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domingo, 24 de enero de 2021

La ética y los privilegios… @dealgunamanera...

 La ética y los privilegios…


Se necesita el aporte mensual de más de 400 empleados públicos para cubrir las pensiones que cobrará la Vicepresidenta. En esta nota se propone analizar desde la ética la validez de la actitud de CFK y de la clase dirigente que, pudiendo modificarlo, mantiene esas prerrogativas de privilegio. 

© Escrito por Américo Schvartzman (*) el lunes 11/01/2021 y publicado por el Periódico Digital La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Una trabajadora monotributista que integra una cooperativa en Concepción del Uruguay logró, después de trámites y diálogos interminables y derivas de un funcionario a otro, que le reconocieran un subsidio como parte de una cooperativa de trabajo en medio de la pandemia. El monto parecerá irrisorio, pero le venía muy bien ese complemento después de meses casi sin ingresos: 6 mil pesos por mes. La buena noticia se convirtió en indignación al mes siguiente: le dieron de baja la AUH por su único hijo. Por el subsidio de 6 mil pesos perdió los 3.717 que le correspondían. Desde entonces ha hecho incontables reclamos, hasta el momento sin éxito.

 

En 2017 la actual Vicepresidenta del Estado argentino litigó contra el propio Estado que ahora vicepreside para cobrar dos pensiones de privilegio, una propia como ex Presidenta, la otra de su marido muerto, ex Presidente. Suman, aproximadamente, dos millones de pesos por mes. Por supuesto, no fue ella quien inventó ese privilegio. Lo disfrutan varios ex presidentes vivos y también familiares de otros fallecidos. Lo que nunca había sucedido es que una ex Presidenta que cobra su pensión de privilegio, pretendiera cobrar también la de su ex marido. No hay otro caso similar, porque salvo María Estela Martínez de Perón, no hay otras parejas ex-presidenciales. Aun así, “Isabel” cobra la suya y, por su marido, una pensión militar de unos 100 mil pesos mensuales.

 

En una decisión administrativa del Gobierno anterior, a Cristina Fernández de Kirchner le indicaron que debía optar, que no podía cobrar ambas. Pero apeló la medida y ahora la justicia le dio la razón: no sólo podrá cobrar las dos, sino que se le deben abonar los retroactivos, cerca de 100 millones de pesos. Además, la Vicepresidenta tiene su sueldo mensual que asciende a 328.419,59 pesos (hasta septiembre de 2020, última cifra consignada en Datos.gob.ar, el sitio de Presidencia: ver aquí). 

 

Lo que nunca había sucedido es que una ex Presidenta que cobra su pensión de privilegio, pretendiera cobrar también la de su ex marido. No hay otro caso similar, porque salvo María Estela Martínez de Perón, no hay otras parejas ex-presidenciales.

 

Mientras tanto, también en Concepción del Uruguay, un jubilado municipal se encadena en la plaza porque no puede llegar a fin de mes: cobra menos de 20 mil pesos. Y el defensor de la Tercera Edad, Eugenio Semino, calificó la decisión judicial como «pornográfica«. Señaló que cuatro millones de jubilados y jubiladas (más de la mitad del total) cobran, como el encadenado, la mínima: 19 mil pesos mensuales. Pero además, indicó que a una persona que cobra una pensión por discapacidad (14 mil pesos) se la cancelan si fallecen sus padres y quiere cobrar sus beneficios previsionales.

 

Para mayor pornografía, la información de la decisión judicial se conoció el mismo día que se aprobó la nueva reforma previsional, reforma gracias a la cual los millones de jubilados y jubiladas que cobran una miseria… seguirán cobrando esa miseria.

 

DERECHOS Y PRIVILEGIOS

 

La decisión judicial no fue automática o de oficio: se requirió que la Vicepresidenta litigara, se presentara ante la justicia y demandara al Estado para que le reconozcan ese “derecho”. ¿Qué digo “derecho”?: la prerrogativa que posee la Vicepresidenta es claramente un privilegio, no un derecho.

 

Privilegio que comparte con sus colegas ex presidentes, como lo recordaron en las redes sus adláteres: Aníbal Fernández (el acomodaticio funcionario de Menem, Duhalde y los Kirchner que fue, en 2002, coautor ideológico del asesinato de Kosteki y Santillán) la justificó recordando que ese mismo privilegio lo tienen Menem, Duhalde, Rodríguez Saá, la viuda de De la Rúa y Macri, “el mamerto que apoyaste”, porque supone que quien cuestiona la decisión de CFK es macrista (en sus anteojeras mentales, nadie que no sea macrista podría cuestionar nada de lo que haga la Vicepresidenta). En suma: para Aníbal Fernández (y muchos seguidores de CFK) el privilegio injustificable se justifica porque hay otros privilegiados injustificables.

 

No se informó con exactitud cuánto cobrará por mes la Vicepresidenta, pero parece que será alrededor de 2,4 millones entre ambas pensiones y su sueldo. Equivale a algo más de lo que ganan 126 jubilados sumados.

 

La decisión de la Vicepresidenta (y de la justicia) vuelven a mostrar que en la Argentina conviven mundos diferentes. El de los poderosos, sus privilegios y prerrogativas inmorales, y el de trabajadores y trabajadoras de a pie, para los cuales el servicio de justicia sigue siendo más parecido a un laberinto kafkiano que a lo que su nombre designa.

 

Hace casi un año, en otro artículo, analizamos el caso del ex vicegobernador entrerriano Adán Bahl, quien con 52 años y apenas cuatro como vicegobernador, tiene el absurdo “derecho” de jubilarse por ese cargo, con una remuneración cercana a los 200.000 pesos. Cuestionamos no solo el monto y el hecho de que equivalga a más de 10 jubilaciones mínimas, sino la paradoja de que el mismo Bahl había salido a reclamar una reforma del sistema jubilatorio porque, aseguraba, “no es sustentable”. Sacamos la cuenta en ese momento: ¿cuántos docentes en actividad se necesitan que aporten para que la Provincia le pague la jubilación privilegiada a Bahl? Respuesta: veintiséis docentes y medio. Ese es el aporte de Bahl a la sustentabilidad del sistema.

 

La decisión de la Vicepresidenta (y de la justicia) vuelven a mostrar que en la Argentina conviven mundos diferentes. El de los poderosos, sus privilegios y prerrogativas inmorales, y el de trabajadores y trabajadoras de a pie, para los cuales el servicio de justicia sigue siendo más parecido a un laberinto kafkiano que a lo que su nombre designa.

 

UN ANÁLISIS DESDE LA ÉTICA 


Creo, sin embargo, que dejando la bronca de lado (inevitable para cualquiera que vive de ingresos fijos cada vez más estragados por la inflación y la desigualdad), como ciudadanas y ciudadanos, como comunidad, podemos y debemos analizar la cuestión desde una perspectiva ética. Y en ese sentido podemos preguntarnos, más allá de cualquier preferencia partidaria: ¿Cuáles son los estándares éticos que debemos exigir a nuestros gobernantes? Y en especial ¿tenemos elementos para establecer un juicio ético en este caso?

 

En ética hay diferentes perspectivas para analizar las acciones humanas, siempre en torno de una perspectiva más amplia que supone que las acciones individuales no deben ser incompatibles con el bien común. Esas perspectivas son la del deber (deontológico), la que jerarquiza las consecuencias de las acciones (utilitarismo) y la de la virtud (la ética “aristotélica”: ¿qué tipo de personas queremos ser? Las acciones se analizan en función de esa pregunta).

 

Desde la perspectiva general del bien común, parece claro que la actitud de la Vicepresidenta, al decidir litigar contra el Estado para poder cobrar ambas pensiones, sostiene una posición que va en contra de los valores que dice defender, ya que al priorizar su beneficio personal antes que el bien colectivo, contribuye a desfinanciar el sistema previsional. ¿Por qué? El sueldo promedio de los empleados públicos del Estado nacional ronda los 50 mil pesos. Y su aporte jubilatorio es del 11% de su remuneración. No es difícil sacar la cuenta: se requiere el aporte mensual de 418 trabajadores del Estado para cubrir la suma total que percibirá la Vicepresidenta cada mes.

 

La Vicepresidenta tuvo dos períodos en los que pudo haber impulsado la supresión de ese privilegio, para ella y para la posteridad. No lo hizo (tampoco lo impulsó su sucesor Mauricio Macri, vale decirlo). Podría haber no litigado, ahorrarle un millón de pesos por mes al Estado. La pregunta deontológica es: un mundo (o un país, o una provincia) donde todos actuaran como ella ¿sería deseable o indeseable?

 

Desde un punto de vista deontológico, ¿cuál sería su deber? Quienes la justifican dicen que no es la única que posee ese privilegio. Citan a cada ex Presidente reciente o a sus deudos. No obstante, la decisión de hacer uso de ese privilegio o de rechazarlo es de la Vicepresidenta. No es una obligación, sino una decisión. La historia argentina exhibe casos (pocos, pero los hay) en donde funcionarios renunciaron a esa prerrogativa por considerarla inmoral. Elpidio González (vicepresidente de Alvear), Arturo Illia, y más cerca en el tiempo, Raúl Alfonsín, quien renunció al 50% de la suya solicitando que se destinara al PAMI de Chascomús


Además Alfonsín –que fue legislador después de ser Presidente– declinó cobrar sus dietas. En 2018 María Eugenia Vidal eliminó la jubilación de privilegio de que gozaban los gobernadores y vice bonaerenses, y por tanto, que hubiera gozado ella al concluir su mandato. La Vicepresidenta tuvo dos períodos en los que pudo haber impulsado la supresión de ese privilegio, para ella y para la posteridad. No lo hizo (tampoco lo impulsó su sucesor Mauricio Macri, vale decirlo). Podría haber no litigado, ahorrarle un millón de pesos por mes al Estado. La pregunta deontológica es: un mundo (o un país, o una provincia) donde todos actuaran como ella ¿sería deseable o indeseable?

