Los Olimareños, 60 años después…
El Pepe en alguna ocasión trastabilló con la letra. En otro momento una
guitarra no sonó como quizás lo hacía años atrás. Pero ambos artistas hacen que
uno olvide que son septuagenarios porque juntos, deslumbran con el mismo fulgor
de antaño, con profesionalidad pero con enorme entrega, haciendo que sus
seguidores, los de antes y los nuevos, agradezcan llenos de felicidad.
© Escrito por Américo
Schvartzman el martes 30/04/2019, Director de la Vanguardia, Licenciado en
Filosofía, Periodista. Autor de “Deliberación o Dependencia Ambiente, Licencia
Social y Democracia Deliberativa”. (Editorial Prometeo 2013).
¿Cómo se explica que siga haciendo
vibrar a miles una canción de Chicho Sánchez Ferlosio, que alude al
enfrentamiento entre el gallo negro del franquismo (la versión hispánica del
fascismo) y el rojo comunista en la Guerra Civil Española? ¿Cómo puede ser que
el “Cielito” que escribió Mario Benedetti en 1969, aún pueda hablar del “abajo
que se mueve” sin sonar ridículo o anacrónico para quienes escuchan? ¿Qué
interpretan los que la escuchan y la cantan hoy, medio siglo después? ¿O el
“Simón Bolívar Simón” escrito en los 60 por Rubén Lena, aquel que recuerda
–tras enumerar los méritos del libertador venezolano– que en el sur está “la
voz amiga, en la voz de José Artigas / que también tiene razón”? ¿Qué pasa
cuando se escucha hoy el “Orejano”, escrito por el insólito poeta y
subcomisario anarco Serafín J. García, que reniega de caudillos y de
elecciones, y sugiere criar a los gurises “infieles / aunque el cura grite que
irán al infierno”? ¿O cuando reflexiona que al traerse la china pal rancho “me
he olvidao que hay jueces pa’ hacer casamiento, / y que nada vale la mujer más
güena / si su hombre por ella no ha pagao derechos”?
Canciones inoxidables por razones
misteriosas: canciones que hicieron que un dúo nacido seis décadas atrás y que
llegó a ser –según afirman estudiosos orientales– “la propuesta musical más
popular del Uruguay desde Carlos Gardel”, y que ha llenado estadios en la
Argentina, pueda hacerlo aún hoy. Porque según ellos mismos, según el dúo, son
esas canciones la razón de su éxito y de su permanencia. “Son las canciones.
Aunque por supuesto, algo les debemos de haber puesto nosotros”, dice Pepe
Guerra.
Y si usted está leyendo esta nota,
que habla sobre ese dúo, no es casualidad. Si llegó hasta acá en una época en
la que la mayoría de las personas solamente leen títulos y copetes (y por
desgracia creen que con eso alcanza para estar informado o tomar posición) es
que usted no es de ésos. Pero además sabe quiénes son Los Olimareños.
Canciones inoxidables por razones misteriosas: canciones
que hicieron que un dúo nacido seis décadas atrás y que llegó a ser –según
afirman estudiosos orientales– “la
propuesta musical más popular del Uruguay desde Carlos Gardel”, y que ha
llenado estadios en la Argentina, pueda hacerlo aún hoy.
Sesenta años. Seis décadas. 1960. El
80 por ciento de las personas que viven hoy en la Argentina no había nacido aun
cuando Braulio López y José Luis Pepe Guerra formaron aquel dúo en la ciudad
uruguaya de Treinta y Tres, a orillas del río Olimar, y de ahí el nombre.
Después de muchos años distanciados,
volvieron a reunirse en 2009, con un show multitudinario en el estadio
Centenario de Montevideo. Aunque ellos dicen que nunca se separaron: “Yo no lo
llamo así, sino que cada tanto descansamos”, explica Braulio López. Hicieron
varios recitales (incluso en la Argentina), y desde entonces, “descanso”.
Muchos mitos rodean al dúo: que no se hablan, que se pelearon feo, que se
juntan solo por necesidad. Nada de eso le importa a los miles que se conmueven
y disfrutan de antemano al enterarse de una nueva actuación, de una nueva
oportunidad para verlos, en Buenos Aires o en Montevideo, en Cosquín o en
Paysandú.
Presencié el último show, el pasado
20 de abril, en el Anfiteatro del Río Uruguay, en Paysandú, ocho años después
de su última actuación allí. Ante varios miles de personas Braulio López y Pepe
Guerra brindaron una treintena de canciones, todas emblemáticas, todas coreadas
por la mayoría, y una buena parte cantadas de punta a punta por muchas de las
personas presentes. “Todas son hits”, dijo una mujer cuando alguien a su lado
calificó así a la que estaba sonando (“Los dos gallos”… aunque en serio podría
haber sido casi cualquiera otra). Pero vamos de a poco.
La noche se había puesto muy fresca
y la previa había sido larga, aunque con buenos espectáculos: Diego Sosa, Juan
Mendiverry y Chacho Ramos, todos cumpliendo bien con su parte. Aunque acá cabe
mencionar especialmente la presentación de la gran Laura Canoura: un espectáculo
de primer nivel, con poca relación con lo que venía después, que no obstante el
público apreció con respeto y buena disposición. Y que terminó aplaudiendo de
pie, porque Canoura realmente está en el mejor momento de su trayectoria:
cantando como los dioses, con un repertorio muy acertado, una banda
ajustadísima, y un tino sin igual para incorporar una canción propia (la
milonga “Alfombra roja”: “Me levanté decidida / no voy a aguantarte más / no
esperes alfombra roja / para rajarte de acá”.) Una canción que le permitió
entrar en el corazón de todas (absolutamente todas) las mujeres presentes, y
también de muchos hombres, algunos que valoran la lucha feminista pero también
muchos otros por el sentido del humor y la calidad.
