domingo, 21 de octubre de 2012

¿Les estalla antes la cabeza o la economía?... De Alguna Manera...


¿Les estalla antes la cabeza o la economía?...

“Los ritos y las ceremonias de las iglesias no hacen más que convertir a Dios en un payaso.” Søren Kierkegaard

 CRISTINA Y MORENO. Dos estilos de alteración.

El jueves, en un reportaje publicado en la revista Nuestra Palabra del Partido Comunista, Guillermo Moreno explicó que “la Presidenta fue muy clara cuando dijo que es inmanejable un país con una inflación por encima del 15, 18 o 20%. La inflación es la que realmente está midiendo el Gobierno”.

¿Qué parte de la población será analfabeta numéricamente como para todavía creerse que la inflación es del 9% o, más allá de cualquier porcentaje, creer que la inflación crece la mitad de lo que le aumentan su sueldo?

No parece resultar muy conveniente para el Gobierno recordar cuando Cristina Kirchner, en la Universidad de Harvard, sostuvo que “si la inflación fuera del 25%, el país estallaría por el aire”. Esa frase es para psiquiátrico: un país estallando por el aire si sucediera lo que ya sucede, advertido por la propia responsable de conducir ese país. Muchas interpretaciones son posibles  (palabra plena, lapsus del inconsciente), pero hay un único efecto: la sospecha de que no sólo podría estallar la economía del país sino, y no menos preocupante, que la cabeza de quienes gobiernan está tan mal como la inflación.

Todavía existen preconceptos culturales arcaicos sobre las mujeres que fácilmente son calificadas de locas. No sólo Cristina Kirchner soportó esa acusación sino también Elisa Carrió, de quien –hasta oficialmente– el que fue jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo que a ella “le faltan varios jugadores” y que “no le llega agua al tanque”.

Es cierto que en el caso de los hombres ser “loco” hasta puede convertirse en un atributo valorativo distinto, significando que esa persona tiene un arrojo especial que le permite ir más allá de los límites, como podrían ser “el loco Moreno” o “el loco Néstor Kirchner”. Pero tampoco habría que detenerse en una discriminación opuesta que impida decir que una mujer luce alterada sin caer en violencia de género. Por eso es oportuno aquí juntar a Moreno con Cristina, ya que resulta hasta benigno calificar de locos a quienes  desde el Gobierno sostienen que si la inflación fuera del 25% el país estallaría.

El kirchnerismo apuesta a que en 2013 llegará un segundo viento de cola que acomode y disimule todos los problemas económicos que su modelo viene acumulando. Quizá se confíe demasiado, y en lo económico, al revés, sería cuerdo estar un poco más paranoico.

Pero, más allá de la economía, el Gobierno debe reconocer que una creciente parte de la sociedad tiene la percepción de que a su conductora la afecta algún tipo de excitación discursiva que –sea verdadera o falsa– atribuyen a algún grado de alteración de su ánimo.

Probablemente no sea más que otro mito urbano pero, a un año de las elecciones que el 23 de octubre de 2011 le permitieron a Cristina Kirchner ser reelecta con el 54% de los votos, el número de ciudadanos que dice que nunca la votaría creció en la misma proporción en la que cayeron su imagen positiva (más de veinte puntos) y la aprobación de su gobierno.

Es factible que Cristina Kirchner tenga hoy la misma oralidad exaltada de siempre y aquellos que dejaron de apoyarla por otros motivos decidieron prestar más atención a ese rasgo de su personalidad que siempre la caracterizó, cuya percepción se inhibía en época de luto, porque cualquier pensamiento negativo era reprimido y enviado al inconsciente. Si así fuera, retornaría ahora con más fuerza, como todo lo reprimido, y la población estaría atravesando “el   fin del luto”.

Simplificadamente: una parte de la sociedad votó a Cristina Kirchner en 2007 porque prometió iniciar una etapa de recuperación de la institucionalidad dejando atrás el estado de excepción, más tolerable en los primeros años poscrisis de 2002. En la primera presidencia de Cristina Kirchner no hubo avances republicanos, pero se atribuyó ese estancamiento a que su marido seguía gobernando en las sombras. Con su muerte, además de la solidaridad en el dolor, Cristina Kirchner renovó el crédito por la promesa electoral de 2007 no realizada, ya que recién sin él podría ser ella misma.

