Nuevo jefe opositor…
El aura. Hugo Moyano. Dibujo: Pablo Temes.
El jefe de la CGT
jaquea al Gobierno y desnuda sus contradicciones. El rol de Scioli. Los errores
oficiales.
El comienzo de esta historia se remonta al 15 de octubre de
2010. En el estadio de River, y ante una multitud, Hugo Moyano expresó su deseo
de, algún día, “tener un trabajador en la Casa de Gobierno”. A su lado estaban
Néstor Kirchner y la Presidenta. Rápida y molesta, Cristina Fernández de
Kirchner tomó el micrófono y le contestó: “A usted, que pide un presidente que
sea trabajador, yo trabajo desde los 18 años”. Esa respuesta marcó una grieta
en la relación entre la Presidenta y Moyano que el tiempo y las circunstancias
no hicieron más que ahondar. Ninguno de los protagonistas de esta historia pudo
imaginar que Kirchner fallecería 12 días después y que el esquema de sucesiones
alternativas e indefinidas entre esposo y esposa que el matrimonio había
pergeñado se vería tronchado. Así como con Kirchner Moyano tenía buen diálogo,
la situación era distinta con la Presidenta.
Un hecho ocurrido en la noche de aquel fatídico 27 de
octubre de 2010 aparece como premonitorio. Como se recordará, Moyano fue el
último dirigente con quien Kirchner habló telefónicamente en la noche previa a
su muerte. Un rumor de aquellas horas atribuía a esa conversación el origen del
disgusto que habría precipitado el fallecimiento del ex presidente. Preocupado
ante esta versión, Moyano convocó a una reunión en la CGT. “Me quieren echar la
culpa a mí de su muerte”, se le escuchó. Hay que recordar que la gestión de
Kirchner fue decisiva para lograr que Moyano alcanzara la presidencia del
Partido Justicialista bonaerense, hecho que en aquel momento alarmó a varios de
los intendentes peronistas del Conurbano. “La muerte de Kirchner cambió todo.
Con Néstor otra vez en la Presidencia, Hugo imaginaba un futuro político
mejor”, señala una voz del kirchnerismo que supo lo que se cocinaba. Nadie sabe
a ciencia cierta por qué Fernández de Kirchner decidió cerrarle todas las
puertas a Moyano, quien se involucró activamente en la campaña por la
reelección.
El reclamo por el aumento del mínimo no imponible lo viene
haciendo Moyano y la dirigencia de la CGT desde hace años. El Gobierno ha hecho
siempre oídos sordos a tales exigencias. Sin embargo, nunca la situación llegó
a un extremo como el que se vive por estos días. Todo quedaba en el ámbito de
las declaraciones. Eso se terminó. Hay una realidad: si en los momentos de
bonanza el Gobierno no quiso atender el reclamo de Moyano, que es de estricta
justicia, mucho menos podría hacerlo ahora cuando las arcas fiscales necesitan
hacerse de fondos de donde sea. A esa imposibilidad se le agrega ahora otro
factor: satisfacer la demanda del secretario general de la CGT sería concederle
una victoria política que la Presidenta no está dispuesta a tolerar. Se arriba
así a un callejón sin salida que sólo podría arreglar el diálogo, para el cual
surgen a primera vista dos problemas: uno es quién estaría dispuesto a levantar
el teléfono primero; el otro es con qué objetivo.
La innecesaria crisis de estos días tiene cuatro vértices:
Moyano, Scioli, la crisis económica y la elección de 2015.
Con Moyano no hay vuelta atrás. La Presidenta ha bajado una
orden clara: hay que destruirlo. La orden –que como ocurre en este gobierno
nadie que quiera seguir en su cargo puede atreverse a discutir– puede llegar a
incluir la cárcel para el líder camionero. El objetivo inmediato es quitarle la
conducción de la CGT. Ahí el Gobierno se encuentra con un problema, debido a la
falta de figuras del mundo sindical que exhiban un liderazgo fuerte como para
opacar la del actual secretario general. El otro problema, al que el Gobierno
ha contribuido, es que los acontecimientos de estas horas han transformado a
Moyano en el virtual jefe de la oposición. He ahí las increíbles declaraciones
de apoyo de Mauricio Macri y de Francisco de Narváez como confirmación de esta
novedad, que no requiere de mayores explicaciones ya que deja expuestas sus
contradicciones.
Esto vale también para la interna del peronismo, que se
encarniza. Moyano es consciente de ello. Por eso, el cuidado lenguaje que
empleó para anunciar el paro y movilización del próximo miércoles buscó generar
una convocatoria que exceda la del mero aparato sindical. Hay que tener en cuenta
que el hecho de que no se aumente el mínimo no imponible termina afectando a la
clase media, que seguramente hará su aporte a la manifestación en la Plaza de
Mayo.
Muchos se preguntan hacia dónde se encaminará esa cuota de
poder que tiene hoy Moyano. La respuesta hoy surge clara: se llama Daniel
Scioli. Este es otro de los protagonistas del dramático ajedrez político al que
asistimos. Por eso desde el Gobierno ha bajado también la instrucción de
destruirlo. Al respecto, lo sucedido en esta semana ha sido categórico y,
además, ha venido con un agregado: ya no sólo se le critican a Scioli aspectos
de su gestión sino que ahora, directamente, se lo acusa de ser parte de un
complot destinado a desestabilizar a la Presidenta. Por lo tanto, a esta altura
no se sabe si lo que Gabriel Mariotto –que ha dejado a Julio Cobos hecho un
poroto– persigue es que haya cambios en la gestión del gobierno provincial o
que Scioli renuncie.
Otro hito de este conflicto lo marcó la denuncia penal
contra Moyano y la amenaza de aplicarle la Ley de Abastecimiento. Esta ley
refiere a una época nefasta de la Argentina en la que José López Rega, el
hombre fuerte del gobierno de Estela Martínez de Perón, se enseñoreaba en el
poder. Que un gobierno autodenominado “progresista” haya echado mano a esa
norma para limitar una protesta sindical es otra de las paradojas del momento.
Es que, como consecuencia de su doble discurso, el kirchnerismo está condenado
a beber de su propia medicina. Desde esta columna se ha criticado –y se lo
seguirá haciendo– la metodología de los bloqueos y de los cortes de calles y
rutas como manera de protestar. Cuando le convino a sus intereses, el Gobierno
no dudó en apoyar esa metodología. Es lo que reconoció Pablo Moyano hablando
con quien esto escribe por Radio Mitre: “Antes, cuando bloqueábamos las plantas
de Techint, de Clarín o de La Nación, desde el Gobierno nos decían que estaba
todo bien; ahora, en cambio, nos trata como delincuentes”.
Lo tremendo de todo esto es que esta situación pudo haberse
evitado a través del diálogo, herramienta clave de la actividad política. Esta
es una verdad de Perogrullo. El problema es que el Gobierno ha hecho una mala
lectura del resultado electoral, ya que ha creído y aún cree que el 54% de los
votos obtenidos lo transforma en infalible. Y –en lo que constituye otra verdad
de Perogrullo– se sabe que la infalibilidad es ajena no sólo a este gobierno
sino también a la condición humana.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.
© Escrito por Nelson Castro y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 24 de Junio de 2012.