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lunes, 18 de mayo de 2020

¿El "negro" Carrillo nazi?... @dealgunamanera...

¿El "negro" Carrillo nazi?...

Dr. Ramón Carrillo. Fotografía: CEDOC

La primera sensación de todo ser humano bien nacido, al leer o escuchar lo corrillos de difamación sobre la calificación de la figura emblemática y humanista de Carrillo, es el estupor.

© Escrito por Donato Spaccavento, médico sanitarista, el lunes 18/05/2020 y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.


La primera sensación de todo ser humano bien nacido, al leer o escuchar lo corrillos de difamación sobre la calificación de la figura emblemática y humanista de Carrillo, es el estupor.

Empezó a sonar el celular y ya no paró más, sabiendo que había que salir a defender a un prócer del sanitarismo mundial y justo en este momento histórico, mis amigues y compañeres, considerándome un gran admirador y mi referencia sanitaria al Dr. Ramón Carrillo, preguntaban. Las barbaridades que se decían, merecían dar una respuesta en un tema tan sensible, no tanto desde el intelecto sino de la ética ultrajada de alguien que tuvo como conducta la inclusión de los derechos humanos como formativos de su esencia de ser humano.

Hay que subsanar este agravio gratuito. Algunos llaman en forma despectiva a muchos de nosotros -Carrillo incluido- nacionalistas y, al decir de Jauretche, la adjetivación “nacionalista”, como denostación de los sentimientos nacionales y populares. Claro, porque una cosa es ser “nacionalista” y otra, muy distinta, es ser parte del pensamiento nacional, que es popular y democrático, inherente a su definición misma. Por lo tanto el “Negro” (con su criollísima connotación) Ramón Carrillo no es “nacionalista”, es nacional, popular y democrático, precisamente lo antitético a lo “naZionalista”, elitista, totalitario, antisemítica, ario (desechando toda otra etnia, inclusive la de la ascendencia en los pueblos originarios del “negro-indio” Carrillo) y antidemocrático, que es lo que  representó el criminal nazifascismo en la Historia Universal.


Hay algunos malos entendidos, que en realidad son malas interpretaciones de los eternos odiadores, que pueden provenir de las inquietudes de Ramón Carrillo cuando concurría a la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA, que compartió con su primo Jorge Farías Gómez. Éste para acompañarlo en la aventura idiomática y Ramón con un sentido más utilitario, de querer estudiar alemán o el “gótico” como lo llamaban ellos. Se entiende el interés de Carrillo en la tarea por el hecho de ser Holanda y Alemania los centros del estudio del Sistema Nervioso Central, de la neurología, las neuropatías y la neurocirugía en el mundo, y como Ramón ya tenía definida su vocación en cuanto a la especialidad médica relacionada con la neurología era lógico que tuviera la necesidad de manejar aunque sea mínimamente algún idioma sajón, y en el tiempo en que él estudió y defectuosamente incorporó la habilidad de hablarlo. Todo esto está lejos de conectarlo con el perverso y criminal Hitler que alcanzaría el poder en 1934, cuando ya Carrillo no estaba en Europa, y lo que descubro de la elección idiomática fue en la década del 20 en Argentina.

Convengamos, que aún hoy cuando alguien quiere licenciarse o doctorarse se le pide la elección de dos idiomas extranjeros, uno derivado del latín y otro del anglosajón, ¿por qué entonces, y sobre todo por un tema específicamente profesional, sorprenderse que Carrillo eligió el “gótico” (como gustaba llamarle a él) o el alemán?


Carrillo, una vez recibido con medalla de oro en la Facultad de Medicina, ganó por esfuerzo propio una beca para perfeccionarse en Europa. Él eligió su itinerario de perfeccionamiento: Ámsterdam (Holanda), Berlín (Alemania) –por las razones ya expuestas de excelencia académica en el sistema nervioso central-, y, luego como complementarios París (Francia) y Madrid (España). Luego volvería para ofrecerle al país que lo había formado gratuitamente toda su sabiduría y experiencia. 

Se transformó en pocos años en el creador de uno de los sistemas de salud pública, sanitaria, preventiva y social más importantes del mundo. Frutos que estamos recibiendo hasta el día de hoy en que –a pesar de la desgracia de la pandemia- somos mirados con admiración planetaria.

Además, no coinciden las fechas para justificar de algún modo –por más errónea que sea la data– que el Dr. Carrillo pudiera ser admirador de Hitler.

