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lunes, 11 de febrero de 2019

Sabio o líder… @dealgunamanera...

Sabio o líder…

L&L. Lavagna y Lagos, ex presidente de Chile, parecidos. Fotografía: CEDOC.

Los líderes lidian con los problemas. Los sabios saben qué es lo que se puede hacer para resolverlos. Pero, ¿son ellos quienes pueden hacer lo que prescriben? Según “el Duran Barba de Massa”, Antoni Gutiérrez-Rubí (ver ayer: http://bit.ly/propietario-ventajita), la gente elige para presidentes a líderes y no a sabios, intuyendo que son dos roles diferentes porque los sabios no serían personas de acción.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 10/02/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Desde su lógica, Lavagna sabe y Massa ejecuta. Tratando de revalorizar a su cliente y desvalorizar a Lavagna, el consultor español también apela a que la edad del ex ministro, 76 años, no es la mejor para un presidente y que además no es uno de esos “viejos jóvenes” plenos de testosterona como a los 77 años Bernie Sanders, del Partido Demócrata de Estados Unidos, o a que no lo caracteriza el nervio vivo de la aguerrida alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que a los 75 años exhibe más energía que muchos políticos de mediana edad, habiéndose dedicado a la política después de estar jubilada como jueza.

Hay decenas de casos de presidentes longevos, exaltados y moderados: Giorgio Napolitano fue presidente de Italia con 90 años y el actual presidente, Sergio Matterella, tiene 77 años, también Shimon Peres fue presidente de Israel con 90 años, Pepe Mujica fue presidente de Uruguay hasta los 80 años y el actual presidente, Tabaré Vázquez, cumplió 79 años hace pocos días, Piñera en Chile cumple 70 años en pocos meses, Donald Trump tiene 72 y el papa Francisco, 82.

Pero a Antoni Gutiérrez-Rubí le resulta funcional comparar a Lavagna con el ex presidente de Chile Ricardo Lagos, quien después de haber sido quizás el más lúcido presidente contemporáneo de su país en la misma época en que Lavagna fue exitoso al sacar a la Argentina de la crisis de 2002, intentó volver a competir por la presidencia ahora, con 82 años, y tuvo que retirar su candidatura al ver en las encuestas que los votantes no lo consideraban una alternativa.

Un meme que muestra frustración y deseo de alternativa dice: "Feliz cumple Presidente, al fin cumplís algo..."

El ejemplo vale porque Lagos, sin ninguna duda califica como sabio. Doctorado en la Universidad de Duke, fue profesor en la Universidad de Carolina del Norte, ambas en Estados Unidos; fue profesor de economía en la Universidad de Chile, y ya en el exilio, durante la dictadura de Pinochet fue secretario general de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso, y director regional del Programa de Estudios de Posgrado en Ciencias Sociales del Proyecto Unesco, UNDP, ambas en Buenos Aires.

Pero la comparación entre la edad de Lagos y la de Lavagna como limitante se contradice con la diferenciación irreconciliable que Gutiérrez-Rubí quiere instalar entre sabio y líder, porque Lagos es un buen ejemplo de sabio que supo liderar.

En el austero minuto cuarenta y tres segundos del mensaje que Lavagna envió a la reunión de Alternativa Federal en Mar del Plata el lunes pasado, propuso paz (no grieta), orden (no kirchnerismo), progreso (no macrismo) y justicia social (justicialismo), llamó a construir un gobierno de unidad nacional (“que no quiere decir unanimidad”) que trascienda a Alternativa Federal (sume al socialismo, radicales, ex Cambiemos desencantados) y cuente con equipos que permitan recorrer el camino de un presente “complejo” hacia un futuro distinto para dar comienzo a un “nuevo momento”.

Pareció el mensaje de un candidato contradiciendo la nota publicada por el diario La Nación el viernes 8 titulada “El núcleo duro de Lavagna descree de una candidatura”, funcional al deseo del consultor de Massa para que su cliente y no el ex ministro sea candidato presidencial. Cerca de Lavagna sospechan que las fuentes de esa nota de La Nación hayan sido quienes no desean su candidatura.

Comienzan a vislumbrarse caminos no paralelos entre Massa y Lavagna al punto de conjeturarse la posibilidad de que Massa pueda acordar con el kirchnerismo y Lavagna sea el candidato de los gobernadores peronistas más el socialismo y los radicales desencantados con Cambiemos.

En el reportaje que le concedió a la radio Milenium el miércoles, dos días después de la reunión de Mar del Plata, Lavagna marcó diferencias con Massa: “Mi relación personal con él es la que fue siempre, buena. Pero desde el punto de vista de la política, no. No es lo mismo, él piensa en una expresión más ligada a lo que puede ser una propuesta de un sector del justicialismo y yo vengo pensando en la necesidad de construir algo más amplio”.

