domingo, 6 de octubre de 2013

Señora Presidenta... De Alguna Manera...

Señora Presidenta...

 

 


Punto por punto, una réplica respetuosa a los dichos presidenciales respecto del columnista de Perfil. Debo comenzar por agradecerle a la Presidenta el inusual protagonismo que me otorgó durante la entrevista que le realizó Jorge Rial. Desde entonces, no he parado de atender llamados de medios de todas partes interesados en hablar del tema. A todos ellos también les extiendo mi gratitud.

Desde que vengo utilizando el recurso de dirigirme a Cristina Fernández de Kirchner como si ella me estuviera mirando, mucha gente me ha preguntado: “¿Usted cree realmente que lo mira?”. Mi respuesta, basada en los testimonios de los poquísimos funcionarios que en estricto off the record se animan a hablar, ha sido, invariablemente, que la Presidenta no mira mi programa pero que hay quienes le cuentan. Eso mismo fue lo que la jefa de Estado respondió: “Yo no lo miro, pero me dijeron que él le habla a la cámara como si me hablara a mí”, fue la expresión que usó al ser interrogada sobre su parecer acerca de mis comentarios sobre sus problemas de salud y mi diagnóstico del síndrome de Hubris, al que me referiré un poco más adelante, que tanto revuelo causó y sigue causando. Agradezco, pues, a esos funcionarios arriesgados la calidad de la información brindada acerca de este y otros asuntos concernientes al cerrado universo del cenáculo presidencial.

Otro de los tópicos sobre los que se interrogó a la Presidenta era su parecer acerca de esta conducta mía de haber hecho un diagnóstico a distancia del síndrome de Hubris. Visto el interés que el tema del diagnóstico a distancia ha despertado, no sólo durante la entrevista sino también en otros ámbitos, incluso médicos, es preciso señalar que esta metodología –la del diagnóstico a distancia– es uno de los recursos más relevantes utilizados en la medicina en los últimos tiempos, que se ha hecho posible gracias a la tecnología, lo que ha dado lugar a una verdadera disciplina como es la telemedicina. Así, entonces, a través de lo que permite la transmisión de datos, imágenes y sonido, un médico en su consultorio del Hospital Universitario de Nueva York puede tener como paciente a una persona que está en Buenos Aires. Esto ha posibilitado acercar a enfermos de distintas y distantes procedencias a los profesionales de los centros médicos de excelencia de diferentes lugares. Una de las especialidades más beneficiadas con estos métodos es la psiquiatría, ya que allí lo único que se necesita es el medio a través del cual el médico y el paciente puedan estar en contacto directo. Así, entonces, por medio del sistema Skype o de una teleconferencia, el profesional accede a la información necesaria a partir de la cual no sólo puede diagnosticar sino también medicar. En algunos casos extremos, el diagnóstico a distancia salva vidas.

Fue a propósito de esa pregunta que la Presidenta se extendió sobre el tema de la salud de Néstor Kirchner. Allí apareció, una vez más, la actitud de la jefa de Estado de contar la historia en forma parcial –lo que ocurrió también en otros segmentos de la entrevista– a fin de acomodarla a su relato tan cercano, en muchos casos, a una novela. Habló entonces Fernández de Kirchner de alguien que se había dedicado a diagnosticarle a su esposo un cáncer de colon que nunca tuvo. Sin embargo, hubo un episodio relacionado con esto que preocupó al ex presidente. Ella no lo contó, pero la verdad es que en una ocasión su esposo tuvo una proctorragia: una pérdida de sangre que se exterioriza por la vía anorrectal, una de cuyas causas es el cáncer de colon. Por lo tanto, desesperado como todo hombre del poder por la posibilidad de que eso trascendiera y lo dañara políticamente, Kirchner aprovechó uno de los viajes de su esposa a Nueva York para desplazarse hasta Washington y someterse a una videocolonoscopia, estudio que no mostró presencia de lesiones cancerosas.