Carrillo tenía 24 años y estuvo casi tres años en Europa. Se embarcó el 21 de octubre de 1930, sin haberse enterado, seguramente, que ese tal nefasto político llamado Hitler en el denominado “putch” de Münich en 1923 había querido dar un golpe de Estado subido a la mesa de una cervecería y disparando un arma. No se preocupen, es que ni en la misma Münich se habían enterado de la locura de un extraviado.

El viajero “negrocirujano” (como lo llama Asurey en una zamba), entró por Vigo, pasó unos días por Hamburgo y la mayor parte de sus estudios y experiencias los hizo en Ámsterdam, donde el profesor Brouwer testifica en un conceptuoso certificado que estuvo allí desde octubre de 1930 hasta el 30 de agosto de 1932. En Berlín estuvo un solo mes, repetimos ¡un solo mes! (cuando el pequeño partido de Adolf Hitler no había llegado siquiera al parlamento, sin saberse lo que era “nazismo” –diciembre de 1933, para llegar a ser Führer el 2 de agosto de 1934- cuando Carrillo ya estaba en Buenos Aires organizando científicamente el Instituto de Clínica Quirúrgica).

Antes de que el becario partiera para Europa escuchó disertaciones del conde Hermann von Keyserling, quien además de ser un chanta, era un plagiario de Montesquieu acerca de  cómo operaba la termodinámica en determinadas sociedades, según el clima fuera frío, templado o cálido.


Por todo esto pensamos que es muy raro que Carrillo, descendiente por línea materna de quichuas, juríes, integrado a los pueblos originarios, bien llamado “El Negro”, de los que sufrieron en carne propia el sojuzgamiento de las clases dominantes blancas, simpatice con un movimiento político racista e imperialista. Muchaches, cuando se decidan a mentir, mientan mejor, con más fundamento…

Toda esta macabra leyenda también puede venir del período de la Segunda Guerra Mundial, cuando la sociedad argentina se dividió en neutralistas (injustamente también llamados “germanófilos”, pues comprobadamente, y con poder dirigencial o popular, siempre en nuestro país predominaron los neutralistas: Victorino de la Plaza, Hipólito Yrigoyen, Alvear, los militantes de FORJA, hasta el último presidente de la Década Infame, Santiago Castillo) y los rupturistas (o aliadófilos, esta vez bien caracterizados porque abarcaban un abanico que iba de conservadores, radicales, socialistas, hasta llegar al partido comunista tradicional, estalinista, los que luego se abrazarían todos para enfrentar a Perón en la Unión Democrática, bendecida por el embajador de los EEUU, Spruille Braden). Esta grieta se vivía intensamente en las universidades, donde a Carrillo por poco y a pesar de haber dado un excelente examen para ocupar la cátedra de Neurocirugía, su antiguo maestro y co-autor de Yodoventriculografía, Dr. Balado, se opuso a que el Dr. Carrillo ocupara el cargo por su conocida posición neutralista. Al haber quedado vacante el Decanato de la Facultad de Medicina, Carrillo lo ocupó sin imaginar que iba a pasar uno de los mayores disgustos de su vida, aunque nunca lo vivió como una frustración.

Tanto sus compañeros docentes, como la FUBA, los alumnos, simpatizantes de la tendencia “rupturista”, no lo dejaban abandonar su despacho sin cargarlo de insultos, escupitajos, tizazos y al transitar sus galerías le gritaban:

“Peronista” (creyendo que lo insultaban), Entreguista, Colaboracionista, ¡¡¡¡Nazi fascista!!!

Ojalá nunca más tengamos que salir a explicar infamias tan grandes, y menos para salir a aclarar cuestiones que no eran propia de la bonhomía y el gigantesco médico que fue Ramón Carrillo, fundador del sanitarismo nacional y primer Ministro de Salud Pública y Acción Social de la Nación Argentina.




martes, 22 de enero de 2019

Los cerebros ‘hackeados’ votan… @dealgunamanera...

Los cerebros ‘hackeados’ votan…

Fotografía: Eva Vázquez

Algunas de las mentes más brillantes del planeta llevan años investigando cómo piratear el cerebro humano para que pinchemos en determinados anuncios o enlaces. Y ese método ya se usa para vendernos políticos e ideologías.

