marzo de 2012.