 

Desde la perspectiva que pone el énfasis en las consecuencias de los actos de las personas: las pensiones de Cristina ¿afectan a la sostenibilidad de la ANSES? Si se precisan aportes de casi 420 trabajadores para cubrirlas ¿reducen las posibilidades de que el Estado argentino supere sus problemas de déficit o contribuyen a agravarlas?

 

Por último, desde la perspectiva de la virtud, la persona virtuosa es quien no sólo sabe juzgar lo que es bueno para ella sino para todas. ¿Puede ser considerado virtuoso desde algún punto de vista el aceptar ese privilegio, pero además, demandar al propio Estado que se presidió, para efectivizar el cobro también del de su marido?

 

PREGUNTITAS 

 

El único argumento que se esgrime para defender la actitud de la Vicepresidenta es exhibir que otras personas gozan de ese privilegio inmoral. Y es tan débil que merece la respuesta que todas las personas alguna vez recibimos de nuestras madres: “Si tus amigos se tiran a un pozo ¿vos también te tirás?”.

 

No he visto argumento en su defensa que encuadre en alguna perspectiva ética. Tal vez, con algo de cinismo, podría decirse que la política (y la vida, y la convivencia) son solamente lucha de poder y entonces la única virtud real consiste en obtener todo el beneficio posible mientras sea legal (algunas personas, como hemos visto en estos años ante casos como el de Amado Boudou, también están dispuestas a sostenerlo aún si no es legal).


Pero lo cierto es que esa justificación no se puede defender desde ninguna mirada ética. Sería apenas una versión justificatoria y levemente sofisticada de la brutal competencia que desarrolla cualquier mamífero superior macho por prevalecer en la alimentación y la reproducción, o si se quiere, de la versión neoliberal que considera que la sociedad es una jungla y se impone el más hábil para sacar provecho. Sí, es la noción que suelen evidenciar muchas personas en diálogos de brutal honestidad. Pero ¿es una perspectiva deseable para nuestra comunidad? ¿Tiene algo que ver con los ideales que se defienden en público?

 

El racismo, la meritocracia, el sexismo, la falta de empatía, el egoísmo, el neoliberalismo como código de conducta, no son rasgos exclusivos de nuestras clases dirigentes. Pero, y ésta es la buena noticia, si somos mejores, seguramente serán mejores también quienes nos gobiernan.

 

Estas preguntas –presentadas sin esperanza de que se las plantee la Vicepresidenta, o el resto de quienes integran nuestras clases dirigentes– son válidas para que nos las formulemos todas las demás personas. Ya sea como experimento mental (“¿Qué haría yo si estuviera en el lugar de Cristina?”) o en relación a nuestros propios dilemas éticos cotidianos. Porque no creo que nuestros gobernantes sean muy diferentes de la sociedad que somos. El racismo, la meritocracia, el sexismo, la falta de empatía, el egoísmo, el neoliberalismo como código de conducta, no son rasgos exclusivos de nuestras clases dirigentes. Pero, y ésta es la buena noticia, si somos mejores, seguramente serán mejores también quienes nos gobiernan.

 

Mientras tanto, o quizás para lograrlo, ejerzamos el derecho y el privilegio de dar estas discusiones. Porque lo más grave que tienen episodios como éstos es que no seamos capaces de visualizar su gravedad. Y porque es fundamental que nos eduquemos para parecernos a gobernantes diferentes. Solo así llegarán. Aunque eso no mitigue, ni por asomo, la bronca de la trabajadora monotributista a la que le cancelaron la AUH ni la de Juan José, el jubilado encadenado que no llega a 20 mil pesos mensuales.

 

(*) Américo Schvartzman.

Licenciado en Filosofía y Periodista. Integra la Cooperativa Periodístico Cultural “El Miércoles”, en la provincia de Entre Ríos. Autor de “Deliberación o Dependencia Ambiente, Licencia Social y Democracia Deliberativa” de Editorial Prometeo. Ex Director del Periódico La Vanguardia.


 



 

martes, 4 de junio de 2019

El zugzwang de Cristina… @dealgunamanera...

