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lunes, 13 de mayo de 2019

Los protagonistas de la Armada que descansan en Darwin… @dealgunamanera...

Paz a los hombres: los protagonistas de la Armada que descansan en Darwin…


A 37 años del Conflicto del Atlántico Sur, el Proyecto Humanitario Malvinas está por concluir su misión. A los 90 soldados identificados hasta marzo de 2018 se les sumaron 22 reconocimientos de identidades durante el último año. Restan 10.

© Publicado el Martes 07/05/2019 por el Periódico Digital Gaceta Marinera de la Ciudad de Punta Alta, Provincia de Buenos Aires.

De tal manera, ya fueron reconocidos 112 cuerpos de soldados argentinos que murieron en la Guerra de Malvinas y que yacían bajo una lápida con la inscripción “Soldado argentino conocido sólo por Dios”.

En las lápidas no hay rangos militares, sólo los nombres. Sus familiares pudieron viajar a reencontrarse con ellos, los primeros el 26 de marzo de 2018 y los siguientes el 13 de marzo de 2019. Estas son algunas de sus historias y parte de lo que debió sortearse en estos 37 años para lograr su identificación.

LOS COMIENZOS DE LA MISIÓN

La fundación “No me olvides” surgió en 2008 en la ciudad de Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Está conformada por madres de caídos en la Guerra de Malvinas, veteranos de guerra y civiles que adhieren a la causa del Conflicto del Atlántico Sur. Trabaja para integrar de manera activa a padres, hijos de ex combatientes y diferentes centros de veteranos de guerra e instituciones educativas y de salud. Participar de los diferentes proyectos de “No me olvides” permite a los padres sentirse útiles, convirtiendo el dolor en energía creativa y solidaria.

La fundación es la impulsora de la investigación y del proyecto de realización de exámenes de ADN para identificar a los 121 caídos argentinos sepultados en el Cementerio de Darwin. La iniciativa fue anunciada durante un acto por el 2 de abril en 2012 desde Ushuaia, en la voz de la entonces Presidente Cristina Fernández de Kirchner. El 14 de junio del mismo año fue presentado ante las Naciones Unidas.


En 2008, José Luis Capurro, Julio Aro y Miguel Raschia habían viajado a Londres en representación de la fundación para conocer e intercambiar experiencias con veteranos de guerra ingleses. El último día de su visita conocieron al Coronel británico Geoffrey Cardozo, que fue responsable de la construcción del Cementerio Darwin y de dar sepultura a los caídos sin nombre. Cardozo entregó a la comitiva un sobre que guardó por 36 años y les dijo: “Ustedes sabrán qué hacer con él”.

Al traducir los documentos dieron con los datos que recabó el militar inglés encargado de recoger los cuerpos en el campo de batalla, limpiarlos, registrar sus pertenencias y darles sepultura. Los soldados argentinos tenían cartas y otros elementos que figuraron en este informe y dieron los primeros indicios para poder saber quién está enterrado en cada una de las tumbas.

En abril de 2011, los marplatenses conocieron a la periodista Gabriela Coccifi, le comentaron los detalles del informe conseguido en la isla británica y la posibilidad de gestionar exámenes de ADN para lograr la identificación de cada cuerpo desconocido en Darwin. La periodista conectó a la fundación con el Equipo Argentino de Antropología Forense, quien certificó que el proyecto era viable obteniendo una simple muestra de sangre de un familiar de cada uno de los caídos en la guerra.


Para darle mayor visibilidad, Gabriela Coccifi envió un mail al músico inglés Roger Waters, conociendo el interés del ex Pink Floyd por las causas en torno a la guerra. Tuvo éxito al contactarse con el músico y a principios de 2012, Waters pidió conocer datos del proyecto. En marzo de 2012, él visitó a Cristina Fernández de Kirchner y expuso sobre el estado de la situación, explicándole la importante misión humanitaria que representa la identificación de los soldados argentinos.

De forma inmediata, la ex Presidente dio instrucciones para que desde el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos pusieran la estructura necesaria y realizaran un pedido formal ante la Organización de las Naciones Unidas.

