viernes, 1 de mayo de 2020

Los que se creen dueños de la verdad absoluta... @dealgunamanera...

Los que se creen dueños de la verdad absoluta...

Percepción. Los prepotentes consideran que quien no está de acuerdo con ellos no tiene la razón ni merece respeto.

Una persona prepotente siente que siempre tiene la razón y no es capaz de aceptar otras opiniones. 

© Escrito por Li Misol el martes 10/03/2021 y publicado por Listin Diario de la Ciudad de Santo Domingo, República de los Dominicanos. 

Quienes no aceptan un no como respuesta, quienes entienden que dominan la verdad de modo exclusivo, quienes se alteran ante aquellos que le llevan la contraria, quienes no saben manejar la frustración y defienden sus criterios a través de la agresividad y buscan siempre que su punto de vista subyugue el de los demás se definen en una palabra: prepotentes.

La psicóloga Olga María Renville advierte que este tipo de persona pretende ser dueña de la verdad absoluta, anteponiendo su criterio al de cualquier otro. “Incluso siente que nadie más tiene la razón”, dice Renville. Estos individuos tienen problemas para vivir en sociedad, donde deben lidiar con personas de opiniones y creencias distintas.

Consecuencia social de la prepotencia.

Una persona prepotente se gana mala voluntad de otros. A decir de Renville, esto ocurre porque al entender su opinión como única, buena y válida, el prepotente “descalifica a los demás, por considerar que sus opiniones no son válidas y se expone a que lo rechacen en muchos ambientes, se cargan el rechazo de muchos y en ocasiones terminan aislándose, porque sienten que es el mundo el que está equivocado, no ellos”, comenta.

Incapaces de entender la importancia de que en su entorno hay otras opiniones y que cada persona tiene el derecho y la libertad de expresar lo que siente y piensa recibiendo de los demás el debido respeto, los prepotentes consideran que quien no está de acuerdo con ellos no tiene la razón ni merece respeto. Su percepción radical les lleva a entender que el mundo está en su contra y a defenderse.

Prepotencia causa el rechazo social.

La prepotencia es una cualidad muy ligada al poder. No en vano el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define esta palabra como “más poderoso que otros, o muy poderoso” en una primera acepción, y como el “que abusa de su poder o hace alarde de él” en una segunda. Desde siempre las personas en posiciones de poder se han valido de este para menospreciar la opinión de los demás.


“El poder hace que a veces, en la personalidad de alguien, se desarrolle la prepotencia.

Cuando el individuo siente que ejerce control sobre un grupo determinado de personas, o sobre el mundo que les rodea, puede ser el poder económico, social o el que le confiere un puesto o cargo, pues el individuo siente que es dueño de quienes le rodean y puede dominarlos”, señala la psicóloga Olga María Renville.

¿Cómo se inicia?

Todos los seres humanos nacemos como hojas en blanco, y el entorno a través de personas clave se encargará de escribir quiénes seremos en el futuro. En esa tónica, ¿qué hace que un ser humano se torne prepotente? Renville afirma que desde la infancia se comienzan a modelar las características.


Explica que cuando a un niño desde pequeño se le complace en todo, cuando su padre o madre obedece a todas sus pataletas a partir de los dos años, y para no verlo tirado en el piso o llorando le da el dulce o juguete que quiere, “se está delineando una personalidad de prepotencia porque el niño siente que con un berrinche ejerce el poder de cambiar la opinión y puede manipular a los padres”.

Este comportamiento se asume en la adolescencia y en la vida adulta y los individuos con esta cualidad negativa se vuelven incapaces de tolerar las frustraciones.

Siente que cuando hay un ‘no’ de por medio, los demás están equivocados y en su contra. Por eso, según Renville, es importane desde la infancia enseñar al niño que existen el ‘sí’ y el ‘no’ para cada cosa, y que hay consecuencias.

Así entenderá que ser prepotente o intentar manipular no le llevará a ningún lugar.

Lo que sienten.

Las personas prepotentes se ganan el rechazo de todos con facilidad, pero, ¿ha pensado usted cómo se siente esa persona que a simple vista luce tan inflexible? Según Renville estas personas siempre están inconformes con lo que les pasa, nunca se sienten del todo satisfechos y nunca lo estarán porque al creer que son dueños de la verdad no admiten opiniones ni consejos de otros por no considerarlos válidos. “Entonces evidentemente siempre van a ser infelices”, dice.

La gente prepotente es con frecuencia rechazada. No recibe invitación a actividades porque los demás entienden que con esa persona ‘no se puede hablar’, ‘de todo se molesta’, ‘se incomoda si le llevan la contraria’. Ante el rechazo estos individuos se sienten peor “porque debajo de la prepotencia hay un sentimiento de inferioridad, donde hay una necesidad imperiosa por descalificar al otro para sentirse importante”, comenta Renville. 


