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domingo, 1 de enero de 2023

El hombre de las mil batallas… @dealgunamaneraok...

El hombre de las mil batallas…

Otra vez en la lucha. El dirigente metalúrgico en un acto de campaña en San Pablo. Fotografía: AFP.

Presidente por tercera vez, asume el desafío de recuperar el país tras el paso arrasador de Bolsonaro. Biografía personal y política del líder popular que cambió el rostro de Brasil. 

© Escrito por Manuel Alfieri y publicado el domingo 01/01/2023 por la Revista Acción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.


Su nombre vuelve a resonar con fuerza en Brasil y a nivel mundial. Lula Da Silva regresa a la presidencia del gigante sudamericano tras vencer al ultraderechista Jair Bolsonaro. Cuenta con una historia de lucha que lo avala y, por eso, su vida merece un repaso.

Muchísimo antes de ser conocido como «Lula», Luiz Inácio Da Silva fue uno de los tantos chicos del nordeste brasileño que experimentó la miseria en carne propia. Nació en una casa diminuta en la que llegó a convivir con 13 personas, sin luz ni agua corriente, y sin la presencia de su padre, alcohólico y analfabeto, quien había emigrado tempranamente al sur en busca de empleo.

Entre tanta falta y precariedad, el pequeño Luiz Inácio jamás había soñado con la posibilidad de ser presidente. «De noche soñaba con el desayuno, a la mañana soñaba con el almuerzo, en el almuerzo soñaba con la cena. Era la ley de la supervivencia», contó alguna vez sobre su dura infancia.

En la adultez las cosas tampoco serían fáciles: sufrió la persecución y la cárcel en dictadura y en democracia, y padeció tanto la enfermedad propia como la muerte de muchos seres queridos de forma inesperada.

Los registros oficiales indican que Lula nació el 6 de octubre de 1945, pero su mamá, Eurídice, siempre juró que tuvo al niño el 27 de ese mismo mes. Del lugar de residencia nunca hubo dudas: Caetés, Estado de Pernambuco, una de las zonas más carenciadas del país. A su papá, Arístides Inácio, recién lo conoció a los cinco años, cuando viajó 13 largos días junto a su madre y sus siete hermanos en la caja de un camión hacia Guarujá, paso previo a instalarse definitivamente en San Pablo.

Ahí trabajó como vendedor ambulante, lustrabotas y ayudante de una tintorería. A los catorce, y tras de dejar obligadamente la escuela pese a ser un estudiante aplicado, conocería el mundo obrero e industrial: consiguió un puesto en una planta de producción de tornillos, con un régimen de 12 horas corridas y bajísimo sueldo. Unos años después pasó a una fábrica de carrocería automotriz, donde perdió gran parte del dedo meñique de su mano izquierda. Fue en 1964, justo cuando comenzaba la dictadura militar que tanto marcaría su vida política.

En 1968, el dolor por el arresto y tortura de su hermano, militante del Partido Comunista, lo llevó a meterse en política. Empezó a participar activamente en el sindicalismo, defendiendo los derechos de los trabajadores y en abierta oposición a la dictadura. Su ascenso fue frenético: para mediados de los 80 ya se había convertido en el líder del sindicato metalúrgico.

Desde allí coordinó las mayores huelgas y manifestaciones contra el Gobierno militar, poniendo contra las cuerdas a sus jerarcas y acelerando su caída. En paralelo fundó el Partido de los Trabajadores (PT), plataforma de izquierda que rompería con el tradicional bipartidismo. El régimen que tanta admiración despierta en el excapitán Jair Bolsonaro no se lo perdonó: en 1980, Lula pasó 31 días en la cárcel.

Ni un paso atrás.

La breve pero difícil experiencia del encierro no lo hizo retroceder un centímetro. Al contrario, lo envalentonó y lo llevó a redoblar la apuesta. Con el retorno de la democracia por la que tanto luchó, se presentó a las elecciones de 1986 y fue el diputado federal más votado de Brasil. Su figura crecía, sobre todo en las barriadas populares, y en 1989 decidió competir por primera vez por la presidencia, con un plan que incluía salario mínimo para los trabajadores y reforma agraria. Perdió, al igual que en 1994 y 1998.