Surgen divergencias entre Lavagna y Massa, quien trata de instalar que el exministro no será candidato.

Lavagna explica mejor que nadie en Alternativa Federal cuál es la alternativa entre Macri Cristina Kirchner, a quienes define como un extremo marketinero y otro extremo pseudoideológico, uno orientado a las finanzas y otro al exceso de intervencionismo del Estado. Expone ideas, por ejemplo que la recesión crea más inflación en lugar de combatirla, como cree el Gobierno, y por eso fracasa al enfrentarla, porque al achicarse la cantidad de unidades vendidas el costo fijo de cualquier actividad se tiene que dividir por menos unidades, aumentando el precio unitario. O que se puede convertir el problema del desempleo y de la fuga de capitales en solución porque son recursos ociosos de trabajo y capital argentino (no de inversiones internacionales) disponibles para volcar a la producción si se generan condiciones de rentabilidad por incremento de la demanda.

También marca diferencias entre el justicialismo, al que adhiere como idea, y la práctica del peronismo, que rechaza, desde el corrimiento excesivo a la derecha de Menem, o a la “pseudoizquierda” del cristinismo.

El explicar de Lavagna se asocia con el saber, con la idea del gobernante sabio o filósofo que proponía Platón como solución a los malos gobiernos, aplicando el intelectualismo moral socrático a la política. Platón le asignaba al intelecto un lugar preponderante para lograr el conocimiento: el sabio, al saber la idea de justicia y de bien, obraba lo correcto. Ponía a la educación al servicio de la política y a la dialéctica como técnica al servicio del gobierno: el diálogo donde polemicen pacíficamente argumentos contrapuestos como método de alcanzar mejor síntesis.

Construir un gobierno de ideas, lo contrario a Macri (no hay otra alternativa que el ajuste) y a Cristina (no hay otra alternativa que el control de la economía por parte del Estado).



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sábado, 6 de febrero de 2016

Paciencia... @dealgunamanera...

Paciencia…


Depende de la calidad del político que su período de gracia pueda prolongarse, pero siempre tiene un límite.

©  Escrito por Beatriz Sarlo el domingo 31/01/2016 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Incluso los simpatizantes de Macri han empezado a pensar que no reflexiona lo suficiente sobre la naturaleza política que, de modo inevitable, tienen todos sus actos. Quienes lo juzgan (otros políticos, dirigentes sociales, simples ciudadanos) sólo por confusión o amnesia podrían olvidar que ocupa el cargo ejecutivo máximo. Una vez en Balcarce 50, el efecto “hombre nuevo” se disuelve. Depende de la calidad del político que su período de gracia pueda prolongarse, pero siempre tiene un límite.

En cuanto empieza a gobernar, el presidente ya no puede presentarse invariablemente como encarnación de una voluntad general porque decide de acuerdo con ideas, prejuicios, intereses, compromisos. Durante un tiempo, hasta que se constituya una oposición que sepa qué busca, Macri tiene un campo abierto.

Sucedió con Menem, y un buen día nos dimos vuelta para comprobar que el caudillo de largas patillas y poncho colorado había cambiado la Argentina en un sentido que perjudicaba a millones: cierre de pequeñas empresas, desempleo, pobreza. Ese efecto de que las cosas sucedan de pronto, aunque, en realidad, no suceden tan velozmente, es lo que obtienen los presidentes al llegar. Se le da el nombre de período de gracia. Los que se saltean la historia lo llaman también “los cien días”, olvidando que esos cien días son los que llevaron a Napoleón de la prisión en la isla de Elba a la derrota de Waterloo, no a la restauración de su poder. En este período de gracia, el político tiene la oportunidad de presentarse como representante del bien común, porque sólo después se verá a quién favorecen en verdad sus decisiones.

Macri, durante toda su campaña electoral, dijo que representaba a la gente y la voluntad de los que querían un cambio. Todos los políticos que pretenden ocupar el centro deben matarse para que les crean justamente eso: que representan a los rurales y a los industriales, a los que pagan impuestos y a los que los evaden, a los pobres y a los ricos, a los que quieren mayor igualdad y a los que quieren conservar el lugar que ocupan. Si no lograran convencer de esta universalidad futura a una parte del electorado, no ganarían las elecciones. Por el contrario, deben sostener que el candidato que los enfrenta representa sólo una fracción. Con Scioli esto era bastante fácil, ya que Cristina todavía no había aflojado sus garras sobre el Frente para la Victoria.

Hasta que se arme una oposición que sepa qué busca, Macri tiene un campo abierto.

