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domingo, 19 de mayo de 2024

Odio, aberraciones y Milei... @dealgunamaneraok...

 Odio, aberraciones y Milei...


El discurso político basado en la mentira consiste tanto en la fabricación de falacias que denigren al rival como en el maquillaje de las propias fortalezas y defectos. Populistas de extrema derecha como Javier Milei están abonados a esta estrategia que no fue inventada por Goebbels ni Donald Trump, sino que es tan vieja como la política misma.

Por ejemplo, se atribuye a Octavio el haber desacreditado a Marco Antonio, hace dos milenios, mediante la difusión de bulos que presentaban a este como un desequilibrado sometido a Cleopatra. Al estilo de los tuits venenosos que circulan hoy por la red de Elon Musk, Octavio acuñó unas monedas con breves mensajes insidiosos contra su rival. Se explicaba así en la reciente exposición sobre fake news del espacio de Fundación Telefónica en Madrid.

© Escrito por Miguel Molina el lunes 20/05/2024  publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad de Barcelona, Reino de España.

Milei, arropado por celebrities de la extrema derecha global, se abonó ayer a la mentira en un discurso en el que llegó a culpar al socialismo del asesinato de 150 millones de personas, sin aclarar en qué fuentes se basaba, y en el que calificó de “corrupta” a la esposa del presidente del Gobierno español sin aportar prueba alguna.

Además, en su fin de semana madrileño, Milei dejó anotada una frase estelar que trasciende el concepto de fake news: “La justicia social es una aberración”. Es una apreciación que a buen seguro comparten sus correligionarios europeos, pero que se cuidarán mucho de sostener en plena campaña electoral.

Hay maneras de combatir estos discursos. El Gobierno español reaccionó llamando a consultas a su embajadora. El filósofo Slavoj Žižek acaba de publicar un ensayo (Demasiado tarde para despertar, Anagrama) en el que urge a movilizarse contra la deriva apocalíptica de la historia. Y hay otras vías novedosas, como la que exploran unos investigadores del MIT, Cambridge y Cornell que tratan de probar que, con la ayuda de la IA, se puede lanzar mensajes que se ajusten como un traje a medida a cada receptor de discursos de teoría de la conspiración.

Esta focalización, sostienen, será mucho más útil para neutralizar estos embustes que los desmentidos que no tienen en cuenta el modo en que las mentiras del populista de turno impactan en las diferentes tipologías de creyente. La IA al rescate, quién lo iba a decir.


    

domingo, 6 de abril de 2014

Cristina cinéfila, entre La Noche de los Cristales Rotos y "Cabaret"... De Alguna Manera...


Cinefilia…

La noche de los cristales rotos. Dibujo: Pipo Gueler
  
Dada su compulsión por hablar sin guión ni referencias sólidas, Cristina Kirchner no titubeó días atrás en meterse con la llamada Noche de los Cristales (Alemania, 1938). No parece tomarse el tiempo de estudiar y reflexionar, o al menos pedir que la asesoren bien, una autosuficiencia altanera que sería sólo un rasgo psicológico individual si no fuera porque ella es la presidenta de la Nación.

En una de sus frecuentes “cadenas” de radio y TV, previendo que debía anunciar el monumento argentino a las víctimas de la Shoá (el Holocausto del pueblo judío), expresó que “sin comparar, porque no tiene punto de comparación con lo que pasó, pero siempre la historia enseña cosas terribles (…), me vino a la memoria la Noche de los Cristales. Tal vez no sepan mucho lo que es”. Sospecha razonable. Un joven argentino de 25 años no tiene idea de lo que fue la Triple A, ¿qué va a saber de la Noche de los Cristales? De inmediato, confiada como siempre en la vastedad y la profundidad de sus conocimientos, enunció su receta personal: “La Noche de los Cristales es una noche (sic), se vio en la película Cabaret, a los que les gusta la historia y les gusta el cine, por lo menos que lo vean en Cabaret, cuando por la propaganda (sic) que difundía el nazismo, se atacan todas las casas de las personas identificadas como de origen judío y se les rompen los cristales. 

Por eso se llama Noche de los Cristales”. Tras su curiosa propuesta (¿por qué no invitó en cambio a visitar el Museo del Holocausto, Montevideo 919, de Buenos Aires, que dudo que conozca?), soltó un extravagante comentario editorial: “Por favor, dejemos de lado todas las voces que convoquen a noches de los cristales. Nosotros no queremos ninguna noche de los cristales en la República Argentina”. Pregunta inquietante y central: ¿quién está convocando en la Argentina a una noche de los cristales? ¿Sabe la presidenta argentina de lo que está hablando?