El zugzwang de Cristina…


La jugada de Cristina poniendo un candidato y reordenando todo el panorama político ¿es una jugada magistral –un zugzwang de ajedrecista– o es más bien una retirada fruto de un cálculo realista?

© Escrito por Américo Schvartzman el domingo 02/06/2019 y publicado por La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Ya han pasado algunas semanas del anuncio de Cristina Fernández de Kirchner que sacudió el panorama político electoral de la Argentina, obligando a los demás jugadores a reordenar sus movidas, en un proceso que aun no ha concluido. Quizás ahora que bajó la espuma de la “genial estrategia” –según sus acríticos seguidores– o del “paso en falso que le restará votos” –según los gurúes del macrismo–, se puede comenzar a analizar con mayor detenimiento la decisión y sus implicancias.

Por ejemplo, se puede retomar la primera impresión de zugzwang que produjo la jugada. Zugzwang es una situación que se da en el ajedrez, cuando un contrincante pone al otro en una posición en la que –haga lo que haga– solo puede empeorar sus chances. No llega a ser jaque mate aun, pero está prácticamente liquidado. (Hay un célebre cuento de Rodolfo Walsh, muy recomendable, de ese mismo nombre).

¿Por qué zugzwang? Porque, aunque en el ajedrez hay un solo jugador enfrente, en el particular escenario de la política argentina todos los actores principales se vieron obligados a rehacer estrategias y a mover sus piezas a riesgo de sufrir el jaque mate. Claro que esto no es ajedrez, es la vida y hay otras salidas. Y tal vez por eso, se puede pensar que la jugada no es algo magistral sino algo más parecido al criterio de “valor razonable”, esa estimación contable en la que ambas partes (comprador y vendedor) quedan moderadamente satisfechas, porque se toman en cuenta los beneficios y los riesgos de manera racional.

Los acríticos seguidores de la ex presidenta oscilaron entre la desazón por ver bajarse a su candidata, y la euforia voluntarista de estar presenciando “la genial estrategia”. Pero a los pocos días las señales de la realidad disiparon en parte esos vahos eufóricos: comenzaban a percibir que la acción no era tan “genial”, sino que más bien evidenciaba un registro realista de la propia debilidad: Cristina entendió que su nombre divide y no logra el consenso necesario para ganar.  Y en el mismo acto empezó a dibujarse con mayor claridad la panoplia de mensajes que encierra la elección de Alberto Fernández.

A los pocos días del anuncio, los más férreos seguidores de Cristina comenzaron a percibir que la acción no era tan “genial”, sino que más bien evidenciaba un registro realista de la propia debilidad: Cristina entendió que su nombre divide y no logra el consenso necesario para ganar.

Pongámoslo en forma de interrogantes: ¿Qué es más realista: imaginar a Alberto Fernández haciéndole la guerra al grupo Clarín, o negociando la paz con ellos? ¿Pensarlo atacando a las grandes corporaciones, o pactando una tregua beneficiosa “para todos” que brinde gobernabilidad? ¿Especular con Alberto haciendo lo posible para encarcelar a Macri o al contrario, dando “seguridad jurídica” a todos y todas (los denostados jueces pero también los empresarios de la “patria contratista”) a cambio del archivo de las causas contra Cristina? ¿Un Alberto presidente enfrentando al FMI o más bien acordando mejores condiciones para seguir siendo “pagadores seriales”?


Las respuestas realistas a estas preguntas explican también por qué pasados unos pocos días, al disiparse la polvareda del impacto inicial, se intuye cierta perplejidad con un dejo de tristeza entre la tropa que ya no celebra tanto el pretendido jaque mate y ha adoptado un gesto resignado, pero aún batallador. Porque, claro, lo principal es derrotar a Macri.

No obstante, en apenas una semana y adelantándose a los interrogantes retóricos aquí formulados, el candidato elegido por Cristina dejó definiciones preocupantes para quienes se empeñan en ver a una líder de izquierda en la ex Presidenta: primero fue la invitación a sumarse a otro “traidor”: el intento de seducir a Sergio Massa; enseguida, la respuesta en extremo mesurada frente a la legalización del aborto: “ir más despacio”. Casi de inmediato, la entrevista en la que renegó de la Ley de Medios Audiovisuales, por si fuera poco calificando a la comunicación como “un negocio” y no como un servicio público, y la apelación a terminar la guerra: “Dejen de disparar que conmigo la guerra se terminó”. En el medio, la no desmentida cena con Héctor Magnetto, el mandamás histórico del Grupo Clarín. Ahí nomás, la declaración sobre el FMI (“Hay que cumplir”, incluso con la deuda privada) y la divulgación de nombres de su equipo económico, que incluyen a Guillermo Nielsen, alguien que si bien formó parte del gobierno de Néstor Kirchner, fue también duro crítico de las gestiones de Cristina.

