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domingo, 6 de julio de 2025

Vaticinios que no convencen... @dealgunamanera...

Vaticinios que no convencen...

Caputo y Milei. El presidente y el ministro anticipan proyecciones optimistas de la economía que no se perciben en la situación cotidiana de la ciudadanía. Fotografía: NA

​​​​​​​Las manifestaciones públicas del presidente Javier Milei y de su ministro de Economía, Luis Caputo, no logran despejar la incertidumbre y en no pocos casos añaden nuevas incongruencias, a la vez que se exponen debilidades como la admitida para el frente externo en el Informe de Avance sobre la elaboración del Proyecto de Ley de Presupuesto 2026. El documento enviado al Congreso Nacional contiene las previsiones para 2025, año que se cursa sin Presupuesto por decisión del oficialismo.

© Escrito por Carlos Heller, Dirigente cooperativista, el sábado 05/07/2025 y publicado por la Revista Acción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

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Las manifestaciones públicas del presidente Javier Milei y de su ministro de Economía, Luis Caputo, no logran despejar la incertidumbre y en no pocos casos añaden nuevas incongruencias, a la vez que se exponen debilidades como la admitida para el frente externo en el Informe de Avance sobre la elaboración del Proyecto de Ley de Presupuesto 2026. El documento enviado al Congreso Nacional contiene las previsiones para 2025, año que se cursa sin Presupuesto por decisión del oficialismo.  

Según se prevé, las exportaciones aumentarían 3,8%, mientras que las importaciones saltarán un 19,6%. Lo cual indica un achicamiento del saldo, que para el Gobierno sería de US$4.913 millones en el corriente año. Muy lejos de los US$16.901 millones de 2024, un síntoma del deterioro de las cuentas externas. 

El tipo de cambio, por su parte, se ubicaría a fin de año en $1.229 (menos que el de este último viernes), con una suba anual del 20,4%, es decir, por debajo de la inflación. La reducción esperada de la competitividad indica que se seguirán afectando la producción y el empleo locales.

La realidad es que unos días antes se había publicado un informe de J. P. Morgan, titulado: «Tomándose un respiro», donde se destacan los desbalances externos que tiene la economía argentina en el marco de las políticas actuales.

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Fue un consejo para sus clientes: deshacer maniobras con la bicicleta financiera («carry trade»), es decir, vender Lecaps y pasarse a dólares.


La inflación proyectada punta a punta del IPC (diciembre de cada año), se augura, sería del 22,7%, para lo cual debería rondar en torno de 1,0% mensual en el segundo semestre, un valor que se presenta difícil de alcanzar.   

En cuanto al PIB, para 2025 el Gobierno prevé un aumento del 5,5%, basado principalmente en la evolución del consumo privado del 7,2%. Resulta difícil entender una recuperación del consumo cuando el salario real registrado hasta abril, último dato disponible, venía cayendo y el desempleo crecía en el primer trimestre.  

Para 2026, en tanto, no hay proyecciones sobre tipo de cambio y precios, aunque se promete mantener el ajuste del gasto, «racionalizar» el Estado y «continuar en la senda del equilibrio fiscal, con el objetivo de corregir de forma definitiva los desajustes estructurales y consolidar un entorno de estabilidad macroeconómica».

​​​​​​​Desintegración.


A falta de mayores certezas, Milei aportó algunas definiciones durante la cumbre del Mercosur desarrollada en Buenos Aires, oportunidad en la que reclamó avanzar hacia «un esquema comercial y regulatorio mucho más libre». 
 

Demanda a la que añadió una especie de advertencia en la que condicionó la continuación de Argentina en el bloque a la adopción de las «reformas pro libertad comercial» que, según considera, el Mercosur «necesita».


Con otra perspectiva, el presidente brasileño Luiz Inacio «Lula» Da Silva sostuvo que «Sudamérica se ha convertido en un área de libre comercio basada en reglas claras y equilibradas». A lo que agregó: «Estar en el Mercosur nos protege» en un panorama geopolítico que cambia constantemente.

