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domingo, 1 de enero de 2023

El hombre de las mil batallas… @dealgunamaneraok...

El hombre de las mil batallas…

Otra vez en la lucha. El dirigente metalúrgico en un acto de campaña en San Pablo. Fotografía: AFP.

Presidente por tercera vez, asume el desafío de recuperar el país tras el paso arrasador de Bolsonaro. Biografía personal y política del líder popular que cambió el rostro de Brasil. 

© Escrito por Manuel Alfieri y publicado el domingo 01/01/2023 por la Revista Acción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.


Su nombre vuelve a resonar con fuerza en Brasil y a nivel mundial. Lula Da Silva regresa a la presidencia del gigante sudamericano tras vencer al ultraderechista Jair Bolsonaro. Cuenta con una historia de lucha que lo avala y, por eso, su vida merece un repaso.

Muchísimo antes de ser conocido como «Lula», Luiz Inácio Da Silva fue uno de los tantos chicos del nordeste brasileño que experimentó la miseria en carne propia. Nació en una casa diminuta en la que llegó a convivir con 13 personas, sin luz ni agua corriente, y sin la presencia de su padre, alcohólico y analfabeto, quien había emigrado tempranamente al sur en busca de empleo.

Entre tanta falta y precariedad, el pequeño Luiz Inácio jamás había soñado con la posibilidad de ser presidente. «De noche soñaba con el desayuno, a la mañana soñaba con el almuerzo, en el almuerzo soñaba con la cena. Era la ley de la supervivencia», contó alguna vez sobre su dura infancia.

En la adultez las cosas tampoco serían fáciles: sufrió la persecución y la cárcel en dictadura y en democracia, y padeció tanto la enfermedad propia como la muerte de muchos seres queridos de forma inesperada.

Los registros oficiales indican que Lula nació el 6 de octubre de 1945, pero su mamá, Eurídice, siempre juró que tuvo al niño el 27 de ese mismo mes. Del lugar de residencia nunca hubo dudas: Caetés, Estado de Pernambuco, una de las zonas más carenciadas del país. A su papá, Arístides Inácio, recién lo conoció a los cinco años, cuando viajó 13 largos días junto a su madre y sus siete hermanos en la caja de un camión hacia Guarujá, paso previo a instalarse definitivamente en San Pablo.

Ahí trabajó como vendedor ambulante, lustrabotas y ayudante de una tintorería. A los catorce, y tras de dejar obligadamente la escuela pese a ser un estudiante aplicado, conocería el mundo obrero e industrial: consiguió un puesto en una planta de producción de tornillos, con un régimen de 12 horas corridas y bajísimo sueldo. Unos años después pasó a una fábrica de carrocería automotriz, donde perdió gran parte del dedo meñique de su mano izquierda. Fue en 1964, justo cuando comenzaba la dictadura militar que tanto marcaría su vida política.

En 1968, el dolor por el arresto y tortura de su hermano, militante del Partido Comunista, lo llevó a meterse en política. Empezó a participar activamente en el sindicalismo, defendiendo los derechos de los trabajadores y en abierta oposición a la dictadura. Su ascenso fue frenético: para mediados de los 80 ya se había convertido en el líder del sindicato metalúrgico.

Desde allí coordinó las mayores huelgas y manifestaciones contra el Gobierno militar, poniendo contra las cuerdas a sus jerarcas y acelerando su caída. En paralelo fundó el Partido de los Trabajadores (PT), plataforma de izquierda que rompería con el tradicional bipartidismo. El régimen que tanta admiración despierta en el excapitán Jair Bolsonaro no se lo perdonó: en 1980, Lula pasó 31 días en la cárcel.

Ni un paso atrás.

La breve pero difícil experiencia del encierro no lo hizo retroceder un centímetro. Al contrario, lo envalentonó y lo llevó a redoblar la apuesta. Con el retorno de la democracia por la que tanto luchó, se presentó a las elecciones de 1986 y fue el diputado federal más votado de Brasil. Su figura crecía, sobre todo en las barriadas populares, y en 1989 decidió competir por primera vez por la presidencia, con un plan que incluía salario mínimo para los trabajadores y reforma agraria. Perdió, al igual que en 1994 y 1998.

En este caso, la cuarta fue la vencida: ganó las elecciones de 2002 con el mayor caudal de votos de la historia brasileña –más de 52 millones– y el 1 de enero de 2003 fue investido presidente. Por primera vez, un obrero que había nacido en el barro de la miseria llegaba al Palacio de la Alvorada. «Y yo, que tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país», dijo, emocionado, en su discurso de asunción.