De izquierda a derecha: Julio Aro y Geoffrey Cardozo

Las HISTORIAS EN PRIMERA PERSONA

Durante 37 años, los familiares de quienes lucharon y cayeron en las islas, desearon darles un abrazo final. Hoy, al menos, saben cuál es el sitio de su descanso final.

Links:

El descanso eterno del aviador
El Coronel inglés que dio sepultura en Darwin a los argentinos caídos en combate
Reencuentro con papá


sábado, 15 de agosto de 2015

Volver a Malvinas… @dealgunamanera...

Volver a Malvinas…

Cada vez que Miguel Anderfurhn vuelve a Malvinas toca el himno nacional con el acordeón de su bisabuelo, quien peleó en la Primera Guerra Mundial. Foto: José Supera

Algunos regresan todos los años, otros lo hacen por primera vez. Un viaje a las islas junto a un grupo de ex combatientes, una experiencia única que es también una forma de renacer.

Del blanco de esta hoja a la arena blanca y limpia con la que empieza todo esto, una playa de aguas cristalinas que a la vista puede ser una de esas playas paradisíacas de publicidad, pero no, nada de eso, en la costa corre un frío que tiene el poder del hielo, y el viento, el viento es filoso y áspero, y por momentos parece querer cortar la piel, pero igual, el ex combatiente José Luis Aparicio hace lo que viene a hacer casi todos los años desde que volvió por primera vez a Malvinas en 2006. Se saca la campera de nieve y los guantes, la remera térmica y hasta los borceguíes, se queda apenas en calzoncillos. Desnudo de ropa, pero también de muchas cosas más. Sufriendo como ellos. Sintiendo el frío en la piel y en la carne, y en el alma. Su ritual de hace años. Su bautismo, que lo hace nacer y renacer, con el que les rinde también homenaje a los compañeros caídos en el hundimiento del Belgrano. "Hago esto para sentir por un segundo el frío que sintieron esos chicos antes de morir." Y entonces corre por la playa. No importa el frío ni el tiempo. Corre y corre, y sus pies chapotean, hace un paso, dos, se deja caer, se hunde y su cuerpo se envuelve de agua helada. José Luis nace una vez más: como lo hace cada vez que vuelve a Malvinas.

Volver. Esa es la palabra que trato de descifrar en esta nota. Por qué volvemos a esos lugares que duelen, que nos hicieron mal. Quizás enfrentando el dolor, volviéndolo a vivir, logremos entenderlo. O quizá no es entender la palabra. No. La palabra es revivir. Volver para pararse en un mismo lugar y decir acá estoy, acá estuve, soy esto, porque soy lo que fui.

Ellos vuelven todos los años a Malvinas. Como si tuvieran que volver al dolor para que no duela tanto.

Los integrantes del centro de ex combatientes Islas Malvinas (Cecim) de La Plata vuelven todo el tiempo a las islas. Algunos, en época de invierno. Otros, en septiembre, octubre, cuando el clima malvinero está un poco más apto, menos violento.

Algunos lo hacen por primera vez.

Y acá empieza esta historia.

Llegar a las Islas…

Regresar a ese núcleo que late, que duele, que supura cosas desde adentro tuyo: ese tuyo que quiere decir todos nosotros.

Volver a Malvinas no es fácil, sobre todo la primera vez. Ya en el aeropuerto uno les veía las caras, una ansiedad serena, contenida dentro de sus cuerpos. El trayecto del vuelo comercial chileno de Río Gallegos a las Malvinas dura poco más de una hora. Llegamos a una base militar, Mount Pleasant. El clima es congelante y despiadado. Cielo y tierra son desolación. Llegamos a una base militar, llena de hangares, aviones, misiles, radares, llena de violencia y justificaciones, y de miedos. Un soldado nos custodia ni bien bajamos del avión. Los ex combatientes del Cecim La Plata que vuelven esta vez son 11. Cuatro por primera vez. Y también por primera vez en la historia vuelve una mujer ex combatiente: Norma Ethel Navarro. Enfermera. Ella, volviendo 32 años después. Volviendo, a su propia tierra de dolor. Nos alojamos en dos casas de Puerto Argentino. O Port Stanley. La sensación de un pueblo fantasma, respirar inexistencia, aire helado y solitario, casas que parecen no guardar habitantes.

