Pobreza, ese número fetiche de la democracia…
¿Cuántos pobres había en 1989, 1999, 2001 o 2003?
Porque las comparaciones son odiosas, aquí van algunas que deberían
molestarnos. A todos.
© Escrito por Nicolás Lucca
el martes 28/09/2016 y publicado por la Revista Noticias de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.
El Instituto Nacional de Estadística y Censos volvió a publicar un informe
oficial sobre pobreza. De pronto, nos enteramos de que el 32,2%
de los argentinos es pobre, casi
una persona de cada tres, o tres personas y dos brazos de cada diez, o treinta
y dos personas y un par de dedos de cada 100.
Primera
sorpresa: se divulgó un índice de pobreza luego de años y ningún pobre se sintió peor persona ni
estigmatizado. Quizás, porque están preocupados en eso de ser
pobres y querer comer todos los días, contar con servicios básicos y otras
cosas que hacen a la condición humana occidental del siglo XXI.
Sin
embargo, el Gobierno pretendió que en una misma tarde nos empacháramos de cosas
que hacía tiempo no veíamos y Mauricio Macri dio una conferencia de prensa
sobre los números del Indec. Entre un montón de obviedades –"pobreza cero es
inalcanzable"– sostuvo que “este
punto de partida es sobre el cual acepto ser evaluado como presidente“.
Si bien es una gran expresión de deseo –las evaluaciones no existen y el
escrutinio del público se hace sobre lo que al público le interesa y no sobre
lo que el evaluado pretende– también es cierto que necesitábamos un número del
cual partir.
He
aquí la segunda sorpresa: el kirchnerista romántico despechado con ese sector
de la sociedad que no aceptó seguir comiéndose todas las puteadas por todo lo
que salía mal en un gobierno en el que nada salía mal gracias al poder de la
cadena nacional, hoy encontró una nueva herramienta para
fustigar al actual gobierno. No es que uno haya perdido su
capacidad de asombro, pero estamos hablando de las mismas personas que
marchaban a Plaza de Mayo periódicamente cada semana y nunca
jamás vieron a las familias que duermen al lado de la Catedral,
en la galería del Cabildo o sobre Avenida Alem y Paseo Colón. No los vieron ni
cuando los esquivaban en el piso para seguir camino.
Durante
el kirchnerismo, el Indec decía que la pobreza era del 0% o que en Chaco
había pleno empleo, era palabra santa. En esa línea se movían en
2013 cuando la situación económica del fin del kirchnerismo empezaba a
subir y la solución que encontró Cristina Fernández fue poner a Axel Kicillof
de ministro de Economía, el economista que no cree en el mercado, el cura ateo,
el carnicero vegano.
Kicillof
llevó la justificación a un nivel novedoso. Guillermo Moreno nos imponía su
verdad por la fuerza de la chicana o de la agresión verbal patoteril. Axel,
directamente, dijo que no medía la pobreza para no estigmatizar a los pobres. O
sea, les estaba haciendo un favor al
borrarlos de un plumazo de los planes del gobierno. Porque, en definitiva, las
estadísticas sirven para direccionar, corregir a aplicar políticas de Estado y
evaluar sus resultados.
Hoy,
ver las críticas que esbozan los colegas y economistas que justificaron todas
las barbaridades estadísticas del kirchnerismo, da un poco de nervio. Es como
que tuviéramos que dedicar fuerzas a pedirles coherencia antes que en evaluar
qué es lo que se hará de ahora en más. A ver si se entiende: No se puede
justificar el éxito de políticas económicas sin poder ver el resultado de las
mismas. Es como festejar que ganamos un partido sin ver los goles, sólo porque
el gobierno nos dijo que ganamos.
Lo
que sí viene bien es aprovechar esta novedad para barajar y dar de nuevo
algunas condiciones a futuro. Porque desde que el autor de esta nota tiene
memoria, los índices de pobreza han servido como
armas para
cambiar gobiernos, como escudos para mantener otros, siempre
en comparación a un momento caprichoso, nunca en contexto histórico
internacional.