Equivocado. El prepotente considera que siempre tiene la razón y que todo el que está en desacuerdo con él, está en su contra.

Los trastornos que están relacionados.

Según Olga María Renville, las personas prepotentes pueden desarrollar depresión, ansiedad y tensión por la carga que les provoca el no poder luchar contra ese mundo que sienten está en su contra. Suelen tener problemas para dormir e incluso les es muy fácil llegar a la violencia, a la agresividad.


“Lo importante es entender que no se es dueño de la verdad absoluta, que hay otras personas que pueden aportar a nuestra vida para nutrirla, y cuando sentimos que nadie puede aportarnos, que no podemos equivocarnos, es tiempo de revisarnos y pensar en buscar ayuda para cambiar de actitud, de lo contrario viviremos en infelicidad, aislamiento y rechazo social y familiar”, concluye la experta.

Manejo correcto en psicoterapia.

Cuando estamos tranquilos con nosotros mismos no hay necesidad de comprobar nada, entendemos que existen diversas personas con opiniones distintas y con diferencias que debemos aceptar, sin tratar de imponer nuestro criterio. La psicóloga Olga María Renville recomienda que cuando alguien sienta un gran vacío dentro, que nadie lo comprende y que todo el mundo tiene problemas, debería preguntarse si el problema son realmente los demás o él mismo.


También cuando varias personas a su alrededor (familiares, pareja, amigos, compañeros de trabajo o estudios) coinciden en una misma opinión sobre una persona, es momento de que ésta se autoevalúe a ver si los demás tienen razón.

Terapia

Cuando un prepotente llega a consulta de un psicólogo lo hace porque ya está cansado, desgastado o incluso deprimido porque nadie lo acepta y porque todo el mundo está equivocado a su alrededor.


Renville explica que para tratar a estas personas “se apela a la terapia cognoscitiva, donde el individuo debe empezar a buscar dentro de sí y a evaluar en sí mismo una respuesta a esa problemática”.

Se evalúa cómo la persona comenzó a recibir información y programación emocional para ser prepotente, en qué etapa de la vida ocurrió esto o que evento lo desencadenó.



                                                                                                                                               

Buen salvaje... @dealgunamanera...

Buen salvaje... 


La certeza de la incertidumbre, la decisión como necesidad. El autoritarismo como amenaza, como temor latente inscripto en el poder y la política. ¿Autoritario es el que manda? ¿Autoritarios somos todos?

© Escrito por Julián Melo (*) el jueves 30/04/2020 y publicado por La Vanguardia Digital de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

Terra monótona. Días iguales. El tiempo que pasa sin pasar y no pide permiso. La mirada clavada en un horizonte que nadie sabe dónde está. La radio, la tele, el celular, todas estalactitas frágiles que rodean, todas lianas que permiten ir a ver qué está pasando sin ponerse el barbijo y caminar a distancia. Todos escapes que son, más tarde o más temprano, encierros. Son enojos y a veces mimos, son destratos y a veces cariños. Son todo lo que se puede en tiempos donde nada se sabe y entonces se sobre actúa claridad. Es un tiempo donde está muy fácil enojarse con muchos o con alguien, donde ya casi no faltan excusas válidas para tal cosa, pues el confinamiento achata no sólo curvas, achata quizás un poco la capacidad de cada uno para reaccionar. No es que éramos una sociedad bella y un virus nos envileció; es simplemente que éramos lo que somos pero sin tanta premura como para demostrarlo.

Entre la maleza de esa Terra monótona y el fragor de las lianas que nos llevan y nos traen desde múltiples estados de ánimo hay variables sencillamente inmanejables, hay un reflujo constante de afirmaciones y contra afirmaciones que, a veces, dejan mal parado hasta al más avispado. Algo en todo ello es profundamente increíble: ¿por qué cuando el agobio cotidiano del trabajo, la presión diaria por cumplir con obligaciones que ya se demostraron inútiles, por qué cuando más tiempo tenemos para pensar es que reaccionamos igual o peor que siempre? No hay excusa de apuros y obligaciones, la única obligación es quedarse en casa. Los lugares comunes son comprensibles cuando estamos corriendo de un lado para el otro todo el día: ¿por qué no tomar un rato del tiempo que hoy sobra para mirar antes de vociferar? ¿Por qué no aprovechar la monotonía del tiempo pandémico para revisar esos espacios sobre los que siempre nos posamos con comodidad y autosuficiencia?