En el caso de Kirchner, me tocó advertirle públicamente que, de seguir con el ritmo desordenado y estresante al que lo obligaba la candidatura presidencial a la que aspiraba, su vida estaba en serio riesgo. Ese fue un pronóstico exacto hecho a distancia que lamentablemente el ex presidente no escuchó, y que partió de un diagnóstico a distancia basado en información certera. Kirchner padecía una enfermedad polivascular o panarterial, así llamada porque afecta diferentes arterias de los distintos órganos del cuerpo humano (cerebro, corazón, riñones, etc.).

Como consecuencia de ello, como se recordará, el paciente padeció una suboclusión de la arteria carótida primitiva del lado derecho en febrero de 2010 y una oclusión de la arteria coronaria descendente anterior en septiembre de ese mismo año. Estos episodios agudos constituyeron emergencias médicas que obligaron a tratamientos inmediatos. En el caso de la suboclusión carotídea, a una endarterectomía, y en el caso de la coronaria, a una angioplastia con colocación de un stent. Además, en la tomografía computada de cerebro que se le realizó a propósito del cuadro carotídeo, se le detectó un pequeño infarto en el hemisferio cerebral derecho.

Cuando los enfermos que padecen una afección polivascular presentan dos episodios agudos oclusivos o suboclusivos en distintos territorios vasculares en un período no mayor de siete meses, el riesgo de muerte aumenta entre 37% y 40%. El caso de Kirchner cayó dentro de esta estadística.

Aquel pronóstico mío, realizado en la emisión de El juego limpio del 16 de septiembre de 2010, despertó la furia del Gobierno, por lo que desde sus usinas mediáticas se descargó contra mí una artillería de vilipendios que no me sorprendieron ni me inquietaron. Uno de ellos se llevó adelante en 6,7,8 y se tituló “El papelón de Nelson Castro”. Allí se reproducía mi comentario de advertencia y a continuación se pegaba un testimonio del ex presidente diciendo lo bien que se sentía. Eso fue así hasta el 27 de octubre, día en el que el fallecimiento de Kirchner demostró, lamentablemente, la certeza de mi pronóstico.

Sé que a la Presidenta le disgusta profundamente que hable de su salud. No me sorprende: es lo que le ha pasado y le pasa a la mayoría de los hombres y las mujeres del poder. Esta actitud de Fernández de Kirchner lleva a practicar un secretismo inconducente. Hoy es imposible pensar que los problemas de salud de un presidente pueden mantenerse ocultos a la opinión pública. Los procedimientos médicos hacen que sea mucha la gente que entra en contacto con el paciente, lo que transforma la confidencialidad en un imposible. Cuando el doctor José Rafael Marquina, oncólogo venezolano radicado en Miami, pronosticó que, tras habérsele diagnosticado un cáncer –un rabdomiosarcoma del psoasilíaco–, Hugo Chávez no viviría más de dos años, hizo un pronóstico exacto basado en un diagnóstico a distancia.

También él sufrió todo tipo de descalificaciones hasta que la realidad, tristemente, le dio la razón.

Como consecuencia de este secretismo, la Unidad Médica Presidencial –el día que este gobierno haya cumplido su mandato serán varios los médicos que hablarán y contarán la verdadera historia de lo que allí se vive– informa de modo desprolijo e incompleto, con lo cual mucho de lo que comunica es dudoso. Un último ejemplo: cuando la Presidenta se internó en el Sanatorio Otamendi el último fin de semana de agosto, se informó que lo hizo a fin de proceder al control del tratamiento de sustitución de la hormona tiroidea y a un chequeo ginecológico. Lo que no informó fue que, además, se le realizó también una videocolonoscopia. Nadie se inquiete: el estudio no detectó anomalías.