Nos vienen a buscar dos camionetas. Próximo destino: cementerio de Darwin.

La Bahía del Silencio…

"Lo que me impactaba era la expresión que tenían en los ojos esos chicos". Foto: José Supera

Después de varias horas de viaje en dos 4 x 4, después de cruzar ríos de piedra y zonas minadas, después de animales huesudos y solitarios, encontramos el recinto que encierra todas las cruces blancas, las paredes de piedra con los nombres de todos nuestros soldados caídos. Ernesto Alonso es uno de los ex combatientes que más viajes a Malvinas tiene en su haber. Cada vez que vuelve le duele. Ahora se queda unos segundos en la tumba de uno de sus amigos. En silencio. Arrodillado. Tratando de entender. Por qué otro y no él. Después se levanta y le doy un abrazo, y con un nudo en la garganta me dice que "todos estos amigos nuestros que están aquí, hoy estarían vivos. Viviendo la vida que les hubiera tocado. Ellos dieron todo. Venimos a rendir homenaje acá, y estamos para reafirmar que todas las tumbas que tienen cuerpos NN, que están acá como soldado solo conocido por Dios, tienen que ser reconocidos, para tener su historia, su lugar, para no ser olvidados".

Después de un rato, entre las cruces blancas, perdida en un tiempo que no es tiempo, la encuentro a Norma, la única mujer en el grupo. En sus ojos y en su voz hay desolación, como si el ambiente terminara por pegársele a uno en el cuerpo. "Estando acá se siente una desazón muy grande." Se queda en silencio. Repite el mismo concepto: "Una sensación de desazón". Y otra vez hace silencio, pero se repone y vuelve. "Había visto unas fotos de este cementerio, había visto los rosarios colgados de las cruces. Ahora no están. No hay nada. Sólo cruces. Se siente una tristeza muy grande estando acá. Llevo piedras para una amiga del Chaco que me pidió, ella tiene a su hermano acá, pero como soldado solo conocido por Dios. Ver las lápidas que dicen eso da mucha impotencia, no saber dónde están enterrados nuestros chicos."

El cementerio tiene el tamaño de una manzana y todos los compañeros se fueron dispersando entre las cruces, dividiendo sus dolores. Entonces el viento me trae algo más que desesperanza. Música. Dulce y cálida. De acordeón. A lo lejos y parado sobre un monte lo veo. Con su instrumento, con toda la fuerza, con la energía que destila su personalidad. El ex combatiente Miguel Ruso Anderfurhn. Descendiente de italianos. Alto y rubio y de hombros anchos. Su bisabuelo estuvo peleando en la Primera Guerra Mundial. La tradición del acordeón fue pasando de generación en generación en su familia. Su bisabuelo tocó alguna vez para alejar el silencio de la locura, ese que llega después de la guerra. Hoy Miguel está en la isla que lo marcó para siempre. Y está tocando el Himno, parado sobre el mismo monte donde lo hizo las veces que volvió a las islas, y todos sus compañeros cantan el Himno junto a él, y todos están jurando, jurando por una cosa que los une y los ata, y los lleva por encima de un dolor que todavía parecen no entender: están jurando con gloria morir.

Volver al Monte Longdon…

Llanuras, montes y laderas para un recorrido que es mucho más que un ritual. Foto: José Supera

El monte Longdon fue uno de los últimos lugares en caer y donde se registró la mayor cantidad de bajas argentinas. Uno camina en ese monte y ve marcas todo el tiempo. Agujeros en la tierra que fueron bombas. Chatarra oxidada. Zapatos. Pero qué marcas son las que quedan en nosotros. Qué marcas quedan en el suelo de nuestra propia existencia. Acá no existe el tiempo. Es como si todo volviera a repetirse. Los agujeros en la tierra son morteros que siguen estallando. Las esquirlas siguen traspasando nuestra carne. "Acá no existen los días", me dice alguno de los excombatientes, mientras caminamos durante horas por los montes, en busca de las posiciones donde estuvieron por meses. "Acá sólo existen los restos de las cosas que ves, y nada más."