Fotograma de la película '1984', del director Michael Anderson (1956).

© Escrito por Yuval Noah Harari (*) el domingo 6/01/2019 y publicado por el Diario El País de la Ciudad de Madrid, España.

La democracia liberal se enfrenta a una doble crisis. Lo que más centra la atención es el consabido problema de los regímenes autoritarios. Pero los nuevos descubrimientos científicos y desarrollos tecnológicos representan un reto mucho más profundo para el ideal básico liberal: la libertad humana.

El liberalismo ha logrado sobrevivir, desde hace siglos, a numerosos demagogos y autócratas que han intentado estrangular la libertad desde fuera. Pero ha tenido escasa experiencia, hasta ahora, con tecnologías capaces de corroer la libertad humana desde dentro.

Para asimilar este nuevo desafío, empecemos por comprender qué significa el liberalismo. En el discurso político occidental, el término “liberal” se usa a menudo con un sentido estrictamente partidista, como lo opuesto a “conservador”. Pero muchos de los denominados conservadores adoptan la visión liberal del mundo en general. El típico votante de Trump habría sido considerado un liberal radical hace un siglo. Haga usted mismo la prueba. ¿Cree que la gente debe elegir a su Gobierno en lugar de obedecer ciegamente a un monarca? ¿Cree que una persona debe elegir su profesión en lugar de pertenecer por nacimiento a una casta? ¿Cree que una persona debe elegir a su cónyuge en lugar de casarse con quien hayan decidido sus padres? Si responde sí a las tres preguntas, enhorabuena, es usted liberal.

El liberalismo defiende la libertad humana porque asume que las personas son entes únicos, distintos a todos los demás animales. A diferencia de las ratas y los monos, el Homo sapiens, en teoría, tiene libre albedrío. Eso es lo que hace que los sentimientos y las decisiones humanas constituyan la máxima autoridad moral y política en el mundo. Por desgracia, el libre albedrío no es una realidad científica. Es un mito que el liberalismo heredó de la teología cristiana. Los teólogos elaboraron la idea del libre albedrío para explicar por qué Dios hace bien cuando castiga a los pecadores por sus malas decisiones y recompensa a los santos por las decisiones acertadas.

Hitler no podía construir un mensaje a medida para cada una de las debilidades de cada cerebro. Ahora sí es posible

Si no tomamos nuestras decisiones con libertad, ¿por qué va Dios a castigarnos o recompensarnos? Según los teólogos, es razonable que lo haga porque nuestras decisiones son el reflejo del libre albedrío de nuestras almas eternas, que son completamente independientes de cualquier limitación física y biológica.

Este mito tiene poca relación con lo que la ciencia nos dice del Homo sapiens y otros animales. Los seres humanos, sin duda, tienen voluntad, pero no es libre. Yo no puedo decidir qué deseos tengo. No decido ser introvertido o extrovertido, tranquilo o inquieto, gay o heterosexual. Los seres humanos toman decisiones, pero nunca son decisiones independientes. 

Cada una de ellas depende de unas condiciones biológicas y sociales que escapan a mi control. Puedo decidir qué comer, con quién casarme y a quién votar, pero esas decisiones dependen de mis genes, mi bioquímica, mi sexo, mi origen familiar, mi cultura nacional, etcétera; todos ellos, elementos que yo no he elegido.

Esta no es una teoría abstracta, sino que es fácil de observar. Fíjese en la próxima idea que surge en su cerebro. ¿De dónde ha salido? ¿Se le ha ocurrido libremente? Por supuesto que no. Si observa con atención su mente, se dará cuenta de que tiene poco control sobre lo que ocurre en ella y que no decide libremente qué pensar, qué sentir, ni qué querer. ¿Alguna vez le ha pasado que, la noche anterior a un acontecimiento importante, intenta dormir pero le mantiene en vela una serie constante de pensamientos y preocupaciones de lo más irritantes? Si podemos escoger libremente, ¿por qué no podemos detener esa corriente de pensamientos y relajarnos sin más?