En alemán, Kristallnacht, lo que se conoce hoy como Noche de los Cristales, fue una serie de feroces ataques perpetrados en la Alemania nazi y también en Austria durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938. Los ejecutores de primera línea fueron las tropas nazis de asalto, pero millares de alemanes y austríacos participaron de los pogroms con notable fervor. En el poder desde 1933, el Führer y su régimen alentaron y dejaron hacer. Para Hitler, esa noche de pesadilla fue una reacción “espontánea” del pueblo alemán en revancha por el asesinato, el 7 de noviembre de 1938 de un secretario de la embajada alemana en París, muerto por un joven judío polaco de origen alemán. Obviamente, fue Hitler quien ordenó que esa noche trágica se consumara.

Joseph Goebbels, las tropas de asalto SA, las siniestras SS y las Juventudes Hitlerianas, apoyadas por el servicio secreto de inteligencia SD, así como la policía política Gestapo y otras fuerzas uniformadas, fueron la vanguardia de aquella inicial orgía de sangre. Los ataques dejaron las calles de las ciudades alemanas y Viena cubiertas de vidrios rotos de los locales comerciales y las casas de los judíos. No menos de 91 judíos alemanes fueron asesinados esa noche, pero otros 30 mil fueron detenidos y posteriormente “trasladados” masivamente a los campos de concentración y exterminio de Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau.

Aquella noche siniestra del 9 de noviembre precedió en pocos meses el comienzo formal de la guerra, desatada por Alemania el 1º de septiembre de 1939 cuando invadió y ocupó Polonia. La “solución final” de lo que Hitler había bautizado como “el problema judío” fue el corolario de aquella Kristallnacht: el exterminio de seis millones de judíos. Para Hitler, los judíos eran enemigos del país y debían ser obliterados. Hitler había escrito en Mein Kampf (“Mi lucha”) que Alemania debería quedar “libre de judíos” (judenfrei).

Tras ser nombrado jefe de gobierno por el presidente Hindenburg el 30 de enero de 1933, arrancó con un boicot a los negocios propiedad de judíos desde el 1º de abril de 1933, seguido de varias leyes antijudías para restringir el derecho de los hebreos alemanes a ganarse la vida, ejercer una plena ciudadanía y educarse. Una ley prohibió a los judíos trabajar en la administración pública. El 15 de septiembre de 1935 se aprobaron las leyes de Nuremberg, una de “protección de la sangre y el honor alemán” y otra de ciudadanía del Reich, que puntualizaba quién era judío, medio judío o cuarto de judío, según su ascendencia.

Prohibió relaciones sexuales y matrimonio entre ciudadanos de sangre alemana, o afín, y judíos, a quienes privó de la ciudadanía, al igual que de la totalidad de sus derechos políticos, incluido votar, además de excluirlos de la práctica de ciertas profesiones y la educación. Al comenzar 1938, Hitler mandó confiscar los pasaportes de todos los judíos alemanes. El 26 de abril los obligó a registrar todos sus bienes, para que éstos fueran “arianizados”. El 17 de agosto les prohibió a los médicos judíos ejercer su profesión y canceló los permisos de residencia para extranjeros, incluyendo a los judíos nacidos en Alemania pero de origen extranjero. Esa noche del 9 de noviembre fueron destruidas 1.574 sinagogas (casi todas las que había en Alemania) y muchos cementerios judíos, al igual que la mayor parte de las 94 sinagogas de Viena. Más de 7 mil negocios propiedad de judíos quedaron arrasados.

Para Cristina, cinéfila persistente, Kristallnacht es lo que cuenta Cabaret (1972), el film rodado por Bob Fosse y protagonizado por Liza Minelli.

© Escrito Por Pepe Eliaschev el Domingo 06/04/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

jueves, 28 de febrero de 2013

Miente, miente que algo quedará… De alguna Manera...


Miente, miente que algo quedará…





En ese aprovechamiento de una frontera difusa entre la verdad y la mentira, todos los gobiernos de ayer, hoy y siempre, intentaron imponer su discurso sin atender a las profundas tramas culturales que circulan de manera subterránea, en nuestro caso atadas a una voraz tradición de saqueo y conquista, profundizada por las férreas dictaduras que azotaron América Latina en los años setenta.

La astucia de la historia encuentra en la comprensión de los hechos fácticos y comprobables que el arte de la retórica no siempre transforma la ficción en realidad.

Hoy Argentina transita por un terreno delicado de olvidos, omisiones y agendas políticas entrecruzadas con intereses mediáticos a favor o en contra del gobierno, mientras el periodismo profesional no encuentra santuario ni puntos de equilibrio para recuperar aquel camino de credibilidad que en algún momento supo establecer con su público.