Carlos Daniel Chicho Amato pertenecía al Regimiento 7. Era encargado de manejar el radar de detección de movimiento. Había aprendido a usarlo unos días antes de salir a Malvinas. Me cuenta su historia en la misma trinchera en la que estuvo hace 32 años, en el mismo Monte Longdon, donde fue la gran batalla, donde los ingleses los rodearon y ya nada se pudo hacer. "Fue a fines de mayo. Nos llamó un segundo jefe. Estaban viendo a los ingleses con prismáticos. Entonces empezamos a monitorear el posible avance inglés. Claramente nos lo comimos. Yo había visto en el detector unas manchas nuevas, algo que no había visto antes. Se lo informé a mi jefe. Me dijo que eran ramas, viento, que no pasaba nada. Volví a ver esas manchas en el radar y le volví a decir a mi jefe. Y nada. Esa misma noche nos atacaron. Eran como 700 tipos. Fue la parte más jodida de la guerra ésa, donde tuvimos la mayor cantidad de bajas, un desastre. Y ahí mismo nos tomaron prisioneros. Fue difícil porque tuvimos que enterrar a nuestros propios muertos."

Carlos está excitado. Hace unos minutos escarbó donde estaba su posición y encontró su cuchara y algunas municiones. Pero dejemos de escarbar la tierra. Escarbemos el propio interior de Carlos Chicho Amato, sepamos qué se siente volver después de tanto tiempo: "Me siento un poco raro. Como alejado de todo y a la vez, cerca. Siempre me había resistido al viaje. Pero si vuelvo es porque lo hago con dos amigos míos que también vuelven por primera vez. Recuerdo que cuando estábamos acá, no veía colores, sino todo gris. Pasé por cosas que me hicieron mal después de la guerra. Pero después fue como que lo borré, es como si no sintiera nada. Siempre había estado en la organización de los viajes de otros ex combatientes. Les armaba todo, los despedía, pero nunca me animaba a venir: siempre me molestó bastante ir a un lugar que es nuestro y tener que presentar el pasaporte. Había prometido que no iba a venir. Pero esta vez se decidieron Mario y Sergio, que también venían por primera vez. Supongo que pude volver porque tengo dónde apoyarme en el dolor, porque no estoy solo".

Cuenta Sergio Isaia, otro de los ex combatientes que vuelve por primera vez: "Recuerdo la voz de mi hermano llegándome en el medio de la oscuridad". Estamos en el lugar donde combatió su hermano. Hay una placa que pusieron hace varios años. Hace unos segundos le rindió homenaje a su manera. Se quebró. Pero ahora está más entero. Sabe que cumplió con lo que tenía que cumplir. "Yo había viajado junto a él en el mismo avión. En las islas estuvimos en compañías diferentes, pero como los dos éramos operadores de radio, durante todas las noches nos comunicábamos para ver cómo estábamos. La idea fue siempre volver con él a las islas. Pero mi hermano falleció por una enfermedad hace varios años. Hoy sé que estoy volviendo con él. Pero también vuelvo con mis amigos, y eso me ayuda a soportar mejor este viaje, que es un viaje que hacemos, de alguna forma, también a nuestro interior."