El actual fin del luto no sería sólo la caducidad del sentimiento de acompañar en el dolor a quien había enviudado sino, principalmente, el pase de una doble factura por incumplimiento de la promesa electoral tanto de 2007 como de 2011 (obvio, de aquellos que no son naturalmente kirchneristas).

La gente cuya politización es mediana percibe como perturbados a quienes tienen una ideologización extrema, sea de derecha o de izquierda. El predecesor de Obama, George W. Bush, también fue reelegido presidente; sin embargo, en su segundo mandato se hizo mayoritaria la idea de que sus creencias eran tan rígidas que derivaron en un encierro dogmático que distorsionó su percepción de la realidad.

El enamoramiento, como su contraparte, el odio, implica una forma de descalibramiento del radar con el que se registra lo externo. El amor a una religión o a una causa necesariamente requiere que la realidad sea retraducida de forma que no llegue a crear un conflicto insalvable con los sentimientos y las creencias, que al ser existenciales no pueden ser abandonadas por la persona sin perder su autoestima.

El problema del kirchnerismo es que gran parte del relato es la economía (más la explicación de por qué fracasó en el pasado y quiénes fueron los culpables). Otro fracaso demandaría otro relato.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.

sábado, 20 de octubre de 2012

Campaña en EEUU... De Alguna Manera...


Duelo en el imperio…

Mitt Romney - Barack Obama

Cuál fue el efecto del cruce entre Barack Obama y Mitt Romney. Por qué son necesarios los debates en democracia. La economía y la política explicadas a los votantes.

Los especialistas en elecciones sostenían que los debates presidenciales apenas influían en los votantes. Ahora hacen silencio.

Hace diez días, las encuestas en Estados Unidos daban al presidente Barack Obama una ventaja de ocho puntos. Ahora, luego del primer debate de la campaña, el candidato republicano Mitt Romney ha pasado al frente con cuatro puntos de ventaja. En suma, el encuentro le costó al presidente 12 puntos.

Los comentarios inmediatamente posteriores insistieron en que ambos candidatos habían sido excesivamente técnicos, internándose en análisis económicos incomprensibles para la mayoría. Este fue un segundo error. La audiencia siguió la discusión y entendió.

Es decir, los “especialistas” decían que los debates no cambian casi nada y que los temas técnicos aburren. Lo que hemos visto es más bien lo contrario. Los debates entre candidatos son parte de un ejercicio importante para la formación de opinión de los votantes. La sociedad puede escuchar y juzgar algo más que frivolidades.

La tercera enseñanza que deja el debate es que el centro del interés está en la economía. La famosa frase de Bill Clinton (“es la economía, estúpido”) pareció convertirse en un nuevo mandamiento.

A pesar de que diversos temas como salud y educación estuvieron presentes, todos pasaron por el tamiz económico: cuánto costaban las reformas y qué consecuencias generaban sobre el empleo, el crecimiento y el déficit fiscal. A su vez, en el corazón de los temas económicos, el sancta sanctórum del debate, se reiteraba la cuestión impositiva: ¿quiénes pagaban el costo de las reformas? ¿Los ricos, las clases medias o los que tienen menos?

Es razonable que el tema domine. Los impuestos son el dinero que cada uno aporta al fondo común. Normalmente, el dinero proviene del esfuerzo y del trabajo, entonces, nada más natural que no trabajar para otros.

Es bueno recordar, lector, que el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 dice que cada ciudadano tiene derecho a saber y a consentir cuánto paga y en qué se usa el dinero. Aunque sea poco sabido, la cuestión impositiva está en el centro de los derechos humanos.

No tengo bibliografía, pero por la experiencia de haber vivido en varios países y seguido de cerca su política, tengo la impresión que a medida que se sube en el nivel de cultura política y desarrollo económico el tema impositivo se vuelve cada vez más presente en las sociedades. En Haití, hablar de impuestos es por muchas razones impensable. En Europa occidental, en Estados Unidos y en Japón, entre otros, no hablar ni debatir sobre este tema es también impensable.