No ha habido hasta ahora reacciones públicas destacadas del kirchnerismo en relación con estas definiciones de Alberto Fernández. Definiciones que lo ponen más cerca de las perspectivas de Urtubey, Massa o el propio Macri que de las posturas sostenidas estos años por el extinto Frente para la Victoria, por Unidad Ciudadana, ahora Frente Patriótico o como se vaya a llamar de aquí en más. Sí hubo algunas justificaciones elaboradas desde adentro (como Verbitsky explicando que “para gobernar hace falta una coalición más amplia que para ganar la elección”). Pero solo ha salido a ponerle límites Graciana Peñafort, la abogada de la ex Presidenta en un par de causas y ex integrante de la AFSCA, el organismo que reemplazó al Comfer y que el macrismo disolvió para crear el Enacom. Peñafort le salió al cruce: “La comunicación no es negocio. Es un derecho humano fundamental”, le respondió por Twitter. Y añadió:  “Sé que en esto diferimos, pero más allá de esta discusión, te diría que los notifiques del fin de la guerra, porque para ellos la sigue y en estos días, te tiene a vos como rehén”.

¿Pidió permiso Peñafort para responder de esta manera? Más interrogantes: ¿Qué hará Cristina ante estas diferencias que, para muchos de sus seguidores, son de fondo? ¿Qué harán ellos y ellas ante esta acumulación de sapos a tragarse en tan pocos días? ¿Aceptarán todo lo que haga o diga Alberto? ¿Esperarán señales de Cristina para saber cuántos sapos más deberán engullir desde ahora? ¿O habrá una luz verde para protestar ante cada paso dudoso o decididamente insoportable del ungido?

¿Qué hará Cristina ante estas diferencias que, para muchos de sus seguidores, son de fondo? ¿Qué harán ellos y ellas ante esta acumulación de sapos a tragarse en tan pocos días? ¿Aceptarán todo lo que haga o diga Alberto?

Más allá de esas preguntas que pueden atormentar a una parte minoritaria del kirchnerismo, también se puede analizar que la jugada de Cristina es la mejor posible en un escenario en el que no todo es posible. Como alguna vez escribió Marx, los seres humanos eligen, pero no eligen las condiciones en las que actuarán. Y el escenario, al que Cristina contribuyó, indicaba que si no había modificaciones, la Argentina se encaminaba (quizás aun lo hace) a un cuatrienio muy árido: si cualquiera de los dos polos de la grieta termina imponiéndose en las elecciones, el panorama aparece como temible. No solo por el hecho de que cualquiera de ellos tendría a dos tercios de la sociedad en contra de entrada, sin esa “luna de miel” que suelen tener las gestiones que recién se inician, sino sobre todo por las severas dificultades de la economía: el dólar y la inflación imparables, vencimientos de deuda muy difíciles de afrontar, pérdida de productividad y empleos, y una sociedad que no parece tener más paciencia para ajustes.


Ese era el peor escenario en la mirada de Cristina porque se sabe que no hay populismo sin recursos. Algo había que cambiar. Y la jugada alteró el horizonte de posibilidades. Los signos de tranquilidad del dólar y la módica baja del riesgo país lo muestran: Alberto da garantías a los “mercados”, esa forma nominal que la prensa amable del establishment elige para referirse a los sectores dominantes de la sociedad argentina,  que hicieron negocios tanto con las dictaduras como con el menemismo, con el kirchnerismo como con el macrismo y están ya listos para hacerlos con Alberto.

Parece claro entonces que para el establishment, esta “genial jugada” es lo mejor que podía hacer Cristina después de los errores y los callejones sin salida a los que condujo a su propia gente en los últimos 12 años. Pero si se lo mira desapasionadamente también pareciera lo mejor para ella y, tal vez, la única jugada posible para habilitar algunas instancias que parecían impensables, por ejemplo:

– la habilita a mostrarse autocrítica sin haber hecho jamás un reconocimiento público de aquellos aspectos más negativos de su gobierno, los que su propio candidato calificó como “deplorables” (haberlo elegido es aceptar en los hechos que, al menos, ya no cree que hayan sido tan acertadas la 125, la pelea con “el campo”, el pacto con Irán, la presión sobre los medios –y no tanto la Ley–, la intromisión en la justicia, y demás cuestiones que precisamente motivaron el alejamiento de su gobierno de quien hoy es el candidato de Cristina…)

– le permite mostrar un gesto de grandeza ante las personas menos avispadas o “malpensadas”, sean o no sus seguidoras (el “renunciamiento”, aunque a cualquier persona informada le produzca vergüenza ajena la analogía con el histórico episodio protagonizado por Evita);

– le da chances de zafar de las causas judiciales (chances, no certeza: puede perder las elecciones, pero en ese caso sigue siendo senadora hasta 2026);

– ayuda a desactivar la tercera opción, o al menos debilitarla. Y no porque la decisión de poner a Alberto haya tenido como objetivo principal el de sumar votos, sino por otro fin que en parte se logró el mismo día: varios gobernadores que se suponían firmes en Alternativa Federal –ampliada con Lavagna y el socialismo, o no– ese mismo sábado cambiaron de bando: apenas conocida la noticia, Manzur, Bertone, Casas y Peppo, felicitaron a Alberto y se engancharon al nuevo tren.

Es cierto que el oficialismo se refuerza en un sentido: le alcanza con repetir hasta el hartazgo en sus medios adictos aquellos videos donde Alberto decía que el gobierno de Cristina era “deplorable”. La técnica 6-7-8. Porque, como dijo Lanata: “¿Cómo creer en un candidato que puteaba a su vice?”. (Pregunta que, por analogía, se le aplica también a él: “¿Cómo creerle a un periodista que escribe en el diario para el que juró que jamás trabajaría?”. Y así se puede seguir, aplicándola a casi toda la dirigencia política y socioeconómica del país). En cualquier caso, la técnica vale para todos: también están a mano los videos de Elisa Carrió diciendo que Macri es un delincuente, un contrabandista y de derecha. Claro que Carrió no es la candidata a presidenta de Macri ni él su vice. En ese juego, no parece que el gobierno pueda sumar, pese a la teoría duranbarbista de que son “los menos peores entre los males”.

Ahora ¿de verdad alguien cree que la postulación de Alberto es “el fin de la grieta” como dijeron algunos analistas? No parece. Las encuestas que se conocieron desmienten a los eufóricos pero también a Durán Barba, que ese sábado salió a decir que la movida no le suma a Cristina, sino le resta: muestran que la fórmula doble F tiene casi los mismos números que tenía Cristina, es decir que no mejora las chances del peronismo kirchnerista. Pero parece plausible suponer que sí le sumaría en la segunda vuelta: la mayoría de las personas que no quieren más a Macri en el gobierno sintieron alivio: desde aquel sábado tienen a quién votar en la segunda vuelta. Por eso la jugada es un reconocimiento de debilidad: es Menem en 2003 previniendo que no llega. Pero con la lucidez que Menem no tuvo de poner a alguien que le pague al FMI, no cuestione al mercado y haga el ajuste. Con rostro humano, pero ajuste al fin, que Cristina jamás haría. O –mejor no descartar nada– que quizás ahora cree que debe hacerse.

¿De verdad alguien cree que la postulación de Alberto es “el fin de la grieta” como dijeron algunos analistas? No parece. Las encuestas que se conocieron desmienten a los eufóricos pero también a Durán Barba.

Como sea, el corrimiento de Cristina afectó al macrismo, que de pronto perdió el principal espantajo que tenía para agitar. Aunque unos y otros quieran creer otra cosa, está claro que Fernández no es lo mismo que Fernández. Y no deja de ser paradójico: la noticia de que Cristina no será candidata a presidenta fue tan lamentada por macristas como festejada por kirchneristas. Singular aporía de la política argentina contemporánea.


Persiste un interrogante para el final: ¿acaso la movida de Cristina también la coloca a ella misma en posición de zugzwang? Lo dirá el tiempo.


lunes, 13 de mayo de 2019

Los Olimareños, 60 años después… @dealgunamanera...

Los Olimareños, 60 años después…


El Pepe en alguna ocasión trastabilló con la letra. En otro momento una guitarra no sonó como quizás lo hacía años atrás. Pero ambos artistas hacen que uno olvide que son septuagenarios porque juntos, deslumbran con el mismo fulgor de antaño, con profesionalidad pero con enorme entrega, haciendo que sus seguidores, los de antes y los nuevos, agradezcan llenos de felicidad.

© Escrito por Américo Schvartzman el martes 30/04/2019, Director de la Vanguardia, Licenciado en Filosofía, Periodista. Autor de “Deliberación o Dependencia Ambiente, Licencia Social y Democracia Deliberativa”. (Editorial Prometeo 2013).