La Primera Mujer…

En los comienzos de la guerra se habían solicitado instrumentadoras quirúrgicas para ir a las islas, a Puerto Argentino. Norma Navarro tenía miedo. Miedo de que la guerra llegara al continente. Quería colaborar de la forma que fuese. Entonces fue y se ofreció. Al instante la aceptaron. "Después del día que me aceptaron junto a tres chicas más, al día siguiente salimos desde Buenos Aires hasta Río Gallegos. Al rompehielos Almirante Irizar llegamos en helicóptero. Había sido convertido en buque hospital. Nuestra tarea era colaborar con los médicos en lo que se pudiera. Se había decidido que nos quedásemos en el buque, porque cabía la posibilidad de que si estábamos en tierra podíamos ser tomadas prisioneras." Respecto del trabajo que tenía que realizar todos los días, cuenta que "estaba en quirófano, aunque en realidad no teníamos una tarea definida. Venían con esquirlas de bombas, heridas en el abdomen. Hubo alguien que llegó en estado muy crítico, hicimos lo que pudimos durante muchas horas, pero falleció. Fue el único fallecido que me tocó ver. Hay cosas que me quedaron grabadas. No me impactaban los heridos, porque yo ya venía con la experiencia del hospital: lo que me impactaba era la expresión que tenían en los ojos esos chicos. Era como verles el alma, una mirada repleta de desolación, como si la guerra estuviera contenida en las pupilas". Pero si algo no puede olvidar Norma es la noche del 13 de junio, según ella, lo más duro que le tocó ver. "En un momento dado salí a cubierta con un tripulante. Recuerdo que estábamos cerca de la costa y se podían ver las casitas con techos de colores. Todo se veía iluminado de un lado y de otro, iluminado por las explosiones de colores amarillo y naranja, de bengalas que caían, lanchas que pasaban, era como una película, algo dantesco pasando frente a mí, una película espectacular y horrible. Y la desesperante sensación de que allá a lo lejos había gente muriéndose y no podías hacer nada." Le pregunto qué le dejó volver acá. Estamos en una montaña, el viento y la nieve arrecian. Mira hacia el horizonte. Parece recordar. "Estar acá es algo que te marca, porque aunque vos no veas más a las personas con las que estuviste ligada en ese momento de la guerra, una siente que sigue unida a través del tiempo, aunque nunca más los vuelva a ver."

Reflexiones y Renacimientos…

Recuerdos que aún perduran de la guerra en las islas. Foto: José Supera

Hay alguien que mientras recorremos montes y laderas se mantiene serio, por momentos alejado del grupo, por momentos reflexivo y silencioso, como si hubiera una batalla adentro suyo, como si todo se tratara de una guerra que se libra en los confines de nuestros sentimientos.

Mario Volpe se desempeñaba en la Compañía C. Al principio hacía de apuntador con un cañón, pero después le quedó como responsabilidad la parte de la enfermería. Ahora estamos en un alto de la travesía que supone recorrer los montes cercanos a Puerto Argentino. Mario acaba de encontrar la posición de un amigo suyo, Calvo, que era el encargado de la Compañía A. "Este lugar para mí es muy importante. Acá tuve la suerte de renacer, acá mismo fui herido." Suspira. Le cuesta seguir, pero sigue. "Veníamos replegándonos, ya habían tomado el Logdon y fuimos atacados y bombardeados. Llegamos entonces adonde se encontraba la Compañía A. Desde el lugar donde estábamos veíamos explosiones a 150 metros, a 100 metros, a 50. En un momento, siento que los silbidos de las bombas venían y pegaban adelante nuestro, y fue un segundo, pero sentí las esquirlas entrando en mi cuerpo, creo que caí unos metros. Un compañero me ayudó a levantarme. Sentía un dolor fuerte. Las esquirlas habían perforado mi pulmón y fracturado la escápula, entre otras cosas. La sangre no paraba de salirme de la espalda. Sentía toda la espalda mojada. Pensé que no tenía más posibilidades. Pero otros compañeros me ayudaron. Y llegamos caminando, al límite de mi fuerza, para que me atendieran en la Compañía Comando: ellos no podían hacer mucho. No había chances. O sí. Tenía que ir al pueblo. Como pudiera. Bajé la loma y encontré que venía una camioneta Dogde de la Marina llena de heridos. Me senté como pude. Llegué al hospital y ahí mismo lograron operarme." Le pregunto qué es lo que le pasa por adentro estando ahí. "Cuando uno camina por acá y siente el frío y el cansancio, de golpe, se mezcla esa cosa atemporal, como si el 82 se repitiera una y otra vez, como si todavía estuviera atrapado acá en las islas. La tristeza, la desazón, todo se repite acá adentro. Es como si el tiempo no hubiera pasado. Estar acá es revivir. Pero revivir aquel momento. A pesar de los 32 años que pasaron, uno no logra despegarse de las sensaciones: el frío, el suelo, el viento. El tiempo no puede despegarnos de las cosas. La sensación de que los años no hubieran pasado, la misma sensación de soledad, la incertidumbre. Es la primera vez que vuelvo a Malvinas, pero desde el año 82, regreso todos los días con sus noches."