«Nos enfrentaremos al desafío de proteger nuestro espacio de autonomía en un contexto cada vez más polarizado», subrayó el mandatario, dejando en claro una postura regionalista y de negociación en bloque con el resto del mundo.



domingo, 1 de enero de 2023

El hombre de las mil batallas… @dealgunamaneraok...

El hombre de las mil batallas…

Otra vez en la lucha. El dirigente metalúrgico en un acto de campaña en San Pablo. Fotografía: AFP.

Presidente por tercera vez, asume el desafío de recuperar el país tras el paso arrasador de Bolsonaro. Biografía personal y política del líder popular que cambió el rostro de Brasil. 

© Escrito por Manuel Alfieri y publicado el domingo 01/01/2023 por la Revista Acción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.


Su nombre vuelve a resonar con fuerza en Brasil y a nivel mundial. Lula Da Silva regresa a la presidencia del gigante sudamericano tras vencer al ultraderechista Jair Bolsonaro. Cuenta con una historia de lucha que lo avala y, por eso, su vida merece un repaso.

Muchísimo antes de ser conocido como «Lula», Luiz Inácio Da Silva fue uno de los tantos chicos del nordeste brasileño que experimentó la miseria en carne propia. Nació en una casa diminuta en la que llegó a convivir con 13 personas, sin luz ni agua corriente, y sin la presencia de su padre, alcohólico y analfabeto, quien había emigrado tempranamente al sur en busca de empleo.

Entre tanta falta y precariedad, el pequeño Luiz Inácio jamás había soñado con la posibilidad de ser presidente. «De noche soñaba con el desayuno, a la mañana soñaba con el almuerzo, en el almuerzo soñaba con la cena. Era la ley de la supervivencia», contó alguna vez sobre su dura infancia.

En la adultez las cosas tampoco serían fáciles: sufrió la persecución y la cárcel en dictadura y en democracia, y padeció tanto la enfermedad propia como la muerte de muchos seres queridos de forma inesperada.

Los registros oficiales indican que Lula nació el 6 de octubre de 1945, pero su mamá, Eurídice, siempre juró que tuvo al niño el 27 de ese mismo mes. Del lugar de residencia nunca hubo dudas: Caetés, Estado de Pernambuco, una de las zonas más carenciadas del país. A su papá, Arístides Inácio, recién lo conoció a los cinco años, cuando viajó 13 largos días junto a su madre y sus siete hermanos en la caja de un camión hacia Guarujá, paso previo a instalarse definitivamente en San Pablo.

Ahí trabajó como vendedor ambulante, lustrabotas y ayudante de una tintorería. A los catorce, y tras de dejar obligadamente la escuela pese a ser un estudiante aplicado, conocería el mundo obrero e industrial: consiguió un puesto en una planta de producción de tornillos, con un régimen de 12 horas corridas y bajísimo sueldo. Unos años después pasó a una fábrica de carrocería automotriz, donde perdió gran parte del dedo meñique de su mano izquierda. Fue en 1964, justo cuando comenzaba la dictadura militar que tanto marcaría su vida política.

En 1968, el dolor por el arresto y tortura de su hermano, militante del Partido Comunista, lo llevó a meterse en política. Empezó a participar activamente en el sindicalismo, defendiendo los derechos de los trabajadores y en abierta oposición a la dictadura. Su ascenso fue frenético: para mediados de los 80 ya se había convertido en el líder del sindicato metalúrgico.

Desde allí coordinó las mayores huelgas y manifestaciones contra el Gobierno militar, poniendo contra las cuerdas a sus jerarcas y acelerando su caída. En paralelo fundó el Partido de los Trabajadores (PT), plataforma de izquierda que rompería con el tradicional bipartidismo. El régimen que tanta admiración despierta en el excapitán Jair Bolsonaro no se lo perdonó: en 1980, Lula pasó 31 días en la cárcel.

Ni un paso atrás.