En una porción del mundo signada por la pobreza y el hambre, su primer objetivo de gestión fue sencillo, pero no por eso menos titánico: que todos los brasileños y brasileñas comieran al menos tres veces por día. Y en parte lo logró. Con los programas «Hambre Cero» y «Bolsa Familia» como bandera, la desnutrición infantil se redujo un 46%.

Eso le valió el reconocimiento del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, que concedió a Lula el título de «campeón mundial de la lucha contra el hambre». El empleo creció, el poder adquisitivo de los trabajadores también, y más de 30 millones de personas salieron de la pobreza en menos de una década. La idea de lo que debía hacer un presidente no venía de un manual de ciencia política, sino de su propia experiencia personal, esa que marcó a fuego su infancia: «El mejor ejemplo de gobierno no se saca un de libro. Se saca de una madre: ella siempre va a cuidar al más débil».

Resurrecciones.

El fervor y entusiasmo que produjo en el pueblo brasileño, golpeado por décadas de neoliberalismo, se tradujo en un enorme apoyo popular y en 2006 ganó nuevamente las presidenciales. Pero los logros no fueron solo sociales, sino también económicos. El país creció como nunca y se convirtió en la sexta economía mundial, desplazando de ese lugar al Reino Unido. Lula intervino en todos los debates internacionales posibles: imperialismo, dependencia, desarrollo, educación, salud, cambio climático. Fue, junto con otros presidentes de la región, uno de los máximos impulsores del proceso de integración latinoamericana. Gobernó hasta el 31 de diciembre de 2010, día en que dejó el cargo con un nivel de popularidad impensado para un dirigente político en retirada y vapuleado por los grandes medios de comunicación: 87% de aprobación.

Con su salida del Gobierno volvieron los padecimientos personales y políticos. En 2011, y después de más de 40 años de cigarro, le diagnosticaron un cáncer de garganta, único momento en que perdió su tupida barba a raíz de la quimioterapia. Tiempo después de superar la enfermedad, comenzó la persecución mediática y judicial: denuncias por corrupción que se multiplicaron, una polémica condena y, nuevamente, la cárcel.

Esta vez no fue un mes de encierro como en los años de plomo, sino 580 días. Casualmente, justo cuando las encuestas lo daban como favorito para vencer a Bolsonaro en las elecciones de 2018. Poco antes de eso había muerto su segunda esposa. Durante su encierro en Curitiba también perdió a un hermano y a un nieto de ocho años. Recuperó la libertad en 2019 y en 2021 la Corte Suprema anuló todas las sentencias dictadas en su contra, considerando incompetente y sesgada la actuación del juez Sergio Moro, archienemigo del fundador del PT. Lawfare puro.

Como hace más de 40 años, el encierro le dio a Lula más fuerza. Volvió a casarse y se puso al hombro una gigantesca campaña electoral. Ahora, el hombre de las mil batallas tiene una nueva –y quizás la más desafiante– por delante: recuperar la deteriorada democracia de su país y el bienestar de su pueblo, ese del que él mismo surgió.





 

viernes, 9 de diciembre de 2022

«El bolsonarismo no es sólo malo para Brasil, sino para el mundo»... @dealgunamaneraok...

 Gabriela de Lima Grecco: «El bolsonarismo no es sólo malo para Brasil, sino para el mundo» 

Jair Bolsonaro en el Palacio de Planalto, sede del Ejecutivo brasileño.

Entrevistada por Salvador Lima, la historiadora Gabriela de Lima Grecco analiza la derrota de Bolsonaro y repasa la historia política brasileña al calor de la polarización del presente. 

© Escrito por Salvador Lima (*) el miércoles 06/12/2022 y publicado por el Periódico Digital La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
 

“Hemos llegado al final de una de las elecciones más importantes de nuestra historia. Una elección que puso frente a frente dos proyectos opuestos de país, y que hoy tiene un único y gran ganador: el pueblo brasileño. Esta no es una victoria mía, ni del PT, ni de los partidos que me apoyaron en esa campaña. Es la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó, por encima de los partidos políticos, de los intereses personales y de las ideologías, para que la democracia saliera vencedora.”

Con esta reivindicación de la democracia abrió Lula su primer discurso, tras la segunda vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas. Ahora bien, contra todos los pronósticos que aseguraban un triunfo apabullante del candidato petista, su victorial electoral fue definida por un margen muy estrecho de votos que no sólo deja al nuevo/viejo presidente un panorama político muy complejo para los próximos cuatro años, sino que plantea un escenario de polarización maniquea poco habitual en Brasil. Para comprender un poco mejor el asunto, hemos hablado con la historiadora Gabriela de Lima Grecco para tener una explicación cabal y brasileña sobre el significado de este momento político de Brasil y su perspectiva histórica. Gaúcha del sur brasileño, doctora en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y actual profesora de Historia de América Latina en la Universidad Complutense, Lima Grecco ha colaborado en universidades de Estados Unidos y Europa y es especialista en fascismos europeos y latinoamericanos. Sobre este tema, ha escrito más de cuarenta artículos, así como ha coordinado diversas obras y publicado dos libros de su autoría.


