El síndrome de Hubris…
Bombo y guitarra,
Alberto Fernández. Dibujo: Pablo Temes.
La soberbia del poder terminó mareando a Macri. Alberto
Fernández y un diálogo valioso con Trump.
©
Escrito por Nelson Castro el domingo 03/11/2019 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La
responsabilidad de la derrota electoral de Juntos por el Cambio fue de Mauricio Macri y,
a la vez, fue suyo el mérito de haber salvado al oficialismo de una caída
catastrófica.
La dirigencia
oficialista quedó en un letargo tras la PASO, del cual solo emergió tras la
multitudinaria marcha del 24 de agosto.
Ese acto conmovió
a Macri y lo decidió a ponerse la campaña al hombro en busca de la hazaña de
llegar al ballottage. Hazaña imposible porque el porcentaje superior al 45%
alcanzado por Alberto
Fernández le permitía ganar en segunda vuelta por apenas un
voto y no había tiempo para remontar la diferencia. Como dijo Luis Juez, la
campaña de cercanía y medidas de alivio a la penuria económica debería haber
comenzado antes.
La derrota de Cambiemos es producto de la
soberbia de Macri y su entorno. Es, en
definitiva, la enfermedad del poder, el Hubris, que aísla al gobernante de la
realidad. Jaime Duran Barba
escribió un interesante artículo en Perfil
sobre el síndrome de Hubris. Se ve que el Presidente no lo leyó. El
consultor estrella del PRO reprodujo allí conceptos que, para disgusto de sus
destinatarios, hemos venido escribiendo en esta columna desde hace años.
El momento letal
para el Gobierno fue en octubre de 2017, el mismo día en que derrotó en las
elecciones legislativas a Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires,
cuando Macri creyó equivocadamente que se había convertido en dueño del poder.
Que la negociación política era mala palabra. Que lo peor ya había pasado. Que
con la “magia” de Marcos Peña y
Duran Barba se manejaba todo.
Se dio entonces
una singular dicotomía: el Presidente hablaba de diálogo y consensos, pero en
los hechos se hacía lo contrario. Eso dejó muchos heridos internos, como Emilio Monzó, y fue uno de los
elementos que empujó al peronismo a su reunificación.
El domingo
pasado, Macri recibió su derrota con dignidad. Su discurso, en el que felicitó
a Alberto Fernández por su excelente elección, y la posterior invitación que le
hizo para compartir un desayuno al día siguiente, representan un mojón en la
construcción republicana de la Argentina. Es un contraste brutal con la falta
de altura institucional y personal con la que CFK manejó la traumática
transición de 2015.
El 40% obtenido
en la elección transforma a Macri en el líder de la oposición. Pero si cree que
ese liderazgo significa verticalidad, se equivocará. Los radicales que le
advirtieron las consecuencias electorales negativas que la crisis económica
tendría, ya han pedido cancha. Alfredo
Cornejo, clave para el triunfo en Mendoza, lo dijo con todas las letras: de
ahora en más deberá discutirse todo.
María Eugenia Vidal fue una de las grandes derrotadas de esta elección. Su liderazgo se
debilitó por la amplitud de la caída y por su desvaída campaña. “Abandonamos el
Conurbano y se lo regalamos a nuestros rivales”, dijo una voz de las entrañas
del gobierno bonaerense.
La victoria de
Alberto Fernández fue sólida y no es menor que haya ganado en primera vuelta.
El ballottage hubiera sido de resultado incierto. Pero tampoco es un dato menor
que el porcentaje de votos que logró y la diferencia que sacó
fueron menores a lo esperado. Es una muestra del rechazo que sigue generando en
una parte importante de la sociedad la figura de CFK. El presidente electo
tiene una cuota propia de poder. Sin Sergio
Massa, el Frente de Todos no ganaba. Y a Massa lo llevó Alberto Fernández,
quien tiene un desafío doble: mantener el equilibrio interno y hacer frente a
la desastrosa situación socioeconómica que le deja Macri. Lo interno es una
incógnita.
El horrible
discurso de Axel Kicillof en la
noche del domingo, que en nada se condice con la idea del diálogo y de la
búsqueda de consensos que pregona el presidente electo y sus principales
referentes, fue un botón de muestra. Varios de los que habitan la geografía
heterogénea del nuevo poder aseguran que la ex presidenta pretende reservarse
el poder de veto. Y, aunque muchos lo niegan, algo de eso ya se vio en la
celebración del triunfo. Matías Lammens
confesó que le hubiera gustado subir al escenario, pero que alguien ordenó que
no pudiera. Lammens fue y es muy crítico de la corrupción del kirchnerismo.
Hubo gobernadores que también se quedaron con las ganas de estar en ese
escenario.
El gran misterio
por estos días es la conformación del gabinete del nuevo gobierno. Alberto
Fernández ya decidió que lo dará a conocer recién en la última semana previa a
su asunción. El objetivo de esta decisión es más que obvio: proteger a los
futuros funcionarios de presiones prematuras y de su consecuente desgaste. De todas
maneras, hay hechos que hablan por sí solos. Felipe Solá parece encaminado a ser el futuro canciller. El viernes
fue quien reveló la muy buena conversación telefónica entre el presidente
electo y Donald Trump.
Gestores de ese
diálogo fueron el embajador de los Estados Unidos, Edward Prado y Santiago
Cafiero. Trump, quien no está en su mejor momento debido al proceso de
impeachment que acaba de iniciarle la Cámara de Representantes, tiene, con
respecto a la Argentina, una procupación: Venezuela. Si las coincidencias se
imponen sobre las diferencias, está dispuesto a darle una mano importante al
nuevo gobierno en su negociación con el FMI, en la que Fernández
necesitará un negociador con experiencia, conocimiento y, a su vez,
reconocido por los funcionarios del organismo. El economista que reúne esas
condiciones es Guillermo Nielsen. Y
hay alguien más que conoce ese universo: Gustavo
Béliz que fue arropado en el exilio al que lo condenó el kirchnerismo por
el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
La semana estuvo
cruzada por rumores sobre la salud de Fernández, quien los atribuyó a Marcos
Peña.
Alberto Fernández
está bien de salud. Como explicamos aquí en junio, padece una trombofilia, una
predisposición a formar coágulos por la que está en tratamiento desde hace años
a base de anticoagulantes, bajo control y sin ninguna complicación. Su médico,
Federico Saavedra –prestigioso clínico– planea realizarle al presidente electo,
que está con sobrepeso, un exhaustivo chequeo luego de su regreso de México. La
salud de un presidente es un tema de Estado.
Producción
periodística: Lucía Di Carlo.
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