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domingo, 10 de julio de 2022

El Titanic sigue su rumbo… @dealgunamaneraok...

 El Titanic sigue su rumbo…


El discurso de CFK en El Calafate buscó mostrar una tregua impostada, pero solo exhibió la personalidad patológica de la vice. 

© Escrito por Nelson Castro el sábado 09/07/2022 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de las/os Argentinas/os. 



Las desavenencias entre el presidente y el vicepresidente tienen un rico historial en la Argentina que es producto esencialmente de las disputas de poder interna que, casi irremediablemente, se suscitan entre uno y otro.

 

Hay una dinámica psicológica y política que lleva esa relación a una tensión inevitable. Ambos son elegidos por el voto popular dentro de una fórmula que comparten que se rompe casi inexorablemente una vez que llegan al poder. Domingo Faustino Sarmiento le asignó a su vicepresidente, Valentín Alsina, la exclusiva y única tarea de tocar la campanilla en las sesiones del Senado. Esa es, en verdad, una de las dos tareas esenciales que le corresponde desempeñar al vicepresidente. La otra es la de reemplazar al presidente en caso de ausencia, enfermedad, inhabilidad, destitución o muerte. “¿Usted está preparada para ser presidenta?”, le preguntaron durante la campaña presidencial de 2008 a Sarah Palin, compañera de fórmula del candidato republicano, Jon McCain, que tenía entre sus antecedentes médicos haber sufrido un melanoma del cual se curó. La respuesta fue contundente: “Un vicepresidente debe, al fin y al cabo, estar preparado para ser presidente”.  

 

A lo largo de la historia de nuestro país, cinco fueron los casos en los que los vicepresidentes debieron hacerse cargo de la presidencia: Carlos Pellegrini por la renuncia de Miguel Ángel Juárez Celman en 1890; José Evaristo Uriburu por la renuncia de Luis Sáenz Peña en 1895; José Figueroa Alcorta por el fallecimiento de Manuel Quintana en 1906; Victorino de la Plaza por el fallecimiento de Roque Sáenz Peña en 1914; y Estela Martínez de Perón por el fallecimiento del general Juan Domingo Perón en 1974. Esto no fue todo. Las disputas entre presidente y vicepresidente estuvieron siempre presentes. Los casos de mayor tensión que desembocaron en crisis políticas fueron tres: el de Arturo Frondizi con Alejandro Gómez; el de Fernando de la Rúa con Carlos “Chacho” Álvarez y el de Cristina Fernández de Kirchner con Julio Cobos. Los dos primeros terminaron con la renuncia de los vices, y Cobos, hay que decirlo, jamás puso en peligro la estabilidad del gobierno de CFK.

 

Desde muy temprano el experimento electoral que la ex presidenta en funciones diseñó para ganar las elecciones no convenció. Fue un acto de astucia política para hacerle frente a la imposibilidad de arribar a la victoria a causa del rechazo que generaba su figura. Por lo tanto, los interrogantes aparecieron enseguida. Asomaba un gobierno bifronte que tenía muy pocas chances de gobernar con pericia y sensatez. Que la lapicera, que el poder, que soy la dueña de los votos, que no te hablo, que… En fin, una catástrofe anunciada.

 

Asistimos a algo inédito. Esta es la primera vez en la historia institucional de la Argentina que culmina con un golpe institucional dado por el vicepresidente. En los hechos, esto significa que, de ahora en más, la que manda es CFK. Ella es la que “revolea ministros”. Ella es la que habla. Ella es la que dice qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. Ella dice qué es lo que hay que hacer y lo que no. “Alberto Fernández es el peor error de mi vida”, sigue diciendo a varios de sus interlocutores. 

 

 

En toda la dialéctica de la ex presidenta en funciones empleada en sus últimas peroratas quedó expuesta, una vez más, la esencia del kirchnerismo que es la contradicción y la mentira. “La renuncia de (Martín) Guzmán fue un acto de desestabilización”, sentenció en el acto en Ensenada a la misma hora en que el entonces ministro de Economía hacía conocer su renuncia vía Twitter. Olvidó decir que, horas antes, el ministro de Desarrollo de la Comunidad de la provincia de Buenos Aires, Andrés Larroque, había dicho que “ya no esperamos nada de Guzmán, la etapa de la moderación está acabada”.