La información, el circo de datos y opiniones están a una velocidad inaudita. Una velocidad que atrapa y expulsa a la vez, una velocidad que obliga a mirar y, en algún momento, a creer. Lo único que acolcha el desmadre mental que produce la lluvia de meteoritos informativos es construir una creencia. Sensación de muerte, de fragilidad constante, de cuidarse, de desinfectar hasta los atados de cigarrillos que empiezan a escasear. Una especie de tempestad de persecución y de necesidad de sentir que no nos va a pasar nada. Algún acolchado, algún freno hay que encontrar. Para mí, ese freno tiene casi siempre la forma de una creencia, de una certeza que no requiere demasiada explicación en orden a parar la expoliación que produce la marea endemoniada de sensaciones cruzadas. Hay que buscar un ancla y no mucho más.

No es que éramos una sociedad bella y un virus nos envileció; es simplemente que éramos lo que somos pero sin tanta premura como para demostrarlo.

Entonces fluye el juego de sensibilidades en medio de mundiales de vedettes argentinas y de canciones del Indio Solari, encuestas de millones de cosas, recomendaciones de series y películas para ver, canciones y discos para escuchar, miles y miles de fotos de gatos y de comidas caseras preparadas con fruición. Video-llamadas, clases online, Zoom para todos. Y en el costado del juego casi todo se sigue moviendo, hay política, hay decisiones, hay otros más buscando la forma de aguantar el desmadre. Ese lugar de la decisión, ese lugar tan preciado para muchos, tan lejano para otros, ese lugar de la decisión que es normalmente el objetivo más atacado desde tiempos inmemoriales; ese lugar tan hablado y redefinido por siglos, parece ser el lugar más común de nuestras reacciones, parece ser el lugar que no podemos revisar aun teniendo todo el día a disposición.

Nuestras anclas significantes allende la política, allende la decisión, son las de siempre pero para una situación que no es la de siempre, para una situación que, para muchos, hace que siempre sea ya algo que dejó de ser.

En el revuelo por momentos inclasificable de albedríos confinados aparecen, paradójicamente, patrones de argumentación. La denuncia, a veces algo vaga, a veces algo enérgica, de la violación de los derechos individuales, la potencial amenaza a la propiedad privada. Para los más intelectualmente holgazanes siempre está el ancla de Venezuela, Cuba, comunismo, zurditos y otras defecciones que ya todos conocemos. Lo cual configura, a mi gusto, algo que, a más de pintoresco, es un patamar inevitable de todo el debate público al menos y no sólo en Argentina: la relación entre derechos y excepción.

Me parece un elemento profundamente básico en la discusión que hoy profesamos aun hasta cuando recomendamos música. Y, a mi entender, es un elemento básico pues tiene una historia de conquista detrás, que no merece el destrato de la contestación chicanera y supuestamente contundente. Cada uno busca sus anclas personales en tiempos de confinamiento, el tema es que hacen falta anclas colectivas: el ancla colectiva central en Argentina, y en otros lados también, es la defensa de los derechos civiles básicos.

Es obvio que ya hasta esa mínima afirmación es polémica pero no porque lo que afirma es demasiado creativo o porque se me ocurrió algo totalmente nuevo: es polémico pues porque aun sobre lo que nos anuda como un “algo” social todos tenemos opiniones diferentes. El tema es que, justamente, esa diversidad es el bien más preciado dentro de aquello que podría ser el ancla común. Y aun así, seguimos siempre buscando un alguien extraño, exterior, a quién vanagloriar o denostar: las dos actitudes son lógicamente iguales.

Hay un temor, al menos, que es proclamado desde múltiples foros: el temor al autoritarismo. Se blanden banderas de libertad, algunas desteñidas por cierto, contra las posibles consecuencias autoritarias de un contexto pandémico. Se reclama con vehemencia la plena vigencia y el normal funcionamiento del Congreso de la Nación, y de todas las instancias de control. Se ensambla, con diverso poderío teórico argumental por supuesto, la posibilidad de una deriva política autoritaria en la maleza del COVID 19. Con resuelta sagacidad se contesta, desde las antípodas, ¿y cuánto sesionó el Congreso en 2019? ¿Y cuántos decretos de Macri se revisaron sin pandemia? Y la deuda, y el cierre de pymes, y el desempleo y el hambre.

Ad infinitum el juego chicanero asume su lugar en el debate público, entretiene y deja ir. El problema, para mí, es que eso deja justamente demasiado lugar para ir a la exageración, la sobre actuación y, fundamentalmente, la ausencia de preguntas. Nadie se pregunta por lo que lo que pregunta pero, mucho peor, nadie se pregunta por lo que afirma pues sólo necesitamos anclas, acolchados. Es increíble que lo que tranquilice sea la afirmación y no la interrogación.