Animales pirateables

Fotografía: Eva Vázquez

Aunque el libre albedrío siempre ha sido un mito, en siglos anteriores fue útil. Infundió valor a quienes lucharon contra la Inquisición, el derecho divino de los reyes, el KGB y el Ku Klux Klan. Y era un mito que tenía pocos costes. En 1776 y en 1939 no era muy grave creer que nuestras convicciones y decisiones eran producto del libre albedrío, y no de la bioquímica y la neurología. Porque en 1776 y en 1939 nadie entendía muy bien la bioquímica, ni la neurología. Ahora, sin embargo, tener fe en el libre albedrío es peligroso. Si los Gobiernos y las empresas logran hackear o piratear el sistema operativo humano, las personas más fáciles de manipular serán aquellas que creen en el libre albedrío.

Para conseguir piratear a los seres humanos, hacen falta tres cosas: sólidos conocimientos de biología, muchos datos y una gran capacidad informática. La Inquisición y el KGB nunca lograron penetrar en los seres humanos porque carecían de esos conocimientos de biología, de ese arsenal de datos y esa capacidad informática. Ahora, en cambio, es posible que tanto las empresas como los Gobiernos cuenten pronto con todo ello y, cuando logren piratearnos, no solo podrán predecir nuestras decisiones, sino también manipular nuestros sentimientos.

Quien crea en el relato liberal tradicional tendrá la tentación de restar importancia a este problema. “No, nunca va a pasar eso. Nadie conseguirá jamás piratear el espíritu humano porque contiene algo que va más allá de los genes, las neuronas y los algoritmos. Nadie puede predecir ni manipular mis decisiones porque mis decisiones son el reflejo de mi libre albedrío”. Por desgracia, ignorar el problema no va a hacer que desaparezca. Solo sirve para que seamos más vulnerables.

Una fe ingenua en el libre albedrío nos ciega. Cuando una persona escoge algo —un producto, una carrera, una pareja, un político—, se dice que está escogiéndolo por su libre albedrío. Y ya no hay más que hablar. No hay ningún motivo para sentir curiosidad por lo que ocurre en su interior, por las fuerzas que verdaderamente le han conducido a tomar esa decisión.

Las personas más fáciles de manipular serán las que creen en el libre albedrío. Tener fe en él, ahora, es peligroso

Todo arranca con detalles sencillos. Mientras alguien navega por Internet, le llama la atención un titular: “Una banda de inmigrantes viola a las mujeres locales”. Pincha en él. Al mismo tiempo, su vecina también está navegando por la Red y ve un titular diferente: “Trump prepara un ataque nuclear contra Irán”. Pincha en él. En realidad, los dos titulares son noticias falsas, quizá generadas por troles rusos, o por un sitio web deseoso de captar más tráfico para mejorar sus ingresos por publicidad. Tanto la primera persona como su vecina creen que han pinchado en esos titulares por su libre albedrío. Pero, en realidad, las han hackeado.

La propaganda y la manipulación no son ninguna novedad, desde luego. Antes actuaban mediante bombardeos masivos; hoy, son, cada vez más, munición de alta precisión contra objetivos escogidos. Cuando Hitler pronunciaba un discurso en la radio, apuntaba al mínimo común denominador porque no podía construir un mensaje a medida para cada una de las debilidades concretas de cada cerebro. Ahora sí es posible hacerlo. Un algoritmo puede decir si alguien ya está predispuesto contra los inmigrantes, y si su vecina ya detesta a Trump, de tal forma que el primero ve un titular y la segunda, en cambio, otro completamente distinto. Algunas de las mentes más brillantes del mundo llevan años investigando cómo piratear el cerebro humano para hacer que pinchemos en determinados anuncios y así vendernos cosas. El mejor método es pulsar los botones del miedo, el odio o la codicia que llevamos dentro. Y ese método ha empezado a utilizarse ahora para vendernos políticos e ideologías.

Y este no es más que el principio. Por ahora, los piratas se limitan a analizar señales externas: los productos que compramos, los lugares que visitamos, las palabras que buscamos en Internet. Pero, de aquí a unos años, los sensores biométricos podrían proporcionar acceso directo a nuestra realidad interior y saber qué sucede en nuestro corazón. No el corazón metafórico tan querido de las fantasías liberales, sino el músculo que bombea y regula nuestra presión sanguínea y gran parte de nuestra actividad cerebral. Entonces, los piratas podrían correlacionar el ritmo cardiaco con los datos de la tarjeta de crédito y la presión sanguínea con el historial de búsquedas.

¿De qué habrían sido capaces la Inquisición y el KGB con unas pulseras biométricas que vigilen constantemente nuestro ánimo y nuestros afectos? Por desgracia, da la impresión de que pronto sabremos la respuesta.