En este caso, la cuarta fue la vencida: ganó las elecciones de 2002 con el mayor caudal de votos de la historia brasileña –más de 52 millones– y el 1 de enero de 2003 fue investido presidente. Por primera vez, un obrero que había nacido en el barro de la miseria llegaba al Palacio de la Alvorada. «Y yo, que tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país», dijo, emocionado, en su discurso de asunción.

En una porción del mundo signada por la pobreza y el hambre, su primer objetivo de gestión fue sencillo, pero no por eso menos titánico: que todos los brasileños y brasileñas comieran al menos tres veces por día. Y en parte lo logró. Con los programas «Hambre Cero» y «Bolsa Familia» como bandera, la desnutrición infantil se redujo un 46%.

Eso le valió el reconocimiento del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, que concedió a Lula el título de «campeón mundial de la lucha contra el hambre». El empleo creció, el poder adquisitivo de los trabajadores también, y más de 30 millones de personas salieron de la pobreza en menos de una década. La idea de lo que debía hacer un presidente no venía de un manual de ciencia política, sino de su propia experiencia personal, esa que marcó a fuego su infancia: «El mejor ejemplo de gobierno no se saca un de libro. Se saca de una madre: ella siempre va a cuidar al más débil».

Resurrecciones.

El fervor y entusiasmo que produjo en el pueblo brasileño, golpeado por décadas de neoliberalismo, se tradujo en un enorme apoyo popular y en 2006 ganó nuevamente las presidenciales. Pero los logros no fueron solo sociales, sino también económicos. El país creció como nunca y se convirtió en la sexta economía mundial, desplazando de ese lugar al Reino Unido. Lula intervino en todos los debates internacionales posibles: imperialismo, dependencia, desarrollo, educación, salud, cambio climático. Fue, junto con otros presidentes de la región, uno de los máximos impulsores del proceso de integración latinoamericana. Gobernó hasta el 31 de diciembre de 2010, día en que dejó el cargo con un nivel de popularidad impensado para un dirigente político en retirada y vapuleado por los grandes medios de comunicación: 87% de aprobación.

Con su salida del Gobierno volvieron los padecimientos personales y políticos. En 2011, y después de más de 40 años de cigarro, le diagnosticaron un cáncer de garganta, único momento en que perdió su tupida barba a raíz de la quimioterapia. Tiempo después de superar la enfermedad, comenzó la persecución mediática y judicial: denuncias por corrupción que se multiplicaron, una polémica condena y, nuevamente, la cárcel.

Esta vez no fue un mes de encierro como en los años de plomo, sino 580 días. Casualmente, justo cuando las encuestas lo daban como favorito para vencer a Bolsonaro en las elecciones de 2018. Poco antes de eso había muerto su segunda esposa. Durante su encierro en Curitiba también perdió a un hermano y a un nieto de ocho años. Recuperó la libertad en 2019 y en 2021 la Corte Suprema anuló todas las sentencias dictadas en su contra, considerando incompetente y sesgada la actuación del juez Sergio Moro, archienemigo del fundador del PT. Lawfare puro.

Como hace más de 40 años, el encierro le dio a Lula más fuerza. Volvió a casarse y se puso al hombro una gigantesca campaña electoral. Ahora, el hombre de las mil batallas tiene una nueva –y quizás la más desafiante– por delante: recuperar la deteriorada democracia de su país y el bienestar de su pueblo, ese del que él mismo surgió.





 

jueves, 28 de septiembre de 2017

Cristina se fue del peronismo... @dealgunamanera...

Cristina se fue del peronismo, el partido que siempre despreció y nunca entendió…

Cristina Kirchner en la entrada del Instituto Patria (Nicolás Aboaf)

La ex presidente nunca comulgó con las ideas del peronismo y siempre se sintió más cómoda entre los sectores de izquierda. Por qué su ruptura significa el final del kirchnerismo

© Escrito por Julio Bárbaro el domingo 18/06/2017 y publicado por el portal de noticias Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El Maestro Aníbal Troilo en "Nocturno a mi barrio" refuta la acusación de haberse ido con palabras claras: "Si siempre estoy llegando…". Algo similar podría decirse de Cristina Kichner: no se puede ir del peronismo porque nunca adhirió al mismo. Podría haber intentado superarlo, aunque nadie puede superar aquello que ni siquiera intentó comprender.