El síndrome de Hubris es una enfermedad del poder –y no sólo del poder político– mantenido por un período de varios años en los que el líder casi no ha tenido límites. Este es el núcleo de la discusión que he querido plantear al señalar los síntomas del síndrome que exhibe la Presidenta. Lo que hay que remarcar es que casi todos los síntomas tienen que ver con las conductas públicas del líder o se manifiestan a través de ellas. Por lo tanto, son esas conductas, que están a la vista de todos, las que llevan al diagnóstico. Repaso algunas: pérdida de contacto con la realidad y progresivo aislamiento; inquietud, impulsividad y desasosiego; excesiva confianza en el juicio propio y desprecio por las críticas y los consejos de los otros.

Lo que ha ocurrido después de haber hecho este diagnóstico tampoco me ha sorprendido. Fue similar a lo que sucedió con mi pronóstico sobre la enfermedad de Kirchner. Hubo críticas –siempre bienvenidas– y furia expresada a través de descalificaciones, ofensas, insultos y un largo etcétera de agravios. Incluso, hubo quienes amenazaron con llevar adelante un juicio ético en mi contra con la finalidad de cancelar mi matrícula médica. Lo que casi nadie hizo fue interesarse por discutir el síndrome de Hubris, al que muchos reconocieron desconocer.

En el medio de todo este fárrago, es importante que nadie desespere, ya que hay una buena noticia –que ya consigné en otra columna– para bien de la Presidenta y tranquilidad de sus acólitos: el síndrome de Hubris tiene cura. Ello ocurre a partir del momento en que la persona se aleja del poder. Es lo que le sucederá a Cristina Fernández de Kirchner el 11 de diciembre de 2015, cuando haya cumplido su mandato.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 06/10/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


 

sábado, 5 de octubre de 2013

¿Qué nos hiciste Turco?... De Alguna Manera...


Sepan disculpar…


Sepan disculpar que en esta ocasión no vaya a hablarles de equipos memorables, ni de personajes históricos. Sepan entender que en esta semana no haya tenido la inspiración suficiente para contarles alguna historia de amor, ni describir por ahí tediosamente, los empedrados de Parque Patricios.




Sé que muchos estarán esperando palabras contundentes, descalificaciones categóricas, o juicios condenantes. Que, probablemente, no vaya a tener una gran cantidad de adeptos en la columna de la fecha, y me gane la antipatía de otros cuantos. También sé que sería más fácil escribir demagógicamente, subirme al tren de los cobardes que salen de entre las sombras para rematar al finado cuando ya está en el suelo. Pero no,  no es mi estilo.

Sepan disculpar que a lo largo de esta columna no vaya a usar palabras como “ladrón”, “traidor”, o “mercenario”. Sabrán perdonarme que pueda resistir un archivo y que sea coherente y consecuente con lo pregonado a lo largo de este tiempo (casi un año) en el que los aburro con mis previas. Espero que comprendan mi estúpido idealismo de creer en las formas más allá del fondo, de que los resultados son importantes, pero no a cualquier costo, de disfrutar el camino más allá del mero jolgorio por llegar a la meta.

Entiendo que estas líneas están bañadas de un carácter netamente antipopular, que serán juzgadas y criticadas,  pero no puedo dejar de escribirlas. Es que todavía no caigo de mi asombro. Termino por pensar que soy yo el que está mal, que no es el mundo el que gira al revés, sino que yo voy a contracorriente. ¿Acaso no había un contrato por 3 años? ¿Acaso no hubo miles y miles que festejamos la llegada del Turco? ¿Acaso no sabíamos que el camino iba a ser largo y lleno de bifurcaciones? Y toda esa euforia, todo ese optimismo, toda esa alegría nos duró…¿cuánto? ¿2 meses? ¿Qué te está pasando Huracán?

Si todos los Quemeros sabemos que Menotti llegó en el 71 para recién salir campeón en el 73…¿por qué no podemos bancar a nuestro último gran ídolo más de 2 meses? Ah, y sepan disculpar los opinólogos y puteadores que haya nombrado al Turco como el último gran ídolo…¿ahora van a decir que es Cuervo también?

