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domingo, 15 de marzo de 2015

Calafate. El paraíso perdido de la década ganada… De Alguna Manera...

Calafate. El paraíso perdido de la década ganada… 


Sinópsis.

Era un pueblo bello y despojado de la Patagonia, la puerta de entrada a los hielos infinitos del glaciar Perito Moreno. Pero desde hace unos años, El Calafate se transformó en destino turístico internacional y centro del poder. Se pobló de hoteles semivacíos y de inversiones millonarias, que incluyen casinos, aeropuertos, restaurantes y todo tipo de industrias vinculadas al placer.

Periodista y viajero, Gonzalo Sánchez narra la trama íntima de esa transformación. Remonta las huellas de los habitantes originarios y de los primeros terratenientes para llegar hasta el presente, en el que la política encarna una nueva oligarquía. Dentro de esa elite pueblerina, un puñado de personas se reparte los principales negocios y a todos se los señala como testaferros de los Kirchner.

En la ciudad que Cristina llamó “mi lugar en el mundo”, hay denuncias de corrupción y viejas historias silenciadas; hay crímenes relacionados con el poder e intendentes que ganan votos con la frase “yo te voy a dar un terrenito”; hay inmigrantes llegados de países limítrofes para construir las casas y los hoteles de los ricos; hay pastores evangelistas que prometen la salvación y fantasmas de antiguas matanzas; hay trata de mujeres, suicidios adolescentes y una cierta idea en los habitantes de que su suerte está atada a la del kirchnerismo.

Escrita con el pulso de lo urgente y la contundencia de los mejores relatos de viaje, Calafate. El paraíso perdido de la década ganada es una crónica periodística que invita a ser leída como un thriller político: la historia de un pueblo mutante y codiciado, que es al mismo tiempo una metáfora del país.

El Autor.


Gonzalo Sánchez nació en 1977 y trabaja en medios periodísticos desde 1998. Comenzó como redactor de Policiales en el primer diario Perfil y luego fue redactor de la revista Noticias.

Además trabajó como editor en Revista XXIII, en el diario Crítica de la Argentina y actualmente en Clarín. Sus crónicas y relatos de viaje fueron publicados en diferentes revistas de América Latina y Europa y también en la antología La Argentina crónica (Planeta, 2007).

Como documentalista, realizó Patagonia: los colores de la discordia y Bric, el nuevo mundo (serie conducida por Jorge Lanata). Colaboró en la investigación del libro 10K, de Jorge Lanata. Publicó La Patagonia vendida, los nuevos dueños de la tierra (2006), Patagonia perdida, la guerra por la tierra en el fin del mundo (2011) y Malvinas, los vuelos secretos (Planeta, 2012).

Ficha técnica.

Fecha de publicación: 01/03/2015
256 páginas
Idioma: Español
ISBN: 978-950-49-4392-1
Código: 10124271
Formato: 15 x 23 cm.
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Espejo de la Argentina

© Publicado por Editorial Planeta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 11 de mayo de 2013

Objetivo electoral K... Llegar como sea... De Alguna Manera...

Llegar como sea... 

Guantes para todos, CFK. Dibujo: Pablo Temes.

Dólar desatado, Lázarogate, ofensiva anti-Justicia, la caja de la obra pública: Gobierno en problemas. Pasadas las doce del mediodía del viernes el dólar tocó los 10 pesos. Fue fuerte. La preocupación en el Gobierno aumentó. La Presidenta reunió al equipo económico –en realidad no es un equipo, sino un desbande– en busca de soluciones “mágicas”. No las encontró. Allí nadie sabe qué hacer. A la media tarde,  Cristina Fernández de Kirchner voló a El Calafate. Más allá de la falta de decisiones y de las insistentes declaraciones de los funcionarios acerca de la marginalidad supuestamente inocua del dólar paralelo, sus efectos negativos sobre la economía se hacen cada vez más evidentes.

La meta del Gobierno es clara: hay que llegar a las elecciones evitando una devaluación. El problema es que este objetivo se hace cada vez más difícil de lograr. Un dato ilustra el viaje sin retorno que ha emprendido la cotización del dólar blue: para frenar su escalada, a principios de la semana el Gobierno decidió poner en la calle 20 millones de dólares. Fue como tirar un grano de arena en un océano. En muy pocos minutos, una demanda insaciable se los “devoró” sin que la tendencia ascendente se frenara.

La actividad industrial cae; la construcción cae; las exportaciones caen; la producción de soja cae; la producción de combustible cae y el poder adquisitivo de los salarios cae. Es que la inflación, en cambio, sube. El acuerdo de precios es una entelequia. Sin embargo, para el Gobierno está todo bien. Según Amado Boudou –a quien Guillermo Moreno sigue llamando “el chorro” o “el chorrito”, según el mejor o peor humor con el que se haya levantado– sostiene que el dólar no ha experimentado cambios desde el 2003 y que el ministro de Economía Hernán “me quiero ir” Lorenzino dijo lo que dijo porque “estaba cansado” (sic).

La imputación que el fiscal Guillermo Marijuán ha hecho a Lázaro Báez ha preocupado al Gobierno. El texto de tal imputación lleva además una muy severa acusación contra la Procuraduría de Criminalidad Económica y Lavado de Activos, engendro creado por la procuradora Gils Carbó. Este órgano debería supuestamente abocarse a la investigación de maniobras sospechosas de lavado de dinero. No obstante, en el así llamado Lázarogate –en verdad el nombre más adecuado sería “Lázaro-Néstorgate”– nada ha hecho. Eso es lo que le reprocha con prosa dura Marijuán.

En el grotesco que representa la Argentina de hoy, el aporte de los opositores no es menor. La pelea entre el peronismo disidente y Macri, luego de la foto que compartieron en Córdoba el miércoles De la Sota, Moyano, Lavagna y De Narváez –de la que quedó excluido el jefe de Gobierno porteño– desnuda que la hoguera de vanidades y las rencillas allí existentes no amainan. Macri sabe que sin un pie en el peronismo disidente sus chances presidenciales alcanzan la dimensión de la nada. Los hechos de represión policial indiscriminada en el Borda fueron repudiables. Es verdad que había gente encapuchada con piedras y que hubo policías heridos. Eso de ninguna manera justifica el brutal accionar de los efectivos de la Metropolitana. Por acción u omisión, el ministro de Seguridad Guillermo Montenegro es el principal responsable político de esa barbarie. A estas horas, su renuncia debería ser una realidad.

Lo que está pasando en el mundillo judicial es grave. La Justicia reclama mejoras a gritos. Pero eso no es lo que el Gobierno busca y quiere. En muchos fiscales hay miedo; en muchos jueces también. Para tener una real dimensión de este apriete contra los sectores judiciales que aspiran a ser independientes del poder político, es útil adentrarse en la página de la Procuraduría General de la Nación en la que se destaca un ítem titulado: “Más de un centenar de organizaciones respaldaron las políticas impulsadas por la Procuradora General”, en el que no sólo se apoya a Gils Carbó, sino que también se descalifica y denuesta a Marijuán por haber dado curso a la denuncia del senador radical Mario Cimadevilla por el nombramiento a dedo de fiscales, tanto en el Procelac como en la procuraduría Contra la Violencia Institucional y la de Narcocriminalidad. Por eso, muchos de esos jueces y fiscales ruegan que no les caigan ninguna de las causas originadas por denuncias acerca de delitos de corrupción que comienzan a llover contra el Gobierno.

La gran caja del kirchnerismo ha sido y es la obra pública. Ya en 2005, en un contundente discurso pronunciado en la reunión anual de la Cámara de la Construcción, cuyos asistentes aún recuerdan con precisión, el entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna, advirtió sobre la existencia de sobreprecios que poblaban muchas de las adjudicaciones de obras pública. Lavagna había encargado a un grupo de sus colaboradores un análisis pormenorizado de los costos reales de esas adjudicaciones. Sus conclusiones fueron terminantes: los sobreprecios eran una realidad innegable. Néstor Kirchner y Julio De Vido se disgustaron con el ministro con cuyas denuncias nada pasó. En cambio a él sí le pasó algo: a los pocos días, el entonces presidente lo echó.

“No te preocupes. Nadie te va a robar nada”, le contestó la Presidenta, con tono destemplado, a la ciudadana que se quejó por la corrupción durante el acto en que  Fernández de Kirchner anunciaba obras públicas en la localidad santacruceña de Las Heras. ¿Alguien puede creerle?

© Escrito por Nelson Castro el domingo 05/05/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


miércoles, 20 de marzo de 2013

Despechados... De Alguna Manera...


Despechados...


Tras el ruido y las humaredas, los hechos. Esos hechos se atrincheran en palabras. Esas palabras no son vanas ni vacías. Expresan, como es habitual, la emoción primordial del gobierno de la Argentina, que desde 2003 a hoy vive sumergido bajo un manantial de despecho y enojo. La elección de Jorge Bergoglio como nuevo papa no escapó al guión de hierro del Gobierno y sus seguidores: enojados, molestos, irritados, les acontece lo que siempre caracteriza a los despechados: no son capaces de contener ni de maquillar sus contratiempos.