A la crisis política autoprovocada sobrevino el desastre económico. La causa de este descalabro es política. El colapso de la economía es el síntoma inequívoco del fracaso de la política oficialista. Las consecuencias están a la vista. No hay precios para sectores básicos. En especial para un rubro tan sensible como el de los alimentos y las bebidas. Los productos incluidos en el plan de Precios Cuidados no existen. No hay. No se reponen. En los supermercados el racionamiento llegó al aceite y los faltantes hasta los lácteos. Ni hablar de los insumos industriales, ausentes luego del nuevo cepo a las importaciones. 

 

Gabriela Cerruti volvió a enojarse y erigirse en la guardiana –léase censora– del trabajo periodístico ante una pregunta muy atinada acerca de los rumores sobre las dudas respecto de la continuidad del Presidente realizada con todo fundamento por la colega Silvia Mercado.

 

Alberto Fernández navega sin rumbo por aguas embravecidas. Su agenda de la nada es una muestra de su capitulación. Máximo Kirchner lo vapuleó en su pobre discurso del jueves en Escobar. Allí le reprochó haberse abrazado a Guzmán. No fue solo eso: también blanqueó que, de ahora en más, es su madre la que está a cargo del Gobierno.    

 

“La primera conclusión resulta obvia: con Batakis no alcanzó. Quisieron apagar el incendio con un vaso de agua. La economía necesita de señales contundentes pero sobre todo inequívocas de parte de la política. Eso no está pasando”, aseguró un empresario que se siente acorralado por las restricciones. 

 

El esperado discurso de CFK de la tarde del viernes intentó mostrar una tregua impostada. Todo está igual que hace unos días. La personalidad patológica de la vice quedó expuesta –una vez más– en su intento por echarle la culpa a Martín Guzmán de todos los males. Incluso lo acusó de desestabilizador. El kirchnerismo es especialista en ver la paja en el ojo ajeno. ¿Acaso las tertulias palaciegas dignas de una canción de los hermanos Pimpinela no contribuyeron a generar un ambiente desestabilizador?

 

“Nada va a cambiar. Repartió culpas, se arrogó la potestad de llevar tranquilidad diciendo que no haría volar a ningún ministro y se dio el lujo de sostener ese tonito de superioridad para dar vuelta la página cuando sabe muy bien que hay heridas que no cierran. La tregua pende de un hilo”, deslizó un hombre cercano al Presidente.

 

El Titanic sigue su rumbo.




    

martes, 15 de septiembre de 2020

Osvaldo Bayer sobre Domingo Faustino Sarmiento... @dealgunamanera...

Osvaldo Bayer. Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Juan…



Osvaldo Bayer bajó el tono de la crítica a Sarmiento. Ayer recibió la máxima distinción que otorga la Universidad. Habló de política, derechos humanos e historia argentina. 

© Escrito por Susana Roldán el viernes 28/10/2011 y publicado por el Diario de Cuyo de la Ciudad de Mendoza, República de los Argentinos.

Con tono conciliador, pero firme, el historiador, periodista y escritor Osvaldo Bayer aprovechó la conferencia de prensa de ayer con los medios locales y bajó el tono de la crítica a Sarmiento, para poner un paño frío sobre la polémica que se desató cuando se supo que la UNSJ le otorgó el Doctorado Honoris Causa justo cuando se celebraba el bicentenario del nacimiento de Sarmiento, a quien en varias oportunidades calificó de ‘racista‘.

‘Es un absoluto disparate decir que yo soy antisarmientista. El historiador tiene que decir la verdad. Yo he hablado mucho de las cosas positivas de Sarmiento, pero también de sus equivocaciones.

Es un error decir que su actitud respecto de los indios y los gauchos era una cuestión de época. Ya en esa época hubo otras personalidades que se opusieron al genocidio de los indios, como Alberdi. No se pueden perdonar los racismos de ciertos próceres‘, dijo. Por la tarde, después de agradecer la distinción que le otorgó la UNSJ, reafirmó una vez más su postura sobre el tema. Y agregó, al referirse a Sarmiento y la obligatoriedad de cantar el himno en su honor en las escuelas: ‘No hay que convertir en un dios a quien no fue un dios, cantando ‘el más grande entre los grandes‘, porque hizo cosas buenas, pero también tuvo defectos, como cualquiera‘.

Luego de definir a Néstor Kirchner como ‘el primero de la democracia que se atrevió a terminar con la impunidad absoluta para los criminales de la dictadura‘, aseguró estar muy contento con la condena por el caso ESMA. ‘Con mis 84 años, he vivido 13 dictadores. Y me parece muy bien que se haga justicia‘, sostuvo.

Al definirse como ‘libertario‘, reveló que no está de acuerdo con los gobernantes que buscan la reelección. ‘Nadie es imprescindible. Nunca debe gobernar una persona más de 4 años, por respeto a los demás‘, dijo.

A la actual presidenta, Cristina Fernández, le reconoció ‘algunas cosas importantes‘. ‘Me parece bien lo que hizo con la Ley de Medios, con devolver el dinero de los jubilados al Estado y no dejarlo en manos de privados y creo que la Asignación Universal por Hijo fue un acierto‘, señaló el historiador, pero agregó que ‘siguen faltando cosas, como terminar con el hambre, por ejemplo‘.

A favor de la expresión libre de los pueblos originarios, les reconoció el derecho a defender sus tierras y el uso de los recursos naturales. ‘Siempre voy a estar de su lado‘, dijo. También se manifestó sobre el Mercosur, acerca del cual expresó que ‘no me gusta la demasiada conversación. Sí que se eliminen fronteras y que se pueda comerciar. Yo propuse algo parecido para las patagonias argentina y chilena en la época de Menem, y me valió que el Senado me declarara persona no grata‘, relató.

Luego, sonriente, contó que ‘ocho años después, Daniel Filmus pidió que se retirara esa calificación. Ahora puedo volver a entrar al Senado de la Nación y voy bastante seguido; me pongo a mirar los cuadros y a ver lo rápido que pasan algunos senadores‘.




sábado, 13 de septiembre de 2014

Se me hace cuento: El Telégrafo... De Alguna Manera...


 El telégrafo...



Desde siempre he sentido admiración por Domingo Faustino Sarmiento. Entre las muchas paradojas que acompañaron al ilustre sanjuanino, no es menor la posterior a su muerte: que para honrar al presidente que ni una vez faltó al colegio, se permita faltar a los alumnos en la efeméride.

Me entusiasmaba entonces y ahora, de Sarmiento, su acento en la educación, su iluminismo, la energía con que convertía en actos estas convicciones; la utilización del poder en función de extender el progreso y no de su usufructo en sí mismo. Y muy especialmente sus salidas imprevisibles, su osadía en las polémicas, su humor vitriólico. Todas estas condiciones configuraban un cuadro personal que lograban que, durante las clases más aburridas de mi cuarto grado, yo alzara la vista hacia el retrato de Sarmiento arriba del pizarrón, y me sintiera menos desolado, aunque Sarmiento estuviera serio como un director enojado. 

Ese cuarto grado fue la primera vez en mi vida que me prestaron un libro. Había leído ya varios: las fábulas de Esopo, Samaniego y Lafontaine; los relatos de la Biblia para niños de Joachim Prinz, editado por Sigal; la Ilíada y la Odisea para niños en la edición de Sigmar. Pero eran todos de mi propiedad. Espero no derramar sobre mi el oprobio si confieso que el libro me lo prestó mi maestra de cuarto grado. Ella nos había leído una de las anécdotas de la vida de Sarmiento de un libro encuadernado en verde, y la historia me gustó tanto que la propia maestra me ofreció prestármelo. No recuerdo quién era el autor, ni si alguna vez lo supe. 