La breve pero difícil experiencia del encierro no lo hizo retroceder un centímetro. Al contrario, lo envalentonó y lo llevó a redoblar la apuesta. Con el retorno de la democracia por la que tanto luchó, se presentó a las elecciones de 1986 y fue el diputado federal más votado de Brasil. Su figura crecía, sobre todo en las barriadas populares, y en 1989 decidió competir por primera vez por la presidencia, con un plan que incluía salario mínimo para los trabajadores y reforma agraria. Perdió, al igual que en 1994 y 1998.

En este caso, la cuarta fue la vencida: ganó las elecciones de 2002 con el mayor caudal de votos de la historia brasileña –más de 52 millones– y el 1 de enero de 2003 fue investido presidente. Por primera vez, un obrero que había nacido en el barro de la miseria llegaba al Palacio de la Alvorada. «Y yo, que tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país», dijo, emocionado, en su discurso de asunción.

En una porción del mundo signada por la pobreza y el hambre, su primer objetivo de gestión fue sencillo, pero no por eso menos titánico: que todos los brasileños y brasileñas comieran al menos tres veces por día. Y en parte lo logró. Con los programas «Hambre Cero» y «Bolsa Familia» como bandera, la desnutrición infantil se redujo un 46%.

Eso le valió el reconocimiento del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, que concedió a Lula el título de «campeón mundial de la lucha contra el hambre». El empleo creció, el poder adquisitivo de los trabajadores también, y más de 30 millones de personas salieron de la pobreza en menos de una década. La idea de lo que debía hacer un presidente no venía de un manual de ciencia política, sino de su propia experiencia personal, esa que marcó a fuego su infancia: «El mejor ejemplo de gobierno no se saca un de libro. Se saca de una madre: ella siempre va a cuidar al más débil».

Resurrecciones.

El fervor y entusiasmo que produjo en el pueblo brasileño, golpeado por décadas de neoliberalismo, se tradujo en un enorme apoyo popular y en 2006 ganó nuevamente las presidenciales. Pero los logros no fueron solo sociales, sino también económicos. El país creció como nunca y se convirtió en la sexta economía mundial, desplazando de ese lugar al Reino Unido. Lula intervino en todos los debates internacionales posibles: imperialismo, dependencia, desarrollo, educación, salud, cambio climático. Fue, junto con otros presidentes de la región, uno de los máximos impulsores del proceso de integración latinoamericana. Gobernó hasta el 31 de diciembre de 2010, día en que dejó el cargo con un nivel de popularidad impensado para un dirigente político en retirada y vapuleado por los grandes medios de comunicación: 87% de aprobación.

Con su salida del Gobierno volvieron los padecimientos personales y políticos. En 2011, y después de más de 40 años de cigarro, le diagnosticaron un cáncer de garganta, único momento en que perdió su tupida barba a raíz de la quimioterapia. Tiempo después de superar la enfermedad, comenzó la persecución mediática y judicial: denuncias por corrupción que se multiplicaron, una polémica condena y, nuevamente, la cárcel.

Esta vez no fue un mes de encierro como en los años de plomo, sino 580 días. Casualmente, justo cuando las encuestas lo daban como favorito para vencer a Bolsonaro en las elecciones de 2018. Poco antes de eso había muerto su segunda esposa. Durante su encierro en Curitiba también perdió a un hermano y a un nieto de ocho años. Recuperó la libertad en 2019 y en 2021 la Corte Suprema anuló todas las sentencias dictadas en su contra, considerando incompetente y sesgada la actuación del juez Sergio Moro, archienemigo del fundador del PT. Lawfare puro.

Como hace más de 40 años, el encierro le dio a Lula más fuerza. Volvió a casarse y se puso al hombro una gigantesca campaña electoral. Ahora, el hombre de las mil batallas tiene una nueva –y quizás la más desafiante– por delante: recuperar la deteriorada democracia de su país y el bienestar de su pueblo, ese del que él mismo surgió.