El Titanic sigue su rumbo…
© Escrito por Nelson Castro el sábado 09/07/2022 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de las/os Argentinas/os.
Las desavenencias entre el presidente y el vicepresidente
tienen un rico historial en la Argentina que es producto esencialmente de las
disputas de poder interna que, casi irremediablemente, se suscitan entre uno y
otro.
Hay una dinámica psicológica y política que lleva esa
relación a una tensión inevitable. Ambos son elegidos por el voto popular
dentro de una fórmula que comparten que se rompe casi inexorablemente una vez
que llegan al poder. Domingo Faustino Sarmiento le asignó a su vicepresidente,
Valentín Alsina, la exclusiva y única tarea de tocar la campanilla en las
sesiones del Senado. Esa es, en verdad, una de las dos tareas esenciales que le
corresponde desempeñar al vicepresidente. La otra es la de reemplazar al
presidente en caso de ausencia, enfermedad, inhabilidad, destitución o muerte.
“¿Usted está preparada para ser presidenta?”, le preguntaron durante la campaña
presidencial de 2008 a Sarah Palin, compañera de fórmula del candidato
republicano, Jon McCain, que tenía entre sus antecedentes médicos haber sufrido
un melanoma del cual se curó. La respuesta fue contundente: “Un vicepresidente
debe, al fin y al cabo, estar preparado para ser presidente”.
A lo largo de la historia de nuestro país, cinco fueron
los casos en los que los vicepresidentes debieron hacerse cargo de la
presidencia: Carlos Pellegrini por la renuncia de Miguel Ángel Juárez Celman en
1890; José Evaristo Uriburu por la renuncia de Luis Sáenz Peña en 1895; José
Figueroa Alcorta por el fallecimiento de Manuel Quintana en 1906; Victorino de
la Plaza por el fallecimiento de Roque Sáenz Peña en 1914; y Estela Martínez de
Perón por el fallecimiento del general Juan Domingo Perón en 1974. Esto no fue
todo. Las disputas entre presidente y vicepresidente estuvieron siempre
presentes. Los casos de mayor tensión que desembocaron en crisis políticas
fueron tres: el de Arturo Frondizi con Alejandro Gómez; el de Fernando de la
Rúa con Carlos “Chacho” Álvarez y el de Cristina Fernández de
Kirchner con Julio Cobos. Los dos primeros terminaron con la renuncia de
los vices, y Cobos, hay que decirlo, jamás puso en peligro la estabilidad del
gobierno de CFK.
Desde muy temprano el experimento electoral que la ex presidenta en funciones diseñó para ganar las elecciones no convenció. Fue un acto de astucia política para hacerle frente a la imposibilidad de arribar a la victoria a causa del rechazo que generaba su figura. Por lo tanto, los interrogantes aparecieron enseguida. Asomaba un gobierno bifronte que tenía muy pocas chances de gobernar con pericia y sensatez. Que la lapicera, que el poder, que soy la dueña de los votos, que no te hablo, que… En fin, una catástrofe anunciada.
Asistimos a algo inédito. Esta es la primera vez en la
historia institucional de la Argentina que culmina con un golpe institucional
dado por el vicepresidente. En los hechos, esto significa que, de ahora en más,
la que manda es CFK. Ella es la que “revolea ministros”. Ella es la que habla. Ella es la que dice
qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Ella dice qué es lo que hay
que hacer y lo que no. “Alberto Fernández es el peor error de mi vida”, sigue
diciendo a varios de sus interlocutores.
En toda la dialéctica de la ex presidenta en funciones
empleada en sus últimas peroratas quedó expuesta, una vez más, la esencia del
kirchnerismo que es la contradicción y la mentira. “La renuncia de (Martín)
Guzmán fue un acto de desestabilización”, sentenció en el acto en
Ensenada a la misma hora en que el entonces ministro de Economía hacía conocer
su renuncia vía Twitter. Olvidó decir que, horas antes, el ministro de
Desarrollo de la Comunidad de la provincia de Buenos Aires, Andrés Larroque,
había dicho que “ya no esperamos nada de Guzmán, la etapa de la moderación está
acabada”.
A la crisis política autoprovocada sobrevino el desastre
económico. La causa de este descalabro es política. El colapso de la economía
es el síntoma inequívoco del fracaso de la política oficialista. Las
consecuencias están a la vista. No hay precios para sectores básicos. En
especial para un rubro tan sensible como el de los alimentos y las bebidas. Los
productos incluidos en el plan de Precios Cuidados no existen. No hay. No se
reponen. En los supermercados el racionamiento llegó al aceite y los faltantes
hasta los lácteos. Ni hablar de los insumos industriales, ausentes luego del
nuevo cepo a las importaciones.
Gabriela Cerruti volvió a enojarse y erigirse en la
guardiana –léase censora– del trabajo periodístico ante una pregunta muy
atinada acerca de los rumores sobre las dudas respecto de la continuidad del
Presidente realizada con todo fundamento por la colega Silvia Mercado.
Alberto Fernández navega sin rumbo por aguas
embravecidas. Su agenda de la nada es una muestra de su capitulación. Máximo
Kirchner lo vapuleó en su pobre discurso del jueves en Escobar. Allí le
reprochó haberse abrazado a Guzmán. No fue solo eso: también blanqueó que, de
ahora en más, es su madre la que está a cargo del Gobierno.
“La primera conclusión resulta obvia: con Batakis no alcanzó. Quisieron apagar el incendio con un
vaso de agua. La economía necesita de señales contundentes pero sobre todo
inequívocas de parte de la política. Eso no está pasando”, aseguró un
empresario que se siente acorralado por las restricciones.
El esperado discurso de CFK de la tarde del viernes
intentó mostrar una tregua impostada. Todo está igual que hace unos días. La
personalidad patológica de la vice quedó expuesta –una vez más– en su intento
por echarle la culpa a Martín Guzmán de todos los males. Incluso lo acusó de
desestabilizador. El kirchnerismo es especialista en ver la paja en el ojo
ajeno. ¿Acaso las tertulias palaciegas dignas de una canción de los hermanos
Pimpinela no contribuyeron a generar un ambiente desestabilizador?
“Nada va a cambiar. Repartió culpas, se arrogó la
potestad de llevar tranquilidad diciendo que no haría volar a ningún ministro y
se dio el lujo de sostener ese tonito de superioridad para dar vuelta la página
cuando sabe muy bien que hay heridas que no cierran. La tregua pende de un
hilo”, deslizó un hombre cercano al Presidente.
El Titanic sigue su rumbo.