El peronismo nunca fue ni de izquierda ni progresista. Sí fue acompañado por una importante izquierda nacional que desarrolló un sólido aporte teórico, pero nunca por aquellos sectores que dependían del pensamiento europeo, como el Partido Comunista, que de puro ruso nunca tuvo nada que ver con nosotros. Y lo del "progresismo", eso es otra cosa. Ambos son modelos universitarios, integran un universo que pocas veces acompañó a los trabajadores.

Recordemos que la universidad descubre el peronismo recién con las "Cátedras Nacionales", allá por los 70. No en vano era "alpargatas sí, libros no"; los que andaban en alpargatas refundaron la nación en el 45, mientras que los de los libros sólo empezaron a descubrirla casi tres décadas después.

El peronismo fue una identidad cultural: Catulo Castillo, Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo participaban en su nacimiento; Leopoldo Marechal lo describía como nadie y Hugo del Carril y Nelly Omar fueron sus voces. Eran "cabecitas negras", difícil que fueran "progresistas".

Cada vez está más claro que mientras Néstor construyó una fuerza política, Cristina tan solo la heredó. Nunca quiso al peronismo, tampoco fueron de izquierda en la mala ni defendieron los derechos humanos ni fueron perseguidos. Todo es una cobertura que los del oficio de Durán Barba hicieron para el ayer. Ni peronista ni nada que implique un compromiso con el pensamiento nacional, tampoco con la industria ni con la clase trabajadora, sólo con la marginalidad, con aquellos que se caían del sistema. Subsidiaron a los caídos, ni siquiera intentaron integrarlos socialmente.

Los Kirchner participaron de la privatización de YPF y dieron discursos sobre los ferrocarriles destruidos, pero nunca recuperaron ninguno. El peronismo fabricaba aviones, desde ya vagones, ellos compraban todo afuera, importaron los vagones y hasta los durmientes. Están a la derecha de la misma estructura agropecuaria a la que tanto denigran.

Cristina se fue del peronismo pero nunca participó de sus ideas. Asumió el resentimiento de las izquierdas fracasadas, de aquellas que eligieron la violencia y que todavía nos deben una autocrítica, que siempre nos acusaron de "bonapartismo", de fascismo y otras etiquetas importadas de Europa donde ellos abrevaban sus supuestas ideologías.

Los países hermanos  como Uruguay, Chile, Brasil tienen teóricos sabios que acompañan a sus pueblos. Aquí la cosa es al revés, las izquierdas se imaginan "vanguardia iluminada" como si merecieran conducir a "las masas". Y ahí estriba el conflicto central: nuestro pueblo gestó su propio pensamiento que es peronismo por lo tanto no necesitó importar ninguna de las teorías extranjeras. Las izquierdas intentaron conducir al pueblo y destruir a Perón, sustituirlo por Fidel, el Che, Mao o tantas otras variantes.

Hace décadas, tomando ginebra en Barracas con Godoy, un filósofo analfabeto, se acercó un militante a decirle "¿Godoy, conocés a Mao Tse Tung?" y Godoy le respondió sonriendo "Sí, claro, es el Perón de los Chinos".

Cristina se fue del peronismo, adonde nunca había llegado. A su lado quedan los que imaginaban que el kirchnerismo tenía algún futuro aunque sea obvio que no lo tiene. Ella es la heredera de un constructor que era Néstor, ahora todo es gastar a cuenta, dilapidar la fortuna. Si gana, pierde o empata, eso es secundario; queda sola en la Provincia de Buenos Aires y para su propia candidatura. Luego será el recuerdo, como Menem. Los partidos del poder se disuelven al perderlo.




jueves, 9 de julio de 2015

Francisco: "Eso no está bien" Evo... @dealgunamanera...

"Eso no está bien"... | 


El tenso momento en el que Evo le da el regalo al Papa. El Sumo Pontífice visitó a las autoridades de Bolivia y recibió un regalo inquietante.

Evo Morales le regaló un extraño crucifijo comunista al Papa Francisco y su reacción no fue la mejor. El Sumo Pontífice, al verlo, lo primero que dijo fue: “No está bien eso”.

Actualmente, Francisco se encuentra en una gira por Sudamérica. En su estadía por Bolivia, tuvo una reacción inesperada con Evo Morales, ya que el mandatario boliviano le regaló un crucifijo comunista. 

En el video, se puede el asombro de Francisco al recibir el crucifijo que tiene una hoz y un martillo, los cuales representan la alianza entre el proletariado y los campesinos.