Pero el tacto y el color de las páginas de ese libro, incluyendo su forro verde, no han desaparecido de mis ojos ni de mis manos. Yo, que perdía todo, cuidé ese libro como si fuera un miembro de mi cuerpo. Lo que no perdía, lo rompía; pero ese libro lo mantuve impoluto. Desde entonces he procurado adquirir cada uno de los libros que leo, porque me gusta leerlos mientras desayuno, y despreocuparme por si los mancho con jugo de naranja o huevo pasado por agua. De hecho, me causa cierto placer marcar así los libros, recordarme que son míos y que no debo regresárselos a nadie. Por eso me gusta tanto la propiedad privada. Pero los pago, y por eso desprecio también la piratería. En fin. Llegó el once de septiembre de aquel 1975 y tocó homenajear al padre del aula. Me correspondía, con gestos, ademanes, y en voz alta, destacar dos grandes contribuciones de Sarmiento al país: la extensión del telégrafo y la fundación del zoológico. 

En cuanto al telégrafo, lo consideraba un aporte encantador, y muy propio de Sarmiento. Todavía faltaba un lustro para que yo supiera que Gabriel García Márquez se jactaba de ser el hijo del telegrafista de Aracata; pero ya el telégrafo me parecía un avance destacable en el terreno de las comunicaciones. El zoológico, sin embargo, no me cuadraba. ¿Qué necesidad había de encerrar a los animales? Nunca he sido un hombre de mascotas; muy por el contrario. ¿Pero por qué hacerlos sufrir? Si se trataba de acercar a los niños al conocimiento de la fauna, cualquier descripción o daguerrotipo del siglo XIX hubiera bastado para informarlos, mucho más que los pobres leones apolillados en cautiverio que se parecen tanto a los de la selva como un tobogán de agua a las cataratas del Iguazú.

Por no hablar de las capacidades de reproducción de imágenes y sensaciones de los siglos XX y XXI, que podrían acercar a los chicos animales iguales en todo a los originales, excepto en su existencia real y libre. Pero mi maestra me ordenó que recitara El Zoológico, y El Telégrafo, cuando me tocara el turno, desde el medio del escenario, para toda la concurrencia. Mis fundamentadas protestas no surtieron efecto; le regresé el libro, todo leído, entero y limpio. Tampoco eso me liberó. Llegado el día del acto, en cuanto debí recitar mi parte, me limité a declamar: El telégrafo.

La maestra, desde el llano, frunció el ceño, casi tanto como lo tenía fruncido Sarmiento en su cuadro en el aula, y me hizo con la mano un gesto de que agregara el otro parlamento. Yo repetí: El telégrafo. A la maestra no le quedó más remedio que indicar que continuara mi siguiente compañero, a la derecha, que celebró el impulso al ferrocarril. Terminado el acto, cuando llegó el recreo, la maestra me castigó dejándome a solas en el aula. Una vez más, alcé mi vista en busca del cuadro y en ese caso me resultó particularmente reconfortante. Por primera vez me pareció que el sanjuanino me sonreía.

© Escrito por Marcelo Birmajery publicado el Sábado 13/09/2014 por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



martes, 12 de noviembre de 2013

12/11/2013, el asesinato del "Chacho” Peñaloza… De Alguna Manera...


El asesinato del "Chacho” Peñaloza…

El 12 de noviembre de 1863 moría asesinado el caudillo riojano general Ángel “Chacho” Peñaloza

El 12 de noviembre de 1863 moría asesinado el caudillo riojano general Ángel “Chacho” Peñaloza luchando contra el centralismo del entonces presidente Bartolomé Mitre.

La políticas centralistas de Mitre, con el fin de subordinar a las provincias a los intereses porteños, resolvió siempre sus diferencias con los referentes populares a punta de fusil, tanto fronteras adentro como en la infame "Guera del Paraguay" donde encabezó un genocidio contra el pueblo guaraní funcional a los intereses del Imperio Británico. En ese marco, Peñaloza fue derrotado por el ejército nacional en junio de 1863, así tuvo que refugiarse en Los Llanos, provincia de La Rioja.