La pregunta sería o, mejor dicho, una posible pregunta sería: ¿estamos hoy ante el riesgo de un desvío autoritario del poder político? A lo cual, obviamente, cabría contra interrogar: ¿alguna vez no estamos frente a esa posibilidad? Asumamos que no necesitamos entrar en esa polémica pero atendamos al temor. Temor infundido por un líder que toma la palabra propia como “la de todos”, como alguien que habla por “nosotros”. Pensemos autoritarismo quizás como una forma de Estado que monopoliza la posibilidad del uso de la violencia física para satisfacer los deseos del Único, del dueño de la palabra de todos, del Líder.

Concibamos autoritarismo como una forma de avasallamiento de toda forma de control de las decisiones de política pública, como la eliminación de toda mediación en la construcción de esas decisiones. Avancemos todavía más, y definamos al autoritarismo como la presentación de Uno que demuele Múltiples, de Uno que sabe todo, de Uno que se presenta como salvaguardia de lo que somos como comunidad. Uno que clausura cualquier vía posible de discusión porque-ya-sabe lo que hay que hacer, que no consulta y agrede si lo consultan, Uno que se presenta por encima de cualquier interés particular porque se cree en sí mismo el interés general.

El temor al Uno es muchas veces genuino y compartido. La pregunta es: ¿estamos hoy en Argentina, en medio del horror mundial, ante ese riesgo?

Fluyen las estalactitas revoleadas por el aire. Asombra el griterío de los confinados. “Sí, Alberto se cree que me va a decir lo que puedo o no hacer”, “El Congreso está cerrado”, “Gobiernan por DNU”, “atrás de todo esto está la Cámpora y está Cristina”, “Albertítere” y demases. “Noooo, Alberto es crack, es docente”, “Alberto es el hombre, imagináte esto con Macri”, “estos caraduras lloran autoritarismo y nos pedían DNI sin flagrancia”. En el medio de ese quilombo de cruces cancelatorios alguien tiene que definir y decidir, alguien tiene que mandar.

En la Quilombificación, como supo teorizar un amigo maravilloso, alguien tiene que agarrar el timón. El punto, para no dar más vueltas: lo que confunden las sobreactuaciones es Mando con Autoritarismo. Y, tras de eso, confunden el Lugar dónde preguntar.

Cada uno busca sus anclas personales en tiempos de confinamiento, el tema es que hacen falta anclas colectivas: el ancla colectiva central en Argentina, y en otros lados también, es la defensa de los derechos civiles básicos.

Hay alguien que manda. Sí. Hay mando porque hay lazo. Hay juegos de obediencia porque hay política, hay hegemonía ensayada desde todos lados; hay política porque hay lazo, un entrecejo que funde a Distintos en algo más o menos igual. Hay política porque no importa quién manda ni quién obedece pues ambos son polos de un lazo que se construye entre múltiples. Hay política porque la pregunta central no tiene que ver con el titular del Poder sino con el proceso sociocultural (y político) que se pone en juego frente a algo que “nadie ve”. La palabra es lazo y lo que nunca se ve, ni se toca ni se ocupa es el Poder.

Hay un estigma representacional que ninguno de los que avalan o de los que despotrican puede evitar: la imagen no existe. Siempre existe el riesgo autoritario, siempre existe el riesgo de la sobreactuación. Pero alguien manda, y el mando no es ni puede ser un reflejo puro. No hay espejos en la política, hay solamente riesgos, hay lazos. Que haya mando no supone sí o sí que haya autoritarismo. Ese oscuro pasado denunciado, ese horizonte siempre negro y detestable de años de plomo, debe ser quizás reservado para momentos en los que efectivamente la Voz de Uno solo nos amenace como Ser Comunitario. Y digo ser comunitario aun a riesgo de otras críticas sobreactuadas: ser comunitario nunca es homogéneo y total, es simplemente mayoritario, siempre está en discusión. Rousseau no es uno solo, ninguno de nosotros lo es.


A todo esto, entonces, ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se presenta públicamente para explicar las bases de sus decisiones se teme autoritarismo? ¿Por qué se reduce eso a un simple cálculo electoral cuando siquiera se sabe cuántos de nosotros vamos a morir, o sea, cuántos vamos a votar? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación, que hace política y para eso se le paga, dice que descentraliza decisiones en gobiernos locales olemos autoritarismo? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se ubica en comunicación cuasi total con todo tipo de organizaciones, industriales, “del campo”, más grandes, más pequeñas, y todo eso lo consumimos en los medios todos los días auguramos autoritarismo? ¿Por qué cuando un Presidente de la Nación se presenta diciendo que consultó una decisión con cincuenta actores distintos nos corre el frío ardor del autoritarismo por la espalda? No interesa vanagloriar la chicana tonta de que este Presidente no manda a tomar lavandina o inocularse Lysoform, mucho menos que dice que somos una raza fuerte y que el virus no nos va a hacer nada. 