Cuánto aportan los individuos al esfuerzo común, cuánto obtienen del esfuerzo común, las desigualdades deben o no ser disminuidas con el uso del dinero de todos o, mucho más específico, si se puede usar la plata de todos para el beneficio propio del gobernante y para la propaganda de su partido.

En nuestro país, no hay debates presidenciales y la cuestión impositiva es ignorada, los candidatos no la mencionan. Lo esencial es invisible al pueblo. Además, ha tenido éxito la idea que los asuntos de la economía son complejos y, por tanto, lejos de la posibilidad de comprensión de las mayorías. De allí que las decisiones económicas pertenezcan a un mundo en que la mayoría no incide, no decide ni se entera. Logramos así invertir la frase de Clinton: “estúpido, la economía no es para vos”.

El 3 de octubre pasado, Obama y Romney discutieron de sus ideas sobre la sociedad estadounidense y del dinero necesario para hacerlas realidad. Como los medios subrayaron, el presidente apareció sin fuerza, confuso en sus argumentos y, sobre todo, sin la fuerza para golpear y mostrar las contradicciones del otro. Parecía, como muchos lo dijeron, un hombre agobiado, actuando más bien con los reflejos del boxeador golpeado.

Romney, al contrario, estuvo en el centro de la polémica, claro e incisivo. El único problema es que mintió abiertamente. Se desdijo de lo que había sido su discurso de todos estos meses, durante las primarias y después de que fuera electo candidato. Romney se reinventó y Obama no lo dijo.

De pronto, el candidato cercano de los conservadores fundamentalistas republicanos del Tea Party apareció favorable a la acción estatal para mejorar la situación social. Hasta hace poco, afirmaba que la desigualdad no era un problema del Estado.

¿Qué habrá sucedido en la cabeza de Obama? ¿Qué presagio habrá dominado su espíritu? Me parece que la respuesta no puede ser conocida y que probablemente poco tenga que ver con la política. Pero los efectos son claros.

Sin embargo, las diferencias eran notorias y documentadas. No se requería un esfuerzo particular para exhibir las contradicciones de Romney.

Obama ha propuesto en la campaña invertir centenas de miles de millones de dólares, provenientes de mayores impuestos a los ricos, para reducir aún más el desempleo (hoy, el más bajo desde que asumió). En materia de regulaciones, Obama desea disminuirlas para la pequeña y mediana empresa. Romney desregula a todas, en especial para los sectores de altos ingresos. No desea usar impuestos para generar empleo; quiere reducirlos a las grandes empresas.

Sobre el déficit, Obama propone reducir en 10 años gastos por 5 millones de millones de dólares y aumentar impuestos para los que ganan más de 200 mil dólares por año. Romney excluye toda posibilidad de aumentar impuestos, reduce inmediatamente el empleo público en 10% y el gasto social.

Sin embargo, en el debate, el republicano negó todo esto. Obama desaprovechó las decenas de citas que mostraban el cambio de opinión.

De este modo, y sorprendentemente si consideramos la catastrófica herencia del gobierno del republicano George W. Bush (guerra con enormes costos en vida y recursos basada en mentiras y la mayor crisis económica en 80 años), Estados Unidos se acerca a la inesperada posibilidad de ser gobernado por la derecha fundamentalista.

© Escrito por Dante Caputo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad de Buenos Aires el domingo 14 de Octubre de 2012.




La “Corpo” de jueces y periodistas… De Alguna Manera...


La “Corpo” de jueces y periodistas…


La exposición de Laclau en Tecnópolis la semana pasada fue –simbólicamente– sexo explícito. El constitucionalismo, el republicanismo y las instituciones son armas que utilizan los conservadores para defender el statu quo y mantener sus privilegios. La revolución y hasta la reforma precisan nuevas alternativas de representación porque las existentes son retrógradas y contrarias al cambio. En sus palabras: “Las instituciones no son nunca neutrales, las instituciones son una cristalización de fuerzas entre las mismas y todo proceso de cambio radical de la sociedad necesariamente va a chocar en varios puntos con el odio institucional. Las nuevas fuerzas sociales tienen que ir creando formas institucionales propias que van a cambiar el sistema institucional vigente”.

Dicho más brutalmente: la Justicia es un antro de conservadores y radicales que se perpetúan corporativamente nombrándose unos a otros conjuntamente con sus familiares y resultan un freno al cambio, igual y más grave que la Corpo periodística. Al igual que a los medios, a los miembros de la “familia judicial” no se los elige por voto popular y su mandato no tiene límite. Representan la misma amenaza porque medios y Justicia son el poder permanente

Tiene su lógica: las instituciones, al ser una cristalización, son el resultado de la presión de fuerzas no sólo entre ellas sino y fundamentalmente, de las distintas fuerzas a lo largo del tiempo, como capas geológicas, que se fueron formando en diferentes épocas de la sociedad y necesariamente representan el voto del pasado en el presente, de la misma forma que nuestra sociedad actual compromete el futuro de las próximas generaciones.

Marx, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, escribió: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse, precisamente, a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria, es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.”

O sea, los hombres somos libres de hacer con lo que primero otros hicieron por, para y con nosotros.

Para el kirchnerismo la Justicia siempre fue antiperonista, porque el peronismo entendió mejor que ningún otro partido del mundo que sólo se puede gobernar bajo estado de excepción, y que los radicales fracasan porque creen que se puede gobernar respetando las instituciones.

Más aún, desde esta perspectiva no sólo la Justicia es conservadora, un Parlamento que no es controlado por el Poder Ejecutivo, también lo es. Laclau dijo en Tecnópolis que “tenemos el peligro de plantear el campo de la lucha política como la lucha parlamentaria en el seno de las instituciones existentes. Los Parlamentos han sido siempre las instituciones a través de las cuales el poder conservador se reconstituía, mientras que muchas veces un Poder Ejecutivo que apela directamente a las masas –frente a un mecanismo institucional que tiende a impedir procesos de la voluntad popular– es mucho más democrático y representativo. La representación no tiene por qué ser representación parlamentaria.”

O sea, cualquier institución que pueda ser independiente del Poder Ejecutivo será una amenaza para el cambio. Y es la división de poderes lo que se rechaza. Por eso la Justicia y el periodismo, considerado este último tanto auxiliar de la Justicia como cuarto poder, padecen similar embestida del Gobierno.

Y si avanzamos un paso más, el consenso y la sola idea de acuerdo también es conservadora porque ninguna medida revolucionaria se puede tomar por consenso: gobernar es imponer la fuerza de la mayoría a la minoría.

Laclau habló en Tecnópolis del Estado integral de Gramsci pero no del Estado total de Carl Schmitt, de orientación ideológica opuesta, quien también lo creía una superación del Estado liberal y prefería la dictadura como sistema de gobierno antes que las democracias parlamentaristas pluralistas.

Violencia moral. Hay una contradicción entre la declaración del presidente de la Corte Suprema durante la V Conferencia Nacional de Jueces en Mendoza sobre que “los jueces no cederemos a ninguna presión” y la renuncia del juez Raúl Tettamanti la semana anterior, que él mismo atribuyó a “violencia moral”. ¿Puede un juez excusarse por violencia moral? ¿No se supone que la profesión de juez requiere casualmente poder superar no sólo el riesgo de violencia moral sino hasta la física, resistiendo a las amenazas de asesinos múltiples y narcotraficantes sobre los que dictará sentencia a lo largo de su carrera? ¿No sería lógico que además denunciara legalmente a quien comete el delito de amenazarlo y que un fiscal de oficio abriera una causa por amenazas a un juez o la Corte Suprema misma ordenara una investigación?

Violencia moral se define como “apremio físico o psicológico, hecho sobre el sujeto con tal de que preste el consentimiento para la celebración de un acto contrario a su voluntad”. Otro emparentamiento con los jueces: los periodistas vivimos bajo violencia moral permanente y también algunos ceden a presiones.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.



Mariano Ferreyra, a dos años... De Alguna Manera...


Ferreyra, a dos años...

 Mariano Ferreyra.

En el segundo aniversario de la muerte de Mariano Ferreyra, algunas reflexiones sobre una vida de militancia que fue interrumpida por la burocracia sindical.