¿Por qué crees que estas elecciones tuvieron tanta repercusión internacional? 

Creo que todo el mundo estaba bastante expectante por las elecciones debido a la dinámica transnacional de esta “extrema derecha 2.0”, tal como la llama el historiador italiano Steven Forti de la Universidad de Barcelona. Se trata de una red internacional populista de derecha que podemos identificar con personajes como Donald Trump, Viktor Orbán, Giorgia Meloni y Jair Bolsonaro. Debido el peso relativo de Brasil en la región, muchos teóricos y políticos estaban muy preocupados por la influencia que podía tener Bolsonaro en América Latina, siguiendo la premisa de Richard Nixon, wherever Brazil goes, Latin America follows. Después de todo, en aquellos años, la dictadura brasileña (1964-1985) fue modélica para otros regímenes autoritarios en América Latina y financió y apoyó golpes militares en los países vecinos. De modo que lo que pasa en la política brasileña es siempre relevante para la región. Ahora bien, si la derecha bolsonarista no tuvo éxito en ganar las otras elecciones recientes en la región (aunque habría que estar atentos al largo plazo), en cambio, es preocupante su eficacia en contagiar discursos violentos y radicales en otros países. El bolsonarismo no es sólo malo para Brasil, sino para el mundo. De ahí el apuro de Joe Biden, Emmanuel Macron y otros líderes democráticos por avalar la victoria electoral de Lula.

«Lo que pasa en la política brasileña es siempre relevante para la región. Ahora bien, si la derecha bolsonarista no tuvo éxito en ganar las otras elecciones recientes en la región (aunque habría que estar atentos al largo plazo), en cambio, es preocupante su eficacia en contagiar discursos violentos y radicales en otros países».


¿Qué significado tuvo el apoyo expreso de Fernando Henrique Cardoso a la candidatura de Lula? Hubo cierto aire a “frente antifascista” en estas elecciones.

Como dices, a diferencia de la neutralidad que adoptó en 2018, para estas elecciones Fernando Henrique sí comprendió el peligro que implicaba una posible victoria de Bolsonaro para la democracia brasileña y adoptó una postura de apoyo firme a Lula. De todos modos, como historiadora, no utilizaría el término frente antifascista. Hay muchas diferencias entre el fascismo clásico y la extrema derecha moderna. Sí se puede hablar de un frente democrático contra el bolsonarismo. Además de FHC, también hay que recordar que el compañero de fórmula de Lula es Geraldo Alckmin, otro personaje histórico del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Vemos que la candidatura de Lula estuvo muy inclinada al centro político, evitando discursos sectarios de izquierda o populistas. Además, a pesar de todas sus diferencias de ideas, Lula y FHC siempre tuvieron una relación muy respetuosa y de reconocimiento mutuo. Por otro lado, hubo mucha continuidad entre las políticas de Lula y Cardoso, cuyo gobierno no fue tan neoliberal como el de Menem. Por ejemplo, las bolsas de familia y las cuotas raciales, emblemas de la política social del PT.

¿Qué análisis hace del lugar gobierno de Bolsonaro en la historia de Brasil? 

La gran marca histórica de Bolsonaro es que rompió con una tradición política brasileña de buscar el consenso a la hora de gobernar. Para poner un ejemplo extremo, durante el 
Estado Novo (1937-1945), la dictadura Getúlio Vargas buscó cierto consenso social, incorporando políticos opositores a las funciones de gobierno, incluso algunos comunistas. Hay colegas sostienen que la dictadura militar de los años ’60 y ’70 también practicó, moderadamente y a su manera, la misma cooptación de cuadros de los partidos políticos. Digamos que es un rasgo común de la cultura política de Brasil. Se trata, además, de una estrategia política, ya que, al incluir al adversario en el gobierno, se disminuye su capacidad de daño como opositor. Vemos que Lula ha hecho esto durante sus dos gobiernos y lo está haciendo ahora. Bolsonaro ha hecho todo lo contrario y, tras un comienzo de gobierno en el que prometió la colaboración con expertos de otros sectores, redujo su gobierno a personas como él. La otra gran ruptura de Bolsonaro con las tradiciones políticas brasileñas fue la politización de la religión. Aunque Brasil siempre fue un país religioso, Bolsonaro ha radicalizado mucho los elementos evangélicos de su discurso, logrando una conexión entre política y religión que no tiene precedentes, ni siquiera en Vargas o en los militares católicos de las décadas de 1960 y 1970.