Si bien esa relación siempre tuvo pactos fáusticos velados, que pueden serializarse en el apoyo de no pocos medios a los gobiernos de facto -cuando distrajeron su atención de la desaparición y asesinato de una generación de intelectuales, principalmente, del campo popular-,  la polarización actual invita a reflexionar no sólo sobre qué escribe la prensa, sino sobre quiénes condicionan el oficio.

Salvo contadas excepciones, los actuales barones del periodismo vernáculo lejos están (estamos) de la pluma y capacidad de investigar, sin miserabilísmos, y narrar los hechos como aquellas piezas únicas que mostrara desde su genio Rodolfo J. Walsh.

Aunque resulte paradójico, de la brutal pelea mediática entre el gobierno y la prensa concentrada existen resultados positivos. Ya no hay verdades reveladas y la perversa mixtura de relaciones de poder pone en evidencia lo más feo, lo más sucio y lo más malo de aquellos empresarios de medios desinteresados por aquel maravilloso oficio de escribir por el que murió Walsh, sin perder nunca su compromiso político.

Pero lo cierto es que ya no estamos en tiempos de insurgencia armada y que términos como “cipayo”, entre otros, atrasan en una construcción mediática mezquina en la que las tensiones políticas mediatizadas sorprenden a propios y ajenos.

Por primera vez desde el quiebre de la relación medios / gobierno -recién desde 2008- algunos periodistas sacaron de sus cajones aquellos contubernios que tenían guardados bajo siete llaves.

La historia sangrienta de Papel Prensa, el pasado de Héctor Timerman como director de un diario procesista o el coro que hiciera Enrique Vázquez a la dictadura desde la revista SOMOS es sólo una muestra de las disputas.

Sin embargo, algunos políticos están convencidos de que si no son acompañados por los medios, no existen. Y así se transforman en rehenes de peleas corporativas.

Antonio Gramsci (*) supo diferenciar el “sentido común”, ese que nos quieren imponer, del “buen sentido”: aquel por el cual debemos unificar criterios y elaborar proyectos colectivos.

A diez años de un proceso de transformación profunda, por momentos eficiente y exitoso al corto plazo, resulta aún difícil encontrar marcas de transparencia y continuidad en la buena administración de la cosa pública.

Menos aún imaginar que el maravilloso mundo paralelo a lo “Truman Show” instalado en Puerto Madero producirá un efecto derrame, cuando del otro lado está la villa “Rodrigo Bueno”, y que el titular de la SIGEN Daniel Reposo -apellido ideal para su función en el organismo de control interno- encontrará a todos los Ricardo Jaime que aún no conocemos.

Recordar el espíritu converso de los menemistas transmutados vestidos de ocasión, sirve para revisar el fracaso actual de una estrategia de desperonización que con La Cámpora, Kolina y, en menor medida, Unidos y Organizados, sólo repite la historia de la tristemente célebre Coordinadora radical.

Salvando la distancia ideológica, en especial por la prolija labor en materia de Derechos Humanos del recientemente fallecido Eduardo Luis Duhalde, que aleja en términos absolutos de cualquier analogía al pragmatismo kirchnerista, tanto del nazismo como de un genuino proceso revolucionario, el poder comunicacional parece ser el motivo que desvela a quienes ejercen cargos estratégicos.

Si hay algo que los políticos deben aprender del pensamiento totalitario es que la mentira conduce al odio y a la ruptura de un tejido social, aquel que debemos construir entre todos día tras día.

También, que hay buenos entre los malos y que el único camino está en la construcción, no de peatonales ni de proyectos faraónicos audiovisuales, sino de debates abiertos a la participación ciudadana.

Lo cierto es que quienes se beneficiaron económicamente con  la desaparición forzada de personas no pueden ni deben conducir los destinos de la patria. Porque patria y democracia son parte de un mismo destino

En octubre, como suele ocurrir en elecciones de término medio, se avecina un voto castigo. Esta vez será contra un discurso único y homogeneizante que nos aleja de la realidad y convierte de manera absurda a los amigos en enemigos, muchos de los cuales están confinados a un destierro preventivo desde un cenáculo cerrado.

Pero la mesa chica tiene apóstoles traicioneros encarnados en algún Judas al acecho.

El peligro de la ausencia de diálogo es que produce golpes institucionales internos y divisiones peligrosas para la gobernabilidad, como ocurre con un movimiento obrero partido en múltiples facciones.

Por cierto, según la tradición cristiana, Judas se quedaba con la plata de los pobres. Si ese es el rumbo, con mística, culto y adoración al mesías… ya no se morfa.

Tal vez algún sapo.

© Escrito por Por Osiris Troiani el jueves 27/02/2013 y publicado por plazademayo.com de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.




(*) Antonio Gramsci (1891-1937) http://www.infoamerica.org