Estandarte intolerante...
Heavy Metal II. Dibujo: Pablo Temes
Ante las protestas, más
de lo mismo. Otra vez, la incapacidad de reconocer errores y la concepción
absolutista del poder como una marca del kirchnerismo.
Los cacerolazos han puesto muy nervioso al
Gobierno. La dura respuesta dada a los manifestantes por el jefe de Gabinete,
Juan Manuel Abal Medina, reflejó el nivel de perturbación que la presencia en
las calles de miles de personas les ha producido a la Presidenta y a su
entorno, a los que envuelve un nivel de fanatismo que parece no tener límites.
Repasemos algunas de las frases que se dijeron desde el oficialismo y sus
afines: “Era toda gente bien vestida” –¿acaso no hay gente bien vestida entre
quienes apoyan al Gobierno?–; “esa gente sólo piensa en Miami” –¿acaso no hay
gente que viaja a Miami y a otros lugares del mundo entre quienes apoyan al
Gobierno?–; “era gente de clase media alta” –¿acaso no hay gente de clase media
alta entre quienes apoyan al Gobierno?–; “en Belgrano, Barrio Norte y Recoleta
mucho no la votaron a la Presidenta” –¿acaso alguien olvidó que en esos barrios
Cristina Fernández de Kirchner hizo una muy buena elección y fue sólo superada
por el Frente Amplio Progresista y que, además, hizo una elección aun mejor en
Puerto Madero?–.
Todas estas frases conllevan una
indiscutible decisión de descalificar a la heterogénea población que, de a
miles, expresó sus reclamos no sólo al Gobierno sino también a los opositores,
a los que sienten en deuda por no encontrar en esa dirigencia la capacidad de
constituir una oposición dispuesta a dar vida a un proyecto que genere la
expectativa de una alternativa política viable y con posibilidad de gestión.
Desde ese punto de vista, lo del jueves se
pareció mucho a aquellos otros cacerolazos de 2001-2002 movidos por una
monumental hecatombe económica y una fenomenal crisis política. Hoy la economía
está lejísimos de esa situación, lo cual torna aun más evidentes los groseros
errores que significan las medidas implementadas, lo que ha terminado de
generar una crisis a través de la que el oficialismo viene desplegando su
impericia. He ahí uno de los problemas clave de esta gestión: la incapacidad de
reconocer errores. El antecedente más inmediato de ello es la 125.
La reacción del Gobierno frente a la marcha
del jueves desnuda su concepción absolutista del poder, algo profundamente
antidemocrático. La no aceptación del pensamiento diferente es, sin duda, el
mal mayor que domina a Fernández de Kirchner y su círculo áulico. Hay una
aureola de infalibilidad que se trasunta en toda su gestión. No hay lugar para
las voces críticas en ese universo donde la soberbia y la omnipotencia reinan.
Por eso es que muchos funcionarios, genuinamente consubstanciados con los postulados
del Gobierno, quisieran dejar sus cargos al verse sobrepasados por esa impronta
a la que acompaña una buena dosis de fanatismo. “Con la Presidenta no se habla;
a la Presidenta se la escucha”, es una frase que circula por los pasillos del
poder.
En un Gobierno que ve conspiraciones por
todos lados –el último ejemplo es la desopilante fábula del espionaje sobre la
Presidenta de la policía de Santa Cruz–, ha reaparecido la idea de lo
destituyente. Quienes protestan representan el mal. Con una concepción así, no
hay diálogo posible. ¿Quién querría hablar con la encarnación del mal? Con una
concepción así, tampoco hay posibilidad de discutir propuestas. ¿Quién
aceptaría intercambiar ideas con los voceros del mal? Es claro, además, que con
esta concepción la lista de enemigos aumentará. En esa lista, además de toda la
oposición, se encuentran muchos ex oficialistas (Alberto Fernández, Esteban
Righi, Roberto Lavagna, Hugo Moyano) y otros que aún están dentro del espacio
como Daniel Scioli, contra quien hay enojo por su pecado mortal de expresar su
respeto por los que participaron de la marcha. ¿Seguirá Scioli pensando que lo
peor para él ya pasó, tal como señaló antes del jueves a sus funcionarios? La
última incorporación que la Presidenta ha hecho a su nómina de enemigos es la
del gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta.
Como no podía ser de otra manera, y a modo
de descalificación de la marcha, el Gobierno no pudo privarse de echarle la
culpa a Clarín y a TN por el éxito de la manifestación. La verdad es que el
gran protagonismo comunicacional de esta marcha lo tuvieron las redes sociales.
La Presidenta, su entorno y muchos de los que la apoyan creen que si el 7 de
diciembre logran destruir TN, nada de lo que sucedió el jueves volverá a
ocurrir. Es un grueso error. Hoy las redes sociales e internet representan
alternativas de un creciente peso político. El minuto a minuto de los canales
que responden al oficialismo mostró que sus audiencias bajaron durante el
tiempo en que pretendieron minimizar la marcha. El pico de audiencia del
programa de Marcelo Tinelli no se produjo durante algunas de las habituales
peleas llenas de mal gusto entre sus panelistas, sino en el momento en que
Marcelo se dedicó a hablar de la marcha.
Habitual en el kirchnerismo, la Presidenta
ha dado la orden de redoblar la apuesta. Por eso la contramarcha que ha
comenzado a organizar La Cámpora. Algunos protestaron por el cepo al dólar,
pero muchos lo hicieron por la inseguridad, la inflación y por su rechazo a
vivir bajo el imperio del miedo. Con una simpleza de pensamiento que no
sorprende, en el Gobierno piensan que con el correr del tiempo y la falta de
liderazgo político la marcha del jueves se irá diluyendo. En la Babel de Olivos
no han comprendido que la protesta ha puesto a los opositores a la búsqueda de
construir oposición como medio de representación para ese sector de la sociedad
de la que forman parte muchos que votaron por Fernández de Kirchner.
Para el Gobierno sólo valen las marchas de
sus partidarios. Todas las demás son manifestaciones antipopulares y
antidemocráticas. Cristina ha hecho de la intolerancia un estandarte que ha
inculcado fuertemente en su albacea político, La Cámpora. La oposición debe
esmerarse en no caer en actitudes similares y, por lo tanto, igualmente reprochables.
Qué aporte al desarrollo de una sociedad plural y tolerante y cuán beneficioso
sería para su gobierno y el país que la Presidenta pusiera en práctica la
famosa frase de Winston Churchill que dice: “La democracia es la necesidad de
inclinarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.
© Escrito por Nelson Castro y publicado por
el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 16 de
Septiembre de 2012.
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