Fue mediante un mensajito de texto. Decía: “Una patota de la Unión Ferroviaria mató a un compañero del partido. Hay heridos de bala”. Así me enteré, mientras llegaba a la revista Veintitrés –donde trabajaba–, del asesinato de Mariano Ferreyra. Me lo había enviado un amigo que había conocido durante mi tiempo de militancia el en Partido Obrero unos años atrás. Recuerdo cierta estupefacción: ¿Una patota, del sindicato, balas, muertos, heridos? Una rara confusión mientras caminaba por el pasillo. Ingresé a la redacción. Los títulos en la pantalla del televisor plasma que presidía una de sus paredes confirmaban la noticia: “Matan a militante del PO en Barracas”. De esta manera comenzaba –era una tarde de sol tibio aquel 20 de octubre de hace dos años– una jornada agobiante, tempestuosa.

La Argentina se sumió en un estado de conmoción social generalizada. Ferreyra, un militante de veintitrés años que participaba de una protesta laboral, había sido asesinado, caído su cuerpo sobre el asfalto de un barrio del sur porteño debido a las balas de plomo disparadas por la burocracia sindical. Cinco días habían pasado desde que los dirigentes gremiales liderados por Hugo Moyano sellaran su sociedad con la presidenta Cristina Fernández en un acto en el estadio de River Plate. Allí había estado la Unión Ferroviaria –luego se sabría que Cristian Favale, uno de los matadores, también había estado–. “Lo mataron porque defendían un negocio”, se dijo en la improvisada conferencia de prensa que diversas organizaciones de lucha realizaron en la intersección de Callao y Corrientes esa misma tarde. 

Tercerización, precarización, negocios, patota fueron vocablos que se conjugaban con Pedraza, Ugofe, ferrocarril para empezar a cristalizar los significados de esa muerte. Los hechos señalaban que el objetivo gremial de acallar a los manifestantes tercerizados se había cobrado una vida y dejado gravemente herida a Elsa Rodríguez, también militante del PO, que había recibido un balazo en la cabeza y se encontraba en coma. Había dos heridos de bala más. Esos eran los hechos.

A medida que pasaba la tarde, una pregunta se me aparecía, recurrente: “¿Cómo irá a tratar la prensa kirchnerista este crimen político? ¿Cómo lo hará la revista en la que trabajo?”. Había silencio. Esas primeras horas que siguieron al crimen estaban dominadas por el silencio. En las redes sociales los militantes kirchneristas, asiduos participantes, estaban callados. Esperaban un pronunciamiento oficial, algo. Recuerdo un tuit, pasadas varias horas, de uno de ellos que pedía: “Es necesario que alguien del gobierno diga algo sobre lo que pasó, esto nos hace mal a nosotros”. Había silencio. El miércoles era el día de cierre de la edición de Veintitrés. Se decidía la tapa. A pesar de la magnitud del hecho político, se mantuvo la decisión de que una entrevista a la abuela de Plaza de Mayo Chicha Mariani ocupara ese lugar. 

El crimen de Barracas obtuvo un friso en tapa que prometía explicar las razones de una “interna gremial” que se había cobrado una víctima. La operación se repetiría: basta recordar a 678 realizando proponiendo la culpabilidad de Duhalde, quien se habría reunido con Pedraza nueve días antes del homicidio. Todo era falso. Al día siguiente, como miembro de la comisión interna de Veintitrés, me reuní junto a otro delegado con Sergio Szpolski, quien nos planteó que su grupo mediático haría todo lo posible por que se alcance justicia (en ese mismo instante CN23 apostaba por la pista falsa del duhaldismo) pero que no le daría espacio ni permitiría que aparezca la voz de dirigentes del Partido Obrero, planteo que su grupo cumplió en toda la línea. La misma orden había sido bajada en Radio Nacional, donde no se permitía referirse a Ferreyra como militante, sino como “manifestante”. 

El día de su asesinato me habían encargado que realice una columna contando quién había sido Mariano Ferreyra. De ese modo tuve un primer acercamiento a su persona mediante el relato de sus compañeros, a través de su página de Facebook –que me pasó Pablo Rabey, el mismo amigo que me había enviado el mensajito de texto anunciando su muerte–. Recuerdo que al final de la columna escribía una referencia a su temprana militancia socialista que había sido cercenada por la burocracia sindical. Esas líneas desaparecieron del texto que se publicó.

