Sangre de su sangre. Cómo "maté" a mi hija…
© Escrito por Cadu de
Castro el martes 04/09/2018 y publicado Montevideo Portal de la Ciudad de Montevideo, República Oriental del Uruguay.
Narrado
en primera persona, el relato procura llamar la atención sobre la
responsabilidad colectiva en los casos de feminicidio.
Brasil
es un país sumamente castigado por el flagelo del feminicidio, lacra que en
nuestro país también campa a sus anchas.
Conmovido
por esas muertes cotidianas -trece al día, según las estadísticas- el
historiador brasileño Cadu de Castro escribió y compartió en Facebook una
conmovedora crónica.
En su
breve relato, el autor deja claro que un feminicidio no se produce sólo en el
instante en el que un hombre le arrebata la vida a una mujer. Comienza mucho
antes, y con la involuntaria y anónima complicidad de todos.
Publicado
hace menos de un mes, el relato de Castro fue compartido más de cincuenta mil
veces y reproducido en varios medios de prensa brasileños.
A
continuación, ofrecemos el texto traducido al español.
Soy
machista. Fui criado así. Crecí, me casé y tuve una hija. Siempre sometí a mi
mujer, algo que me parecía completamente natural. Al fin y al cabo, el machismo
es tan estructural que se naturaliza. Usaba adjetivos como incompetente,
idiota, estúpida, para criticar muchas de sus palabras y posturas, y así
disminuirla, empequeñecerla. Nunca la agredí físicamente, pero ejercía
violencia psicológica. Mi hija fue criada en ese ambiente.
Me reía
de los chistes que humillan o descalifican a las mujeres, y los reproducía.
Cuando alguna se ofendía y protestaba le preguntaba si no tenía sentido del
humor, era sólo un chiste, una broma. Aparte de eso, siempre fui muy moralista,
especialmente cuando veía mujeres con ropas muy cortas. Muchas veces dije que
estaban pidiendo ser violadas. Recuerdo que una vez me contaron sobre un caso
de violación de una chica "modernosa" del barrio donde vivo, y
cuestioné si se trataba realmente de una violación. Al fin y al cabo, ella
abusaba, lo pedía ¿no? Mi hija escuchaba todo eso.
Defendía
que hombres y mujeres son muy diferentes y por eso sus derechos no podían ser
iguales. Reproducía las falacias de que el hombre es más racional y la mujer
más sentimental, que tener muchas mujeres en un mismo lugar de trabajo no da
resultado, que la mujer habla demasiado, que le gustan los chismes, que los
hombres son más competentes para gerenciar negocios, que hay mujeres a las que
les gusta que les peguen, que los niños mal educados lo son por culpa de la
madre, etc. Mi hija aprendió todo eso.
Una
vez, un vecino agredió físicamente a su mujer. Mi esposa y mi hija hablaron de
llamar a la policía, pero lo impedí. Dije que "en pelea de marido y mujer
no se mete cuchara". ¿Quién sabe lo que ella hizo para hacerle perder a él
la cabeza? Mi hija incorporó esa idea.
Deshumanizaba
la figura femenina. A las mujeres más independientes y despegadas de esas
reglas morales que yo defendía, las llamaba vacas, yeguas, cerdas. Decía que el
feminismo era cosa de mujeres "mal atendidas", feas, desequilibradas,
desubicadas. Me ofendía cuando alguien me llamaba machista, y decía, "ni
machismo ni feminismo, nada de ismos". Mi hija llegó a reproducir algunas
de mis expresiones.
Recuerdo
cuando ella me lo presentó. Estaban empezando a salir. Una vez la oí
conversando con una amiga y le contaba que a veces era un poco grosero, pero
los hombres son así, ¿verdad? Yo era su referencia.
En otra
ocasión hablaba con una prima sobre cómo lo encontró con otra, pero él se
disculpó y dijo que era sólo un desliz, que la amaba. Recordó que unos años
antes, su madre había descubierto algunas aventuras mías, y que eso era, al fin
y al cabo, cosa de hombres.
Él me
caía bien. Era un muchacho simpático y trabajador. Reía mucho de los chistes
sobre mujeres que le contaba, y hasta aportó algunos nuevos que ampliaron mi
repertorio.
