Paciencia…
Depende de la calidad del político que su período
de gracia pueda prolongarse, pero siempre tiene un límite.
© Escrito
por Beatriz Sarlo el domingo 31/01/2016 y publicado por el Diario Perfil de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Incluso los
simpatizantes de Macri han empezado a pensar que no reflexiona lo suficiente
sobre la naturaleza política que, de modo inevitable, tienen todos sus actos.
Quienes lo juzgan (otros políticos, dirigentes sociales, simples ciudadanos)
sólo por confusión o amnesia podrían olvidar que ocupa el cargo ejecutivo
máximo. Una vez en Balcarce 50, el efecto “hombre nuevo” se disuelve. Depende
de la calidad del político que su período de gracia pueda prolongarse, pero
siempre tiene un límite.
En cuanto empieza
a gobernar, el presidente ya no puede presentarse invariablemente como
encarnación de una voluntad general porque decide de acuerdo con ideas,
prejuicios, intereses, compromisos. Durante un tiempo, hasta que se constituya
una oposición que sepa qué busca, Macri tiene un campo abierto.
Sucedió con
Menem, y un buen día nos dimos vuelta para comprobar que el caudillo de largas
patillas y poncho colorado había cambiado la Argentina en un sentido que
perjudicaba a millones: cierre de pequeñas empresas, desempleo, pobreza. Ese
efecto de que las cosas sucedan de pronto, aunque, en realidad, no suceden tan
velozmente, es lo que obtienen los presidentes al llegar. Se le da el nombre de
período de gracia. Los que se saltean la historia lo llaman también “los cien días”,
olvidando que esos cien días son los que llevaron a Napoleón de la prisión en
la isla de Elba a la derrota de Waterloo, no a la restauración de su poder. En
este período de gracia, el político tiene la oportunidad de presentarse como
representante del bien común, porque sólo después se verá a quién favorecen en
verdad sus decisiones.
Macri, durante
toda su campaña electoral, dijo que representaba a la gente y la voluntad de
los que querían un cambio. Todos los políticos que pretenden ocupar el centro deben
matarse para que les crean justamente eso: que representan a los rurales y a
los industriales, a los que pagan impuestos y a los que los evaden, a los
pobres y a los ricos, a los que quieren mayor igualdad y a los que quieren
conservar el lugar que ocupan. Si no lograran convencer de esta universalidad
futura a una parte del electorado, no ganarían las elecciones. Por el
contrario, deben sostener que el candidato que los enfrenta representa sólo una
fracción. Con Scioli esto era bastante fácil, ya que Cristina todavía no había
aflojado sus garras sobre el Frente para la Victoria.
Hasta que se arme una oposición que sepa qué busca, Macri
tiene un campo abierto.
Perón ganó
elecciones definiendo con nitidez su campo y el campo que debía ser derrotado.
Lo mismo hizo Yrigoyen. Alfonsín llegó a la presidencia compitiendo de manera
abierta: prometió el juicio a las Juntas y enfrentó al peronismo que aceptaba
la autoamnistía de los militares. De la Rúa llegó señalando la corrupción de
Menem, pero también apelando a un programa que prometía favores para todos los
sectores medios: en primer lugar, conservar la funesta equivalencia
cortoplacista de peso y dólar. Cristina compitió siempre porque, si está en el
estilo de Macri ser indiferente a las grandes discusiones, estuvo en el estilo
de Cristina intervenir y cortar en todas las ocasiones que pensó que le
servían. Ni el estilo de Macri (indiferente a las ideas: pragmático, que le
dicen) ni el de Cristina (de gallo de riña) es propio de los buenos políticos.
Quienes hoy
sigan los debates presidenciales de Estados Unidos pueden asombrarse de las
diferencias abismales que existen entre Donald Trump y los demócratas Bernie
Sanders y Hillary Clinton. Los futuros votantes de uno u otro están
perfectamente al tanto de que tienen programas radicalmente diferentes.
Después, gane quien gane, el sistema político americano (como lo explica con
brevedad y precisión Marcos Novaro en su Manual del votante perplejo)
se encargará de equilibrar y controlar; incluso, en algunas circunstancias, de
hacer imposible el cumplimiento del programa por el cual los ciudadanos
eligieron un presidente.
Macri tuvo tiempo para una misa, dos dirigentes de fútbol
y un museo, no para entidades de DD.HH.
Sobre
equilibrios y controles, veamos el currículum de Macri. En la ciudad de Buenos
Aires fue el jefe de gobierno que usó el veto cada vez que no le gustó lo que
se votaba. Según Chequeado.com, sólo Ibarra vetó más leyes que Macri en
proporción a las aprobadas; y nadie vetó más que Macri en términos absolutos.
El veto más macrista de toda la gestión de Macri es el de la mitad de los
artículos que regulaban la ley de publicidad oficial: vetó que se prohibiera
usar en ella el logo y los colores del PRO. Se dirá: no hay que juzgar a un
político sólo por su pasado. En efecto: hay que esperar, deseando mientras
tanto que Rodríguez Larreta no entregue otros terrenos a Boca, mediante una
licitación que parece hecha para arrancar una sonrisa de placer a dos
presidentes, el de Boca y el de la República.
Nota al pie. La paciencia como virtud política tiene
sus límites. Ser paciente no implica aceptar cualquier cosa. Macri debió
recibir a los organismos de derechos humanos que le pidieron una audiencia, ya
que esta semana tuvo tiempo para asistir a una misa en Córdoba por el cura
Brochero con reunión de gabinete posterior, conversar con dos dirigentes del
fútbol y visitar la exposición de Roberto Plate en el Museo de Bellas Artes, lo
cual, por lo menos, mejora su cultura.
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