A dos años del crimen la investigación sobre los acontecimientos no deja lugar a dudas: hoy, en el banquillo de los acusados de Comodoro Py, donde funciona el tribunal, se juzga a los culpables del asesinato de Ferreyra. Los miembros de la patota, los matadores, su jefe, la policía que liberó la zona y –en un hecho histórico– los autores intelectuales del ataque armado y escarmentador contra los tercerizados. 

Es cierto que faltan los empresarios y funcionarios como el ex subsecretario de Transporte Antonio Guillermo Luna, pero no está dicha la última palabra sobre esta cuestión. Cada día de sesión, los testimonios aportan datos que terminan de armar el rompecabezas que forma la imagen de la culpabilidad de los imputados. Los acusados –todos– permanecen en silencio. Un silencio que los hunde. Se juzga a los criminales, a los asesinos, pero también se juzga una forma de hacer sindicalismo. Pedraza no es una excepción en el arco sindical: es la norma. Dirigentes gremiales devenidos en empresarios que usan patotas para reprimir a los trabajadores de sus propios sindicatos abundan. 

Basta pensar en Gerardo Martínez quien, a pesar de haber sido servicio de inteligencia bajo la dictadura, se sienta a la derecha de la presidenta Cristina Fernández en cada reunión, o Andrés Rodríguez, criador de caballos de raza y sindicalista, para dar solo dos ejemplos de la CGT Balcarce, oficialista. Basta pensar en Hugo Moyano, quien vive en una mansión en Parque Leloir y rige empresas en las que extrae beneficios a los afiliados a su sindicato, Amadeo Genta, un derechista que está desde hace décadas en el gremio municipal, o el vergonzoso ruralista Gerónimo Venegas, por mencionar algunos de los ex socios del gobierno kirchnerista. Si la noción de que se juzga a toda la burocracia sindical en la figura de Pedraza se cristaliza en la clase trabajadora y el resto de la sociedad –y se concluye, entonces, con que hay que barrer con esa casta parasitaria–, se podrá pensar que el tiempo transcurrido desde el crimen no ha pasado en vano, que la justicia podría materializarse dentro y fuera del tribunal.

Una extraña emotividad me persigue desde que asesinaron, hace dos años, a Mariano Ferreyra. Quizás comenzó en ese momento, en el cementerio de Avellaneda, cuando vi a decenas de sus compañeros llorando, abrazándose, consolándose por haber perdido a uno de los suyos, porque se los habían quitado. Una rara sensibilidad que surge cuando una circunstancia se conjuga con su imagen en una pared de alguna calle porteña. O al ver los videos que su recuerdo inspiró; o al constatar la memoria, amor y convicción de su familia; o al percibir los sentidos que produce entre sus camaradas. 

Ferreyra podría haber sido cualquier otro chico que viva en este país –pero no se podría omitir que era un cuadro revolucionario, que esa era su tarea–. La última imagen de su militancia –y de su vida– lo muestra ahí, codo a codo con sus compañeros, atravesando todo el ancho de una calle en Barracas, formando un cordón de seguridad para permitir la retirada a salvo de las mujeres y los más chicos y los ancianos. Esperando allí la llegada de la patota, firme, diciéndole a un compañero que le había manifestado un poco de temor: “Tranquilo, no pasa nada”. Con su metro setenta y pico y menos de sesenta kilos de peso, flaquito como había sido siempre, dispuesto a no retroceder para evitar el ataque de la patota. Decidido.

Luego cayó.

Mariano Ferreyra fue asesinado por una burocracia sindical.

También es cierto que el olvido no se posará sobre la memoria de su vida.

© Escrito por Diego Rojas y publicado por plazademayo.com el sábado 20 de Octubre de 2012.

 
* El sábado 20 de octubre, a dos años del crimen de Barracas, se realizará una movilización a las 15 horas que partirá desde Congreso y se dirigirá hacia Plaza de Mayo reclamando “Justicia por Mariano Ferreyra. Perpetua para Pedraza. Fuera sus patotas y los empresarios del ferrocarril”.


viernes, 19 de octubre de 2012

Lógica K... De Alguna Manera...