Perón ganó elecciones definiendo con nitidez su campo y el campo que debía ser derrotado. Lo mismo hizo Yrigoyen. Alfonsín llegó a la presidencia compitiendo de manera abierta: prometió el juicio a las Juntas y enfrentó al peronismo que aceptaba la autoamnistía de los militares. De la Rúa llegó señalando la corrupción de Menem, pero también apelando a un programa que prometía favores para todos los sectores medios: en primer lugar, conservar la funesta equivalencia cortoplacista de peso y dólar. Cristina compitió siempre porque, si está en el estilo de Macri ser indiferente a las grandes discusiones, estuvo en el estilo de Cristina intervenir y cortar en todas las ocasiones que pensó que le servían. Ni el estilo de Macri (indiferente a las ideas: pragmático, que le dicen) ni el de Cristina (de gallo de riña) es propio de los buenos políticos.

Quienes hoy sigan los debates presidenciales de Estados Unidos pueden asombrarse de las diferencias abismales que existen entre Donald Trump y los demócratas Bernie Sanders y Hillary Clinton. Los futuros votantes de uno u otro están perfectamente al tanto de que tienen programas radicalmente diferentes. Después, gane quien gane, el sistema político americano (como lo explica con brevedad y precisión Marcos Novaro en su Manual del votante perplejo) se encargará de equilibrar y controlar; incluso, en algunas circunstancias, de hacer imposible el cumplimiento del programa por el cual los ciudadanos eligieron un presidente.

Macri tuvo tiempo para una misa, dos dirigentes de fútbol y un museo, no para entidades de DD.HH.

Sobre equilibrios y controles, veamos el currículum de Macri. En la ciudad de Buenos Aires fue el jefe de gobierno que usó el veto cada vez que no le gustó lo que se votaba. Según Chequeado.com, sólo Ibarra vetó más leyes que Macri en proporción a las aprobadas; y nadie vetó más que Macri en términos absolutos. El veto más macrista de toda la gestión de Macri es el de la mitad de los artículos que regulaban la ley de publicidad oficial: vetó que se prohibiera usar en ella el logo y los colores del PRO. Se dirá: no hay que juzgar a un político sólo por su pasado. En efecto: hay que esperar, deseando mientras tanto que Rodríguez Larreta no entregue otros terrenos a Boca, mediante una licitación que parece hecha para arrancar una sonrisa de placer a dos presidentes, el de Boca y el de la República.

Nota al pie. La paciencia como virtud política tiene sus límites. Ser paciente no implica aceptar cualquier cosa. Macri debió recibir a los organismos de derechos humanos que le pidieron una audiencia, ya que esta semana tuvo tiempo para asistir a una misa en Córdoba por el cura Brochero con reunión de gabinete posterior, conversar con dos dirigentes del fútbol y visitar la exposición de Roberto Plate en el Museo de Bellas Artes, lo cual, por lo menos, mejora su cultura.





miércoles, 23 de septiembre de 2015

¡Don Niembraa! Marche un Telebeam... @dealgunamanera...

Trumposos…

¡Don Niembraa! Marche un Telebeam. Pablo Temes

Cómo los nuevos líderes emergen y actúan fuera y dentro del poder.

La consagración de James Corbyn como líder del Partido Laborista inglés confirma una tendencia en la que coinciden el mundo desarrollado y el emergente: el resurgimiento de referentes antisistema, rupturistas respecto del statu quo vigente, en general abiertamente críticos respecto del establishment de sus países o de sus organizaciones. Desde el papa Francisco hasta Donald Trump, pasando por Alexis Tsipras en Grecia, Pablo Iglesias en España, César Acuña en Perú, el ascendente candidato demócrata Bernie Sanders y la otra sorpresa del Partido Republicano, el neurocirujano Ben Carson, representan el signo de una época en la que predomina un fuerte y generalizado malestar.

No se trata de un fenómeno muy reciente ni tan original. Hace siete años, Barack Obama ganó las primarias de su partido compitiendo contra la candidata del establishment demócrata, Hillary Clinton, con un claro mensaje de cambio que luego lo llevó al triunfo en las presidenciales contra Mitt Romney. Pepe Mujica construyó su personaje en función de un espontáneo pero no menos innovador etos basado en la sencillez y la austeridad, dos valores muy poco comunes en la actualidad. La irrupción de Hugo Chávez en Venezuela se explica por el hartazgo con el sistema político imperante, pletórico de cleptocracia e incapaz de ampliar las oportunidades a los sectores más relegados. En este sentido, Evo Morales y Lula da Silva representaron banderas similares. Incluso los Kirchner se vieron a sí mismos (y, durante un buen tiempo, lo fueron) como líderes transformacionales.