Ejemplos
sobran. Carlos Menem asumió la presidencia del país con una
pobreza cercana al 50%. Y no, Raúl Alfonsín no gobernó casi seis años con medio
país bajo la pobreza, sino que se recontra disparó 20
puntos con la
hiperinflación de 1988/89. Para mayo de 1994, la
pobreza llegaba a un piso de 16%, sin embargo, Menem será
recordado por haber dejado la pobreza en el 27% y la desocupación en el 13.8%.
Cuando Fernando
De La Rúa dejó el
poder en diciembre de 2001, la pobreza trepaba al 33%.
Eduardo Duhalde llegó para arreglar las cosas y mandó la pobreza al
52% en días.
Triste récord histórico de Argentina que pasó como “parte de la solución”.
Los
números pueden ser aún más crueles. En 1998 –el peor año de la recesión
menemista– el ingreso nominal promedio de los hogares rondaba los 1.100 pesos.
Cuando Duhalde le entregó el mando a Néstor Kirchner, el
ingreso promedio era de 892 pesos por familia.
Pero la clave está en el término nominal: 1.100 pesos en 1998 eran 1.100
dólares de un dólar que valía incluso más en poder adquisitivo de lo que vale
hoy. Para 2003, 892 pesos eran casi 300 dólares.
Un tercio del poder adquisitivo promedio de 1998, 20 puntos más de pobreza que
la crisis de De La Rúa, y muchísimo más que el promedio menemista.
De
un modo lógico, el kirchnerismo decidió medir el éxito de sus políticas
económicas en comparación a los índices de 2002, mientras que, discursivamente,
se comparaba con “el colapso del modelo neoliberal” que, dependiendo del
temperamento de Néstor o Cristina a la hora de hablar, podía remontarse a 1999,
1989 o 1976. Una ensalada en la que el éxito constaba en contradecir
políticas que, si nos guiáramos sólo por los números, fueron más exitosas
que las aplicadas.
Para
2006, el kirchnerismo tenía para mostrar números sólidos: la
pobreza había caído al 24% en tres años. Un 24% que se
encontraba por debajo de los números de pobreza del segundo gobierno de Menem
pero, siempre fiel a la frialdad estadística, fue el mejor número que pudo
mostrar el kirchnerismo: 8 puntos por arriba que el mejor del temido menemismo.
Para
2007, la pobreza subió un punto y se evaluaron distintas medidas, una de las
cuales consistía en crear equipos de trabajo para ver qué había que
corregir, qué había rectificar. Pero las medidas políticas tienen costos
también políticos, un riesgo que el gobierno no estaba
dispuesto a correr en un año electoral. La opción que triunfó fue la más
estúpida de todas: dibujar los números justo cuando dejan de cerrar. El
resultado lo conocemos todos: el kirchnerismo siguió publicando índices
oficiales impresentables e increíbles, pero indiscutibles, ya que cualquier
opinión en contra resultaba un planteo apátrida.
Hoy,
con un nuevo índice publicado, la actual gestión coloca una vara a la altura
que ellos pretenden tener por alta. No vamos a practicar futurología, pero el
principal problema de los números es que son tomados como vallas: si el
gobierno baja dos puntos, redujo la pobreza. Y es tan cierto como que el 30% seguiría
siendo pobre.
Si
hay algo triste es que, con cada crisis terminal que atraviesa la
Argentina, cientos de miles de personas son arrojadas a la pobreza de
la cual saldrán muchos menos de los que ingresaron. O sea: del
50% de 1989 quedó un 16% pobre por toda la década de los noventas. A ese número
llegaron los que vinieron después hasta sumar el 52%, de esos quedaron un 24%
al que se sumaron otros hasta llegar a este 32,2%. Si encima vamos al censo
poblacional, es muchísimo más el 32,2% de 44 millones que el 20 de 33 millones.
Por si no se entiende: existe una base de pobreza que lleva generaciones
enteras siendo pobre, que nunca dejaron de serlo y que no conocen otra forma de
vida ni por
referencia de algún ancestro, ya que el abuelo era pobre. Y no son números, son
personas con nombre, apellido y sueños. Como vos, como yo.
Para
redondear la crueldad de los números, les dejo lo peor que se puede hacer: comparaciones
palpables.
8.7
millones de pobres entran en 141 canchas de River repletas. O podrían entrar en
1.000 estadios Luna Park, por si quieren algo más íntimo. Sí, se podría llenar
el Luna Park de pobres distintos todos los días durante 3 años.
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