Victorias pírricas…

Fragmento del Guernica de Pablo Picasso

Toda derrota es una pérdida –excepto por las lecciones que eventualmente la derrota deja al perdedor–, pero no toda victoria es una ganancia. Muchas grandes naciones en la historia –y posiblemente aun más muchas pequeñas– salieron de guerras victoriosas con pasivos enormes, objetivos no alcanzados y en varios aspectos peor de como entraron a ellas. Se ha dado en llamarlas “victorias pírricas”. La conclusión es que a menudo es más sabio buscar compromisos para evitar confrontaciones que, aunque sea, plantean como si fuesen el camino para obtenerlo todo, suelen terminar deparando resultados magros.

El mismo dilema es frecuente en la política. El Gobierno argentino debería tomarlo en cuenta en su cruzada “a todo o nada” contra Clarín y la prensa que no es oficialista.

La lógica del Gobierno –una lógica tantas veces vista a lo largo de la historia– es que lo que no es nombrado no sucede. Según ese punto de vista, casi todo lo feo que la gente cree que sucede es producto de que Clarín lo dice. La gente cree –entre tantas otras cosas– que hay inflación, y el Gobierno responde que es porque hay economistas que hablan de eso y algunos medios lo publican. La gente cree que hay problemas para abastecerse de dólares, y la Presidenta dice que no es así. La lucha es para acallar esas voces que estarían formando un clima de opinión negativo.

Hay dos posibles desenlaces de esta confrontación: el Gobierno vence o el Gobierno no vence. Pero aun en el caso de una victoria, es dudoso que el Gobierno salga de ella ganador. Es posible que los pasivos superen con creces a los aparentes beneficios, aun en el caso de una victoria. Aun más, es posible que si el Gobierno consigue lo que busca el 7 de diciembre, y consigue silenciar las voces que contradicen su discurso, su aprobación en la población decline más que si no encarase esa batalla. Ese es su dilema.

Es una confrontación entre el Gobierno y la sociedad antes que entre el Gobierno y los medios de prensa. El diagnóstico del Gobierno es que todo lo que la gente de la calle cree que le sucede es producto de la comunicación mediática y que si esas cosas dejan de ser dichas los problemas desaparecen. El diagnóstico de muchísima gente de la calle es que el problema consiste en que hay cosas que no andan bien y el Gobierno no habla de ellas. Es una película tantas veces vista que cuesta entender por qué se insiste con el mismo guión.

Pensar que los medios inventan los problemas y los instalan exitosamente en la agenda del público es una ingenuidad. En nuestros días, además, es contradictorio con otros datos evidentes. Es contradictorio, por ejemplo, con los votos que obtuvo la Presidenta en octubre de 2011 teniendo en contra los mismos medios. Es contradictorio con la notable recuperación en su imagen positiva después del bajón de 2009, cuando los mismos medios que hoy fustiga decían las mismas cosas que venían diciendo durante el bajón; aun más, no pocos de esos medios negaron durante un buen tiempo la recuperación de la Presidenta que las encuestas iban reflejando, pero ella y su Gobierno siguieron creciendo.

El problema hoy es que el Gobierno no habla de lo que a la gente le preocupa, no da respuestas a las preguntas que se hacen millones de personas cada día y por lo tanto se va alejando de esas personas. Tampoco la prensa afín al Gobierno dispone siempre de un discurso unificado. Un ejemplo bien actual es el tema del malestar en las fuerzas de seguridad: según qué diario “oficialista” se lea, se encuentra una versión distinta de lo que está pasando.

En resumen, es poca la gente que cree que le está yendo mal porque otros dicen que le va mal. Más bien es porque a algunos les va mal que otros empiezan a hablar de que algo no está bien. No resuelve las cosas pelear contra distintas voces en busca de una victoria que bien puede terminar siendo pírrica. En la guerra contra el discurso el Gobierno lleva las de perder, no porque eventualmente no pueda ganar la batalla silenciando voces sino porque, aun logrando todo lo que busca, puede ocurrir que salga perdidoso.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Sociólogo, Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 14 de Octubre de 2012.