Si bien se observa que Morales, ni ante la negativa del Papa pierde la sonrisa (e incluso afirma con la cabeza al escuchar que la desaprobración).  La cara de asombro del Papa Francisco, mientras lo escucha con atención al Presidente de Bolivia, es notable.

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      © Publicado el jueves 09/07/2015 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 


lunes, 6 de octubre de 2014

Reportaje a Luis Moreno Ocampo... De Alguna Manera...

“Los chicos de veinte años no saben qué pasó en la dictadura”...

Comparación. “Menéndez, un hombre muy duro, quería fusilar como Pinochet, mientras que Videla quería ejecutar en secreto. ¿Quién es mejor?”. Foto: Néstor Grassi 

El ex fiscal del juicio a las juntas reconoce que Kirchner, después de Alfonsín, fue el presidente que más impulsó las causas por los derechos humanos.

En coincidencia con una visita a Buenos Aires, donde vive su familia, aparece en las librerías Cuando el poder perdió el juicio, que el ex fiscal Luis Moreno Ocampo publicó a raíz de su desempeño como asistente del fiscal Strassera en el juicio a los comandantes de las tres juntas militares que gobernaron el país durante la dictadura desde 1976 hasta 1983. Siempre recordamos que el entonces fiscal Julio Strassera manifestaba una enorme satisfacción al subrayar lo que significaba tener a aquel joven fiscal adjunto liderando su equipo de investigación.

Moreno Ocampo, que luego de desempeñarse como profesor en Harvard y en Stanford ahora trabaja en Nueva York en un estudio de abogados, tenía entonces sólo 32 años.

—Me imagino lo que esta responsabilidad habrá significado para un hombre tan joven.
—Yo siempre pensé que fue la tarea más importante de mi vida. En realidad, mi primer caso. Yo trabajaba preparando dictámenes para la Corte Suprema. Mi trabajo era distinto. Como le decía, preparaba borradores sobre una tarea de gabinete y, de pronto, ¡paf!, me vi metido en una historia apasionante. Lo que yo sentía era que no podíamos perder. Teníamos que hacerlo todo a la perfección.

—Una tarea enorme. Usted en su libro analiza, por ejemplo, las normas que impulsaron a las Fuerzas Armadas a cumplir las atrocidades que luego se conocieron. Hay allí personalidades diferentes y también diferentes grados de complicidad.
—Sí, pero yo no creo que haya habido demasiadas diferencias entre Videla y sus colegas. Es cierto que Massera es peor que Videla, y Viola era diferente. Pero lo importante es que el comandante en jefe imparte una orden, impulsa un plan y, a partir de ahí, se pone a funcionar una máquina asesina. Ya no importan las características individuales de sus integrantes. Ese era el problema. Y, para mí, esto es terrible. Es lo que no entendemos.

—De esta lectura también surgen diferencias como las que aparecen entre Videla y Menéndez.
—Ocurrieron hechos increíbles como que el Partido Comunista decía que Menéndez era como Pinochet y, en cambio, que Videla era el bueno de la historia. Recordemos que el Partido Comunista apoyaba a Videla y se quejaba de la Obediencia Debida cuando apoyaba una unión cívico-militar. El actual presidente del Partido Comunista, Patricio Echegaray, hizo lo mismo. En las elecciones de 1983 apoyaba una unión cívico-militar. Lo que ocurrió fue que Menéndez, un hombre muy duro, quería fusilar, como Pinochet, mientras que Videla quería “ejecutar” en secreto. Entonces, ¿quién es mejor de los dos?

—Obviamente, ninguno.
—¡Claro! Lo que pasa es que, justamente, un hombre como Menéndez es más fácil de controlar que Videla. ¡Videla parecía más bueno y fusilaba en secreto!

—Recuerdo que la viuda de Hidalgo Solá contó personalmente que, cuando fue a pedirle a Videla por la aparición de su marido, Videla guardó silencio y se quedó mirando por la ventana de su despacho. Finalmente, ante esto, ella se retiró con sus hijos.
—El caso del embajador Hidalgo Solá es muy particular porque ahí aparece la impotencia de Videla hacia quienes habían cometido aquel crimen. Era la gente de Massera. Los casos de Hidalgo Solá, Holmberg y Agulla son casos en los que, básicamente, gente de Massera mata a gente de Videla. La dictadura militar no tenía mecanismos para manejar conflictos internos. No podían manejarlos. Odiaban a Massera y, después, hicieron fuerza para meterlo preso pero, en su momento, no pudieron manejar ese conflicto.

