El teorema de
Zannini, la vacuna de Macri y la muerte de Lifschitz
El procurador del tesoro dijo, sin esconder nada,
que en este país y para este gobierno, hay un tipo de sujeto que tiene la
calidad de ‘personalidades protegidas’, mientras todos los demás no. Los
sujetos, según su teorema, aquellos que integran o coinciden con las ideas del
gobierno, y en el ejemplo citado- el de Horacio Verbitsky- quienes se encargan
de propagandizar las mismas, lo son. Los demás, no.
Zannini es ejemplar. Tiene el descaro que sólo da la impunidad y
la convicción de sentirse diferente. No voy a entrar en su formación ideológica,
porque no hay ninguna ideología vigente que ampare al inmoral. Ningún libro que
pretenda imponer ideas, contempla la idea de que un grupo de ciudadanos tiene
derecho a lo urgente, y otros no, por la mera pertenencia a un sector, partido
o cosa por el estilo.
Mauricio Macri es un ejemplo también. No se
concibe como un dirigente político, no se asimila con el resto de los mortales.
Se va a Miami y se vacuna. No viola ninguna ley, claro. No se anticipa a nadie
en las colas públicas de la lenta e interminable vacunación nacional. Pero se
va a otro país, asumiendo que es diferente a los hombres comunes. Que él es rico y puede, sin preocuparse por lo
que les ocurre a los demás. Si Macri hubiera sido el capitán del Titanic, se
subía primero a los botes. Lo compraba, quizás. Porque al fin y al cabo se
desnuda: tiene una formación clasista y un mirada ultra liberal. Si podés, te
vacunás, sino lo siento. Las cartas se barajan así, se trata de la suerte que
tuvimos al nacer o sino, de la viveza de haber hecho negocios sucios con el
Estado durante décadas, sin importar con quienes.
A Macri, no le caben las
generales de los ricos que agotaron los vuelos a Miami. No, él es un dirigente
que aspira, de nuevo, a conducir los destinos de un pueblo y un Estado. Su
ética es contraria al principio elemental de la igualdad frente a la ley y su
conducta lo delata.
Entre
Zannini y Mauricio Macri no hay muchas diferencias. Uno cree formar parte de
una casta iluminada que tiene más derechos que el resto de los normales. Se
enorgullece de pasar por encima a los jubilados de Pami en la cola de las vacunas.
Se jacta de pertenecer. Macri no, pero a la hora de valorarse frente a los
demás, se concibe a sí mismo como un hombre con más derecho que los otros,
porque tiene dinero.
Los
hombres y las mujeres que no ocupan cargos públicos, pueden hacer lo que quieran.
Los hombres públicos, los que tienen o pretenden tener responsabilidades sobre
nuestro destino, no.
Simultáneamente a las dos confesiones, en la
ciudad de Rosario, luchaba contra el Covid el ex gobernador de la Provincia de
Santa Fe, Miguel Lifschitz. El
ingeniero pudo hacer ambas cosas: su economía le permitía costearse un viaje a
Miami y vacunarse con anticipación como lo hicieron los que podían y querían.
Tampoco eligió el privilegio- que le fue ofrecido- de adelantar su turno en la
vacunación pública.
El lunes pasado, mientras Zanini se jactaba de
haberse vacunado y Macri confirmaba su vacunación en Miami, los santafesinos
despedían a su ex gobernador. Lifschitz murió como consecuencia del Covid.
El contraste es tan fuerte y tan poderoso, que prácticamente
no admite análisis. En esa batalla imaginaria por la vida, un populista y un
neoliberal siguen vivos, porque obtuvieron beneficios. De los tres, el que respetó la ley y se condujo
bajo la ética del deber, murió. Y esa parece ser la lógica que gobierna al
país.
Es abrumador que el único de
los tres que cumplió con sus obligaciones y respondió a los valores que demanda
una sociedad sana, se haya muerto. Es indignante que quienes no lo hicieron,
celebren no hacerlo.
Si los
argentinos no emprendemos una urgente revolución ética, estaremos condenados a
sobrevivir por debajo de quienes tienen privilegios. Queda claro que si no
formamos parte de una grupa de autodenominados «personalidades protegidas» o no
tenemos dinero, seremos un asunto de undécima prioridad para ellos.
Es increíble, también. Que
las dos opciones mayoritarias de la política argentina, sigan siendo
representadas por sujetos como estos.
A Zannini ni le pidieron la renuncia, ni pidió
disculpas. Tampoco produjo una ola de repudio generalizado. Porque al final,
por impotencia o resignación, nos fuimos acostumbrando a los inmorales como un
factor inevitable para ejercer el poder. Los
argentinos estamos convencidos de que la corrupción es un asunto menor, y al
final, tanto lo asumimos que terminamos escuchando justificaciones que la
admiten como una especie de mal necesario.
Pero no
es así, no debe ser así, y no deberíamos asumir que deba seguir siendo así. ¿Cómo
se soluciona? Eligiendo gobiernos que no tengan en sus filas a personas que
tengan procesamientos en las espaldas, ni condenas por delitos que anticipen su
flojedad de valores. Eludiendo a los responsables de corrupciones anteriores,
ya sea en funciones protagónicas o como actores secundarios.
Cada peso que se escapa por
la vía de la corrupción, perjudica a otro. Cada vacuna que se inyectó en
aquellos a los que no les correspondía, dejó a otro sin vacunar. Y
probablemente lo haya expuesto a la enfermedad y por qué no, claro, como en
caso de Lifschitz y miles más, a la muerte.
Necesitamos con urgencia una Revolución ética,
parece un reclamo desatinado. La sociedad debe demandar una dirigencia más
parecida a los Lifschitz que a los Macri o los Zanninis. Esa es una responsabilidad absoluta de
quienes formamos parte de la vida pública, ya sea en la acción pública o en la
comunicación. Seguir relativizando la centralidad de la ética, está demostrado,
relativiza los derechos y relativiza el valor de la vida humana.
Pero
no hay país posible con estos contrastes, no hay cambio posible si no ponemos a
la decencia por encima de otros valores que hoy conducen la escena nacional.
De más
está decir, que entre ambos bandos- uno gobernando 4 años y los otros 14- han
puesto a más del 50 % de la población por debajo de la línea de pobreza. Que
cada día tenemos a sectores más hundidos en la miseria y en la ignorancia.
Eso los fortalece. Mientras la ética se muere.