Para el libreto que abarrota a la Argentina desde el comienzo del siglo XXI, el papa Francisco es, por lo menos, un fastidio importante. Ellos han santificado desde el ejercicio del poder la supremacía de la dialéctica bélica y se han cansado de elogiar las supuestas bondades de la confrontación permanente. ¿Cómo sería buena para ellos una noticia que no sólo traslada el eje autorreferencial de los actuales gobernantes, sino que deposita esta nueva centralidad en un hombre y en una institución que, al menos actualmente, predican convergencia versus divergencia, acuerdo en vez de desacuerdo, armonías en desmedro de crispaciones?

En muchas ocasiones del pasado, la Iglesia Católica ha sido una estructura de poder abroquelada en la intolerancia, la crueldad y el privilegio. Siglos después de consolidarse como religión primordial de Europa, el cristianismo se despeñó en la barbarie nefasta de la Inquisición y esposó el funesto cargo de deicidio para con los judíos. Fueron tiempos oscuros y de complicidad con poderosos intereses terrenales. A medida que pasaba el tiempo, la alianza entre jerarquía y poder secular era más evidente. Pero todo cambia. ¿Hay algo más retrógrado que postular la inexistencia de los cambios?

En el último medio siglo, desde Juan XXIII, la Iglesia dio varios aunque zigzagueantes pasos hacia una positiva evolución. Juan Pablo II se abocó a la empresa de aventar y superar la herencia del comunismo en Europa. La historia fue coherente con ese propósito y desde 1980 el imperio soviético, con sus muros de concreto y sus cortinas de hierro, se sumergió en un ocaso irreversible. No hace falta ninguna sabiduría especial para advertir que los legítimos apetitos espirituales y libertarios, a los que se abocaba ese cristianismo recargado de Karol Wojtyla, fueron atendidos.

En la Argentina, la áspera reacción oficial para con el ascenso del papa Francisco se explica. Nada exaspera e irrita más al Gobierno que la activa existencia de sensibilidades y movilizaciones sociales autónomas del colosal poder de este Estado colonizado, reacio a compartir el escenario de la realidad con nada ni con nadie que no se le someta. En este punto, Bergoglio era un “competidor” y un incordio, espina clavada en las huestes oficialistas, incapaces de darse cuenta de que ni la propia Cristina Kirchner tuvo la valentía de avalar la despenalización del aborto.

Bergoglio es un obispo septuagenario que no simpatiza nada con rupturistas reclamos culturales de época formulados por diversos sectores. El problema es que, siendo adversario ideológico de esas reivindicaciones que el dogma por él profesado no admite, es igualmente un pastor sensible y, sobre todo, muy enérgico en el combate a la pobreza, la desigualdad y los crímenes sociales más perversos, como la trata de personas y el tráfico de drogas.

Convertir a Bergoglio en “cómplice” de la dictadura que se instaló en el país hace treinta y siete años es la confesión de un cinismo político todo terreno. Así procede la misma prole airada que acepta sin vacilar el currículum neoliberal de Amado Boudou, cuya (¿ex?) novia, la aguerrida militante revolucionaria Agustina Kämpfer, tuiteó que el papa Francisco era un argentino “al mando de una institución que encubrió y encubre el abuso sexual de curas a miles de niños en todo el mundo. Y bueno”.

Los crímenes cometidos por sacerdotes católicos en todo el mundo son horribles e inaceptables. Imputar por ellos a toda la Iglesia como institución es una escandalosa manipulación de aliento pequeño. En todo caso, debe decirse que si Bergoglio no hubiese sido decisivo en el fuerte compromiso para con sus curas villeros en las barriadas más castigadas por la indemne pobreza argentina, el tratamiento oficial hubiese sido mucho más benévolo con él. La hostia a Videla nunca existió, pero igualmente un cura da la comunión a quien lo pida y no tiene autoridad para negársela a nadie. Hasta los judíos lo sabemos.