—¿Cree que fue tan así?
—Estoy seguro. ¿Por qué?

—Porque daría la sensación de que todos fueron cómplices.
—En esos tres casos fue así. Incluso, Juan Alemann dijo luego: “Esos casos fueron un error. 
No deberían haberlos matado. Los demás están bien matados”. Eso dijo Juan Alemann. Ese era el concepto. Por eso, hasta mataban a gente de la propia tropa.

El doctor Moreno Ocampo reflexiona en silencio y, luego:
—Todo esto que estamos hablando usted y yo son cosas que interesan a la gente que sabe lo que pasó. Yo veo que ahora los chicos de veinte años no saben qué pasó en la dictadura. El otro día, estuve en una charla y el decano que me introducía dijo: “El doctor Moreno Ocampo fue el fiscal del caso Suárez Mason”. Yo vi las caras de los chicos y les pregunté a los que estaban cerca: “¿Ustedes saben quién era Suárez Mason?”.
“No”, contestaron todos. Luego, el decano insistió: “Fue fiscal en el caso Seineldín. ¿Ustedes saben quién era Seineldín?”. Misma respuesta. Esos chicos nacieron en el ’93 y para ellos la democracia es como el agua que sale de la canilla. Abren la canilla y sale naturalmente el agua. Abren la canilla y sale la democracia. La libertad es algo normal, lo cual, en un sentido, es fantástico pero, bajo otro aspecto, es un problema porque tenemos que recordar de dónde venimos para saber adónde vamos. Lo que yo veo es que a los chicos no les importa mucho, les parece que eso “ya pasó” y entonces no saben nada. ¿Y el riesgo de esto cuál es? Me quedé pensando en por qué esto es riesgoso y diría, en primer término, porque me parece que lo que nos pasó en los años 70 fue que nuestros dirigentes políticos no tuvieron la capacidad de enfrentar la violencia de aquellos años. Por ejemplo, en 1975, la dirigencia política era incapaz de manejar la Triple A o la guerrilla. Por eso, los militares fueron recibidos con los brazos abiertos. Y esto a mí me asusta porque yo, hoy, escucho voces de gente que dice que hay que pasarles el problema de la seguridad a los militares. ¡Y cuando se hizo eso fue un desastre! Justamente no ocurrió sólo en Argentina. Por ejemplo, en México quisieron usar a militares contra el crimen organizado y fue un desastre. Los militares tienen un rol distinto cuando se trata de violencia doméstica. Y ésta es una cosa que me desespera que no hayamos aprendido.

—Por otra parte, tengo entendido, que una de las misiones primordiales de las FF.AA. es la preservación de fronteras. Son muchas las denuncias que señalan que los narcos entran al país con toda tranquilidad.
—Por eso, el tema del narcotráfico. También a mí me parece que el crimen organizado que observamos en Argentina no está bien focalizado porque tiene básicamente alianzas con sectores policiales y políticos. Los intendentes son clave. Por ejemplo: ¿por qué, de pronto, en Rosario hay mafia colombiana? ¿Y por qué todo el tiempo se mata gente? Algo está pasando en Rosario. Y esto hay que controlarlo porque, si no, estamos perdidos. A mí me da pánico la negación del problema.

—Daría la sensación de que, con respecto al narco, habría opiniones divididas en el Gobierno. Fíjese que el titular de la Sedronar, el padre Molina, considera que el consumo de droga tendría que liberalizarse, cosa que acaban de refutar los curas villeros.
—Observo muchas discusiones y lo que veo es que los argentinos discuten mucho lo que ocurre en las cortes judiciales pero, en realidad, el problema básico es cómo evitamos que maten a la gente, que le roben. Por ejemplo, en ciertos lugares, han mejorado las cosas poniendo más luces. A veces la discusión no es sobre quién va preso sino cómo evitamos que la gente se muera, y eso me parece que es un tema que nos falta discutir. Debemos ser más pragmáticos planteando cómo evitamos violencia, cómo cuidamos a la gente.


