PASO a paso: el escenario político de cara a las
elecciones de agosto…
Alberto Fernández y Miguel Pichetto son los protagonistas
principales de una nueva etapa de polarización en la política argentina. En el
medio, Roberto Lavagna intenta mantener en carrera a la tercera vía.
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Escrito el jueves 11/07/2019 por Tomás
Allan y publicado en el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
Vivimos tiempos agitados
para la política argentina. Más de un mes antes del cierre de listas del 22 de
junio, Cristina Fernández anunció su decisión de correrse del centro de la
escena para dejar a Alberto Fernández como candidato presidencial y acompañarlo
desde la vicepresidencia. Rápidamente, más de una decena de gobernadores
peronistas se alinearon con la novedosa fórmula, expresándole públicamente su
apoyo. Luego, tres semanas más tarde, Mauricio Macri sorprendió a todos al
ofrecerle la candidatura a vicepresidente a Miguel Pichetto, (ahora ex) jefe
del bloque justicialista en el Senado de la Nación.
Numerosos análisis se han
hecho hasta el momento sobre estas decisiones, intentando interpretar los
gestos de los dos principales líderes políticos del país y tratando de
decodificar cómo quedaba planteado el tablero político de cara a las primarias
de agosto, las elecciones generales de octubre y un eventual ballotage en
noviembre. Cristina Fernández tomó la iniciativa aquel 18 de mayo y produjo una
serie de reacciones no solo en los sujetos destinatarios directos de su mensaje
(¿el resto del peronismo?), sino también en otros actores políticos a quienes
no fue dirigido (o sí, como contradestinatarios) pero que obviamente tienen
interés en sus movimientos. De este modo, se produjeron varias decisiones en
cadena que terminaron por reconfigurar el tablero político.
Para responder a la
pregunta mayor (cómo quedó efectivamente configurado el escenario) podemos
recorrer cuatro interrogantes que la preceden: a quiénes le hablaron Cristina
Fernández y Mauricio Macri al desginar a Alberto Fernández como candidato a
presidente y a Miguel Pichetto como candidato a vice; qué mensaje querían
enviar; qué efectos produjeron en sus destinatarios y qué efectos produjeron en
otros actores políticos.
DEL ALBERTAZO AL ROSQUERO
SUPERPODEROSO
Mucho se ha dicho ya
sobre la decisión de postular a Alberto Fernández como candidato a presidente,
con una conclusión que destacó con claridad en la mayoría de los análisis: la
búsqueda de moderación. La decisión de optar por una figura que se fue del
gobierno kirchnerista en su momento de radicalización (post pelea con el
campo), que criticó con dureza la forma de la ex mandataria de conducir los
asuntos públicos en sus últimos años de gobierno y que parece tener (o poder
tener) buen diálogo con sectores de poder en aparente tensión con el kirchnerismo
(Clarín, “el campo”, el empresariado, el FMI), fue leído como una indudable
muestra de moderación que permitiría ampliar el espacio de cara al cierre de
listas y ofrecería la posibilidad de llevar a cabo algunos acuerdos en caso de
llegar al gobierno, en una etapa que será complicada desde el punto de vista
económico, gane quien gane. La decisión de colocar al ex Jefe de Gabinete
también podría, hipóteticamente, mantener el piso de votos de la ex mandataria
y perforar su techo, clave para un eventual ballotage.
Si los destinatarios
principales del mensaje cristinista fueron los gobernadores y el resto del
peronismo, este parece haber tenido relativo éxito si atendemos a los rápidos
alineamientos que se produjeron luego del anuncio, incluido el de Sergio Massa,
aunque con algunas idas y vueltas previas.
Pasaron algunas pocas
semanas hasta la siguiente movida política de trascendencia. La decisión de
incluir a Miguel Ángel Pichetto en la fórmula presidencial oficialista
sorprendió a propios y extraños: llegaba un peronista de pura cepa a ocupar
nada menos que el puesto de candidato vicepresidente de la fuerza política que
hegemoniza el espacio no-peronista del sistema político.
Nuevamente, los análisis
comenzaron y varios merodearon la tesis del fin de la grieta o, al menos, de su
conmoción: si la decisión de ubicar a Alberto Fernández como candidato a
presidente del espacio kirchnerista era el principio del fin de la grieta, la
decisión de que Miguel Pichetto secundara a Mauricio Macri en la fórmula presidencial
era el acto que lo consumaba.