Sepan disculpar que mi enojo no puede ser contra una persona que quiso hacer a un costado su ascendente carrera para volver al club de sus amores, que más que bronca lo que corre por mis venas es la desilusión de haber creído que era él quien nos iba a ayudar a volver al lugar que nunca debimos abandonar.

Sepan comprender, estimados lectores, que no quiera que vuelva Angelito Cappa a Huracán. ¿Para qué va a venir, Ángel? Si a los pocos partidos ya le van a dar el raje, ya se van a olvidar todo lo que nos dio, y le van a gritar “renunciá, fracasado”. No maestro, no vuelva todavía, que tenemos mucho por crecer como sociedad. No vuelva hasta que no sepamos comprender el significado de “largo plazo”, de “proceso”, o de “proyecto”. Quédese allá, aunque mucho me pese, pero no ponga en juego su honor ni su memoria, que aún somos varios los que lo estimamos, pero no dudo que una gran parte cambie de vereda sin vacilar.

 Sabrá disculpar, por último, el gran Pep que haga suyas sus palabras “el fútbol es lo más importante, de lo menos importante”.

© Escrito por Juan Rey el sábado 05/10/2013 y publicado por http://revolucionquemera.blogspot.com.ar/ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 



El periodismo desde la recuperación democrática... De Alguna Manera...


Una profesión indispensable para una sociedad democrática...


Carlos Ares reflexiona sobre el rol del periodismo desde la recuperación democrática. Desde los primeros resquicios, abiertos en plena dictadura por la revista Humor, pasando por el valor de publicaciones como el Buenos Aires Herald de Robert Cox hasta la irrupción del tema de la corrupción, de la mano de Página/12. El crimen de Cabezas, el recuerdo de los más de cien periodistas desaparecidos y la actualidad de la “militancia periodística”.

Prólogo necesario. Treinta años de periodismo suponen unos 16 millones de minutos, de noticias, de títulos, nombres, fotografías, programas de radio o de TV, portales, análisis y comentarios confeccionados y retransmitidos por miles de profesionales. Revisarlos en un texto breve impone una selección brutal, casi salvaje. Pero, aún así, el sobrevuelo resulta útil. Revisar es recordar, recordar es traer al presente las miradas sobre nosotros, sobre lo que pasó, sobre lo que hicimos, todos.

‘Humor’, fin y principio

El ciclo de la dictadura militar que se inició en 1976 se da formalmente por concluido el domingo 30 de octubre de 1983, día de las elecciones que consagraron a Raúl Alfonsín como presidente de la Nación.

Los historiadores advierten que, en realidad, el fin de la dictadura comenzó a gestarse en junio de 1982, cuando la derrota en la guerra de las islas Malvinas acabó con el último y desesperado intento de los militares para mantenerse en el poder.

Pero desde el periodismo podría también situarse ese final en la entonces imperceptible raja, luego grieta, más tarde fisura y por último en el inmenso boquete que abrió en la represa de la censura militar la revista Humor en 1978, antes de que se disputara el Mundial de Fútbol.

Mensual al comienzo, quincenal después, en el número ocho de la revista ya estaba en la tapa, dibujado ante el tiburón insaciable de la inflación, el ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz.

Y en el número 15 se atrevieron con la caricatura de Videla.

La revista fue obligada en principio a una “exhibición limitada”, luego prohibieron una edición, pero ya no podían con ella ni con la creciente demanda y, en adelante, ya no podrían con nada.

En ese contexto, en el de los años previos a la recuperación democrática, junto a Andrés Cascioli, Tomás Sanz y toda la tira de dibujantes y redactores de Humor, debe también releerse a la inolvidable María Elena Walsh y su estremecedor País jardín de infantes, artículo escrito en 1979 para la sección Opinión del diario Clarín.