El liberalismo ha desarrollado un impresionante arsenal de argumentos e instituciones para defender las libertades individuales contra ataques externos de Gobiernos represores y religiones intolerantes, pero no está preparado para una situación en la que la libertad individual se socava desde dentro y en la que, de hecho, los conceptos “libertad” e “individual” ya no tienen mucho sentido. Para sobrevivir y prosperar en el siglo XXI, necesitamos dejar atrás la ingenua visión de los seres humanos como individuos libres —una concepción herencia a partes iguales de la teología cristiana y de la Ilustración— y aceptar lo que, en realidad, somos los seres humanos: unos animales pirateables. Necesitamos conocernos mejor a nosotros mismos. 


Códigos defectuosos

Este consejo no es nuevo, por supuesto. Desde la Antigüedad, los sabios y los santos no han dejado de decir “conócete a ti mismo”. Pero en tiempos de Sócrates, Buda y Confucio, uno no tenía competencia en esta búsqueda. Si uno no se conocía a sí mismo, seguía siendo una caja negra para el resto de la humanidad. Ahora, en cambio, sí hay competencia. Mientras usted lee estas líneas, los Gobiernos y las empresas están trabajando para piratearle. Si consiguen conocerle mejor de lo que usted se conoce a sí mismo, podrán venderle todo lo que quieran, ya sea un producto o un político.

Es especialmente importante conocer nuestros puntos débiles porque son las principales herramientas de quienes intentan piratearnos. Los ordenadores se piratean a través de líneas de código defectuosas preexistentes. Los seres humanos, a través de miedos, odios, prejuicios y deseos preexistentes. Los piratas no pueden crear miedo ni odio de la nada. Pero, cuando descubren lo que una persona ya teme y odia, tienen fácil apretar las tuercas emocionales correspondientes y provocar una furia aún mayor.

Si no podemos llegar a conocernos a nosotros mismos mediante nuestros propios esfuerzos, tal vez la misma tecnología que utilizan los piratas pueda servir para proteger a la gente. Así como el ordenador tiene un antivirus que le preserva frente al software malicioso, quizá necesitamos un antivirus para el cerebro. Ese ayudante artificial aprenderá con la experiencia cuál es la debilidad particular de una persona —los vídeos de gatos o las irritantes noticias sobre Trump— y podrá bloquearlos para defendernos.

No obstante, todo esto no es más que un aspecto marginal. Si los seres humanos son animales pirateables, y si nuestras decisiones y opiniones no son reflejo de nuestro libre albedrío, ¿para qué sirve la política? Durante 300 años, los ideales liberales inspiraron un proyecto político que pretendía dar al mayor número posible de gente la capacidad de perseguir sus sueños y de hacer realidad sus deseos. Estamos cada vez más cerca de alcanzar ese objetivo, pero también de darnos cuenta de que, en realidad, es un engaño. Las mismas tecnologías que hemos inventado para ayudar a las personas a perseguir sus sueños permiten rediseñarlos. Así que ¿cómo confiar en ninguno de mis sueños?

Es posible que este descubrimiento otorgue a los seres humanos un tipo de libertad completamente nuevo. Hasta ahora, nos identificábamos firmemente con nuestros deseos y buscábamos la libertad necesaria para cumplirlos. Cuando surgía una idea en nuestra cabeza, nos apresurábamos a obedecerla. Pasábamos el tiempo corriendo como locos, espoleados, subidos a una furibunda montaña rusa de pensamientos, sentimientos y deseos, que hemos creído, erróneamente, que representaban nuestro libre albedrío. ¿Qué sucederá si dejamos de identificarnos con esa montaña rusa? ¿Qué sucederá cuando observemos con cuidado la próxima idea que surja en nuestra mente y nos preguntemos de dónde ha venido?

A veces la gente piensa que, si renunciamos al libre albedrío, nos volveremos completamente apáticos, nos acurrucaremos en un rincón y nos dejaremos morir de hambre. La verdad es que renunciar a este engaño puede despertar una profunda curiosidad. Mientras nos identifiquemos firmemente con cualquier pensamiento y deseo que surja en nuestra mente, no necesitamos hacer grandes esfuerzos para conocernos. Pensamos que ya sabemos de sobra quiénes somos. Sin embargo, cuando uno se da cuenta de que “estos pensamientos no son míos, no son más que ciertas vibraciones bioquímicas”, comprende también que no tiene ni idea de quién ni de qué es. Y ese puede ser el principio de la aventura de exploración más apasionante que uno pueda emprender.

Filosofía práctica

Poner en duda el libre albedrío y explorar la verdadera naturaleza de la humanidad no es algo nuevo. Los humanos hemos mantenido este debate miles de veces. Salvo que antes no disponíamos de la tecnología. Y la tecnología lo cambia todo. Antiguos problemas filosóficos se convierten ahora en problemas prácticos de ingeniería y política. Y, si bien los filósofos son gente muy paciente —pueden discutir sobre un tema durante 3.000 años sin llegar a ninguna conclusión—, los ingenieros no lo son tanto. Y los políticos son los menos pacientes de todos.

¿Cómo funciona la democracia liberal en una era en la que los Gobiernos y las empresas pueden piratear a los seres humanos? ¿Dónde quedan afirmaciones como que “el votante sabe lo que conviene” y “el cliente siempre tiene razón”? ¿Cómo vivir cuando comprendemos que somos animales pirateables, que nuestro corazón puede ser un agente del Gobierno, que nuestra amígdala puede estar trabajando para Putin y la próxima idea que se nos ocurra perfectamente puede no ser consecuencia del libre albedrío sino de un algoritmo que nos conoce mejor que nosotros mismos? Estas son las preguntas más interesantes que debe afrontar la humanidad.

Por desgracia, no son preguntas que suela hacerse la mayoría de la gente. En lugar de investigar lo que nos aguarda más allá del espejismo del libre albedrío, la gente está retrocediendo en todo el mundo para refugiarse en ilusiones aún más remotas. En vez de enfrentarse al reto de la inteligencia artificial y la bioingeniería, la gente recurre a fantasías religiosas y nacionalistas que están todavía más alejadas que el liberalismo de las realidades científicas de nuestro tiempo. Lo que se nos ofrece, en lugar de nuevos modelos políticos, son restos reempaquetados del siglo XX o incluso de la Edad Media.

Cuando uno intenta entregarse a estas fantasías nostálgicas, acaba debatiendo sobre la veracidad de la Biblia y el carácter sagrado de la nación (especialmente si, como yo, vive en un país como Israel). Para un estudioso, esto es decepcionante. Discutir sobre la Biblia era muy moderno en la época de Voltaire, y debatir los méritos del nacionalismo era filosofía de vanguardia hace un siglo, pero hoy parece una terrible pérdida de tiempo. La inteligencia artificial y la bioingeniería están a punto de cambiar el curso de la evolución, nada menos, y no tenemos más que unas cuantas décadas para decidir qué hacemos. No sé de dónde saldrán las respuestas, pero seguramente no será de relatos de hace 2.000 años, cuando se sabía poco de genética y menos de ordenadores.

¿Qué hacer? Supongo que necesitamos luchar en dos frentes simultáneos. Debemos defender la democracia liberal no solo porque ha demostrado que es una forma de gobierno más benigna que cualquier otra alternativa, sino también porque es lo que menos restringe el debate sobre el futuro de la humanidad. Pero, al mismo tiempo, debemos poner en tela de juicio las hipótesis tradicionales del liberalismo y desarrollar un nuevo proyecto político más acorde con las realidades científicas y las capacidades tecnológicas del siglo XXI.

(*) Yuval Noah Harari es historiador y autor, entre otros libros, de ‘Sapiens. De animales a dioses’ (editorial Debate). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.



sábado, 26 de mayo de 2018

A 80 Años del Volkswagen Escarabajo... @dealgunamanera

A ochenta años de una exitosa iniciativa nazi que revolucionó la industria automotriz…


La plana mayor nazi estudia una maqueta del Escarabajo.

En mayo de 1938 Adolf Hitler ponía la piedra fundamental de la emblemática fábrica de Wolfsburgo. Allí se construyó el “auto del pueblo”, el modelo más vendido de la historia.

© Publicado el miércoles 16/05/2018  por la Revista Parabrisas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

A comienzos de los años treinta, las calles europeas comenzaban a poblarse de vehículos de todo tipo, con mecánicas muy dispares y soluciones estéticas diversas.