Interesa, para mí, ¿por qué no aceptamos que colectivamente hay un límite que un tipo, en este caso un Presidente, sabe aceptar? De última, ¿por qué nos enojamos con un tipo que flexibiliza una cuarentena y le reclamamos “Mando” cuando ese “Mando” sí o sí nos va a parecer autoritario? Alabamos a una señora que viola el aislamiento y toma sol pero después reclamamos medidas estrictas. Y pedimos que la policía no se zarpe. Y no queremos milicos en la calle. No queremos uniformes verdes a la vista. Reclamamos mando pero cuando alguien Manda denunciamos autoridad. Reclamamos orden y cuando alguien ordena presentamos recursos de amparo. ¿De qué nos amparamos? Éticamente, es muy discutible que todo aquello que no nos gusta deba ser sí o sí tildado de autoritario. Hay miles de otras descalificaciones posibles. Ese juego retórico, por más que parezca inútil, es básico para cualquier modus convidendi.

Mezclar decisión y mando con autoritarismo de buenas a primeras es un problema más viejo que el agua. Siempre reclamamos que no nos griten, que no nos digan lo que tenemos que hacer, que no nos digan qué ropa usar según el clima. Somos erizos ante la presentación de cualquier posible sojuzgamiento. Pero reclamamos autoridad ante la angustia y le tememos a esa autoridad. Mucho más aún, cuando esa autoridad se presenta de alguna manera amistosa, se presenta decidiendo pero compartiendo esa decisión, encendemos las alarmas de la violencia. 


Corremos despavoridos a cubrirnos en el refugio de la historia para denunciar con vehemencia vanguardista los peligros del Uno Malo que decide. Eso anuda a enormes conglomerados ideológicos, los hermana. Nadie escapa al lugar común. Nadie jamás escapa a denunciar con superioridad moral cualquier forma de poder político cuando, al mismo tiempo, le reclama a ese Poder que haga “lo que yo digo”. 

Nadie jamás escapa del autoritarismo.


Nadie escapa al lugar común. Nadie jamás escapa a denunciar con superioridad moral cualquier forma de poder político cuando, al mismo tiempo, le reclama a ese Poder que haga “lo que yo digo”. Nadie jamás escapa del autoritarismo.

El problema, al final, es que siempre reclamamos que nadie nos diga violentamente qué hacer y cuando alguien hace una propuesta no violenta, y afirma que depende no de él sino de nosotros, la respuesta es lapidariamente negativa. Siempre pedimos que el Mandatario no hable por nosotros pero cuando el Mandatario dice que la responsabilidad es nuestra lo vilipendiamos. Nunca quisimos que un líder nos robe la voz pero cuando dice que su propia voz es construida por nosotros, nos enojamos. Mucho más, cuando dice que la “voz definitiva” es la “nuestra”, arrecian los vilipendios. En esa contradicción se aloja una monstruosidad bien obvia: queremos ser nosotros, siempre y cuando ese nosotros seamos cada uno. Y, si el líder no se roba ninguna voz, los argumentos tradicionalmente preparados por nuestra sana centro-izquierda y nuestra derecha de buenos modales (que son, ahí sí, lo mismo) se quedan perplejas: sólo les queda la chance de encontrar un error, cualquier error, y decir que tenían razón.


De allí, para finalizar, hay una posibilidad más que latente respecto a que mi letra sea una defensa oculta, o quizás no tanto, de la actuación del Presidente argentino. Lo cual quizás podrá albergar elogios de una parte, rechazo de otra, quizás indiferencia de la gran mayoría. Yo tengo mi opinión como cualquier otro ciudadano. Miro como cualquiera. “Yo miro vivir”. Y no necesito, como cualquiera de nosotros, permiso para defender o atacar a nadie. Miro que hay un drama fundamental que nos acosa, o quizás solo me acosa a mí y estoy exagerando: no aceptamos que algo nos puede salir bien entre muchos (si sale mal, los responsables son obvios). 


No aceptamos que quizás hay un camino común en la divergencia absoluta. No queremos liderazgo acaparador y jetón pero pedimos medidas estrictas. No aceptamos medidas estrictas y denunciamos autoritarismo. El drama, en el fondo, es que no aceptamos un nosotros, la pregunta nunca es por nosotros; el drama es que no aceptamos lo que siempre pedimos: ser parte de la decisión, ser parte de la apuesta, tener voz. No aceptamos un mesías pero pedimos salvación.