También es un deber rendir tributo al coraje de Robert Cox, el director del Buenos Aires Herald, a quienes las Madres de Plaza de Mayo dedicaron años después una solicitada pagada por ellas mismas con el título: A Roberto Cox, el periodista digno, el hombre íntegro.

El filo de Humor, que se presentaba como “la revista que supera apenas la mediocridad general”, cortaba el silencio mortal, desintegraba el autoritarismo, la soberbia y la locura militar, disolvía su poder, los desnudaba de uniformes y máscaras y los revelaba ladrones e inútiles.

El efecto del humor fue siempre demoledor para todo tipo de poder que se inviste absoluto e impune.

Ahora mismo, aunque en una escala mucho menor de riesgo, el sarcasmo de las columnas que escribe cada domingo Alejandro Borensztein en Clarín y las ironías con que se responde a los dichos del poder en el programa Periodismo para todos de Jorge Lanata son, en lo inmediato, políticamente más devastadoras que las denuncias documentadas de corrupción o mala gestión, causas siempre demoradas en procesos judiciales interminables.

La imagen de la represa que se resquebraja y se parte, es quizá la más indicada para representar simbólicamente lo que ocurrió.

La sociedad tenía sed de saber todo lo que encubrió la dictadura y que pasaba en el día a día.

Había que sacudirse el gris, el cuerpo, la lengua y, casi, aprender de nuevo el oficio.

La censura militar que reprimía el flujo y dejaba gotear sólo su versión de los hechos se pudrió en su propio embalse.

Hasta el final de la década del 80, el periodismo se desbordó en publicaciones, programas de radio y televisión.

En esos programas había de todo: cómplices de la dictadura, militantes de los partidos políticos en recuperación y profesionales que habían sobrevivido en la clandestinidad o que regresaban del exilio.

Medios y política

En el río revuelto se formaban sociedades como la que reunió a la feudal familia Saadi de Catamarca con ex Montoneros para sostener el diario La Voz, de la llamada “izquierda” peronista. A su vez, ex jefes de la organización guerrillera ERP, aportaban fondos acumulados en robos o secuestros extorsivos para bancar la salida y los pasivos económicos iniciales del diario Página/12, nacido entonces para “contrainformar” y revelar lo que el poder quería ocultar y subsidiado ahora con fondos públicos. El Partido Comunista edita Sur y fracasa. La Junta Coordinadora del radicalismo, que lideraba Enrique “Coti” Nosiglia, intenta también tener su propio diario para apoyar al gobierno de Raúl Alfonsín, electo en octubre de 1983, y desarrolló, con publicidad oficial y fondos públicos, la última etapa de Tiempo Argentino. Poco antes, en febrero de 1982, el llamado “desarrollismo” rompía su histórica alianza política y financiera con Clarín y sus representantes, entre ellos, Rogelio y Octavio Frigerio, Oscar Camilión y Antonio Salonia, años más tarde aliados al peronismo como ministros del gobierno de Carlos Menem. Clarín quedó entonces en manos de la viuda de Roberto Noble, su fundador, y de un gerente y militante que había llegado con el desarrollismo, Héctor Magnetto.

Las nuevas tecnologías y la televisión abierta, el llamado “destape” que se produjo durante los primeros años de la recuperada democracia, renovó los textos, los diseños, el lenguaje, se instalaba un “nuevo periodismo” y la libertad se expresaba en los escaparates de los quioscos, donde se exponían y vendían a la vez, en cantidades que hoy resultan increíbles, revistas culturales como Crisis y de contenidos esotéricos, sexuales y diversos como Libre, de actualidad como Gente, Siete Días, PERFIL y políticas como Somos, nacida en los 70 para apoyar a la dictadura.

Dante Caputo, canciller del gobierno de Raúl Alfonsín, financió también un semanario político, El Expreso, con el que esperaba apoyar su postulación como candidato a presidente, pero el proyecto fracasó a los pocos meses. A la vez, Bernardo Neustadt, otro apologista de la dictadura, seguía editando Extra y Jacobo Timerman, que había sido secuestrado y torturado, se hizo cargo de La Razón, tradicional vocero del Ejército, a pedido del gobierno radical.