Como sea, algo cambió. Las veredas se
ensancharon; los desplazamientos de ciertos actores que hasta ahora habitaban
el centro de forma dispersa ampliaron los sectores enfrentados.
Aunque otras lecturas
sugieren que esta está más viva que nunca: ambas decisiones consolidan la
grieta pero la moderan (giro al centro) o bien la ratifican ampliando sus
respectivos espacios pero sin moderarse (los dirigentes que escapaban a su
lógica van hacia los polos pero no los polos hacia ellos, como una especie de
imán).
Cualquiera de estas
presupone vocación de amplitud y un reconocimiento tácito de que para poder
ganar las elecciones y, sobre todo, para gobernar luego de ello en una
situación económica delicada, se necesitará salir del empate de minorías
intensas y posiciones defensivas para lograr acuerdos amplios que garanticen la
tan mentada gobernabilidad.
Como sea, algo cambió.
Las veredas se ensancharon; los desplazamientos de ciertos actores que hasta
ahora habitaban el centro de forma dispersa ampliaron los sectores enfrentados.
Massa y varios gobernadores para un lado; Lousteau (que desde 2015 pareció
estar con un pie adentro y otro afuera de Cambiemos) y Pichetto para el otro.
Si tomamos la teoría del giro al centro de las dos fuerzas principales de la
política argentina ello redundaría en un esquema de fuerzas centrípetas: ambas
compiten por el centro. La grieta ya no centrifuga sino que aprieta, y los
polos están más cerca que antes, dice Andrés Malamud.
Sin embargo, ni bien Pichetto salió
a la cancha a hacer declaraciones públicas, muchos comenzaron a poner en duda
esta tesis: ¿de qué giro al centro hablamos si el flamante candidato comienza a
tratar a sus adversarios de comunistas, vocifera contra la flexibilidad en la llegada
de inmigrantes y propone rediscutir el rol de las Fuerzas Armadas para que
puedan intervenir en tareas de seguridad interior?
Dice Ignacio Ramírez: “Lo
de Pichetto fue un giro al centro en términos políticos, pero fue
una bolsonarización en términos ideológicos”.
El Pichettazo difuminó (¿diluyó?) la línea divisoria entre el espacio
peronista y el no-peronista e implicó la cooptación de uno de los principales
actores del peronismo no-kirchnerista, nucleado en torno a Alternativa Federal,
hasta ese momento renuente a plegarse a cualquier polo de la grieta. Pero, en
efecto, su discurso en temas de seguridad e inmigración y sus referencias
elogiosas a figuras como Matteo Salvini o
Jair Bolsonaro dan pie a la tesis de la radicalización cambiemista,
que fue ganando terreno con el cierre de listas y los acercamientos a figuras
como Amalia Granata y Alberto Asseff, probablemente algo
obligados por la candidatura de José Luis Espert y Ricardo Gómez
Centurión.
Hasta estas elecciones,
el Gobierno no tenía amenazas concretas por derecha. Sus candidaturas lo
obligaron a moverse para neutralizar o al menos atenuar esa fuga de votos.
Entonces, ¿a quién le
habló Macri con la designación de Pichetto? En los primeros
análisis primó la idea del mercado como “sujeto” destinatario, que
aparentemente habría reaccionado positivamente a la postulación del senador por
Río Negro. Esta alegría subrepticia obedecería a que su figura encarnaría
una suerte de garantía de gobernabilidad para el segundo mandato macrista,
por su aptitudes negociadoras y su estrecha relación con varios sectores del
peronismo (especialmente los gobernadores), lo cual permitiría conseguir los
votos suficientes para aprobar algunas reformas que el gobierno considera
necesarias.
Sin embargo, esta teoría
adolece de algunos puntos débiles: Pichetto garantizó la gobernabilidad durante
el primer mandato macrista desde su posición de jefe de bloque del
justicialismo, ¿pero puede garantizarla desde las filas del oficialismo? Por
otro lado, no termina de entenderse el porqué de la alegría de los mercados por
lo que pudiera pasar en un eventual segundo mandato macrista si la candidatura
de Pichetto no aporta votos propios para cumplir una condición anterior, a la
cual ese segundo mandato se encuentra obviamente sujeto: ganar las elecciones.