(*) Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Investigador Adjunto del CONICET (IDAES-UNSAM) y Docente en la UNSAM





Crisis en las cárceles. Como es la situación en todo el mundo, país por país... @dealgunamanera...

Crisis en las cárceles: lo que los medios no dicen...

Crisis en las cárceles: lo que los medios no dicen. Imagen: EFE

La ofensiva mediática sobre la crisis carcelaria que plantea el coronavirus, llevada al paroxismo por las delirantes conclusiones de una senadora de Juntos por el Cambio, intenta instalar la absurda idea de que en Argentina hay un plan que busca "liberar a los presos" con ocultos fines políticos. Una mirada a lo que ocurre en los demás países demuele esa mirada.

© Escrito por Raúl Kollmann el miércoles 29/04/2020 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

En los últimos 20 días, a raíz de la pandemia, se produjo una oleada mundial de morigeración de las penas de los presos. Un solo estado norteamericano, California, mandó a sus casas a 3.500 internos, pero las cifras son impresionantes en todos los países.
Las razones son tres. 

La primera, es que la cárcel es lo opuesto al aislamiento y mueren los presos. Pero no sólo los presos. Sino también los penitenciarios, los médicos, enfermeros y una parte del personal de los penales. 

La segunda razón es que este último hecho provoca un tremendo ausentismo del personal. En Escocia, el lunes falta el 25 por ciento de los penitenciarios. De manera que se está previniendo el hecho concreto de que no haya quien cuide y controle a los internos. 

La tercera razón es el contagio. No únicamente hacia adentro de la cárcel sino hacia afuera. Chicago definió que el penal Cook Jail, que tiene 355 infectados, es el principal foco de la ciudad. La prisión Marion, en Ohio, tiene el record, seguramente mundial: 1.800 internos contagiados. Y eso no queda encerrado en los muros.

Aunque la mayoría de la gente no lo sepa, son muchísimas las personas, obviamente no los presos, que entran y salen cada día de un penal y lo mantienen en estrecho contacto con el mundo que lo rodea.

Los números en algunos países son impactantes:

*Iran puso en libertad a 85.000 prisioneros, una cifra descomunal.

*Turquía mandó a sus casas 45.000

*Indonesia 30.000

*En Brasil, el cálculo más restrictivo, es que salieron de los penales unos 30.000 presos. Algunos dicen que ya está en su domicilio el doble de esa cifra.

*Francia, hasta el 13 de abril, liberó a 9.923 detenidos según los datos oficiales de la Asamblea Nacional, publicados por el diario Nice--Matin. Desde el 13 hasta hoy, la cifra superó largamente los 10.000.

*En el Reino Unido, el sistema federal tiene 84.000 presos, y ya salieron 4.000, dice la BBC en un informe publicado el 4 de abril, es decir que hoy el número es muy superior. El mismo medio dice que aproximadamente dos mil presos están infectados y el cuello de botella son los penitenciarios: el ausentismo es masivo, incluyendo el 25 por ciento de faltazos en Escocia.

*En Estados Unidos, el país con mayor cantidad de presos del planeta --2.300.000 entre federales y estaduales--, no sólo California mandó a sus casas a 3.500 internos, dato publicado por el diario The Guardian, de Londres. El gobernador de Nueva York ordenó la domiciliaria para 1.100 presos. La cadena de derecha Fox, calculó hace casi un mes, que la cifra de liberados, superaba los 16.000. El procurador William Barr libró la orden de que salgan de las prisiones federales los detenidos de más de 60 años, unos 10.000. Incluso Donald Trump estuvo por firmar una instrucción de que se otorgue la libertad condicional a todos los que hubieran cumplido la mitad de la pena. El presidente al final no firmó esa norma. El verdadero cálculo hoy en día es que están en sus casas el 20 por ciento de todos los que estaban en penales y el The New York Times estimó que Estados Unidos tiene en este momento la menor cantidad de presos desde la Segunda Guerra Mundial.

*En México --según un cable de Reuters-- se dictó una amnistía que benefició a 6.200 presos, la mayoría excarcelados con pulseras electrónicas. A una parte no se le permite salir todavía porque se está verificando si están infectados. En el total se incluyen 200 mujeres que están presas por abortar.

*"Hoy promulgamos la ley de indulto general conmutativo, que conmuta o sustituye la privación de libertad en los establecimientos penitenciarios de 1.700 personas por reclusión total en los domicilios". El comunicado oficial del 16 de abril lleva la firma de Sebastián Piñera, presidente de Chile.