Al amparo del prestigio social creciente que tenía el periodismo, los conversos se escondían en las redacciones. Informantes, cómplices y ex servicios de inteligencia de los militares y de los Montoneros o del ERP resurgían como “periodistas” y comenzaban ya a reescribir el pasado para instalar un “relato”. El vértigo de aquellos años impedía hacerse las preguntas básicas: ¿qué hiciste, dónde estabas? Se trataba de sumar todas las fuerzas a la investigación de la barbarie militar.

Las crónicas del juicio a las juntas de comandantes de la dictadura fueron trabajos urgentes y ejemplares. Una revista, cada semana, El Periodista de Buenos Aires, financiada por Andrés Cascioli con los beneficios de Humor, y el Diario del Juicio, publicado por la editorial Perfil, son sólo dos de las cumbres éticas alcanzadas por el periodismo en estos treinta años. Durante la dictadura, Perfil sufrió el secuestro de su director editorial, Jorge Fontevecchia, y ocho clausuras de sus productos. En la radio se destacaba Magdalena Ruiz Guiñazú, que había sido integrante de la Conadep.

Los más experimentados profesionales eran requeridos por los más jóvenes, sin importar la procedencia o las ideas políticas. Se formaron parejas emblemáticas. Mónica Gutiérrez era la cara más “alfonsinista” junto al “peronista” Carlos Campolongo en el noticiero central de la TV pública. Jorge Lanata convocó a Horacio Verbitsky, servicio de inteligencia de Montoneros, y al escritor Osvaldo Soriano, para ser columnistas en Página/12. El diario Crónica, dirigido por el mítico Héctor Ricardo García, vendía, con sus tres ediciones diarias, más ejemplares que Clarín. La Nación desplazaba a La Prensa entre los sectores de clase media y alta.

Menem, pizza y champagne

Los alzamientos “carapintadas” de la Semana Santa de 1987, el fracaso del Plan Austral, la hiperinflación y la llamada “renovación” del peronismo, en la que Carlos Menem se impuso a Antonio Cafiero, provocaron el final anticipado del gobierno de Raúl Alfonsín. El periodismo derramado comenzaba a ser negociado. Salían nuevos medios, pero la crisis económica golpeaba a la mayoría. Entre 1987 y 1991 cerró la cuarta parte de las fuentes de trabajo. La investigación del asesinato de la adolescente María Soledad Morales en Catamarca,  que convocó durante meses a los diarios y la televisión hasta el juicio y la condena de los responsables, le dio a los empresarios periodísticos la verdadera dimensión de su influencia. Tenían poder y comenzaron a ejercerlo.

A fines de 1989, Menem elimina el inciso “f” del artículo 45 de la Ley de Radiodifusión que impedía a los dueños de los medios gráficos participar de la propiedad de radios o canales de televisión y desencadena, seguramente sin prever las consecuencias, la formación de “grupos”, de “corpos”, de “holdings” en todo el país. Clarín legitima así la propiedad de radio Mitre y se queda con Canal 13. En el reparto, entre otros, la familia Vigil, dueños de editorial Atlántida, editora de la revista Gente, con el canal 11, ahora en manos de la española Telefónica.

Las sucesivas crisis económicas o financieras, los cambios tecnológicos que ampliaron la red de medios a cables, satélites y sitios virtuales, además de los pactos o acuerdos políticos de turno, determinaron luego pases de manos y de acciones en el control de los canales y emisoras de radio, hasta que a fines de 2007 otro presidente peronista, Néstor Kirchner, aprobó la fusión de Multicanal y Cablevisión y consolidó el monopolio de Clarín, el mayor grupo privado de medios del país.