En fin: tesis verosímiles
pero con cierta dosis de sobreestimación de las aptitudes negociadoras de
Pichetto y de sobreinterpretación de los cálculos del Mercado, ese
“sujeto” que solo puede hablar lo que los analistas políticos le hagan decir.
La ecuación del Gobierno es que Pichetto
tranquiliza a los mercados, lo cual significa dólar calmo y, por tanto, se
evita la fuga de votos potenciales que se produce ante cada subida de la moneda
norteamericana.
Como fuere, desde esta
perspectiva la ecuación del Gobierno es que Pichetto tranquiliza a los
mercados, lo cual significa dólar calmo y, por tanto, se evita la fuga de votos
potenciales que se produce ante cada subida de la moneda norteamericana. Carlos
Pagni dice que la imagen de Macri está indexada al dólar: cuando este sube,
aquella cae; cuando este baja, aquella sube. La paz cambiaria de acá a las
elecciones podría favorecer a la victoria oficialista.
Visto así, su figura no
sumaría votos propios pero evitaría indirectamente su fuga. La conclusión es
verosímil, lo que se pone en duda es la veracidad de las premisas.
Finalmente, se ha dicho
que su incorporación podría cobijar al votante peronista de derecha, algo
también verosímil, aunque cuesta imaginar que estos votantes fuesen renuentes a
optar por Cambiemos antes del anuncio de la fórmula, mientras que la fórmula
Lavagna-Urtubey ofrece un resguardo para el electorado peronista descontento
con el Gobierno y el kirchnerismo.
En el medio, Lavagna y
Urtubey unieron fuerzas. Por lo general, la teoría de la ampliación de veredas
que angostan y presionan la avenida del medio supone que la tercera vía
saldría inevitablemente perjudicada. Sin embargo, pueden introducirse algunos
matices.
Hasta acá, esa ampliación
del polo oficialista y del polo opositor-kirchnerista se dio a nivel
dirigentes. Sin embargo el desplazamiento de ciertos actores del centro hacia
los polos no necesariamente conlleva un movimiento sustantivo de los
votantes en el mismo sentido. Si bien el estrechamiento del centro podría perjudicar
a Roberto Lavagna, la reducción de la oferta en una zona que pasó a ocupar en
solitario podría beneficiarlo si el electorado se mantiene escéptico a los
movimientos de Sergio Massa y Miguel Pichetto.
Hay que ver si, en
efecto, ese movimiento de nombres va acompañado de una moderación en los
discursos, y observar el comportamiento del electorado indeciso y su
resistencia a moverse al compás de esos movimientos. De este modo, su aventura
probablemente dependa (al menos en parte) de la (in)elasticidad de la
demanda antigrieta con respecto a las variaciones que se produjeron
en la oferta.
¿QUÉ HAY DE NUEVO, VIEJO?
El cierre de listas y los
desplazamientos que se dieron en la previa exigen un análisis sobre cómo se ha
(re)configurado el escenario político. En este sentido, puede ser interesante
detenerse en la lectura que los propios actores hacen sobre el tema, dado que
la batalla electoral pasa en buena parte por los términos en que ella se
enuncia “desde adentro”. La pregunta que subyace es: ¿qué es lo que hay en
juego en estas elecciones?
Si para el Gobierno estos comicios plantean una
disputa entre demócratas
liberales republicanos versus populistas
autoritarios, para la principal fuerza opositora se enfrenta el campo
popular versus el neoliberalismo rampante. Mientras que para el lavagnismo
estamos ante el enfrentamiento del fracaso del pasado y el fracaso del
presente, solo superables con una alternativa que escape a la grieta.
Unos harán eje en la
cuestión moral e institucional mientras que otros harán hincapié en la agenda
socioeconómica, que parece ser el flanco débil del oficialismo. Veremos qué
interpretación logra imponerse en esta disputa (¿superestructural?) sobre lo
que se juega en estas elecciones.
Por otro lado, “desde
afuera” han surgido algunas interpretaciones diferentes más allá de la
reproducción de esas mismas lecturas. Si en Argentina siempre ha sido algo
impreciso el esquema izquierda-derecha para interpretar la realidad política,
las apariciones de Alberto Fernández primero y de Miguel Pichetto después
habilitarían un análisis de ese tipo. La candidatura vicepresidencial de este
último difumina el clivaje peronismo-no peronismo y da mayor nitidez a este
esquema clásico en el que tendríamos dos grandes coaliciones -una en la centroderecha
y otra en la centroizquierda-, que entre ambas se llevarían más del 70% de los
votos; un centro “flaco” apoyado en la figura de Roberto Lavagna, que aspira a
superar los 10 puntos en las generales, y alternativas minoritarias desbordando
este esquema por izquierda (FITU) y por derecha (Espert y Gómez Centurión), que
se calcula no superarán el 5% cada una.