Es decir que esta polarización que produce Bolsonaro es algo nuevo. ¿No hay antecedentes en la historia democrática del Brasil?

No, los discursos de odio de Bolsonaro y su fascinación con la dictadura militar han provocado una división social sin precedentes en la historia democrática. Una de las frases de cabecera de la dictadura era “
Brasil, ame-o ou deixe-o” (Brasil, ámelo o déjelo). Bolsonaro ha recuperado ese espíritu nacionalista y de exclusión. Se ha apropiado de los símbolos nacionales, trazando divisiones entre los “verdaderos brasileños” y los que no lo son. Ha reiterado buena parte del mismo discurso político de la dictadura, especialmente en su obsesión con el comunismo, al cual ve siempre representado en el PT.



Al respecto de esta polarización, Lula afirmó que es necesario reconstruir el alma de Brasil. ¿En qué se diferencia el contexto doméstico que deberá afrontar en esta tercera presidencia con respecto a las anteriores?


Hay una frase que dijo Dilma Rousseff, en en Madrid, luego de haber sufrido el impeachment, que me parece más representativa: “Brasil tiene que encontrarse consigo mismo”. Luego de esta experiencia histórica de Bolsonaro, debemos mirarnos al espejo y repensarnos a nosotros mismos como país. Durante décadas, la identidad de Brasil fue enunciada a través de algunos mitos, como el de la democracia racial o el del ciudadano cordial. Lo cierto es que Brasil es un país muy violento, racista y pobre. Especialmente, la elite brasileña debe enfrentar estos problemas, debe mirar al pueblo de frente y reconocer sus deudas. La identidad brasileña tradicional se basó sobre unos pilares que ya no se sostienen, de modo que la dura realidad nos tiene que obligar a construir nuevos consensos. Yo creo que de esto es de lo que habla Lula y ahí tiene su gran desafío político, ya que enfrentará a uno de los congresos más conservadores de la historia de Brasil. El Partido Liberal (PL) de Bolsonaro domina la Cámara de Diputados y el Senado y los senadores en Brasil tienen un mandato de ocho años. Esto significa que el bolsonarismo (o algo parecido a él) va a estar durante dos mandatos presidenciales más en el Congreso. Será un verdadero reto para Lula. En cuando a la izquierda, a mi entender, el nuevo presidente va a tener que dialogar mucho más con el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), formado por gente que rompió con el PT en 2004 por considerarlo demasiado centrista. Esto también es un desafío. Con todo, confío en que Lula va a estar a la altura. Es un auténtico político.


Antes mencionaste las conexiones ideológicas de Bolsonaro con la dictadura de 1964-1985. Con respecto a Lula ¿qué momentos o personajes de la historia brasileña reivindica?

Me gustaría complementar lo que conté antes de Bolsonaro diciendo que, en su despacho, tiene o tenía los retratos de los cinco dictadores y él y sus hijos siempre han encomiado el Ato Institucional Nº 5 (AI-5) de 1968, un decreto de la dictadura que cerró el congreso y dio poderes especiales al presidente. Incluso, en 2016, durante el impeachment de Dilma Rousseff, él y sus hijos expresaron abiertamente sus simpatías para con Carlos Alberto Brilhante Ustra, antiguo militar y torturador de Dilma. En cuanto la pregunta de a quién mira Lula en la historia de Brasil, no sabría decir. Siempre me pareció un personaje muy auténtico que creó su propia carrera y mito. Si tengo que arriesgar una respuesta, es posible que mire a Getúlio Vargas, un hombre de convicciones nacionalistas y estatistas, que creó numerosas empresas públicas y que pretendía construir una identidad brasileña fuerte. Pero no estoy segura. Siempre vi a Lula como alguien distinto. Es el primer hombre de clase trabajadora que llega al poder, no pertenece a ninguna de las élites económicas, ni a la clase intelectual, ni se identifica con el Ejército.


«Siempre vi a Lula como alguien distinto. Es el primer hombre de clase trabajadora que llega al poder, no pertenece a ninguna de las élites económicas, ni a la clase intelectual, ni se identifica con el Ejército».   

Hablando de Getúlio, la «Era Vargas» fue la experiencia latinoamericana más afín al modelo fascista de entreguerras y, al mismo tiempo, fue un momento de expansión de derechos sociales y laborales. Teniendo en cuenta el discurso filofascista de la familia Bolsonaro y la agenda social del PT ¿Cómo debe interpretarse el legado histórico y político de Getúlio?