—Sí, pero también la lentitud y la lentitud de la Justicia son dos temas graves. Por ejemplo, el motochorro que, el otro día, atacó al turista canadiense tenía un arma en la mano, fue filmado y ahí estaba en todos los programas de televisión.
—Sí, lo vi con Ivo Cutzarida en pantalla… –se ríe–. Ivo fue alumno mío pero el tema más grave no es por qué no está preso el motochorro sino cómo investigamos a la mafia colombiana en Rosario. ¿Cómo llegó hasta ahí? ¿Cuáles son las connivencias políticas y policiales con ella? Y éste es un tema en el que no veo que haya discusión. ¿Cómo cuidamos a la gente de que le roben y la maten? Las estadísticas demuestran que los más ricos se cuidan mejor. Tienen mayores posibilidades. Los más pobres, obviamente, no. Creo que el país tiene que encontrar la forma de protegerlos a ellos. Y evitemos las connivencias políticas con el crimen organizado.Todo esto me sirve para pensar: ¿y en los 70? Había connivencia política con la Triple A, con los guerrilleros, y ahora hay connivencia política con el crimen organizado. Y también, como en los 70, los políticos argentinos no saben cómo resolverlo y les quieren pasar el tema a los militares. Esto es ridículo.

—Y hablando de los 70, usted habrá visto, Moreno Ocampo, que “el relato” kirchnerista se ha apoderado del tema derechos humanos como si no se hubiera hecho nada antes de sus gobiernos. Es cierto que no era obligatorio firmar un hábeas corpus pero, como bien dice el fiscal Strassera, no hay ningún hábeas corpus que lleve la firma de quienes hoy subrayan que antes del kirchnerismo no se había hecho nada en ese tema.
—Argentina tuvo tres años donde el tema logró un consenso absoluto. La gente votó, Alfonsín lideró con el 52% y el peronismo se ajustó. Pero el peronismo, en época electoral, tenía gente como Triaca, que estaba de acuerdo con Viola. Después se ajustó con Cafiero y Bittel. Lo cierto es que el peronismo se renovó y empujó a Alfonsín más lejos todavía: el juicio a las juntas, la Conadep, donde había gente que no pertenecía a ningún grupo político, que generó el Nunca más, que sirvió de base para el juicio a las juntas. Aquél fue un momento único, en el que hubo un movimiento en la sociedad para reclamar que se aplicara la ley, se votó, hubo líderes políticos, hubo Congreso y hubo jueces. Reitero: fue un momento único. A partir de allí, se complicó la vida porque el proceso de Alfonsín no incluía juzgar a los de abajo. Y ahí se complicó todo. Hubo revueltas militares, hubo Obediencia Debida y, luego, Menem los perdonó. Aquí surge algo muy interesante: el rol de la Justicia internacional, del juez Garzón.

—Garzón empieza a investigar en España.
—Sí pero Menem no quiso saber nada con esto y De la Rúa tampoco. Quien le abrió la puerta fue Kirchner para que Garzón, con su energía, empujara para que se anulara la Ley de Obediencia Debida. La Corte Suprema empezó a cambiar y entonces Kirchner lideró la reapertura de los juicios, y yo entiendo que, para todas las víctimas, esto fue fundamental. Si a mi hija la violan y la matan, yo quiero ver quién lo hizo, además de Videla.

—Sí, justamente la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep), que ya había terminado su función, publicó un documento oponiéndose a las leyes del perdón.
—Es cierto pero, en su momento, esas leyes se impusieron igual. Yo digo que, después de Alfonsín, entre los líderes políticos quien empujó luego el tema fue Kirchner. Hay que reconocerlo. Lo que sí creo que no tiene comparación fue el hecho de investigar a Videla en 1985. Equivalía a no saber lo que podía ocurrir en la mañana siguiente. Podía ser, o no, un golpe de Estado. Investigar hoy a los generales, que tienen 85 años y no tienen ningún poder, está bien. Hay que hacerlo pero no significa un cambio político.

—¿Y qué opina acerca del prólogo que se adosó al “Nunca más” en 2006, dejando sentada la opinión de gente que, en aquel momento, nunca participó en la elaboración del informe?
—El tema sigue vivo en Argentina. Es un debate sobre lo que nos pasó. En los 70, lo que ocurrió es que la gente estaba harta de violencia política: los Montoneros habían saturado a todo el mundo. La gente ya no quería saber nada con la guerrilla. Esto es obvio. Lo cual no quita que hubo mucha gente secuestrada y desaparecida sólo por haber hecho trabajo social. No me cabe duda de que eran jóvenes idealistas. Entonces, eso hay que entenderlo. No me parece mal que ahora haya que investigar otros casos. Nadie puede oponerse a eso.