"Chacho" Peñaloza intenta invadir San Juan, gobernada por Sarmiento, dónde el coronel Irrazábal lo derrotó. Pese a su rendición, el coronel mandó a sus soldados a acribillarlo a balazos. Su cabeza fue cortada y clavada en la punta de un poste en la plaza de Olta.

En el contexto de un Estado "liberal y mercantil" que Mitre se encargó de llevar a cabo, y con políticas económicas que brindaban facilidades para las inversiones de capital extranjero sacrificando el progreso de la industria nacional, dónde el comercio importador, los exportadores, y los poderosos intereses imperialistas impedían cualquier protección de la industria naciente, “El Chacho” defendió al federalismo y se transformó en una figura emblemática de la cultura histórica nacional.

Mitre, también fundador del diario La Nación, en carta confidencial a su vicepresidente, caudillo riojano general Ángel “Chacho” Peñaloza le confesaba: " Mejor que entenderse con el animal de Peñaloza es voltearlo, aunque cueste un poco más. Aprovechemos la oportunidad de los caudillos que quieren suicidarse para ayudarlos a bien morir... Al Chacho es preciso que se lo lleve el diablo barranca abajo...”

Sarmiento, no se quedará atrás y en una de sus cartas hace relucir sus ideales de eliminar al gaucho: "No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos", así, después de la batalla de Pavón, se dirigía a Mitre.

Esta fue, sin dudas, la filosofía criminal con la que se movieron impunemente durante más de diez años los herederos de Rivadavia, la elite oligárquica porteña vencedora de Caseros y Pavón.

A dos días del día de la tradición, fecha donde se conmemora el nacimiento de José Hernández, aprovechamos para poner un homenaje que le realizó a Peñaloza.

"Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos, y valientes que ha tenido la República. El partido federal tiene un nuevo mártir. El general Peñaloza ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, el Viriato argentino ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes conquistadoras, acaba de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, degollado y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño del asesino, al bárbaro Sarmiento".

© Publicado el martes 12/11/2013 por http://www.argentina.ar



"No trate de economizar sangre de gauchos, la sangre es lo único que tienen de seres humanos". Domingo Faustino Sarmiento, carta a Mitre

 



lunes, 24 de septiembre de 2012

Egoístas o ignorantes… De Alguna Manera...


Egoístas o ignorantes…

Pulitzer y Sarmiento, dos tipos de periodismo.

El lector se encuentra en esta edición con un diario de muchas más páginas. Es una edición aniversario, que sale con más avisos. Y más que ninguna en sus siete años de existencia, a pesar de seguir incumpliendo el Estado el fallo de la Corte Suprema de Justicia que lo obliga a colocar publicidad oficial en este diario.

El relanzamiento de PERFIL, el domingo 11 de septiembre de 2005, coincidió con el día en que se recuerda a Sarmiento. Este año la Presidenta también recordó a Sarmiento pero como ejemplo del periodismo militante, tan generoso en adjetivos como avaro en rigor técnico. Moreno es otro ejemplo que se utiliza para dignificar al actual periodismo militante, porque en los tiempos de la Revolución de Mayo recomendaba minimizar las noticias que pudieran ser negativas y magnificar las favorables.

Extrapolar ejemplos de la historia y traerlos al presente puede ser tan injusto como juzgar severamente a Sócrates o a Washington por haber sido esclavistas, cada uno en su tiempo. El periodismo en el siglo XVIII y gran parte del XIX era casi todo militante.

Cuando en 1868 Sarmiento fue embajador en Estados Unidos, por entonces instalado en Nueva York, Joseph Pulitzer aún no había comprado el New York World (lo hizo en 1883) y no había empezado la revolución del periodismo que modificaría la historia de nuestra profesión, primero en su país y progresivamente en el resto del mundo. Hasta ese momento, en su gran mayoría los diarios estaban asociados a partidos y el periodismo era una rama de la política.