El despecho motoriza la gélida y taciturna impotencia oficial. Podrá discutirse largamente sobre celibato, anticoncepción, casamiento homosexual y aborto, pero en las fauces del Gobierno estos argumentos “progresistas” son especiosos y oblicuos, esencialmente hipócritas. No es eso lo que molesta en la Casa Rosada. El despecho proviene de dos cuestiones determinantes. La más importante es que, tras diez años de soliviantar artificialmente las confrontaciones, al punto de haber convertido “la pelea” en una religión, se les aparece un vecino de Flores e hincha de San Lorenzo que predica el acuerdo y descarta la descalificación. No vivía en El Calafate ni en Puerto Madero, tampoco se movilizaba en helicóptero, sino que viajaba en subte y colectivo; Satanás hecho Papa. A este cura tradicionalista y prudente lo angustia la pobreza y su vida respira austeridad. Corta la figura de un perfecto destituyente. Por eso el despecho oficial, emoción tóxica que tal vez preanuncie el advenimiento de otra época en la Argentina.

© Escrito por Pepe Eliaschev el domingo 17/03/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



domingo, 16 de septiembre de 2012

Minorías… De Alguna Manera...


Minorías…

Eclécticos. El jueves en Plaza de Mayo la protesta tuvo distintos móviles y un catalizador: el "profundo desagrado" con el Gobierno, sin exculpar a la oposición.

Una interpretación es que aquí no pasó nada electoralmente relevante porque quienes se manifestaron fueron los mismos que nunca votaron ni votarán por el kirchnerismo. Pero aun aceptando que el voto de esta minoría nunca fuera para el Gobierno, sería un error para el kirchnerismo minimizar el efecto electoral que tienen las imágenes de quienes se movilizaron, sobre todo en aquellos que no fueron a protestar.

El peronismo ha sido históricamente experto en aprovechar el valor contagio-legitimación-amedrentamiento que produce la movilización de una minoría sobre el resto. Siempre se manifiestan minorías; si ellas representan a la mayoría o no, sólo se confirma en las urnas.

Además, las mayorías siempre comienzan siendo minorías, y aunque continuaran siendo minorías, lo que falta en la política argentina es el contrapeso entre mayoría y minoría porque esta última carece de voz. Una minoría más combativa también sería un hecho político.

Aunque quienes protestaron la noche del jueves fueran exclusivamente de clase media hacia arriba, no se podría desconocer que las redes sociales y los celulares permiten la emergencia de un nuevo sujeto político que, aun siendo el mismo de siempre, al hacerse visible se hace otro. Salvando las muy gigantescas distancias, la bien mayoritaria clase obrera existía antes del 17 de octubre de 1945, pero al hacerse visible se convirtió en un actor político de otra relevancia.

La indignación es un combustible, pero sin una máquina política no llega a ninguna parte. Los Indignados de Europa y Estados Unidos fueron consumiéndose en su abstracción, mientras que en la Primavera Arabe la combinación de indignación más redes sociales pudo institucionalizarse por la existencia de organizaciones políticas que le dieron cauce a esa energía.

Creer que los medios de comunicación clásicos pueden ser originadores o receptores del mandato de la movilización es una simplificación: la protesta fue multicausal, y no salva a la oposición. En la tentación de creer lo primero caen los kirchneristas (“lo armó Magnetto”) y en lo segundo, algunos opositores.

Cómo sigue dependerá también de la respuesta del Gobierno. Si absorbe el golpe, hace correcciones y baja el tono, podrá lograr que las protestas vayan achicándose hasta diluirse. Pero si redobla la apuesta, aumenta la controversia y endurece la lengua, corre el riesgo de cosechar protestas cada vez más numerosas. Y todo lo que nace pacífico en su escalamiento puede dejar de serlo.

La palabra de época que no se integró al relato oficial es “autoconvocados”. Probablemente la más temida, porque escapa al control orgánico. Parcial o totalmente cierto, una autoconvocatoria llevó a De la Rúa a la renuncia. Y otra autoconvocatoria generó el conflicto del campo en 2008. El efecto depende de la intensidad y la persistencia de la protesta. Ya en junio hubo tres cacerolazos que perdieron fuerza.

El futuro es por naturaleza incognoscible. El pasado reciente muestra que ha ido aumentando un goce en Cristina por provocar exaltación en propios y ajenos. Respondió a esta protesta diciendo: “No me van a poner nerviosa”. Pero algo alterada debió estar el día que dijo que sólo había que temerle a Dios y un poco a ella, aumentando el encono de quienes no le tienen simpatía. Ojalá regrese de El Calafate más calmada.

El jueves se especuló con que militantes de La Cámpora impedirían el ingreso de manifestantes a Plaza de Mayo. Finalmente triunfó la cordura. Ojalá siga triunfando.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 14 de Septiembre de 2012.