Por su parte, si bien el
Gobierno siempre eligió el confrontamiento directo con el kirchnerismo (y
particularmente con la figura de Cristina Kirchner), el discurso de los “70
años de decadencia” (que implícita o explícitamente hace referencia al
peronismo) y su intención de distinguirse claramente de “la vieja política” le
han permitido presentarse como la fuerza no-peronista por excelencia, nucleando
al antiperonismo más duro. Con la designación de un peronista de pura cepa y
rosquero de la primera hora en la fórmula presidencial, esa línea divisoria
pierde nitidez.
El Gobierno pudo jugar a
distinguirse tan claramente del peronismo como un todo en tanto y en cuanto
este estuviera, en los hechos, dividido (en tanto no fuera un “todo” real y
actual sino ficticio e histórico). Cuando el peronismo amagó a unirse, previa
designación de Alberto Fernández como candidato presidencial, Cambiemos decidió
flexibilizar uno de sus componentes identitarios y volver a focalizar a su
adversario en un círculo más pequeño, que representa solo una versión
particular de aquel: el kirchnerismo.
El cambio ya no es
respecto de “70 años de atajos y avivadas” sino respecto del proceso de 12 años
kirchneristas. Se corre la frontera política. Digamos que para el Gobierno lo
que está en juego en estas elecciones es la integridad de las instituciones
republicanas, y eso no distingue entre peronistas y no-peronistas sino entre
kirchneristas y no-kirchneristas. Esto implica reducir el espacio opositor y
permitirse ampliar el propio.
Si bien el estrechamiento del centro podría
perjudicar a Roberto Lavagna, la reducción de la oferta en una zona que pasó a
ocupar en solitario podría beneficiarlo si el electorado se mantiene escéptico
a los movimientos de Sergio Massa y Miguel Pichetto.
Lo cierto es que, a pesar
de las advertencias de que podría producir la fuga del núcleo de votantes
antiperonistas, esto no parece representar una amenaza concreta si tenemos en
cuenta que ninguna de las fuerzas realmente competitivas quedó exenta de
peronismo, por lo cual parece difícil que emigren a otros pagos.
Por último, la formación
de un espacio progresista no-kirchnerista parece que tendrá que esperar. El
progresismo depositaba en la figura de Lavagna la esperanza de la construcción
de una alternativa progresista de escala nacional, pero una serie de eventos
desafortunados hicieron caer esas expectativas. La decisión de incluir a Juan
Manuel Urtubey como candidato a vicepresidente, la derrota electoral del
socialismo en Santa Fe (que perdió la gobernación a manos de un peronismo
unificado hacia la derecha, liderado por Omar Perotti) y la conformación de
listas en las que primó la estructura del sindicalista Luis Barrionuevo por
sobre las estructuras partidarias del GEN y del Partido Socialista terminaron
por opacar esa tonalidad progresista que se esperaba darle a esta construcción
a nivel nacional. De todas maneras, puede significar una buena oportunidad para
ganar algunas bancas legislativas.
En suma, ambos gestos
giraron en torno al cargo de vicepresidente; ambos han tenido efectos en lo
inmediato y podrán tener otros de mediano y largo plazo que habrá que esperar
para verificar; ambos mostraron apertura en sus respectivos espacios. No
obstante, no está tan claro que esa potencia simbólica de las movidas que
incluyeron a Miguel Pichetto y Alberto Fernández hayan tenido un correlato
material en el armado de listas, en donde los sectores que podían ampliar los
respectivos espacios no han tenido el lugar que se esperaba.
Aquel 18 de marzo
Cristina tomó la iniciativa, Macri respondió y el resto de los actores se
incorporaron al juego. El tablero político comenzó a reconfigurarse y el cierre
de listas nos dio algunas certezas, pero la incertidumbre primará de cara a las
PASO, en una competencia que se avizora reñida. Las fichas se van acomodando
pero falta un largo trecho aún por recorrer.