—Por supuesto, pero sería interesante, por ejemplo, que los que enmiendan el “Nunca más” hicieran otro informe acerca de los desaparecidos en tiempos de la Triple A de López Rega, ¿no es cierto? ¿Por qué enmendar un informe publicado y reconocido por ustedes mismos en el juicio a las juntas en vez de investigar los años anteriores a 1984?
—Esa fue una pelea con Antonio Troccoli que pertenecía, como Ricardo Balbín, al ala conservadora del radicalismo. Habían negociado con los militares. Y Troccoli, como ministro del Interior, cuando la Conadep presentó por Canal 13 un primer documental, usó aquella frase de los dos demonios. A mí me parece que ese debate no puede definir la cuestión. El debate es “la gente no puede matar” y, a pesar de todo, existe en Argentina, treinta años después. La Argentina ayudó a toda América Latina a plantear eso. Creo que la gente no dimensiona lo que fue 1983. Alfonsín ganó con el 52% de los votos. Pinochet, en 1988, perdió la elección, perdió el referéndum pero sacó el 44%. O sea que tenía a medio Chile con él. En 1989 Uruguay vota el referéndum para decidir qué hacer con la impunidad de los militares y el 56% vota para que no se investigue el pasado. Por eso la Argentina fue más que el juicio. Fue un momento crucial en el que reclamó que se aplicara la ley. Y por eso tuvo un impacto mundial. Acaba de aparecer un libro, La cascada de la Justicia, de Kathleen Sittle, profesora en Harvard, que dice: “Nüremberg y el juicio a las juntas señalaron una tendencia mundial de investigar y castigar a los poderosos que cometen crímenes”.
Y eso es lo que hizo Argentina.  
Mientras conversamos con el doctor Moreno Ocampo, el oficialismo, sin la oposición, que se retira del recinto, vota la reforma del Código Civil.

—¿Usted no cree que el Código Civil, que define situaciones fundamentales en la vida de todos nosotros, debería discutirse con detenimiento y escuchando todas las opiniones? ¿Sin apuro?
—Esto no sólo ocurre en Argentina. En todo el mundo advertimos que la gente no se escucha una a la otra. Se busca definir quién tiene más apoyo. El problema es que no hay mucho diálogo. En Estados Unidos, el tema es terrible. No es sólo un problema argentino. El gran avance tecnológico ha hecho que la gente se escuche menos. La gente lee lo que le gusta y no lee lo que no le gusta. Creo que los argentinos tenemos que discutir, por ejemplo,, cómo mejoramos la economía y cómo mejoramos la seguridad.

© Escrito por Magdalena Ruíz Guiñazú el Lunes 06/10/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



lunes, 4 de agosto de 2014

Argentísimos… De Alguna Manera...


Argentísimos…

Brito y Grondona: con una bandera comunista y con sus anillos durante los reportajes de PERFIL. Foto: Cedoc Perfil

La muerte de Julio Grondona el mismo día en que emergía Jorge Brito como el superbanquero que iba a salvar a la Argentina del default, para dos días después ser execrado por cadena nacional, me hizo asociarlos por sus continuos avatares divididos entre el aplauso y el insulto a lo largo de 35 años.

Los dos, Grondona y Brito, acumularon más de tres décadas haciendo lo mismo: presidir la AFA y crear el mayor banco privado del país. Los dos comenzaron esa tarea durante la dictadura militar y se adaptaron a los varios presidentes democráticos posteriores. Los dos, con dificultades de dicción; difícil entender sus palabras. Y los dos tuvieron mucho éxito en un país que durante esos mismos 35 años no ha parado de decaer. La trascendencia pública de Grondona y de Brito no habla sólo de ellos. Habla de la Argentina.

El propio Brito, en el largo reportaje que le hice en 2007 para este diario, dijo que si hubiera nacido en Japón no habría tenido éxito. Y que no envió a estudiar a sus hijos a las grandes universidades del primer mundo porque lo que se enseña allí no sirve tanto para la Argentina.

“Yo creo en las relaciones personales”, dijo Brito en aquel reportaje, imprescindible para entender quién es el dueño del Macro (quizás hoy no se abriría de esa manera) y cómo nació el mayor banco argentino.