Las relaciones de Vargas con el fascismo siempre fueron complejas y conflictivas. El partido propiamente fascista en Brasil era Ação Integralista Brasileira(AIB) y estaba liderado por Plínio Salgado. Aunque, desde 1930, apoyaron a Vargas y su régimen autoritario, en 1938, Salgado intentó un golpe de palacio que no salió como esperaba. El resultado fue la captura y el fusilamiento de los integralistas por parte del Ejército y la disolución del AIB. Esto no quiere decir que no quedasen filofascistas en el gobierno de Vargas, pero hubo un quiebre. En cuanto a la agenda social, hay que comprender que la expansión de derechos laborales realizada por Vargas ocurrió en un contexto mundial que iba en esa dirección. Tanto en las democracias liberales, como en los regímenes fascistas, hubo mejoras en la calidad de vida y en las condiciones laborales de los trabajadores. Por ello, para denominar a la tradición política inaugurada por Vargas, la historiadora brasileña Ângela de Castro Gomes ha acuñado el término trabalhismo (que significaría “trabajismo” o laborismo en español), evitando las definiciones a veces simplistas de populista o fascista. El trabalhismo sería esta tradición política fundamentada en las relaciones entre los sindicatos y el Estado, luego heredada por João Goulart y Leonel Brizola. Entonces, si Bolsonaro adopta los símbolos propios de AIB, como “Dios, patria, familia” o su cruzada anticomunista, Lula, seguramente, construye su identidad en dicha tradición trabalhista.


El peronismo es un movimiento político con el que casi la mitad de los argentinos se siente identificada y que aún se denomina a partir del apellido de su fundador. En Brasil, no encontramos nada parecido. ¿Por qué dirías que nombres como Vargas o Goulart no han trascendido de la misma manera en las tradiciones populares de tu país?


En realidad, al no tener un movimiento varguista, Brasil no es la excepción, es la regla. Si miras las repúblicas sudamericanas, no es lo habitual un partido como el peronismo en las democracias actuales. En el transcurso de su historia, los brasileños hemos sino mucho menos personalistas a la hora de formar o dar identidad a los partidos políticos. De hecho, el bolsonarismo es, probablemente, un caso muy especial de movimiento que toma el nombre de un dirigente y que lo trasciende. De todas maneras, dudo mucho que tenga la trayectoria que logró el peronismo, hay que esperar. A la inversa, el lulismo no existe. En Brasil siempre hablamos del PT o del petismo. Es un partido institucionalizado de centro-izquierda. Lula es muy popular y hasta se lo puede acusar de populista, sin embargo, no tuvo ningún problema en ceder el poder a Dilma Rousseff. No planteó cambiar la constitución para apostar por una reelección indefinida y trató de retirarse de la política activa. Es más, mi opinión es que él hubiera preferido no presentarse a estas elecciones. Si lo hizo, fue porque consideró que era una necesidad del PT, no había ningún otro candidato capaz de enfrentar a Bolsonaro. Evidentemente, la cultura política brasileña no permite la construcción de personalismos al estilo peronista, aunque no sabría decir por qué, no soy una experta en el tema.
 


Lula da Silva y Jair Bolsonaro en el debate electoral de este año.
 

Lo que veo es que, en Brasil, hay mayor fragmentación partidaria, el PT no es el peronismo con su electorado incondicional del 40%. Además, ¿puede ser que los partidos brasileños estén mejor institucionalizados? Parece que allí es más difícil para un líder carismático condicionar toda una estructura partidaria o su competencia interna.


Puede ser que los partidos en Brasil sean más fuertes que los personajes. Tomando el caso de Fernando Henrique Cardoso ¿Es el símbolo del PSDB? La verdad que no, el partido tiene una narrativa, una misión y una estructura propia que va más allá de Cardoso, aunque éste haya sido presidente y uno de sus referentes más importantes. Pensándolo bien, lo que veo más parecido al peronismo en Brasil es el fenómeno trabalhista que mencioné antes. Sus ideas sindical-estatistas, el discurso soberanista y el estilo de liderazgo popular, que ejercieron Vargas, Goulart y Brizola, conectan al trabalhismo con la cultura política de la América hispana. Después de todo, estos tres referentes eran todos nativos de Rio Grande do Sul, un estado muy penetrado por las tradiciones políticas e ideológicas del Río de la Plata.