Se
casaron. Con mi bendición. Una vez ella se quejó con la madre de que él era muy
celoso y posesivo, que la agobiaba. Me metí en la conversación y dije que él
era el hombre de la casa y que ella tenía que respetarlo, y que los celos eran
señal de amor. Ella estuvo de acuerdo. Noté que algunas veces hablaba con ella
de manera agresiva. Lo llamé para tener una charla. Me pidió disculpas y dio
que procuraría controlarse "pero que la mujer habla demasiado y sabes cómo
es eso, a veces hace que uno se ponga nervioso". Terminé concordando con
él.
Hace
poco ella llegó a casa con un hematoma en un ojo, el rostro hinchado y marcas
en los brazos. Le pregunté sobre eso y contestó que se había caído por las
escaleras, pero que estaba bien, que no hacía falta que me preocupara. Le
pregunté si todo iba bien con su marido y me dijo que sí, que él la amaba.
Ayer
recibí una llamada de la policía. Supe que mi hija estaba muerta. Su compañero
la había tirado del balcón desde un décimo piso. O la había apuñalado, o
baleado, o estrangulado, o golpeado hasta la muerte durante una pelea conyugal.
Los
vecinos oyeron sus gritos pidiendo socorro, pero nadie intervino ni llamó a la
policía. Al fin y al cabo, en pelea de marido y mujer no se mete cuchara.
Yo caí,
o fui apuñalado, o baleado o estrangulado junto con mi hija. Ahora yazgo en
este suelo frío, La caída, o el tiro, o el estrangulamiento, o los golpes, o la
puñalada que destrozó mi alma, agudizó mis sentidos. Puedo ver, oír. Veo ahora
con una claridad y lucidez que me lastiman: el machismo, que siempre naturalicé
y reproduje, oprime, hiere, mata. Oigo el grito de los feminismos. Es un grito
de dolor. Es un grito ancestral. Es un grito por igualdad de derechos y
oportunidades. Es un grito por respeto. Es un grito por la vida. Es el grito de
mi hija. Es el grito de tu hija.
Es
tarde para mí. Es tarde para ella. Maté a mi hija. En cada acto machista maté a
mi hija. Maté también otras hijas, hermanas, madres. Defender y reproducir el machismo
es mancharse las manos con sangre. Tú puedes aún salvar a tu hija, hermana,
madre y tantas otras mujeres. Actúa antes de que sea tarde.
Debes
estar preguntándote si esta historia es verídica. Respondo: sí y no. Sí porque
ocurre todos los días, en muchos lugares y a muchas familias. Criamos una serie
de feminicidas, y algunos feminicidas en serie. Brasil está entre los países
con mayor tasa de feminicidios: ocupa la quinta posición en un ranking de 83
naciones. Mueren 13 mujeres al día en casos de feminicidio, y casi el 80% de
ellas a manos de sus parejas.
Y no,
no es verídica porque no me ocurrió a mí.
Simplemente
escribí esta crónica porque me sentí tocado por un grave problema social: el
machismo, al que tenemos que exponer, revelar y combatir todos los días y en
todas partes.
Tengo
la dicha de estar rodeado de mujeres feministas. Esposa, hija, sobrina, nuera,
primas y amigas
Crié
una hija feminista. Desde pequeña le enseñé a aceptar un NO sólo si tenía una
justificación coherente, proviniera de quien proviniera, incluido yo.
Cuando
surgieron expectativas sobre hacerla estudiar ballet, la apoyé para que
entrenara taekwondo como ella quería. Ahora es cinturón negro segundo dan. Fue
campeona brasileña combatiendo con hombres (en aquella época no había otras
mujeres) y campeona panamericana. Está casada con un tipo maravilloso. Y ahora
esperamos a Mel, su hija y mi primera nieta, y sólo de pensarlo me lleno de
amor y ternura.
Necesito
luchar por un mundo mejor para ella. Por un mundo mejor para todas las mujeres.
Quiero un mundo mejor para todas las personas.
Y para
eso, nosotros, los hombres, tenemos que empeñarnos en una férrea lucha que
comienza dentro de cada uno de nosotros, contra el machismo nuestro de cada
día. Tenemos que desaprender lo que somos.
¡Sólo
los feminismos salvan! Esa lucha es de todos nosotros. Le enseño eso a mi hijo,
que es un tipo maravilloso.