Luego vino lo esperado. Con algunas
demoras en el inicio, porque la guitarra de Braulio no se escuchaba en el
monitor del escenario. Y tras arrancar con “Del templao”, las canciones de
siempre de Los Olimareños fueron sucediéndose sin que hablaran demasiado los
artistas. Vestidos de negro ambos, el Pepe con su gorra de siempre y sentado
casi todo el espectáculo, Braulio de pie. No era necesario hablar, y lo hicieron
solo en la medida justa: apenas algunos juegos de palabras en relación con los
problemitas de sonido. El público empezó a pedirle canciones desde el primer
minuto y muchísimas personas registraban el momento con sus celulares, en un
clima de gran emoción, pero también de alegría.
El sonido es el de siempre: la inconfundible forma de
tocar las guitarras, y el extraordinario trabajo vocal en el que pareciera que
el tiempo transcurrido los mejoró en lugar de afectarlos.
Sí, alegría era lo que se veía en los rostros de la gente
presente, en su gran mayoría sanducera, pero con presencia numerosos argentinos
del otro lado del río, que no desaprovecharon la oportunidad; un público
compuesto por adultos predominantemente, pero con buena presencia de jóvenes. Y
las caras de felicidad. La sensación es que toda esa gente está convencida de
que volverá a verlos pronto, que Los Olima tienen para rato. Quizás por eso la
emoción era tan serena y sin nostalgia o melancolía. “Estoy tan contenta, y
tengo la garganta apretada a la vez”, definió una cuarentona presente.
El Pepe en alguna ocasión trastabilló con la letra. En
otro momento una guitarra no sonó como quizás lo hacía años atrás. Pero ambos
artistas hacen que uno olvide que son septuagenarios (Braulio López tiene 77 y
Pepe Guerra 75) porque juntos, deslumbran con el mismo fulgor de antaño, con
profesionalidad pero con enorme entrega, produciendo un concierto memorable,
que el público agradeció lleno de felicidad.
El impresionante repertorio que
caracterizó a Los Olimareños está atravesado por la obra (tal vez no reconocida
del todo fuera del Uruguay) de autores como Rubén Lena y Víctor Lima, o José
Carbajal y Aníbal Sampayo, pero también con canciones de su propia autoría o
popularizando en la región obras de otras latitudes del continente, con una
preferencia por la música llanera venezolana. O tomando riesgos artísticos
insólitos para la época como el legendario disco “Todos detrás de Momo”, de
1971, que creó la canción carnavalera e instaló lazos definitivos entre
folklore y murga. No podía faltar, claro, la “Retirada” de ese disco (casi una
descripción de lo que sucedía: “Suena antigua / Una música perfecta / Y en el cielo temblorosas / Lloran de amor
las estrellas…”).
Y vinieron “La sencillita” y “De
cojinillo”, “Nuestro camino” e “Isla Patrulla”, “Adiós a Salto” y “La niña de
Guatemala”, “Angelitos negros” y “Ta llorando”. No podían faltar. Tampoco
faltar el homenaje en los pagos de Sampayo, que llegó de la mano de las
“Coplitas del pescador”. Y, entreveradas, aquellas que sesgaron para siempre el
destino del dúo: prohibición, persecución, exilio, pero también el respeto, la
solidaridad y la admiración de las viejas y las nuevas generaciones. Las
canciones comprometidas “sobre todo con los de abajo”, como dice Braulio:
“Simón Bolívar”, “Milonga del fusilado”, “Los dos gallos”, “Cielito del 69”.
Todo pareció abonar
la afirmación de Braulio López respecto del valor del compromiso en sus
canciones: “No nos equivocamos, porque el tiempo nos dio la razón de que lo que
pregonábamos es correcto: si no, no estaríamos haciendo un recital ahora. Eso
para mí también tiene un valor.”
El público agradecía todo el tiempo, se emocionaba o
hacía palmas, se ponía de pie para enfatizar el sentimiento compartido. Después
de “Orejano” los artistas agradecieron, empezando a despedirse. “¿Ya?” se
preguntó todo el mundo. Pero aún faltaban los bises. Y el cierre, que fue con
dos de las canciones más emblemáticas, dos himnos: “A mi gente”, de José
Carbajal, el Sabalero, y “A don José”. Ésta última, concebida como canción
escolar por Rubén Lena y convertida en vibrante homenaje artiguista, es cantada
hoy hasta por los milicos en el Uruguay. No exagero: en 2003 fue declarada “himno
cultural y popular uruguayo” por la ley 17.698 y hoy forma parte del repertorio
del Ejército.
Es difícil saber qué porcentaje de la piel de los
presentes no se erizó en el estribillo “Con libertad / ni ofendo ni temo…”.
Todo pareció abonar la afirmación de Braulio López respecto del valor del
compromiso en sus canciones: “No nos equivocamos, porque el tiempo nos dio la
razón de que lo que pregonábamos es correcto: si no, no estaríamos haciendo un
recital ahora. Eso para mí también tiene un valor.” En efecto. Tienen razón.
Los Olimareños 20 Años
1982 Disco completo