Pulitzer, no sin ambivalencias, errores y acciones muy criticables, convirtió el periodismo partisano en periodismo profesional, comercial o autosustentado. No se trata de una rareza del periodismo: la mayoría de las actividades humanas nacieron fusionadas unas con otras. En la medida en que las sociedades fueron progresando, las disciplinas que antes eran una sola pasaron a tener autonomía. Con sólo ver las carreras universitarias de hace un siglo y las de hoy alcanza para comprenderlo.

Volver al periodismo de Moreno o Sarmiento es, de alguna forma, retornar a la época de Eduardo VII y Napoleón por un lado, o Rosas, Urquiza y Mitre por el otro, momentos fundacionales de la Argentina como nación y como república. Obviamente, si la integridad de la patria estuviera en juego, se justificaría esa regresión. Pero son muy pocas las ocasiones extraordinarias que justificarían vaciar el periodismo de su inédito aporte a la sociedad para sustentar a la política.

Tras ser elegido diputado en 1885, Pulitzer renunció meses después por no encontrar en la política una actividad que lo entusiasmara más que el periodismo.

La oposición entre periodismo militante y periodismo –casi podríamos decir– moderno es una prolongación de una batalla mucho más amplia que hoy atraviesa a toda la sociedad argentina, que encontró en el cacerolazo de hace diez días y en la reacción posterior del kirchnerismo uno de sus picos.

Desde la perspectiva del oficialismo, quienes protestaron son egoístas o ignorantes, no comparten lo que el Gobierno hace porque tienen algún privilegio que se ve amenazado, o se trata de personas que no comprendieron su tiempo o están mal informadas por los medios hegemónicos que las alienaron.

Pero no sólo el kirchnerismo tiene esa visión reducida de sus críticos: algunos de los que critican al Gobierno también ven a sus defensores como egoístas, ya sea porque cuidan un puesto en el Estado, que perderían, o porque desconocen el mundo actual al quedarse sólo con libros escritos en la década del 70 y el 80 o los producidos por franceses o italianos, y casi nada de los autores anglosajones.

La acusación de egoístas es injusta con muchos de los defensores del kirchnerismo, que no perderían nada material con otro gobierno y dicen lo que piensan con absoluta convicción. También es injusta con muchos de los críticos del kirchnerismo, que tampoco ganarían nada material con un cambio de gobierno.

Ante la acusación de ignorantes que “se quedaron en los 70” (a los K) o que “se quedaron en los 90” (a los no K), cabría reflexionar acerca de la metáfora de Hegel sobre el búho de Minerva, la diosa del conocimiento, conocimiento que siempre llega tarde porque sólo vuela al romper el crepúsculo; o sea, llega atrasado, explica las cosas cuando ya pasaron y no puede cumplir la función de mensajero del alba. En síntesis: ¿quién puede estar seguro de saber lo que será correcto para el futuro? “¿En qué sentido exactamente está la Bondad ahí afuera esperando ser representada exactamente como consecuencia de una argumentación racional?”, escribió Richard Rorty una vez.

Probablemente, la Argentina actual precise que los sectores más enfrentados políticamente dejen de pensar a su oponente como un egoísta o un ignorante.

Para alejar el riesgo de caer en la violencia política hay que reconciliar visiones, y es imperioso encontrar un terreno común que permita comunicarnos y escapar a la inconmensurabilidad metafísica que nos aísla en mundos diferentes, encerrados dentro de un paradigma no interconectable con el de los otros, que pone en riesgo la idea misma de racionalidad. Precisamos convenciones que permitan un lenguaje común de observación neutral para poder dialogar. No hay conmensurabilidad entre grupos que tienen paradigmas diferentes de lo que resulta una explicación acertada. No se trata de una guerra en la que se le impone al otro el vocabulario del vencedor.

La única noción posible y utilizable de objetividad es la de acuerdo. El periodismo moderno, después de Pulitzer y post Sarmiento, asume la objetividad como una propiedad de aquello que, al haber sido ampliamente discutido, es elegido por consenso como racional. Sin consensos mínimos no habrá periodismo, sólo militancia; ni tampoco política, sólo guerra.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 22 de Septiembre de 2012.