En 1986, Raúl Alfonsín tuvo la iniciativa de trasladar la Capital Federal a la ciudad de Viedma. Era un proyecto político que, además, pretendía producir un giro modernizador de la economía y la demografía argentina hacia la Patagonia. En los años ’50, Juscelino Kubitschek logró materializar una política análoga, con la fundación de Brasilia como símbolo de la "Marcha para o Oeste" ¿Qué balance histórico se puede hacer de esta política en Brasil?

Es muy difícil de evaluar los resultados profundos de la Marcha al Oeste, una política de Estado iniciada por Getúlio y continuada por Juscelino. Si comenzamos por el corto plazo, el objetivo desarrollista de construir Brasilia, una ciudad planificada y moderna se logró y el proyecto urbano de Oscar Niemeyer fue admirado y reconocido. Ahora, en el largo plazo, la Marcha al Oeste, como proyecto de modernización de la economía y el territorio nacionales que buscaba integrar el interior y corregir el desequilibrio demográfico en la costa, no tuvo pleno éxito. Por supuesto, la población de Brasil está hoy más “interiorizada” de lo que estaba antes de la fundación de Brasilia, pero la concentración demográfica sigue siendo desproporcional en el litoral, especialmente en San Pablo. En cierta manera, la gran consecuencia de Brasilia fue desconcentrar la población y los recursos de Río de Janeiro, a costa de darle mayor centralidad y fuerza al estado de San Pablo, que hoy es una verdadera potencia económica sin un contrapeso a nivel doméstico.


«Lula siempre dio mucha importancia a América Latina y al hecho de que Brasil se definiese como potencia latinoamericana. Tampoco hay que olvidar el esfuerzo de integración diplomática y comercial que realizó la presidencia de Fernando Henrique. Para resumir, el problema con la integración es que tiene que tener continuidad».

Desde la perspectiva regional del Cono Sur, parecería que la integración económica, social y política sigue siendo una promesa eterna que nunca se cumple del todo. ¿Cuáles son las miradas que tienen los brasileños sobre la región? ¿Hay interés o reina la indiferencia hacia América Latina?

Una historia habitual y muy repetida en Brasil ha sido el aislamiento respecto a las repúblicas hispanoamericanas. Nuestros historiadores siempre han señalado como Brasil, durante el siglo XX, ha desarrollado una economía y una política exterior de espaldas a América Latina y mirando a Estados Unidos. Además de factores económicos o geopolíticos, sin dudas que la diferencia lingüística nos ha distanciado. Es interesante ver la historia de Gustavo Capanema, que fue ministro de Educación de Getúlio Vargas, ya que tuvo un proyecto de integración lingüística y cultural con América Latina. Él decía que los brasileños leían a los hispanoamericanos, pero que éstos no leían a los nuestros. La literatura brasileña no era traducida al español, de modo que Capanema invirtió mucho para que los escritores de Brasil llegasen a las repúblicas vecinas y fuesen difundidos como correspondía, a través de traducciones, intercambios y contactos con editoriales y bibliotecas. Lamentablemente, esta política no tuvo mucha continuidad en gobierno sucesivos.


En la actualidad, veo mucho más interés de parte de hispanoamericanos y brasileños por comunicarse. Ha sido una política pública de Lula y de Dilma el hacer del español la segunda lengua de todos los brasileños, por encima de inglés. Bolsonaro eliminó esta política y hubo una reacción muy importante de parte de los profesores de español, a través del movimiento Fica Espanhol. En el balance, Bolsonaro fue muy coherente en su desprecio general hacia la América hispana, por desinterés y por diferenciarse de los gobiernos del PT. Lula siempre dio mucha importancia a América Latina y al hecho de que Brasil se definiese como potencia latinoamericana. Tampoco hay que olvidar el esfuerzo de integración diplomática y comercial que realizó la presidencia de Fernando Henrique. Para resumir, el problema con la integración es que tiene que tener continuidad. Sobre todo, porque el brasileño de a pie no tiene facilidad para identificarse con América Latina. Brasil es un país de dimensiones continentales, con una población de más de doscientos millones de habitantes que miran hacia adentro, tenemos nuestro estilo musical, nuestra cultura, nuestra lengua… Por ello es tan difícil la integración. Es un trabajo arduo que, si se interrumpe en alguna de sus facetas, luego es muy difícil remontarlo.

Por último. ¿Qué desafíos históricos diría que son una cuenta pendiente para este Brasil que ya lleva casi cuarenta años de democracia?