El periodismo líquido, turbio de dictadura, que se fue aclarando en la transición democrática, se cristalizó en los noventa y se convirtió en el espejo de la sociedad. La política de venta de las empresas del Estado estimuló los negocios y las ambiciones, crecieron en calidad e información los diarios económicos, liderados por Ambito Financiero. El gobierno de Carlos Menem –reelecto en 1995– es, desde el comienzo y durante los dos períodos de su gestión, sospechado, acusado y denunciado por más de 200 hechos de corrupción. El diario Página/12 inaugura, en 1991, la serie con las “coimas” que le piden a la empresa Swift-Armour para aprobar sus proyectos de inversión. En revistas, es Noticias, un semanario de política y actualidad, la publicación que contribuye a revelar la descomposición del sistema. Mucho más modesta, en recursos y en lectores, La Maga, criticó también duramente, desde 1992,  la cultura de “pizza y champán” del menemismo.

Menem confiaba en un pacto, no escrito, según el cual facilitaba a los grandes medios la formación de grupos concentrados a cambio de apoyo a su gobierno. Pero ese supuesto “acuerdo” no alcanzó a las publicaciones más independientes o partidarias. Por su parte, muchos periodistas encuentran en los libros de investigación sus propias fuentes de trabajo, sin intermediarios. Los lectores, ávidos, insatisfechos, demandan la información en contexto y las relaciones empresarias y políticas

La tradición retomada por Rodolfo Walsh en los años sesenta, con Operación masacre y Quién mató a Rosendo, entre otros títulos memorables, recobra fuerza en los años noventa. El crecimiento del género es imparable. Una frase adjudicada al diputado peronista-menemista, José Luis Manzano, “robo para la corona”, dio el título a un libro de Horacio Verbitsky que alcanzó un registro histórico de ventas. La avalancha de libros de ensayo y de investigación firmados por periodistas abarcó a todas las actividades y personajes, desde las “biografías”, autorizadas o no, de artistas populares, hasta los ensayos y análisis sobre acontecimientos que aún estaban bajo investigación, como los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, el contrabando de armas, los saqueos, la caída del gobierno de la Alianza y la crisis terminal del año 2001.

De la “ley mordaza” a la Ley de Medios

El periodismo comienza a verse también en el espejo de la corrupción de los años noventa y en la primera década del nuevo siglo. La expansión de los grupos multimedia en negocios que no tienen que ver con el periodismo, limita la independencia de sus profesionales o los hace participar en las llamadas “operaciones”, a veces sin que ni siquiera se enteren. Por su parte, la necesidad de mejorar su imagen ante el público y de relacionarse en buenos términos con los medios, lleva a las empresas a crear sus propios departamentos de prensa y a contratar agencias “consultoras”.

Los derechos del periodista raso se reducen. Los medios marginales, en ventas de ejemplares o en audiencia, se ven sometidos por las urgencias económicas. El poder político no soporta las críticas ni la investigación. En 1995, cuando es reelecto, Menem declara: “derroté a la oposición y a la prensa”. Trece años más tarde, otro presidente peronista, Néstor Kirchner, le iniciaba la guerra a una supuesta “corpo” de medios opositores liderada por Clarín, con los que había pactado hasta entonces.

En 1995, Rodolfo Barra, ministro de Justicia de Menem, preparó un proyecto de “ley mordaza” para castigar los supuestos “excesos” de la prensa. En 2008, Kirchner encubrió su ataque al grupo Clarín en un proyecto de Ley de medios que debía promover la “pluralidad de voces”, pero terminó en demandas por inconstitucionalidad ante la Corte Suprema de Justicia.

Los periodistas buscaron refugio en las empresas que seguían produciendo periodismo. La reaparición del periódico Perfil resultó un oasis ante lo que parecía convertirse de nuevo en un desierto, esta vez de medios independientes. Desde sus comienzos, la editorial Perfil soportó ataques, extorsiones políticas, judiciales y financieras, y también fracasos económicos. El asesinato de de uno de sus reporteros gráficos, José Luis Cabezas, fue el crimen que marcó la época.