Llenarse de Energía… 

Ernesto Beto Alonso era uno de los 800 soldados que conformaron el Regimiento de Infantería 7 y al que le tocó estar en el monte Longdon. Después de visitar el lugar donde estaba su trinchera, confiesa: "Volver a Malvinas me llena de energía; en los viajes que realicé después del 82 me ayudó a comprender más sobre este conflicto que data desde 1833, cuando nos fueron usurpadas; de entender qué paso en el conflicto de 1982, entender que efectivamente la decisión de la dictadura fue una aventura bélica que nos alejó de Malvinas, entender cada día más cuáles son las razones de la usurpación y la importancia geoestratégica que tienen las islas, y además, no olvidar a los que quedaron, a nuestros amigos, los verdaderos héroes" .

Carlos Tolomeo sintió "como si hubiese estado caminando en el aire, suspendido", cuando explotó la bomba a sus espaldas. Y lo cuenta al lado de su cañón, que ahora está oxidado y clavado en el suelo. "Mientras huíamos del ataque inglés, sentimos las ondas expansivas. Mi función era apuntador con el cañón. Hacía unos minutos había realizado dos disparos. Al tercero se trabó la vaina. Ellos se acercaban. Tuvimos que retirarnos. Corrimos y ahí fue que sentimos la bomba explotando detrás de nosotros, la onda expansiva tirándonos." Carlos señala los lugares donde estaban todas las posiciones. A lo lejos se ve el río Murrell. Desde ahí venían los ingleses. "Siempre que hemos podido volver hemos vuelto. Y hoy, a 32 años de que nuestros compañeros ofrendaran sus vidas, queremos brindarles nuestro homenaje, con este vino." Tolomeo descorcha una botella. Es ritual que beban todos los ex combatientes allí presente. El resto del vino lo echan a la tierra. Para los que quedaron. Después aplauden y se abrazan, hasta que Rubén Franzcunaz les dice a todos que encontró algo que sobresale de la tierra, cerca de la posición en la que se encontraba Carlos. Todos se mueven hacia el lugar. Carlos va primero. Apoya las rodillas sobre la tierra. Alguien le pasa una palita de jardinería. La usa poco, se olvida de la palita. Empieza a excavar con sus manos. Sus manos se llenan de tierra y de pasado.

Se ve la tela camuflada. Sus manos sacan la tierra cada vez más rápido. La tierra de sus manos se limpia con las lágrimas que caen de sus ojos. A nadie de los que estamos ahí se le cruza por la cabeza acercarse a ayudarlo. Es algo que tiene que desenterrar solo. Raíces y tela y tierra. "Esto era parte de mi uniforme", dice. Y nadie de los que está ahí dice nada. "Esto es parte de lo que somos, lo que queda enterrado acá para siempre, somos nosotros."

Juntarse para Contenerse…

El Centro de Ex combatientes Islas Malvinas, más conocido como el Cecim La Plata, fue ideado por algunos jóvenes soldados estando todavía en las islas. "Queríamos tener una voz, una voz que se escuchara, porque nos habían llevado sin preparación ni armamento, y estando allá pasamos hambre y hasta fuimos torturados", asegura Ernesto Alonso, que hoy es uno de los pilares fundamentales del centro. "Cuando estábamos allá veníamos charlando la idea de juntarnos y hacer algo que nos uniera a todos." Ahora el que habla es Mario Volpe, actual presidente del centro que sirve para seguir la lucha de la causa Malvinas, pero también para debatir y contenerse, y cenar todos los martes. De la cocina se encarga el ex combatiente José Chiquito Zarzoso, que en esas noches deleita a los más de cuarenta ex combatientes que llegan para pasar un buen rato entre ese grupo de amigos que se fue afianzando con el tiempo.