Mucho tiene que ver con las deudas de la elite. Una elite que tiene que reconocerse como brasileña, que tiene que mirar al pueblo y ver sus carencias. Es cierto que los gobiernos del PT han hecho mucho para corregir los males sociales en Brasil, pero no alcanzó, aún hay que seguir trabajando para reducir las desigualdades. Para el segundo gobierno de Lula, Brasil había salido del mapa del hambre de la ONU y ahora está nuevamente en ese grupo de países. También están los problemas del racismo estructural que, es cierto que ha mejorado gracias a algunas políticas, pero que sigue siendo una mancha difícil de remover, así como el machismo de la sociedad. Para ponerlo en términos concretos, creo que el día que la mujer negra brasileña tenga posibilidades de acceder a los puestos de decisión, en la política y en las empresas, y que no tenga problemas para reunir un capital propio o disfrutar de una educación superior, sin los obstáculos sociales y prejuicios de siempre, podremos decir que Brasil ha superado sus cuentas pendientes.


¿Quié es Gabriela de Lima Grecco?, es investigadora contratada en el Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas, en la Universidad Complutense de Madrid. Fue Investigadora y profesora en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, con el contracto Atracción de Talento Investigador (2018-2021). Doctora en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid, con la tesis De la pluma como oficio a la pluma oficial: estado y literatura durante los nuevos estados de Getúlio Vargas y Francisco Franco (1936-1945), la cual recibió el Premio Extraordinario de Doctorado.
Fue investigadora visitante en la University of California Los Ángeles, en la Freie Universität Berlín, en la Université Sorbonne Nouvelle Paris III, en la Fundación Getúlio Vargas y en la Universidad de São Paulo (USP). Fue profesora invitada/visitante en la USP y en la Pontificia Universidad Católica de Río Grande del Sur. Ha publicado más de 40 artículos y capítulos de libro, así como ha sido editora de diversos libros y autora de dos obras: Literary Censorship in Francisco Franco’s Spain and Getulio Vargas’ Brazil. Burning Books, Awarding Writers (2020) Palavras que resistem: Censura e promoção literária na ditadura de Getúlio Vargas (1937-1945) (2021).  

(*) Salvador Lima: Investigador doctoral en Historia en el Instituto Universitario Europeo en Florencia y editor general en Toynbee Prize Foundation.


  

domingo, 6 de noviembre de 2022

Lula da Silva y el giro al centro que le dio la victoria… @dealgunamaneraok...

 Lula da Silva y el giro al centro que le dio la victoria… 

Si bien al principio la elección mostraba arriba a Jair Bolsonaro, a lo largo de la jornada Lula logró imponerse como ganador. Fotografía: CEDOC

El centro logró vencer a uno de los polos ideológicos en Brasil, pero el gobierno de Lula estará sitiado por una oposición fuerte.

© Escrito por Claudio Fantini el domingo 06/11/2022 y publicado por la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.

 

Aunque la izquierda lo tuvo como candidato, Luiz Inacio Lula da Silva no llegó a esta elección como candidato de la izquierda. En ésta pulseada electoral lo que él representó fue mucho más allá de su partido. Fue el candidato de una mitad de Brasil que expresa, a grandes rasgos, la cultura liberal-demócrata. En ese Brasil centrista muchos rechazan a Lula, pero es mayor el rechazo que sienten por el autoritarismo caricaturesco de Jair Bolsonaro.

 

Intentando capitalizar de manera oportunista el resultado de la elección en Brasil, regímenes y liderazgos izquierdistas de la región proclaman que ha ganado la izquierda. Por sus fobias raciales, sexuales y sociales, las derechas duras y los conservadurismos recalcitrantes proclaman lo mismo que la izquierda oportunista: “En Brasil ganó el izquierdismo”.

Podrán inundar las redes vomitando desprecio a quienes opinen lo contrario, pero lo ocurrido en Brasil es
 un reñido triunfo del centro (no el “centrao”, que en Brasil es un enjambre de partidos entregados al negocio político) contra uno de los extremismos en alza de este tiempo: el conservadurismo oscuro.

En un país partido al medio, ganó la mitad que defiende las diversidades, el Estado secular y la democracia. 
La otra mitad es el Brasil conservador, hoy guiado por políticos y pastores evangélicos para quienes la mitad liberal-demócrata es el “enemigo” que quiere destruir la familia, la tradición y la propiedad.

El Brasil liberal-demócrata tiene como mayor exponente a
 Fernando Henrique Cardoso. El lúcido ex presidente parece entender mejor que Lula que el país se partió en los mismos términos que se está partiendo el mundo, y considera que Bolsonaro expresa en Brasil lo que Vladimir Putin se ha lanzado a liderar a escala mundial: el conservadurismo religioso, sexual y cultural, que es nacionalista, enemigo del cosmopolitismo y de las diversidades, y partidario del regreso a las tradiciones como antídoto contra la globalización.