*Mediante el decreto número 546 del presidente Ivan Duque, se dictó la prisión domiciliaria de unos 4.000 presos en Colombia.

*Un solo estado alemán, Westphalia, liberó mil presos y España envió a prisión domiciliaria a todos los detenidos llamados de tercer grado, o sea que tenían ya salidas transitorias y están en la última etapa de su condena. En total, cerca de 8.000.

Es fácil observar que todas estas medidas fueron tomadas por gobiernos de distintos colores, presidentes de derecha, de ultraderecha, progresistas, de centro, islamicos, cátólicos, anglicanos o poco creyentes. Tampoco parece probable que junto con el coronavirus se haya desarrollado una epidemia de piedad o amor al prójimo.

La explicación es que tanto la Organización Mundial de la Salud, como la titular de Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, coincidieron en que las cárceles son una catástrofe potencial, por el peligro de contagios dentro de los establecimientos dado que no hay marco para distanciamiento alguno; peligros de infecciones hacia afuera porque los penitenciarios, médicos, cocineros, empleados entran y salen; porque el hacinamiento y el temor provocan motines en todas las latitudes y porque hay una multitud de internos que no representan peligro, incluso con la ayuda que hoy se encuentra en la tecnología y en los dispositivos como pulseras y tobilleras. Hay un mito de que un preso puede romper o librarse de esos mecanismos electrónicos. La realidad es que ocurre en menos del uno por mil de los casos: son muy pocos los ex detenidos que arriesgan el beneficio de estar en su casa en lugar de cursar la detención en el infierno de la cárcel.

Este panorama mundial es el que explica el diálogo de este lunes del presidente Alberto Fernández en Radio con Vos justamente sobre este tema: "No es un problema solo de la Argentina --argumentó Fernández--. Hablemos con seriedad. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos resaltó que los estados debemos atender la salud de los que están presos y ahí recomiendan la prisión domiciliaria o las pulseras electrónicas. El mundo entero aborda este problema". 




jueves, 30 de abril de 2020

The New York Times. El coronavirus ataca las cárceles y cientos de miles de presos son liberados… @dealgunamanera…

El coronavirus ataca las cárceles y cientos de miles de presos son liberados…

Fotografía: Reuters/Jason Redmond

Las cárceles de todo el mundo se han convertido en potentes zonas de transmisión del coronavirus, lo que ha obligado a que algunos gobiernos tengan que liberar a cientos de miles de presos en una loca lucha por frenar la propagación del contagio tras las rejas.

© Escrito por Ernesto Londoño, Manuela Andreoni y Letícia Casado el 28/04/2020 y publicado por el Diario Digital Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

La pandemia también desencadenó rebeliones de prisioneros, puesto que los presos enojados han hecho que se preste atención a los problemas crónicos de los sistemas correccionales en muchos países, incluidos el hacinamiento, la suciedad y el acceso limitado a la atención médica.

En Brasil, que tiene uno de los sistemas penitenciarios más grandes y sobrecargados, los reclusos han grabado videos tras las rejas en los que amenazan con matar a los guardias a menos que el gobierno actúe rápidamente para mejorar sus condiciones.

En Colombia, los prisioneros preocupados por contraer el coronavirus organizaron un motín que dejó un saldo de 23 fallecidos. El viernes, los reclusos de un centro penitenciario en Buenos Aires, Argentina, se enojaron por la falta de protección contra el virus y durante nueve horas se amotinaron realizando acciones como subirse al techo de las instalaciones, quemar colchones y exhibir una pancarta que decía: “Nos negamos a morir en la cárcel”.

A medida que el virus fue sumiendo prácticamente a todos los países en una crisis el mes pasado, los expertos de la ONU en materia de detención, la Organización Mundial de la Salud y activistas de derechos humanos han instado a los gobiernos a que se apresuren a reducir sus poblaciones de prisioneros.

En muchos países los centros de detención están atestados, y en algunos casos lo están de manera peligrosa” dijo Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, en un comunicado. Agregó que las consecuencias de descuidarlos “podrían ser catastróficas”.

Al menos 125 países tienen poblaciones de prisioneros que superan las capacidades de sus sistemas correccionales, incluidos 20 que tienen más del doble de los reclusos que pueden albergar, según el Informe Mundial sobre Prisiones, una base de datos del Instituto de Investigación de Política Criminal de la Universidad de Londres.

La facilidad de propagación del virus tras las rejas se evidenció en febrero, cuando al menos 555 reclusos en China se infectaron en instalaciones en las provincias de Hubei, Shandong y Zhejiang.