En esa época comenzaron a estudiarse los aspectos relativos a la aerodinámica, en pos de mejorar el rendimiento y bajar el consumo. La historia del Escarabajo tiene mucho que ver con esos aspectos y se remonta a 1932, cuando el barón Fritz von Falkenhayn, jefe de planta de NSU, que para ese entonces era una filial de Fiat, le encargó a Ferdinand Porsche el diseño de un auto sencillo, acorde con la complicada situación económica alemana.

Bajo el nombre de Tipo 32 nació un automóvil de formas muy parecidas al futuro Escarabajo, con una motorización de casi un litro y medio de capacidad cúbica, y refrigeración por aire. Cuando estas noticias llegaron al directorio de Fiat, que le tenía prohibido a NSU hacer desarrollos propios, le obligaron inmediatamente a detener el proyecto. Ferdinand Porsche había apostado mucho y no quería ver desperdiciado su trabajo, por lo que comenzó a buscar alguna clase de patrocinio para concretarlo independientemente.

Hace cincuenta años atrás, la revista Parabrisas se limitaba a probar autos de producción nacional, a los que tenía acceso sin mayores dificultades. Sin embargo, la importancia del Volkswagen Escarabajo para la industria del automóvil ameritaba un esfuerzo mayor: por primera vez, se recurrió a la revista hermana brasileña Quatro Rodas.

La mano del Führer

Hitler, conocedor y amante de los automóviles, estaba apostando a esta industria apoyando a Mercedes-Benz y a Auto Union en las competencias, pero quería un auto para el trabajador alemán, y allí estos dos personajes cruzan sus destinos. Porsche viajó a Berlín y se reunió con Hitler, quien le propuso algunos cambios y le dio el visto bueno para el desarrollo.

Porsche fue contratado por la RDA (asociación alemana de fabricantes de automóviles) y meses después nació el Tipo 60, al que se le hicieron unos 80.000 kilómetros de pruebas en la Selva Negra. Derivados del Tipo 60, nacieron tres prototipos: el V1 (fabricado por Reuter), el V2 (fabricado por Drauz) y el V3 (fabricado por Daimler-Benz).

Daimler mejoró el V3, dando lugar al V30 y, en 1938, este pasó a ser el Tipo 38, un auto mucho más pulido, al que le agregaron paragolpes y se le disminuyó la superficie de aireación posterior, permitiendo la aparición de una pequeña luneta partida a la que denominaron Pretzel, por su parecido con la galletita alemana.

Si algo le faltaba al Escarabajo para conquistar al mercado norteamericano, era protagonizar un filme de Hollywood. Y Herbie lo inmortalizó para siempre.

Conforme avanzaba el proyecto, Hitler se dio cuenta de que la RDA no colaboraría mucho más y decidió que sería más viable construir una fábrica propia.El lugar para erigir las instalaciones debía tener una usina eléctrica y vastas vías de comunicación, por lo que la elección recayó en el condado de Schloss Wolfsburg.

La ahora emblemática fábrica de Wolfsburgo fue presentada como un proyecto del frente de trabajadores alemanes, el kdf (Kraft durch Fraude), o fuerza a través de la alegría, un movimiento comenzado por el estado alemán en el que se buscaba que el obrero disfrutara de un buen tiempo de ocio para ser más eficiente en su empleo: la piedra fundamental se colocó el 26 de mayo de 1938, hace ochenta años.

El valor de 18 estampillas

El kdfwagen o Volkswagen (auto del pueblo) era promocionado como un auto económico, veloz y confortable, y para adquirirlo se necesitaba comprar un cuaderno de ahorro y llenarlo con dieciocho estampillas mensuales de cinco marcos cada una.

Con este dinero se financiaba la construcción de los autos y, al terminar ese lapso, se debían pagar unos cincuenta marcos más para retirarlo. El primero de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia y se anuló el proyecto, con lo que 336.600 personas perdieron sus ahorros.

La fábrica pasó a dedicarse a la construcción de material bélico, dando origen a las variantes militarizadas del kdf. Tras seis años de contienda, Alemania quedó en ruinas, sin hombres para trabajar, sin materia prima y sin combustible. Los aliados tomaron las riendas de la fábrica de Wolfsburg, poniendo a la cabeza al inglés Ivan Hirst, quien, pese a los contratiempos, logró fabricar 58 autos en 1945.