¿Cómo se explica que siga haciendo vibrar a miles una canción de Chicho Sánchez Ferlosio, que alude al enfrentamiento entre el gallo negro del franquismo (la versión hispánica del fascismo) y el rojo comunista en la Guerra Civil Española? ¿Cómo puede ser que el “Cielito” que escribió Mario Benedetti en 1969, aún pueda hablar del “abajo que se mueve” sin sonar ridículo o anacrónico para quienes escuchan? ¿Qué interpretan los que la escuchan y la cantan hoy, medio siglo después? ¿O el “Simón Bolívar Simón” escrito en los 60 por Rubén Lena, aquel que recuerda –tras enumerar los méritos del libertador venezolano– que en el sur está “la voz amiga, en la voz de José Artigas / que también tiene razón”? ¿Qué pasa cuando se escucha hoy el “Orejano”, escrito por el insólito poeta y subcomisario anarco Serafín J. García, que reniega de caudillos y de elecciones, y sugiere criar a los gurises “infieles / aunque el cura grite que irán al infierno”? ¿O cuando reflexiona que al traerse la china pal rancho “me he olvidao que hay jueces pa’ hacer casamiento, / y que nada vale la mujer más güena / si su hombre por ella no ha pagao derechos”?

Canciones inoxidables por razones misteriosas: canciones que hicieron que un dúo nacido seis décadas atrás y que llegó a ser –según afirman estudiosos orientales– “la propuesta musical más popular del Uruguay desde Carlos Gardel”, y que ha llenado estadios en la Argentina, pueda hacerlo aún hoy. Porque según ellos mismos, según el dúo, son esas canciones la razón de su éxito y de su permanencia. “Son las canciones. Aunque por supuesto, algo les debemos de haber puesto nosotros”, dice Pepe Guerra.

Y si usted está leyendo esta nota, que habla sobre ese dúo, no es casualidad. Si llegó hasta acá en una época en la que la mayoría de las personas solamente leen títulos y copetes (y por desgracia creen que con eso alcanza para estar informado o tomar posición) es que usted no es de ésos. Pero además sabe quiénes son Los Olimareños.

Canciones inoxidables por razones misteriosas: canciones que hicieron que un dúo nacido seis décadas atrás y que llegó a ser –según afirman estudiosos orientales–  “la propuesta musical más popular del Uruguay desde Carlos Gardel”, y que ha llenado estadios en la Argentina, pueda hacerlo aún hoy.

Sesenta años. Seis décadas. 1960. El 80 por ciento de las personas que viven hoy en la Argentina no había nacido aun cuando Braulio López y José Luis Pepe Guerra formaron aquel dúo en la ciudad uruguaya de Treinta y Tres, a orillas del río Olimar, y de ahí el nombre.

Después de muchos años distanciados, volvieron a reunirse en 2009, con un show multitudinario en el estadio Centenario de Montevideo. Aunque ellos dicen que nunca se separaron: “Yo no lo llamo así, sino que cada tanto descansamos”, explica Braulio López. Hicieron varios recitales (incluso en la Argentina), y desde entonces, “descanso”. Muchos mitos rodean al dúo: que no se hablan, que se pelearon feo, que se juntan solo por necesidad. Nada de eso le importa a los miles que se conmueven y disfrutan de antemano al enterarse de una nueva actuación, de una nueva oportunidad para verlos, en Buenos Aires o en Montevideo, en Cosquín o en Paysandú.

Presencié el último show, el pasado 20 de abril, en el Anfiteatro del Río Uruguay, en Paysandú, ocho años después de su última actuación allí. Ante varios miles de personas Braulio López y Pepe Guerra brindaron una treintena de canciones, todas emblemáticas, todas coreadas por la mayoría, y una buena parte cantadas de punta a punta por muchas de las personas presentes. “Todas son hits”, dijo una mujer cuando alguien a su lado calificó así a la que estaba sonando (“Los dos gallos”… aunque en serio podría haber sido casi cualquiera otra). Pero vamos de a poco.


La noche se había puesto muy fresca y la previa había sido larga, aunque con buenos espectáculos: Diego Sosa, Juan Mendiverry y Chacho Ramos, todos cumpliendo bien con su parte. Aunque acá cabe mencionar especialmente la presentación de la gran Laura Canoura: un espectáculo de primer nivel, con poca relación con lo que venía después, que no obstante el público apreció con respeto y buena disposición. Y que terminó aplaudiendo de pie, porque Canoura realmente está en el mejor momento de su trayectoria: cantando como los dioses, con un repertorio muy acertado, una banda ajustadísima, y un tino sin igual para incorporar una canción propia (la milonga “Alfombra roja”: “Me levanté decidida / no voy a aguantarte más / no esperes alfombra roja / para rajarte de acá”.) Una canción que le permitió entrar en el corazón de todas (absolutamente todas) las mujeres presentes, y también de muchos hombres, algunos que valoran la lucha feminista pero también muchos otros por el sentido del humor y la calidad.