En respuesta, el gobierno despidió a varios guardias por no haber evitado el brote, prohibió las visitas a la prisión y exigió que los guardias de varias instalaciones permanecieran en sus puestos durante semanas.

Cinco prisiones de Hunan designaron un edificio dentro de sus instalaciones para aislar a los prisioneros y guardias infectados. Los reclusos en una prisión de Shandong fueron trasladados a hoteles para ponerlos en cuarentena luego de que un guardia regresó de Wuhan, donde se reportó por primera vez el coronavirus, e infectó a otros guardias y reclusos.

Conforme el virus se extendía rápidamente a través de las fronteras en las siguientes semanas, los funcionarios de muchos países suspendieron las visitas a las cárceles, pero lucharon por imponer medidas de distanciamiento social en las instalaciones sobrepobladas.

Irán, que ha sido uno de los países más afectados, a mediados de marzo liberó temporalmente a unos 85.000 detenidos, incluidos algunos presos políticos. Pero los defensores de los derechos humanos también han criticado a Irán por lo que definen como una dura represión de los reclusos que han protestado por el riesgo de infección.

Bachelet dijo el miércoles que Irán quizás haya acelerado las ejecuciones de los prisioneros sentenciados a muerte que se unieron a algunas de esas protestas.

Este mes, el Parlamento de Turquía aprobó una ley que autoriza la liberación temporal de 45.000 prisioneros. Indonesia ha liberado a unos 30.000.

Miles de prisioneros, incluidos algunos migrantes, también han sido liberados en Estados Unidos.

En Brasil, las autoridades reportaron cuatro muertes, 104 casos confirmados de coronavirus y 145 sospechosos entre los prisioneros hasta el domingo. Las autoridades del país dicen que han liberado a unos 30.000 prisioneros. Pero esa cifra no es significativamente más alta que la tasa de liberación típica, según los expertos.

Los investigadores sostienen que el alcance del problema en Brasil no está claro porque solo 682 de los más de 773.000 prisioneros del país han sido examinados.

Drauzio Varella, un médico que estudia la situación de los centros penitenciarios y que ha escrito libros sobre las necesidades de atención médica de los prisioneros en Brasil, dijo que un número desproporcionado sufre condiciones graves como diabetes, obesidad e hipertensión.

“Las cárceles en Brasil a menudo tienen el doble o el triple de la capacidad para la que fueron construidas, e incluso hay personas que duermen en el piso”, dijo. “Una persona con tos puede infectar a todas las demás”.

Para evitar la transmisión del virus, los funcionarios brasileños suspendieron las visitas de familiares y abogados y buscaron intensificar las medidas de higiene en las prisiones federales y estatales.

Aunque los jueces brasileños han aprobado miles de peticiones de libertad anticipada, altos funcionarios del Ministerio de Justicia argumentan que sería un error liberar a los prisioneros en masa porque eso crearía riesgos para la seguridad pública.

Los defensores de los presos dicen que es más arriesgado que los reclusos permanezcan en las cárceles.

La Pastoral Carcelaria Nacional, una organización cristiana que apoya a los prisioneros y sus familias, dijo que a muchos familiares de los encarcelados se les ha prohibido proporcionarles alimentos y artículos de higiene.

Los presos logran satisfacer la mayor parte de sus necesidades materiales con lo que les llevan sus familias, ya que la comida que se les da adentro es terrible y escasa”, dijo la hermana Petra Silvia Pfaller, coordinadora del grupo. “Incluso antes de la pandemia ya estaban pasando hambre”.

Vincent Ballon, el principal experto en temas de detención del Comité Internacional de la Cruz Roja, dijo que la crisis del coronavirus debería impulsar a los gobiernos de todo el mundo a reconsiderar las leyes y políticas que han generado prisiones sobrepobladas y mal administradas.

“Esperamos que sea una oportunidad para reconsiderar la privación de la libertad, especialmente acciones como la detención preventiva y la detención de inmigrantes”, dijo.

Mário Guerreiro, quien lidera el Consejo Nacional de Justicia, un grupo brasileño que monitorea y supervisa el sistema penitenciario del país, dijo que la pandemia había dejado en claro las deficiencias de ese sistema, que ha crecido exponencialmente en las últimas décadas sin una inversión proporcional para incrementar sus capacidades.

Brasil tiene la tercera población carcelaria más grande del mundo, detrás de Estados Unidos y China, según el Informe Mundial sobre Prisiones. El promedio de sobrecapacidad en las cárceles brasileñas es del 168 por ciento.

“Brasil tiene prisiones cuyas condiciones humanitarias equivalen a las de los campos de concentración”, dijo Guerreiro. “Es una crisis humanitaria”.

c.2020 The New York Times Company