© Escrito por José Supera el domingo 21/09/2015 en el Diario La Nación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

jueves, 14 de junio de 2012

Yo cuido el Cementerio Darwin... De Alguna Manera...

La historia del argentino que cuida el Cementerio de Darwin...

Sebastián Socodo, de 32 años, cuidador del Cementerio de Darwin. Foto: Gentileza Sebastián Socodo

Se llama Sebastián Socodo y tiene 32 años. Está casado con una isleña y comprometido con su trabajo. Cómo es su vida en las islas.

No es la profesión más buscada del mundo y sin embargo un argentino la eligió como forma de vida y en uno de los lugares más inesperados del país: cuidador de cementerio en las islas Malvinas. Su nombre es Sebastián Socodo y con sus 32 años ya lleva cinco en el cuidado de las tumbas y cruces.

Hace semanas, un proyecto impulsado desde 2008 por un grupo de veteranos y la fundación No Me Olvides logró la mención y apoyo del Ejecutivo. Cristina Fernández de Kirchner pidió a la Cruz Roja Internacional que interceda para permitir identificar a los cuerpos de los soldados caídos en las Islas Malvinas. Los restos se encuentran en el Cementerio de Darwin en la isla Soledad del archipiélago, cuyo mantenimiento se encuentra a cargo de Socodo.

En diálogo con Perfil.com, el guardián del camposanto argentino comentó que fue a él a quien se le ocurrió ofrecerse como cuidador ante la Comisión de Familiares de Caídos en las Islas Malvinas quien lo contrató hace ya cinco años.

"Básicamente, se trata de un trabajo rutinario. Me encargo del mantenimiento en general, observo el cuidado de las cruces blancas, las pinto una vez al año, corto el cesped, entre otros detalles", afirma Sebastián desde su casa en Puerto Argentino en donde vive junto a su familia integrada por su esposa Phoebe (isleña), y sus hijos Nicole (argentina) y Joshua (malvinense).

Aseguró además que no sufrió, en los casi 11 años que vive en las islas, ningún tipo de hostigamiento o demanda. Respecto del trabajo, dijo que "no alcanza con un solo sueldo". "Acá, en las islas, trabajan todos, la mujer y el hombre a la par, sino no alcanza lo que se gana. Es ficticio eso que en las islas somos todos ricos debido al PBI per cápita. Yo necesito de tres trabajos para vivir", sostuvo.

Sebastián trabaja en paralelo en el mantenimiento del aeródromo local y como una suerte de guía turístico baqueano. "El cementerio es visitado por cientos de turistas. Será curioso, pero cruceros y tours traen a miles de visitantes que no dudan en visitar nuestras 237 tumbas", añadió al tiempo que aclara que prefiere no tratar el tema del conflicto directamente.

"Ser el cuidador del cementerio me permitió conocer un poco más la historia de las islas y la guerra desde un punto de partida muy fuerte. Naturalmente, conocía de qué se trataba, pero me conectó de una manera especial", confesó a este medio desde el ventoso clima isleño.

Y concluyó: "Fue entre 2000 y 2001 cuando con mi mujer pensábamos en algo distinto, un nuevo destino. Surgió la posibilidad de venir a las islas Malvinas y no me arrepiento, mi familia está acá".

Sobre la intervención del Comité Internacional de la Cruz Roja Internacional (CICR), organismo que ya se mostró "dispuesto" a colaborar con la Argentina en la identificación de los cuerpos de soldados argentinos y británicos, Socodo opinó: "Es una pregunta para los padres de los fallecidos, no me corresponde opinar porque no tengo familiares enterrados allí".

© Publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos AIres el jueves 14 de Junio de 2012.

Las fotos:

Sebastián camina entre las tumbas que tiene bajo su responsabilidad. Foto: AFP

Sebastián Socodo, de 32 años, cuidador del Cementerio de Darwin. Foto: Gentileza Sebastián Socodo

Hace casi 11 años que vive en las islas junto a su esposa Phoebe. Foto: AFP

La Cruz Roja Internacional ayudaría a identificar las tumbas NN del Cementerio de Darwin. Foto: AFP