Un azar no tan azaroso...
Los árabes dicen que cuando Dios no quiere firmar sus obras,
busca un atajo al que llaman azar.
Bella palabra asociada a ese misterio que suele juntar lo
que vive separado. Tal como sucedió con el calendario: el 18A, la cita con día
marcado, coincidió con otra fecha menos anticipada ni programada, como fue la
sesión en el Senado para convalidar con la mayoría una de las leyes más
resistidas y polémicas, la limitación de las cautelares, como parte de esa
propuesta tan pomposa como engañosa: “la democratización de la Justicia”. Un
enunciado falso que revela la concepción de poder que reduce la democracia a
las elecciones y se arroga la gracia de conceder la democracia como si fuera
generosidad de los gobernantes y no la consagración constitucional de un
sistema basado en la división de poderes cuyo corazón jurídico filosófico son
los derechos humanos, la participación y la transparencia. Principios ajenos a
nuestra cultura política y ciudadana ya que aún no los incorporamos como
valores compartidos. En parte, esto explica que se construyan sin pudor lemas
marketineros y por eso vacíos de sustancia: ¿Cómo se puede ofrecer la
democratización de uno de los tres poderes del Estado, cancelando otro de los
poderes de la democracia, el Parlamento, corazón y caja de resonancia de la
relación de los ciudadanos con sus representantes?
Por eso, tiene sentido analizar el cambio de la dirección de
la protesta. La multitud que había llenado la Plaza de Mayo giró sobre sí misma
y se dirigió hacia el Congreso, intuyendo que más que votar un proyecto de ley
se estaba debilitando la democracia al consagrar una concepción de poder
electoralista que se hace poderosa a expensas de tornar al Parlamento
superfluo, domesticar a la Justicia y condicionar a la opinión pública con un
relato ideológico que ha hecho de la intervención del Estado su propaganda más
eficaz.
Habituado a los golpes de efecto de la propaganda con los
que se instalan los temas sobre los que gira el simulacro del debate público,
las aguas de la inundación liberaron la verdad escondida bajo el barro, la
ausencia del Estado. Fue esa la razón escondida por la que se canceló la sesión
ordinaria en la que debíamos tratar proyectos para paliar las carencias de los
damnificados, como puede ser que se destine parte de los dineros de la pauta
oficial o del fútbol para todos para los inundados.
En su lugar, para ocultar el desenmascaramiento se impuso
“la democratización de la Justicia” como otra nueva batalla contra el mal
corporativo.
Así ingresó en el Senado a las apuradas, sin debate, el
proyecto de reforma del Consejo de la Magistratura y la limitación de las
cautelares.
Fue ese apuro el que hizo que sesionáramos excepcionalmente
el jueves, lo que no sólo coincidió con la protesta sino que le dio una demanda
ética de libertad y justicia, sin las cuales la democracia pierde legitimidad
aunque se siga votando.
En mi caso personal, caminé a contramano del Senado a la
Avenida de Mayo. Y sí prefiero la indignación a tiempo para evitar las furias
tardías que como en 2001 terminaron destruyéndonos a todos, pude reconocer en
la calle el enojo y la demanda angustiada por ver a la oposición unida, sin que
se entienda totalmente que cuando se trata de defender valores en juego como la
democracia, la libertad y la justicia no entran las diferencias.
Sin embargo, la unanimidad es incompatible con la pluralidad
inherente a una auténtica democracia. La cultura de convivencia que nos falta
construir.
Por eso, en honor a la coincidencia que juntó en el mismo a
los ciudadanos ejerciendo su derecho a reclamar, con los representantes
políticos legislando de espaldas a esas demandas, vale la simbología escondida
en ese gesto intuitivo de cambiar la dirección de la protesta: como la
democracia no se proclama, se ejerce y el Congreso es el lugar físico donde se
escenifica la soberanía popular, los reflectores de la ciudadanía deben posarse
sobre esas bancas que cada cuatro años deben vaciarse para que sea la ciudadanía
la que ponga allí a quienes elija para representarla.
Sólo así se irá democratizando la cultura legislativa, sin
cambio de votos por favores. Y sobre todo, tal como lo hizo la gente el 18A, se
mire menos a la Casa Rosada que a la ciudadanía que demanda en la calle. La
única fuente de la soberanía popular que tanto se invoca para gobernar.
© Escrito por
Norma Morandini el viernes 26/04/2013 y publicado en: