Miente, miente que algo quedará…
En ese
aprovechamiento de una frontera difusa entre la verdad y la mentira, todos los
gobiernos de ayer, hoy y siempre, intentaron imponer su discurso sin atender a
las profundas tramas culturales que circulan de manera subterránea, en nuestro
caso atadas a una voraz tradición de saqueo y conquista, profundizada por las
férreas dictaduras que azotaron América Latina en los años setenta.
La astucia de la historia encuentra en
la comprensión de los hechos fácticos y comprobables que el arte de la retórica
no siempre transforma la ficción en realidad.
Hoy Argentina transita por un terreno
delicado de olvidos, omisiones y agendas políticas entrecruzadas con intereses
mediáticos a favor o en contra del gobierno, mientras el periodismo profesional
no encuentra santuario ni puntos de equilibrio para recuperar aquel camino de
credibilidad que en algún momento supo establecer con su público.
Si bien esa relación siempre tuvo
pactos fáusticos velados, que pueden serializarse en el apoyo de no pocos
medios a los gobiernos de facto -cuando distrajeron su atención de la
desaparición y asesinato de una generación de intelectuales, principalmente, del
campo popular-, la polarización actual
invita a reflexionar no sólo sobre qué escribe la prensa, sino sobre quiénes
condicionan el oficio.
Salvo contadas excepciones, los
actuales barones del periodismo vernáculo lejos están (estamos) de la pluma y capacidad
de investigar, sin miserabilísmos, y narrar los hechos como aquellas piezas
únicas que mostrara desde su genio Rodolfo J. Walsh.
Aunque resulte paradójico, de la
brutal pelea mediática entre el gobierno y la prensa concentrada existen
resultados positivos. Ya no hay verdades reveladas y la perversa mixtura de
relaciones de poder pone en evidencia lo más feo, lo más sucio y lo más malo de
aquellos empresarios de medios desinteresados por aquel maravilloso oficio de
escribir por el que murió Walsh, sin perder nunca su compromiso político.
Pero lo
cierto es que ya no estamos en tiempos de insurgencia armada y que términos
como “cipayo”, entre otros, atrasan en una construcción mediática mezquina en
la que las tensiones políticas mediatizadas sorprenden a propios y ajenos.
Por primera
vez desde el quiebre de la relación medios / gobierno -recién desde 2008-
algunos periodistas sacaron de sus cajones aquellos contubernios que tenían
guardados bajo siete llaves.
La historia sangrienta de Papel Prensa,
el pasado de Héctor Timerman como director de un diario procesista o el coro
que hiciera Enrique Vázquez a la dictadura desde la revista SOMOS es sólo una
muestra de las disputas.
Sin embargo, algunos políticos están
convencidos de que si no son acompañados por los medios, no existen. Y así se
transforman en rehenes de peleas corporativas.
Antonio Gramsci (*) supo
diferenciar el “sentido común”, ese que nos quieren imponer, del “buen
sentido”: aquel por el cual debemos unificar criterios y elaborar proyectos
colectivos.
A diez años de un proceso de
transformación profunda, por momentos eficiente y exitoso al corto plazo,
resulta aún difícil encontrar marcas de transparencia y continuidad en la buena
administración de la cosa pública.
Menos aún imaginar que el maravilloso
mundo paralelo a lo “Truman Show” instalado en Puerto Madero producirá un
efecto derrame, cuando del otro lado está la villa “Rodrigo Bueno”, y que el
titular de la SIGEN Daniel Reposo -apellido ideal para su función en el organismo
de control interno- encontrará a todos los Ricardo Jaime que aún no conocemos.
Recordar el espíritu converso de los
menemistas transmutados vestidos de ocasión, sirve para revisar el fracaso
actual de una estrategia de desperonización que con La Cámpora, Kolina y, en
menor medida, Unidos y Organizados, sólo repite la historia de la tristemente
célebre Coordinadora radical.
Salvando la distancia ideológica, en
especial por la prolija labor en materia de Derechos Humanos del recientemente
fallecido Eduardo Luis Duhalde, que aleja en términos absolutos de cualquier
analogía al pragmatismo kirchnerista, tanto del nazismo como de un genuino
proceso revolucionario, el poder comunicacional parece ser el motivo que
desvela a quienes ejercen cargos estratégicos.
Si hay algo que los políticos deben
aprender del pensamiento totalitario es que la mentira conduce al odio y a la
ruptura de un tejido social, aquel que debemos construir entre todos día tras
día.
También, que hay buenos entre los
malos y que el único camino está en la construcción, no de peatonales ni de
proyectos faraónicos audiovisuales, sino de debates abiertos a la participación
ciudadana.
Lo cierto es que quienes se
beneficiaron económicamente con la desaparición
forzada de personas no pueden ni deben conducir los destinos de la patria.
Porque patria y democracia son parte de un mismo destino
En octubre, como suele ocurrir en
elecciones de término medio, se avecina un voto castigo. Esta vez será contra
un discurso único y homogeneizante que nos aleja de la realidad y convierte de
manera absurda a los amigos en enemigos, muchos de los cuales están confinados
a un destierro preventivo desde un cenáculo cerrado.
Pero la mesa chica tiene apóstoles
traicioneros encarnados en algún Judas al acecho.
El peligro de la ausencia de diálogo
es que produce golpes institucionales internos y divisiones peligrosas para la
gobernabilidad, como ocurre con un movimiento obrero partido en múltiples
facciones.
Por cierto, según la tradición
cristiana, Judas se quedaba con la plata de los pobres. Si ese es el rumbo, con
mística, culto y adoración al mesías… ya no se morfa.
Tal vez algún sapo.
© Escrito
por Por Osiris Troiani el jueves 27/02/2013 y publicado por plazademayo.com de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.