Treinta años después, con el recuerdo de José Luis, sin olvidar los casi cien periodistas desaparecidos durante la dictadura, con otros tantos expulsados al exilio, con miles perseguidos, amenazados, obligados a mendigar pautas publicitarias oficiales para subsistir y pagar espacios de radio y televisión donde hacer escuchar sus voces, el oficio resiste y se ejerce hoy, dignamente, por todos los medios, los tradicionales y los nuevos.

En ellos, en los viejos y en los nuevos periodistas, perduran los valores de una profesión que sigue siendo indispensable para la construcción de una sociedad democrática. También, como se sabe, en los últimos años han aparecido “grupos” de medios que financian mercenarios y militantes con fondos públicos. Pero, para ellos no hay ni habrá memoria, sólo pena y olvido.

© Escrito por Carlos Ares (*) el domingo 29/09/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

(*) Fundó y dirige las escuelas de periodismo TEA y TEA Imagen. Trabajó en El Gráfico, Goles y Humor. En 1981 comenzó a colaborar en Madrid con el diario El País, del que luego fue corresponsal en Buenos Aires durante 23 años. Jefe de sección de El Periodista de Buenos Aires en 1984 y prosecretario general del diario La Razón en 1985. Creó y dirigió las revistas La Maga entre 1991 y 1997 y La García en 1999. Condujo por Canal 7 entre 2000 y 2002 el programa Troesma, nominado al Martín Fierro como “mejor programa cultural”. Actualmente coordina el sistema de medios públicos de la Ciudad de Buenos Aires y conduce el programa La clase en el canal de la Ciudad.

viernes, 4 de octubre de 2013

Julio López, historia de un desaparición en democracia... De Alguna Manera...

Julio López, historia de un desaparición en democracia...


 

 

Una producción de Perfil.com, a siete años de la desaparición del testigo que declaró contra el represor Miguel Etchecolatz. 

 



Perfil.com reconstruye la historia de Jorge Julio López, el testigo desaparecido hace siete años en su casa de Los Hornos, después de declarar contra el ex jefe de la Policía Bonaerense, el represor Miguel Etchecolatz, en el primer juicio por crímenes de lesa humanidad tras la anulación de las leyes de la impunidad.

El documental incluye los testimonios de Rubén López, hijo del testigo; Miguel Graziano, autor de la primera biografía publicada recientemente sobre López y Carlos Rozanski, juez del Tribunal Oral Federal 1 de La Plata que  juzgó a Etchecolatz y al capellán Christian von Wernich.

"Por qué hay tanta dificultad para entender que hay una desaparición forzada de persona, por qué barajan con tanta liviandad hipótesis de que se perdió o de que se pudo haber perdido caminando en lugar de pensar que, en el contexto en que se produce su ausencia, es mucho más factible que se trate de algo gravísimo", asegura Rozanski.

"Julio López es un hombre que encarna la consigna de memoria, verdad y Justicia, que se sobrepone a varios silencios a los que es sometido. Por un lado, un silencio familiar que no quería saber lo que había pasado en los centros clandestinos y, por otro lado, un silencio social que tiene que ver con las leyes de la impunidad", recuerda Graziano. "Es un hombre que, pese a eso, trabaja todo el tiempo para mantener despierta y viva su memoria, que escribe para recordar lo que pasó y dejar testimonio y finalmente se encuentra con la oportunidad de hablar ante la Justicia: primero en los Juicios por la Verdad y después en el juicio a Etchecolatz".

"El rol de la Justicia es nulo. Hace 7 años que no se ponen de acuerdo de cómo se tienen que investigar las llamadas telefónicas de celulares de ese día", reclama Rubén López.

© Escrito por Juan Pablo Mansilla y Alexis Moyano el miércoles 18/09/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.