En marzo del año siguiente ya se habían alcanzado a fabricar mil autos, y para octubre se habían completado las diez mil unidades. En enero de 1948, con veinte mil autos fabricados, la empresa retornaba a manos alemanas: Heinrich Nordhoff fue nombrado director general de la casa de Wolfsburg por recomendación del mismo Hirst y, con él, comenzó un período de crecimiento sin igual.

Se inició la exportación y nacieron dos versiones descapotables: una de dos plazas carrozada por Hebmüller y otra de cuatro hecha por Karmann. Nordhoff mejoró los procesos de fabricación para aumentar la calidad del producto y también buscó incesantemente hacerle modificaciones. En 1953, la luneta partida fue reemplazada por la oval, entre otras varias mejoras, mientras que el auto medio millón salía de Wolfsburg.

El primer Volkswagen Escarabajo junto a su versión moderna, el Beetle.

La expansión

La empresa seguía creciendo exponencialmente y ese mismo año se inauguró la primera planta Volkswagen fuera de Alemania, en Sao Bernardo do Campo, Brasil. A esta le siguieron una planta de montaje en Sudáfrica, en 1957, y otra, en 1962, en Puebla, México, en donde se comenzó a fabricar el Escarabajo. En 1958, la luneta volvió a modificarse: esta vez se agrandó considerablemente en función de mejorar la visibilidad hacia atrás.

En 1964 se inauguró la fábrica de Emden, un puerto en el Mar del Norte, cuya localización fue estudiada estratégicamente, ya que favorecía el envío de autos a los Estados Unidos. En 1966 vio la luz el Escarabajo 1300, que mejoraba las cualidades mecánicas del 1200, aunque por fuera se veían iguales.

En 1970 llegó el 1302, que mostraba varios cambios estéticos, pero principalmente mejoraba su habitabilidad, confort y seguridad. El 1302 incorporaba suspensión delantera MacPherson, permitiendo un 85 % más de lugar en el baúl.

Al año siguiente, el 1302 recibió un motor más potente de 1.600 cm3. El 17 de febrero de 1972, el Escarabajo batió el récord de producción que ostentaba el Ford T, al alcanzar las 15.007.034 unidades. Un año más tarde apareció el 1303, diseñado especialmente para el mercado norteamericano.

Sus señas particulares eran un capó más corto y redondeado, el parabrisas curvo y los faros traseros circulares y de mayor tamaño. El 1303 se ofrecía con motor 1.3 (1303 i y 1303 L) y 1.6 (1303 S y 1303 LS). Sin embargo, las ventas venían decreciendo y para 1974 llegó su reemplazo, el Volkswagen Golf. Así y todo, el Escarabajo siguió generando simpatía, y muchos compradores aún deseaban tenerlo.

Las plantas fuera de Alemania lo siguieron fabricando para países con menores exigencias en materia de contaminación y seguridad. El 15 de mayo de 1981, en Brasil se produjo el Escarabajo veinte millones, y quince años después salió el último de esta fábrica, pese a ser el modelo más vendido de ese momento.

De esta forma, la única planta en la que el Escarabajo permaneció en producción fue la mejicana de Puebla, hasta que en 1993, por sugerencia del presidente brasileño Itamar Franco, Volkswagen do Brasil volvió a producir el Escarabajo unos años más. En 1996 nuevamente Puebla quedó como la única planta de fabricación del Escarabajo, a la que se le sumaría en 1998 el New Beetle, nacido en el Centro de Diseño de Volkswagen de California como un concept.

Estaba desarrollado sobre la Polo contemporáneo y tomaba elemento estéticos del Tipo 1, pero su mecánica era más acorde a la época, lo que le permitía cumplir con todas las normativas exigentes en los países del Primer Mundo. Todo lo contrario pasaba con el Escarabajo original, que ya no podía enfrentar los requerimientos de contaminación, consumo y seguridad, y llegaba al final de una larga y exitosa vida.

El 30 de julio de 2003 Volskwagen de México dejó rodar de su línea una serie limitada de tres mil unidades denominada Última Edición. Se llegaba así a la menuda cifra de 21.529.464 Escarabajos producidos. En Puebla se siguió con la fabricación del New Beetle hasta que en 2011 fue reemplazado por el Beetle, también fabricado exclusivamente en esa planta.

Si bien estos modernos Escarabajos no respetan las ideas rectoras del modelo original, ni tampoco su concepto mecánico, sus atractivas formas remiten afectivamente al auto más adorado del mundo y siguen generando ventas a costillas del Escarabajo.