Luego vino lo esperado. Con algunas demoras en el inicio, porque la guitarra de Braulio no se escuchaba en el monitor del escenario. Y tras arrancar con “Del templao”, las canciones de siempre de Los Olimareños fueron sucediéndose sin que hablaran demasiado los artistas. Vestidos de negro ambos, el Pepe con su gorra de siempre y sentado casi todo el espectáculo, Braulio de pie. No era necesario hablar, y lo hicieron solo en la medida justa: apenas algunos juegos de palabras en relación con los problemitas de sonido. El público empezó a pedirle canciones desde el primer minuto y muchísimas personas registraban el momento con sus celulares, en un clima de gran emoción, pero también de alegría.

El sonido es el de siempre: la inconfundible forma de tocar las guitarras, y el extraordinario trabajo vocal en el que pareciera que el tiempo transcurrido los mejoró en lugar de afectarlos.

Sí, alegría era lo que se veía en los rostros de la gente presente, en su gran mayoría sanducera, pero con presencia numerosos argentinos del otro lado del río, que no desaprovecharon la oportunidad; un público compuesto por adultos predominantemente, pero con buena presencia de jóvenes. Y las caras de felicidad. La sensación es que toda esa gente está convencida de que volverá a verlos pronto, que Los Olima tienen para rato. Quizás por eso la emoción era tan serena y sin nostalgia o melancolía. “Estoy tan contenta, y tengo la garganta apretada a la vez”, definió una cuarentona presente.

El Pepe en alguna ocasión trastabilló con la letra. En otro momento una guitarra no sonó como quizás lo hacía años atrás. Pero ambos artistas hacen que uno olvide que son septuagenarios (Braulio López tiene 77 y Pepe Guerra 75) porque juntos, deslumbran con el mismo fulgor de antaño, con profesionalidad pero con enorme entrega, produciendo un concierto memorable, que el público agradeció lleno de felicidad.


El impresionante repertorio que caracterizó a Los Olimareños está atravesado por la obra (tal vez no reconocida del todo fuera del Uruguay) de autores como Rubén Lena y Víctor Lima, o José Carbajal y Aníbal Sampayo, pero también con canciones de su propia autoría o popularizando en la región obras de otras latitudes del continente, con una preferencia por la música llanera venezolana. O tomando riesgos artísticos insólitos para la época como el legendario disco “Todos detrás de Momo”, de 1971, que creó la canción carnavalera e instaló lazos definitivos entre folklore y murga. No podía faltar, claro, la “Retirada” de ese disco (casi una descripción de lo que sucedía: “Suena antigua / Una música perfecta  / Y en el cielo temblorosas / Lloran de amor las estrellas…”).

Y vinieron “La sencillita” y “De cojinillo”, “Nuestro camino” e “Isla Patrulla”, “Adiós a Salto” y “La niña de Guatemala”, “Angelitos negros” y “Ta llorando”. No podían faltar. Tampoco faltar el homenaje en los pagos de Sampayo, que llegó de la mano de las “Coplitas del pescador”. Y, entreveradas, aquellas que sesgaron para siempre el destino del dúo: prohibición, persecución, exilio, pero también el respeto, la solidaridad y la admiración de las viejas y las nuevas generaciones. Las canciones comprometidas “sobre todo con los de abajo”, como dice Braulio: “Simón Bolívar”, “Milonga del fusilado”, “Los dos gallos”, “Cielito del 69”.

Todo pareció abonar la afirmación de Braulio López respecto del valor del compromiso en sus canciones: “No nos equivocamos, porque el tiempo nos dio la razón de que lo que pregonábamos es correcto: si no, no estaríamos haciendo un recital ahora. Eso para mí también tiene un valor.”

El público agradecía todo el tiempo, se emocionaba o hacía palmas, se ponía de pie para enfatizar el sentimiento compartido. Después de “Orejano” los artistas agradecieron, empezando a despedirse. “¿Ya?” se preguntó todo el mundo. Pero aún faltaban los bises. Y el cierre, que fue con dos de las canciones más emblemáticas, dos himnos: “A mi gente”, de José Carbajal, el Sabalero, y “A don José”. Ésta última, concebida como canción escolar por Rubén Lena y convertida en vibrante homenaje artiguista, es cantada hoy hasta por los milicos en el Uruguay. No exagero: en 2003 fue declarada “himno cultural y popular uruguayo” por la ley 17.698 y hoy forma parte del repertorio del Ejército.

Es difícil saber qué porcentaje de la piel de los presentes no se erizó en el estribillo “Con libertad / ni ofendo ni temo…”. Todo pareció abonar la afirmación de Braulio López respecto del valor del compromiso en sus canciones: “No nos equivocamos, porque el tiempo nos dio la razón de que lo que pregonábamos es correcto: si no, no estaríamos haciendo un recital ahora. Eso para mí también tiene un valor.” En efecto. Tienen razón.

Los Olimareños 20 Años 1982 Disco completo