Al conservadurismo antiliberal que lidera Putin, 
en Estados Unidos lo encarna Donald Trump, en Turquía Reccep Erdogán y en Europa el húngaro Viktor Orban, el italiano Matteo Salvini y los franceses Marine Le Pen y Eric Zemmour, entre otros; mientras que en Latinoamérica tiene como mayor exponente a Bolsonaro.

Lula percibe lo que Cardoso entiende en profundidad. El economista liberal que inició un ciclo virtuoso como ministro de Hacienda de Itamar Franco y luego lo consolidó como presidente en dos períodos consecutivos, entendió también que el popular Lula da Silva era la figura capaz de unificar tras de sí la porción liberal-demócrata en la batalla crucial contra el conservadurismo reaccionario que avanza a paso redoblado en Brasil y buena parte del mundo.

A pesar de su mediocridad intelectual y discursiva,
 Bolsonaro sacó ultraderechistas del closet, debilitando a la centroderecha. A millones de brasileños que se auto-percibían conservadores de centro, les activó el instinto ultraconservador, haciéndoles brotar sus fobias más oscuras.Como ocurre con las feligresías de izquierda, los que adhieren con fervor de secta a Bolsonaro no ven siquiera la perversidad de aparecer tras 46 horas de silencio con un mensaje confuso respecto al reconocimiento del resultado, mientras su gobierno anunciaba la transición, por lo tanto reconocía que habrá traspaso de poder. 

Huntington acierta sobre el choque de culturas. Pero se trata de un conflicto intracultural. Dentro de cada cultura, el tradicionalismo conservador embiste contra modernidad liberal.
 Lula tiene el instinto de la cultura liberal-demócrata, que es cosmopolita, secular y pro-diversidad, pero no lo racionaliza en sus discursos. De haber entendido el rol de su liderazgo en este choque, sus gobiernos no habrían tenido la política regional demagógica de coquetear con la izquierda autoritaria que lideraba Hugo Chávez.

Después de su segundo mandato,
 Fernando Henrique Cardoso respaldó sutilmente la llegada de Lula a la presidencia, entendiendo que Brasil necesitaba un “Felipe González”, o sea un izquierdista que no aplicara el dogmatismo marxista sino el pragmatismo socialdemócrata para dar garantías de capitalismo.

A esta altura del proceso democrático, 
la lucidez de Cardoso le permitió ver más allá de las poses de Lula. También fue capaz de ver, más allá de la mediocridad intelectual y de la personalidad desequilibrada de Bolsonaro, el trabajo de aglutinar el conservadurismo que se encontraba disperso y sin líderes unificadores.

Cardoso vio que detrás del liderazgo esperpéntico de Bolsonaro, había un trabajo meticuloso entrelazando a la derecha militarista, el conservadurismo religioso y los grupos con fobias sociales, raciales y sexuales. 
El más prestigioso exponente de la centroderecha y del liberalismo de matriz progresista entendió que Lula debía encabezar la crucial batalla electoral. Por eso se lanzó de lleno a respaldar su campaña.

La centroderecha brasileña tiene excelentes dirigentes. 
Todos apoyaron a Lula porque entienden que es el líder más competitivo para representar el centro e impedir la consolidación de un conservadurismo autoritario que desmantele el sistema liberal-demócrata en un segundo mandato de Bolsonaro. La misma batalla se ve en urnas europeas y en el avance del trumpismo embistiendo contra la centroderecha y los  socialdemócratas en Estados Unidos. Una batalla que también se libra con armas y está desangrando a Ucrania.

No hay uniformidad en los bloques
. En la vereda del nacionalismo conservador-religioso que encabeza el presidente ruso hay liderazgos que se autoperciben de izquierda y que han producido avances en el terreno del feminismo y la diversidad sexual en cuanto percibieron que era un terreno políticamente fértil. Pero lo que comparten con Putin y regímenes oscurantistas como el iraní, es confundir antiimperialismo con antinorteamericanismo, además de la cultura autoritaria que desprecia a la democracia liberal.

Muchos exponentes de izquierdas autoritarias en Brasil y otros países apoyaron a Lula, igual que hubo demócratas que apoyaron a Bolsonaro. Pero en la pulseada que se libró en las urnas del gigante sudamericano, 
el líder del PT representó lo que está en su naturaleza y no en sus poses. Por eso volvió a encabezar una amplia coalición que va desde la centroderecha a la centroizquierda, expresando fundamentalmente el centro. En definitiva, lo que está situado en las antípodas de un extremo del arco político no es el otro extremo, sino el centro.