Por ejemplo, que el nombre del primer Macro surgió de la combinación de letras de la frase “Muy Agradecidos Con Rodrigo”, por el ministro del Rodrigazo que licuó pagos con una maxidevaluación.

También pinta integralmente a Grondona el reportaje largo de este diario que se hizo en el momento en que acordó con el kirchnerismo Fútbol para Todos.

Buscando seducir, Grondona comenzó la entrevista diciendo que venía acompañado de su abogado porque “como usted es el Maradona de los periodistas y éste es un tema tan delicado, quiero poder consultarlo si no recuerdo algún dato”. Además, trajo una camiseta de la selección argentina de regalo para que se la hiciera llegar al director de Editorial Perfil en Brasil, Edgardo Martolio –uno de los periodistas que más lo defendieron–, y que le transmitiera a Lanata, por entonces panoramista de Perfil los domingos, que como no quería dejar de leerlo, le pedía encarecidamente que dejara de fumar porque, si seguía así, le quedaría poca vida.

En cinco minutos, Grondona ya había marcado la cancha instalando su estilo patriarcal. Ser reelecto durante 35 años para conducir una actividad de altísima visibilidad y poder, prácticamente sin oposición, o crear de cero el mayor banco privado nacional (“empecé en 1976 con 5 mil dólares que me prestó mi madre”) no se puede hacer en cualquier país. Son necesarias condiciones de contexto especiales aun para que personas con determinadas capacidades puedan alcanzar destacarse de esa forma. Y probablemente ambos sean los exponentes de un modelo personalista eficaz para décadas de tantas turbulencias, y las antípodas de lo que se enseña en escuelas de gestión como Harvard Business School.

Grondona y Brito simbolizan la misma relación con la ilustración. En su reportaje, Grondona se refirió a algunos políticos que no podían ser líderes porque “al tener mucha intelectualidad, es muy difícil ser caudillo. Yo creo que el caudillo debe tener más intuición que inteligencia (...); si se la pasa tanto leyendo, no puede estar en la calle”. Y Brito, continuando el tema de la educación de sus hijos, dijo que teniendo diez buenos gerentes, prefería que ellos les enseñaran a que sus hijos realizaran un máster en el exterior. Los hechos parecen darle la razón: su hijo, siendo muy joven, ya logró ser vicepresidente primero de River.

Grondona se jactaba de no saber inglés pero de “hablar muy bien el idioma del fútbol”. La diferencia generacional entre ambos es grande, y ya en aquel reportaje a Grondona aparecía su idea recurrente de la muerte: dos veces definió el éxito como un velorio lleno de gente. Con ese termómetro de vida se consideraría muy exitoso si pudiera ver la cantidad de gente que fue al suyo, extendido a dos días en una época en que los velatorios cierran a la noche. Y evidenció su obsesión con el paso del tiempo mostrando a cámara no sólo su anillo, muy  conocido por la leyenda “Todo pasa”, sino también otro anillo que lleva inscripto “Todo llega” (ver foto).

Brito tampoco fue pudoroso para las fotografías: posó con una bandera del Partido Comunista de la ex URSS con el rostro de Lenin (ver foto). Es que, fieles arquetipos de la argentinidad, los dos representan transgresión con conservadurismo y supieron acomodarse al poder de turno y también enfrentar riesgos.

La dificultad como gran motivador es otro denominador común: Brito sufrió la pérdida del padre muy chico, y Grondona, cuando recién comenzaba a ser un adulto. Algún grado de dificultad puede templar el carácter: una estadística muestra que entre quienes llegaron a presidentes de Estados Unidos hay un promedio mayor que la media de personas que padecieron alguna carencia emocional. La propia Cristina Kirchner confirmaría esa tendencia en lo que hace a su relación con el padre.

Es que Grondona y Brito, cada uno en su dimensión, reflejan un país que lleva décadas de retroceso y donde, para destacarse, hacen falta personalidades muy especiales.

El pasaje de Brito del cielo al infierno en sólo un día, de ser visto como “el San Martín financiero” el jueves a ser vendedor de espejos de colores el viernes no indica sólo cómo es Brito. También explica cómo es Cristina Kirchner y cómo ella es emergente de una sociedad que lleva años viviendo en una montaña rusa y de la que no es casual que Maradona sea el más querido representante, además de ser la capital mundial del psicoanálisis.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado el Viernes 01/08/2014 en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.