V,
Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes.
La épica de la
proscripción y la persecución política, que hoy invoca Cristina Kirchner, al
peronismo siempre le sienta muy bien.
© Escrito por Nelson
Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
República de las/os Argentinas/os.
Alberto Fernández está políticamente terminado,
pero desde su penosa agonía sigue trabando como puede la gestión. Sabe que
Massa –por el momento– ha decidido estar más cerca de CFK y eso lo mortifica”.
Asegura un peronista que había comprado la ilusión de un gobierno moderado.
La lamentable sobreactuación
que el Presidente tuvo en el reportaje que les concedió a Marcelo Bonelli y
Edgardo Alfano generó la furia de la vicepresidenta y el núcleo duro del kirchnerismo. El rostro desencajado que tenía
la portavoz gubernamental, Gabriela Cerruti, a la salida de los estudios de TN
dio el indicio de que haber reflotado el caso Nisman para descalificar al fiscal Diego Luciani constituyó un grueso –y
repudiable– error político. Es bien sabido que, como lo ha determinado la
Justicia, el fiscal especial de la causa AMIA fue asesinado.
“Es un pelotudo
sin remedio. No solo porque trae al presente lo de Nisman que nos complica sino
porque, además, saca del centro de la escena la causa de Cristina”, señalaban
con indisimulada bronca varias voces del kirchnerismo duro.
Si no fuera por
el dramatismo de la compleja realidad argentina, bien podría decirse
–parafraseando a Jorge Luis Borges– que AF se ha transformado en una “criatura
risueña de una mitología casera”.
Los
interrogantes que las conductas del Presidente abren
sobre su personalidad son inquietantes. En la política argentina hay abundancia
de “panqueques” y mentirosos. AF es uno de ellos. Pero lo que estamos viendo no
es solo la práctica de la mentira sino algo más: el poco respeto a su dignidad.
Hace y dice cosas que lo degradan permanentemente. Lo de Nisman y Luciani es
una muestra. Los efectos de la enfermedad del poder son siempre
brutales.
Se acabaron las fichas
“Cristina sabe
lo que hace. Está convencida de que no merece estar en el banquillo para ser
parte del show de los fiscales. Los periodistas dejen de joder con lo del
indulto. Lo dicen para mortificarla. La única salida que ella espera es la
Justicia. Y la Justicia es la absolución. El indulto es para los culpables. Por
supuesto que está muy preocupada por Máximo. Pero nadie va a permitir semejante
atropello” –se limitan a decir desde el Instituto Patria.
Hay un primer
error a señalar en este intento permanente del kirchnerismo de
atribuir todos sus males al periodismo. Quien habló de la idea del indulto fue
el ex ministro de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni. Esto disgustó a CFK que
ordenó a sus secuaces detener cualquier intento de avanzar con esa idea.
Ahí apareció
entonces Oscar Parrilli para
hacer saber el pensamiento de su jefa. Se indulta a quien comete un delito.
La
vicepresidenta está convencida de ser un prócer. Ella forma parte ya de la
historia de la argentina. Pero eso no le alcanza: ella se considera a sí misma
como la fundadora de la Patria. Cree que sus dos gobiernos y el de su esposo
fueron los mejores de la historia. No solo lo cree sino que lo dice. La última
vez fue el martes pasado en su desordenada y larga defensa realizada el martes
pasado desde su despacho en el Senado.
Esa extensa
perorata dejó una conclusión muy categórica: sus argumentos defensivos son
débiles. En medio de esa maraña de cosas todo fue echarle la culpa a Macri. A
la confusión se le sumó el disparate de atribuirle al ex presidente la
propiedad de los millones de dólares que contenían los bolsos de José López.
La peligrosa
andanada intimidante contra el fiscal Luciani es
algo que los Kirchner viene haciendo desde siempre contra aquellos fiscales
que, cumpliendo con su deber, los investigaron ante causas de corrupción que
los incriminaban. En 1995 dejaron cesante al procurador de Santa Cruz, Eduardo
Sosa, quien investigaba la contratación por fuera del Estado de un estudio de
abogados para negociar el cobro de 600 millones de dólares que la Nación le
adeudaba a la provincia en concepto de regalías petroleras.
Una agonía premeditada
La remoción de
Sosa fue motorizada por la hoy vicepresidenta a través de la Legislatura
provincial, que creó dos cargos nuevos – el de agente fiscal y el de defensor
de pobres, ausentes e incapaces– y lo dejó cesante.
En diciembre de 2013, la
procuradora general de la Nación, Alejandra Gils Carbó, decidió iniciarle un
juicio político al fiscal federal José María Campagnoli –sin ninguna prueba que
indicara un mal desempeño del cargo de su parte– que estaba investigando a
Lázaro Báez.
El 18 de enero de 2015 el
cuerpo sin vida del fiscal Natalio Alberto Nisman fue hallado en su piso de Puerto Madero. Al día siguiente, el fiscal
especial para el caso AMIA, debía presentarse en el Congreso a ratificar
las graves denuncias que había hecho contra la entonces presidenta, Cristina
Fernández de Kirchner, por el memorándum de acuerdo entre la Argentina e Irán.
Como se ha dicho más arriba, la Justicia ha determinado que Nisman fue
asesinado.
Ahora, el que está en la mira
del kirchnerismo, es el fiscal federal Luciani. Contra él se viene aplicando la
misma metodología de la intimidación y la descalificación que ocurrió en los
casos precedentes. Eso incluye los carpetazos, que no solo abarcan al fiscal
sino que se extienden a los jueces.
El problema que tiene CFK no
es la carátula de la causa sino las evidencias. Son las evidencias las que la
incriminan más allá de la calificación del caso. Sobre si se podrá comprobar o
no la figura de la asociación ilícita hay una intensa discusión jurídica. De lo
que no hay dudas, en cambio, es sobre los actos de corrupción diligenciados por
los Kirchner.
La teoría de que la corrupción
en la obra pública de Santa Cruz fue culpa de funcionarios infieles de los que
nada sabía el matrimonio presidencial, no resiste el más mínimo análisis, ya
que los involucrados eran todas personas allegadas a ellos: Lázaro Báez,
Julio De Vido, José López.
La causa que
incrimina a CFK le ha permitido recuperar la épica de la proscripción y la
persecución política que al peronismo siempre le sienta muy bien. Por eso el
sueño del “17 de octubre de Cristina”. Hace 21 años, Carlos Menem hizo lo mismo
y, al igual que la vicepresidenta, buscó por medio de su banca en el Senado los
fueros para evitar la cárcel. Como se ve, en la política de la Argentina nada
nuevo hay bajo el sol.