Quien quiera seguir hurgando más atrás en la historia se topará con la década del 60, protagonizada por líderes que pugnaron por cambiar sus sociedades, desde JFK y Martin Luther King, hasta Mao y Golda Meir, pasando por el Che Guevara y Juan XXIII. La tendencia contemporánea tiene, no obstante, características singulares que la diferencian con situaciones similares del pasado. Por lo pronto, alcanza un ímpetu inusitado y abarca tanto expresiones de izquierda como de centro y de derecha. Además, funciona en otros poderes: en distintos países, la Justicia avanza en procesos que hacen temblar a los gobiernos de turno, como ocurrió en Guatemala recientemente, o con las investigaciones sobre corrupción en empresas estatales brasileñas, con Petrobras a la cabeza, que están haciendo pasar por el banquillo de los acusados a los principales referentes políticos y empresariales de ese país. 

Por último, esta tendencia se extiende a otros espacios sociales más amplios y descentralizados y a ámbitos hasta hace poco ajenos a estas olas de cambio. Nuevas tecnologías como las redes sociales han empoderado a la sociedad, capaz de organizar marchas multitudinarias o de boicotear el silencio autoimpuesto o la censura sobre los medios de comunicación tradicionales. Por ejemplo, en Tucumán: las fotos de urnas ardiendo y los bolsones de comida aparecieron en Twitter antes que en los noticieros, aun los de los canales enfrentados al Gobierno.

¿Cuál es el impacto que han tenido en la práctica estos audaces intentos de cambio? Por lo general, relativamente acotado. Es muy difícil ser disruptivo con el sistema desde el poder, es decir, desde dentro y de acuerdo a las reglas establecidas.

Por eso, a poco tiempo de asumir puestos de tanta responsabilidad, estos líderes tienden a volverse mainstream. Como si el orden preexistente domesticara, más temprano que tarde, esa vocación revolucionaria que los llevó hasta ahí. Tal vez, desde afuera todo cambio se vea posible pero, una vez adentro, se descubre que los mecanismos de freno y contrapeso son más potentes de lo que parecen. Independientemente de cuáles sean las causas, la realidad es que es raro que los procesos de cambio enunciados por estos líderes durante su etapa de efervescencia tengan luego un correlato sostenido en el tiempo o hayan alcanzado las metas propuestas originalmente.

Ambición. Una de las características de estos liderazgos impetuosos es que tratan de desarrollar una agenda amplia y ambiciosa. Muchas veces se topan con que carecen de foco o de una adecuada planificación estratégica. En otros casos, no cumplen al pie de la letra con los procesos administrativos o legales vigentes con el objeto de aprovechar la inercia de cambio y avanzar todo lo posible. A menudo, minimizan las reacciones que siempre generan, en las personas y en las organizaciones, las pulsiones de cambio. Tsipras debió resignarse y aceptar la rigurosidad del acuerdo con la Unión Europea, renunciando a casi todas las metas que pretendía conseguir. El juez Sergio Moro está siendo criticado, cada vez más, por prestigiosos especialistas brasileños. Se lo acusa de abusar de instrumentos existentes, como la delación negociada, y de tergiversarlos en la práctica. “El que mucho abarca poco aprieta”. Un viejo dicho que describe con precisión casi quirúrgica los dilemas que enfrentan estos líderes de vocación innovadora.

Ajenos a este fenómeno mundial, los principales candidatos presidenciales argentinos se cuidan en exceso de no ser vistos como demasiado rupturistas. Con la excepción de Sergio Massa, tanto Scioli como Macri se mueven dentro de parámetros muy generales para evitar ahuyentar a un electorado que continúa manifestando preferencias bastante conservadoras respecto del estado de cosas existente.

Una situación curiosa, en particular si se piensa que el ganador no va a tener alternativas y deberá implementar fuertes cambios. En especial en las áreas económica y de política exterior, que, además, deberán estar finamente coordinadas porque el país no podrá enfrentar el pantagruélico desafío de sincerar la economía sin una efectiva reinserción internacional.

De este modo, la Argentina evita debatir sobre los aspectos cruciales, no porque sean áridos o porque no existan expertos asesorando a los candidatos, sino porque se visualizan como electoralmente costosos. Ya habrá tiempo para denunciar la pesada herencia recibida y la necesidad de ajustarse los cinturones frente a la dura realidad que nos tocará vivir.

Una vez más, entonces, la Argentina se constituye en una excepción. Mientras en el mundo los líderes emergentes amenazan con destrozar la esclerosis existente y con romper las cadenas establecidas, nuestro país prefiere seguir aletargado, al menos en el plano discursivo, en la siesta populista en la que se acomodó luego de la gran crisis de comienzos de siglo.

© Escrito por Sergio Berestein el domingo 20/09/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.